Capítulo 11
Antes de leer:
En este capítulo aparecen personajes de otro de mis libros, La reina de las espinas, y sé que algunxs lo estáis leyendo. Solo os pido que no hagáis spoilers muy fuertes. Recordad que hay gente que puede querer leerlo y hay que ser respetuosos. Gracias <3
Victoria
¿Quién demonios era ese tío y por qué daba tanto miedito?
Victoria se apartó torpemente —al igual que Bex y Axel— cuando el jefe del niño extraño pasó entre ellos como si no estuvieran. De no haberse apartado, probablemente los habría tirado al suelo y ni siquiera habría parpadeado.
—¿Qué es este sitio? —preguntó cuando entró, poniendo una mueca de desagrado.
—Lo mejor que hemos podido encontrar —se defendió Bex.
—Podríais haber venido a Braemar —comentó Albert, el chiquitito, ajustándose la camisa—. Siempre hay sitio para refugiados con sangre mágica.
—¿Sangre... eh...?
—¿Tenéis algún mueble? —preguntó bruscamente su jefe, mirando a su alrededor como si nunca hubiera visto tantas cosas que le desagradaran juntas—. ¿Algo donde sentarse? ¿A parte del suelo?
Victoria señaló torpemente el gimnasio, que en esos momentos estaba vacío. El jefe de Albert ni siquiera se molestó en sentarse, solo hizo un gesto para que lo hicieran ellos. Victoria, Axel y Bex —la última con la silla de ruedas— ocuparon un lado y Albert el otro, no muy intimidado por su jefe, que daba vueltas por el gimnasio farfullando para sí mismo.
—Un vídeo —repitió, sacudiendo la cabeza—. Sabía que esa basura moderna no terminaría bien.
—No fue mi intención que se publicara —se defendió Victoria en voz baja, avergonzada.
—Eso no importa, porque ya está publicado.
—Lo que quiere decir Ramson —intervino Albert, bastante menos agresivo—, es que nos gustaría saber qué estabas haciendo y por qué dejaste que te vieran.
—¿Y por qué tiene que decirlo? —preguntó Axel de repente—. ¿Qué nos dice que no sois informantes de Sawyer?
—¿Quién diablos es Saywer? —masculló Ramson, todavía dando vueltas por la sala—. Tiene nombre de gilipollas.
—Vaya, tienes un buen instinto arácnido —comentó Bex.
—Sawyer es vuestro antiguo jefe —les dijo Albert, atrayendo absolutamente toda la atención de la sala—. Os acogió desde muy pequeños para que desarrollarais vuestras habilidades y él pudiera usarlas para sus negocios, pero hace unos meses os separasteis y ahora él os busca para mataros. ¿Me equivoco?
Hubo un instante de silencio. Incluso Ramson había dejado de andar y lo miraba con una mueca.
—¿Por qué sabes todo eso y yo no he sido informado?
—Solo te informo de lo indispensable —él le frunció el ceño.
—¿Y esto no es indispensable, Albert?
—¿Un grupo de mestizos en peligro? Por Dios, eso pasa cada día.
—Oye, rebobina —Bex señaló a Albert con desconfianza—. ¿Tú cómo sabes todo eso?
—Por Lambert, mi informante.
Nadie pareció reconocer el nombre. De hecho, Victoria se quedó todavía más confundida. ¿Quién demonios era Lambert?
—¿Quién? —Axel puso una mueca.
—Mi informante, es una larga historia —Albert hizo un gesto con la mano, restándole importancia—. La cosa es que sé unas cuantas cosas. Hace poco me mandó un aviso de que podíais estar en peligro y necesitar ayuda, así que he estado pendiente, pero no esperaba que tuviera que venir por un vídeo filtrado, la verdad.
Victoria no supo si era su aspecto, lo seguro que sonaba o el hecho de que en ese momento no pudiera pensar... pero se lo creyó. Y confió en él al instante.
—Fue por una chica —murmuró, haciendo que todo el mundo se girara hacia ella—. La estaban... le querían hacer algo malo.
—¿Quiénes? —preguntó Ramson. Todo lo que decía sonaba agresivo.
—No lo sé, tres hombres cualquiera.
—¿Y te arriesgaste a que te vieran por una humana en peligro?
—Aunque a ti no te lo parezca —Victoria lo miró, irritada—, hay gente que le da importancia a la vida de los demás.
—Sí —él enarcó una ceja—, los idiotas que después son pillados en vídeos virales.
—Pues la chica que Victoria salvó se ha pronunciado —la defendió Bex enseguida—. Dijo que la había salvado y por eso es una heroína. De hecho, todo lo que dicen sobre ella es bueno.
—Que digan que es bueno o malo es irrelevante —comentó Albert con una pequeña mueca—. No deberían saber de vuestra existencia.
—Podemos decir que son efectos especiales —comentó Axel alegremente—. O que fue un montaje, o algo así. Como con los vídeos de pruebas de que los alienígenas existen y luego es un vídeo de mala calidad de un tipo con una máscara de alienígena.
—Mhm —Albert le dedicó una mirada interesada—, es una sorprendentemente buena idea, jovencito.
Axel sonrió ampliamente, muy orgulloso.
—Seguirá habiendo gente que se lo crea —espetó Ramson, poco satisfecho—. ¿Y qué pasará cuando nuestra gente se entere de que hay mestizos por aquí?
—Ramson, estamos intentando solucionarlo.
—No vamos a poder solucionarlo porque esa cría decidió jugar a los héroes delante de un maldito aparatito de esos modernos y estúpidos.
Lo había dicho acercándose a ella. Victoria notó que se hacía un poco pequeñita cuando Ramson la señaló muy cerca de la cara. Intimidaba mucho, el asqueroso. Y, aunque ella estuviera a la defensiva, seguía dándole algo de miedo.
—Fue sin querer —repitió—. Solo quería protegerla.
—Tus excusas no har...
Se quedó callado cuando todos escucharon el característico sonido de alguien quitándole el seguro a una pistola.
Victoria desvió la mirada a la cabeza de Ramson. Ahora una pistola lo apuntaba directamente en la sien. Siguiendo el brazo, se dio cuenta de que era Caleb, claramente furioso, que lo miraba con los dientes apretados.
—Aléjate ahora mismo ella —le advirtió en voz baja.
Ramson pareció ligeramente sorprendido, pero no asustado. De hecho, ni siquiera se giró. Solo esbozó media sonrisa irónica.
—¿Te crees que una de tus tristes balas puede matarme, chico?
—Una bala normal, no. Pero quizá una bala de obsidiana dentro del cerebro pueda joderte bastante, chico.
Eso sí pareció hacer que Ramson reaccionara. De hecho, incluso Albert se tensó un poco cuando Ramson se incorporó lentamente y se alejó unos pasos de Victoria, claramente tenso.
Caleb no dejó de apuntarlo cuando se movió para quedar entre él y Victoria, mirándolo fijamente. Ramson ya no tenía ningún rastro de ironía en la mirada. De hecho, ahora parecía mucho más sombrío y tenebroso.
—¿Cómo sabes lo de la obsidiana? —le preguntó a Caleb en voz baja.
—Así que la obsidiana puede dañarte —Caleb enarcó una ceja—. Gracias por informarme, no estaba muy seguro.
Justo cuando pareció que Ramson se ponía furioso, Albert se apresuró a ponerse de pie y meterse entre ambos con los brazos estirados, como si intentara detener una posible pelea.
—Ya es suficiente —declaró—. No estamos aquí para haceros daño, sino para ayudaros.
—No necesitamos vuestra ayuda —masculló Caleb—. Y menos si implica que ese idiota esté hablándole así a mi nov... a mi amig... a mi... a Victoria.
Bex puso los ojos en blanco de forma totalmente exagerada mientras Victoria enrojecía de pies a cabeza.
—No le hará daño a Victoria —le aseguró Albert con voz conciliadora—. Y, si lo hace, puedes dispararle sin problema. Pero por ahora baja la pistola.
Pasaron unos segundos de tensión absoluta en los que Caleb no se movió. Y, justo cuando pareció que alguien iba a reaccionar, todos se giraron hacia la puerta del gimnasio al escuchar a alguien entrando y silbando tranquilamente.
Brendan pasó por su lado silbando una melodía, como si ver a dos desconocidos siendo amenazados por su hermano fuera lo más normal del mundo, y se agachó junto a uno de los sacos para recoger su toalla de gimnasio.
Al incorporarse y darse cuenta de que todo el mundo lo miraba, parpadeó con aire sorprendido.
—¿Quiénes son estos? —preguntó casualmente—. ¿Tenemos que matarlos?
—No —intervino Victoria—. Se supone que están aquí para ayudar.
—Ah, bueno. ¿Y a qué viene la pistola?
—A nada —Victoria tiró del brazo de Caleb hasta que él la bajó y se sentó a su lado, enfurruñado—. Solo estaba jugando.
—Mhm... —murmuró Caleb, mirando a Ramson casi con la misma desconfianza con la que él lo miraba de vuelta.
—Volvamos a sentarnos —propuso Albert en tono calmado, tomando asiento al otro lado y obligando a Ramson a sentarse junto a él—. Tenemos que hablar de unas cuantas cosas.
Brendan se sentó tranquilamente al otro lado de Ramson, cosa que a él no pareció hacerle mucha gracia. El problema era que, para intimidar a Brendan, tenías que tener seis cabezas y escupir fuego por la nariz.
—Podría haberle disparado en la frente —murmuró Caleb en voz baja.
Victoria, que era la única que lo había escuchado, le puso mala cara.
—No necesitamos más muertos.
—No lo habría matado. Me he inventado lo de las balas de obsidiana. Solo tengo balas normales.
Victoria parpadeó, sorprendida, pero se obligó a centrarse de nuevo cuando Albert carraspeó.
—Me imagino que tendréis unas cuantas preguntas, ¿no?
Margo
El señor y la señora Wharton estaban sentados delante de ella en el salón de su casa. Los demás seguían en el granero. Y Margo no dejaba de juguetear con sus dedos, algo nerviosa. Nunca había tenido que lidiar con tanta tensión.
Les acababa de contar todo lo que podía contarles de sus hijos sin entrar en muchos detalles que no fueran a creerse. Y, cada vez que mencionaba un detalle, le daba la sensación de que ellos dos la miraban con los ojos más abiertos. Especialmente la señora Wharton.
Justo acababa de terminar la explicación cuando el señor Wharton empezó a sacudir la cabeza.
—Esto no es una broma, ¿no? —masculló—. Porque si lo es no tiene ningún tipo de gracia. Llevamos años esperando a...
—No es una broma —insistió Margo—. Yo... vi a uno de ellos hace poco.
—¿A cuál? —la señora Wharton estaba tan emocionada que se le habían llenado los ojos de lágrimas.
—A... Brendan.
—Brendan —repitió el señor Wharton con una mueca de dolor—. ¿Es que ni siquiera podían dejarles sus nombres?
—¿Cómo es Brendan? —la señora Wharton jugaba compulsivamente con el dobladillo de su falda, como si no pudiera contener sus nervios—. Por favor... háblame de él. De lo que sea de él.
—Es...
Vale, ¿cómo definir a Brendan sin que su madre se escandalizara?
—Listo —concluyó—. Un poco... calculador. Y frío. Es de esas personas que saben hacer lo que hay que hacer, aunque no sea siempre lo que ellos quieren.
—Ese es Jasper —la señora Wharton se cubrió la boca con una mano, temblando de la emoción—. Es mi niño, es Jasper. ¿Y el otro? ¿Conoces a su hermano?
—Sí, conozco a Caleb. A... Kristian, perdón. Son muy... distintos pero iguales a la vez. Kristian parece muy frío, pero no lo es tanto. Se deja llevar más por sus sentimientos. Especialmente cuando involucran a Vic.
Eso pareció dejarlos un poco descolocados. Margo enrojeció un poco.
—E-es decir...
—¿Tiene novia? —la señora Wharton ya casi estaba entrando en llanto de la emoción—. Por Dios, ¡mis niños son unos adultos con una vida completa!
—Bueno... eh...
—Todavía no me lo creo del todo —murmuró el señor Wharton, sacudiendo la cabeza con desconfianza.
—No les mentiría en algo así —Margo hizo una pausa, dudando—. Son ellos.
—¿Tanto los conoces como para reconocerlos así? —preguntó él, confuso.
—Bueno, conozco más a uno que a otro —de nuevo, soltó un carraspeo incómodo antes de seguir—. De hecho, tiene que llamarme dentro de poco.
—¿Quién? —preguntó la señora Wharton con voz chillona.
—Brend... Jasper.
—¿Jasper va a llamarte? ¿Mi Jasper? —se llevó una mano al corazón—. ¿P-podré... podré escuchar su voz?
Margo asintió lentamente, a lo que la mujer empezó a lloriquear sin poder evitarlo. El señor Wharton suspiró y le acercó los pañuelos, a lo que ella se sonó estridentemente la nariz.
—Yo no me lo creeré hasta que los vea —sentenció él.
Margo ni siquiera sabía qué decirles. Por una parte, no estaba muy segura de haber hecho lo correcto. Por otro lado... no había podido aguantarse las ganas de decirles la verdad. Eran sus hijos. Merecían saber, al menos, que seguían vivos.
—¿Madgo? —se escuchó la vocecita de Kyran detrás de ellos.
Estaba asomado al salón desde la puerta. Siempre se ponía un poco tímido cuando estaba con gente que no conocía mucho, como los Wharton. Margo le sonrió y le hizo un gesto para que se acercara.
—¿Qué haces aquí? ¿Te has escapado de Dani?
Kyran sonrió como un angelito.
—Oh, qué desastre —la señora Wharton se puso de pie de golpe—. ¡Se me había olvidado que tenemos invitados y no he hecho nada para comer!
—Por Dios, hay cosas más importantes en la vida que comer —el señor Wharton sacudió la cabeza.
Y, mientras discutían por la comida, Margo puso una mueca de confusión al ver que Kyran se separaba de ella e iba lentamente hacia el señor Wharton con el ceño fruncido.
Kyran solía ser extremadamente reservado con la gente que no conocía, así que Margo se quedó pasmada al ver que se acercaba al señor Wharton como si intentara adivinar algo sobre él.
El señor Wharton, por ciento, dio un respingo al verlo tan cerca.
—Ah, hola, eh... niño.
Vale, era el padre de Caleb. Seguro.
—Perdónele —murmuró Margo, poniéndose de pie—. Normalmente no hace estas cosas. Kyran, no molest...
—¡Pa-á!
Había soltado el chillido señalando al señor Wharton y mirando a Margo como si acabara de descubrir algo.
Hubo un momento de silencio absoluto en la sala.
—¿Ha dicho... papá? —el señor Wharton tenía la mayor mueca de la historia.
—¡N-no! —¡mierda, Margo no sabía cómo arreglarlo!—. Ha dicho... eh...
—¿Tenemos un nieto? —casi chilló la señora Wharton.
—¡No! A ver... es una larga historia, pero no es su nieto. Solo... ha pasado mucho tiempo con Cale... con Kristian y Victoria, y... bueno... supongo que ha visto el parecido que tienen.
Kyran asintió rápidamente, como si le alegrara que alguien lo hubiera explicado por él.
Y la señora Wharton, por cierto, ya volvía a llorar y a sonarse los mocos de forma muy estridente.
—¡Se parece a ti! —chilló a su marido, emocionada.
Su marido suspiró por enésima vez.
Victoria
Mestizos.
¿Eso eran?
Mitad sangre mágica, mitad sangre vampiro... por eso tenían habilidades especiales —herencia de la magia— y no necesitaban comer, beber o dormir —herencia de los vampiros—.
Albert se lo había explicado todo de forma muy clara y concisa, y la verdad es que tenía sentido. No entendía muy bien por qué, pero lo tenía. Incluso Bex, que era la más reacia a escucharlos, estaba empezando a dudar.
—Pero los vampiros no existen —masculló Caleb.
Ramson levantó la cabeza y lo miró, algo ofendido.
—¿Y yo qué soy? —enarcó una ceja—. ¿Un gnomo?
—Un viejo cascarrabias —sugirió Brendan tranquilamente.
Era el único que no parecía muy intimidado por las miradas de odio profundo de Ramson, porque todos los demás —bueno, Caleb no tanto— se encogían un poco cuando iban hacia ellos.
—El secreto de nuestra existencia está muy bien guardado —explicó Albert—. De hecho, dejamos que la gente hable de nosotros, pero en cuanto hay algún tipo de documento que se acerque a la realidad, nos apresuramos a destruirlo.
—Entonces... —Axel entrecerró los ojos—. ¿El ajo no os afecta?
—Oh, no —Ramson cerró los ojos—. No pienso tener esta conversación otra vez.
—Solo ha hecho una pregunta —lo riñó Albert.
—Deberíamos haber traído a Foster, seguro que no le habría importado responder a sus tonterías.
—No son tonterías —se ofendió Axel—. Son preguntas importantes.
—La pregunta importante es qué haremos con el vídeo de la chica —espetó Ramson, señalando a Victoria—. Ya hemos hablado bastante de lo que sois y lo que no sois. Ahora, toca buscar soluciones.
—No podemos borrar la memoria a cada persona que lo haya visto —observó Albert—. Es imposible. Demasiada gente.
—Y tampoco serviría de nada borrar el vídeo original —señaló Bex, levantando su móvil—. Ya lo habrán guardado y vuelto a publicar cientos de personas.
—Es lo malo de internet —se encogió de hombros Axel.
—Cómo odio esta basura moderna —masculló Ramson—. Si esto hubiera pasado hace ochenta años, sería tan fácil como borrarle la memoria a quien fuera que la hubiera visto. Y, como no había aparatitos, ya habría estado listo.
—Bueno, pero estamos en el siglo veintiuno, abuelo —Brendan enarcó una ceja—, así que deja de quejarte y busca soluciones tú también.
Albert parecía pasárselo en grande cuando Brendan le hablaba de esa forma y Ramson apretaba los dientes.
—No me gusta este crío —masculló Ramson a Albert.
—Es curioso que no te guste. A mí me recuerda a cierta señorita que siempre te habla mal.
Ramson frunció el ceño y volvió a girarse, irritado.
—Bueno —intervino Victoria, que no había dicho gran cosa hasta ese momento—, entonces... ¿alguien tiene alguna idea?
—Hacer ver que quien ha publicado el vídeo se lo ha inventado todo —murmuró Brendan, encogiéndose de hombros—. Es lo único posible.
—Bien —Ramson los miró—. ¿Y eso cómo se hace?
—Por Internet —Bex volvió a levantar el móvil, como si fuera obvio.
—Pues... hacedlo vosotros. Yo no tengo Intreneto de ese.
Bex y Axel empezaron a parlotear a la vez de empezar a crear cuentas falsas para comentarle el vídeo a la persona que lo había subido, acusándolo de haberlo editado y otras cosas. Mientras tanto, Albert se comía una de las galletitas de una cestita que había traído en son de paz. Ofreció otra a Victoria, que la aceptó sin mucha convicción.
No pudo evitar seguir con la mirada a Caleb cuando, aprovechando que todo el mundo ya estaba solucionándolo todo, se puso de pie y salió del gimnasio. Victoria echó una ojeada a los demás antes de ponerse también de pie y seguirlo.
Lo encontró saliendo del edificio por la puerta trasera. De hecho, ya se había alejado del porche varios metros cuando Victoria salió y lo vio.
—¿Dónde vas? —le preguntó, confusa.
Caleb ni siquiera le respondió.
Oh, seguía enfadado.
Lo inteligente y maduro quizá habría sido dejarlo estar hasta que ambos estuvieran listos para hablarlo, pero en ese momento Victoria estaba harta de esperar. Solo estaba cansada de que un vampiro chiquitito le dijera que era una mestiza, medio mundo la viera usando sus habilidades y su nov... su... que... Caleb estuviera enfadado con ella.
Así que, de forma muy madura, echó el brazo hacia atrás y la lanzó la galleta a la cabeza.
Caleb no la esquivó a tiempo. De hecho, Victoria se la lanzó con tanta fuerza que la reventó contra su nuca. Menos mal que era un x-men y se limitó a girarse hacia ella, pasmado.
—¿Acabas de...?
—¡Sí, te he atacado con una galleta! ¿Qué harás al respecto? ¿Eh?
Caleb se frotó la nuca, todavía pasmado, mirándola.
—¿A ti qué te pasa? —de pronto, pasó de estar pasmado a irritado—. ¿Te has vuelto loca de repente?
—¿Loca? ¡No! ¡HARTA! ¡Llevo un día entero esperando a que me dejaras explicarme y ya estoy harta de esperar, así que ven aquí, cierra la boca y escúchame si no quieres que te lance otra maldita galleta y esta vez en una parte mucho más dolorosa! ¿Me has entendido?
Lo había gritado cruzando el patio trasero para acercarse a él, pero no había llegado a su altura cuando Caleb empezó a sacudir la cabeza, irritado.
—No quiero oírlo.
—¡Pues me da igual! ¡Yo no quería salir en ese maldito vídeo, pero la vida a veces es injusta!
—¡No me...!
—¡SHT!
Eso sí que se lo había gritado en la cara. Caleb parpadeó, sorprendido, cuando Victoria lo señaló con un dedo a apenas unos centímetros de la nariz.
—¡No digas una palabra más! —le ordenó ella—. Ahora, me toca a mí.
Pareció que él iba a decir algo, pero al final se lo pensó mejor y se limitó a mirarla con mala cara.
—Sé que te crees que me monté una maldita película porno con tu hermano, pero te equivocas —empezó ella, toda ternura.
—No cr...
—¡Sht!
—No me...
—¡SHT!
De nuevo, él se calló pero lo hizo con mala cara.
—Lo que pasó fue que yo tenía recuerdos de... de una relación —empezó Victoria, esta vez más calmada, retirando la mano de su cara—. Era muy confusos, ¿vale? Cuando desperté, ni siquiera recordaba nada de la ciudad. Fui recuperándolos poco a poco. Desde mi infancia hasta el día que Andrew me contrató... y luego aparecieron los recuerdos confusos de una relación que había tenido con un tipo alto, de pelo y ojos oscuros que siempre tenía cara de amargura.
Caleb frunció un poco el ceño, ofendido por esa descripción, pero Victoria siguió hablando antes de que la interrumpiera.
—¿A que no adivinas quién encajaba perfectamente en esa descripción? —ella enarcó una ceja—. ¡Exacto! ¡Brendan, que me había salvado la vida! Pensé que lo había hecho porque me quería. Que era el de mis recuerdos. Y él siempre me detenía por todo eso de no poder decirme gran cosa, que tenía que recordarlo todo por mí misma o podía perderlo todo... bueno, eso ya lo sabes.
—Al grano, Victoria.
—Una noche, ya no pude más y... bueno... por el lazo, yo notaba que él sentía algo por una tal Ania... y pensé que estaba muerta... así que empecé a decirle que yo podía ser... podía... ya sabes... sustituirla.
Decirlo en voz alta y delante de Caleb era horrible. Era como confesar a alguien a quien quieres mucho que lo has sustituido por alguien más, aunque no fuera verdad. Pero la expresión de Caleb parecía de eso.
Y es que él estaba haciendo un verdadero esfuerzo para que no se le notara que eso le había sentado como una puñalada, su cara seguía siendo seria e inexpresiva, pero... Victoria lo conocía. Lo había observado mucho durante esos días y, además, tenía los pocos recuerdos que todavía conservaba de su relación. Sabía que no le daba igual en absoluto.
—Sigue —masculló él.
—Me lancé y... lo besé. Pero Brendan se apartó enseguida.
Caleb se quedó en silencio un momento, mirándola fijamente. Victoria nunca se había sentido tan transparente o pequeñita como se sintió en ese momento, bajo ese escrutinio tan escrupuloso. Era como si Caleb estuviera observando cada centímetro de su expresión.
—¿Y ya está? —preguntó en voz muy baja.
—No —admitió ella, tragando saliva—. Se... apartó y yo... volví a...
—¿Lo besaste... dos veces?
—Él volvió a apartarse —se apresuró a añadir—. Y se marchó por unos días. Pero nunca volvimos a hacer algo así, en seri...
—¿Lo besaste más veces?
—¡Te estoy diciendo que no!
—¿Y por qué debería creérmelo? —él dio un paso atrás, mirándola con rencor—. Hace poco, no os habíais besado nunca. Hace un día, os habíais besado una vez. Y ahora me has dicho que fueron dos. ¿Cuándo me dirás la cifra real?
—¡Te la estoy diciendo ahora! ¡Intenté decírtelo ayer, pero no me escuchabas!
—¿Y por qué no te creo, Victoria?
Ella se quedó sin saber qué decirle. Había creído que, al escuchar la verdad, las cosas perderían un poco de tensión. Pero ahora se sentía mucho más tensa que antes.
—Yo... —empezó, pero no supo qué más decir.
Caleb la miró con una mezcla de decepción y enfado que le partieron el corazón antes de darse la vuelta y empezar a marcharse otra vez.
Sin embargo, no pudo moverse mucho. Victoria lo alcanzó enseguida y lo agarró del brazo para darle la vuelta, irritada.
—¿Es que no me has escuchado? —le espetó.
—Perfectamente.
—¿Y sigues enfadado?
—¿A ti qué te parece?
—¡Me parece que es más que evidente que solo lo besé porque pensé que eras tú!
—¡Y lo besaste dos veces!
—¡PENSANDO QUE ERAS TÚ, TESTARUDO ASQUEROSO!
—¡NO ME GRITES, YO SOY EL ENFADADO!
—¡PUES YO TAMBIÉN ESTOY ENFADADA PORQUE ERES UN TESTARUDO ASQUEROSO!
—¡Y TÚ UNA MENTIROSA PESADA!
Victoria, por puro impulso y por el enfado, hizo algo sin pensar.
Uno de los ejercicios que Brendan le había enseñado para lanzar al suelo a otra persona.
Sin embargo, con Caleb no tuvo el efecto deseado. Victoria se acercó e intentó desequilibrarlo enganchando su pierna con la suya, pero en cuanto la tuvo enganchada, él se movió para que fuera Victoria la que cayera al suelo de culo.
Ella abrió la boca, muy indignada, y lo miró. Caleb seguía de pie y la miraba, también muy cabreado.
—¿Te crees que porque Brendan te haya enseñado unos cuantos ataques vas a poder conmigo?
—¿Es que no me viste con esos tres, idiota?
—¿Es que te crees que tres inútiles suponen la misma amenaza que yo?
¿Eso era un reto?
¡¿La estaba retando?!
Victoria apretó los labios y le ofreció una mano para que la ayudara a ponerse de pie. Caleb, tras dudar unos segundos, le alcanzó la mano y tiró de ella para ayudarla.
Está claro que, en cuanto pudo, Victoria tiró de su mano bruscamente y lo mandó al suelo con ella, ¿no?
Caleb
Cuando Victoria se cabreaba, honestamente, parecía un gato mojado.
Básicamente fruncía los labios y el ceño y empezaba a patalear y golpear todo lo que encontraba por delante de ella.
Y, en este caso, ese algo era Caleb.
Él cayó al suelo de lado, sorprendido, y cuando intentó darse la vuelta sintió que Victoria le inmovilizaba el brazo con los suyos, intentando tumbarlo boca abajo. Caleb dio un tirón brusco, liberándose, pero cuando intentó ponerse de pie, ella lo enganchó con las piernas y lo devolvió al suelo de golpe.
—¡Puedo pelear mejor que tú! —le chilló Victoria, furiosa.
Eso lo dudaba mucho.
—¿Sin tu spray de pimienta? —la provocó, enarcando una ceja.
Victoria enrojeció de rabia y le lanzó un puñetazo que esquivó de milagro.
En realidad, ya no sabía si estaba cabreado o divertido. Nunca habría creído posible sentir esas dos cosas en medio de una pelea, pero ahí estaba.
Esquivó otro golpe y rodó sobre la hierba para esquivar a Victoria. Los dos se pusieron de pie a la vez y ella se colocó en una sorprendentemente buena posición defensiva.
Vaaaale... igual sí que peleaba un poco bien.
—¿En serio quieres pelearte conmigo? —él le puso mala cara.
Victoria se limitó a apretar los puños a modo de respuesta.
—Muy bien —Caleb enarcó una ceja y empezó a quitarse la chaqueta y el cinturón con el arma, lanzándolo todo al suelo—. Tú lo has querido.
Eso distrajo a Victoria por un momento, que se quedó mirando su camiseta de manga corta. Al darse cuenta, enrojeció y volvió a colocarse. Caleb también se colocó en posición defensiva.
—Si te hago daño —le advirtió—, no te pongas a llorar.
—Lo mismo te digo, idiota.
Durante un momento, se miraron el uno al otro, como esperando a que alguno hiciera algo, y al final fue Victoria quien se adelantó. Caleb observó sus movimientos con atención. En cuanto adelantó el pie derecho, esquivó el golpe echando la cabeza hacia atrás y apartándose a un lado para esquivar la patada que le dio con la otra pierna.
Victoria giró sobre sí misma a una velocidad vertiginosa y consiguió asestarle una patada en la parte baja de la espalda que casi hizo que Caleb perdiera el equilibrio. En cuanto ella intentó aprovecharlo lanzándole otra patada —esta vez en el estómago— Caleb le sujetó el muslo con una mano y la pierna con otra, deteniéndola.
Ella enrojeció un poco cuando intentó librarse y mantener el equilibrio a la vez, dando saltitos sobre un pie.
—¡Suéltame! —espetó—. ¡Eso es jugar sucio!
—Pues te jodes.
Victoria lo miró un momento, furiosa, antes de impulsarse con el pie que seguía en el suelo y lanzarse hacia él de un salto. El impacto fue tan fuerte que los dos se cayeron al suelo de golpe, rondando varios metros.
Caleb levantó la cabeza, sorprendido, y se encontró la camiseta llena de briznas de hierba. Victoria estaba a medio metro de él, empezando a incorporarse. Todavía parecía furiosa, así que la alcanzó del tobillo antes de que pudiera adelantarse y atacarlo primero.
Ella pataleó cuando Caleb tiró bruscamente de su tobillo para acercársela y, justo cuando pensó que ya la tenía, Victoria le lanzó un codazo que esquivó de milagro, apartándose de nuevo.
Sin embargo, esta vez sí que pudo engancharla del brazo. Tiró de ella hasta pegarla a su cuerpo y rodó hasta tenerla debajo, con el estómago sobre la hierba. Caleb se incorporó para sentarse sobre su espalda y sujetarle ambas muñecas sobre ésta con una sola mano.
Victoria abrió mucho los ojos e intentó moverse, sorprendida, pero fue inútil.
—Justo como la última vez —Caleb se asomó para mirarla, apoyando la mano libre junto a su cabeza—. ¿Lo recuerdas, en la casa abandonada?
—¡Vete a la mierda!
—Prefiero quedarme aquí, sentado encima de ti.
Victoria volvió a intentar moverse, furiosa, pero no sirvió de nada.
Quizá Caleb lo disfrutó más de lo necesario. Incluso esbozó una sonrisita triunfal.
—¿Quién pelea mejor? —le preguntó.
Victoria intentó moverse, incómoda, negándose a responder.
—Dímelo y a lo mejor te suelto, Victoria.
—¡No voy a decir nada!
—¿Estás segura? ¿No quieres que me aparte?
Ella soltó un suspiro, frustrada, y justo cuando pareció que iba a decir algo, Caleb cambió un poco de peso para sujetarle las muñecas y ella soltó un grito ahogado.
—¡Mierda! —chilló tan de repente y tan dolorosamente que el corazón de Caleb se detuvo de golpe—. ¡D-duele...!
Caleb abrió mucho los ojos, aterrado, y miró sus muñecas. Victoria tenía los ojos llenos de lágrimas e intentaba librarse desesperadamente. Caleb se quedó sin respiración.
—¡Caleb! —chilló ella desesperadamente.
Totalmente aterrado, se apresuró a soltarla. Victoria se llevó las manos a la cara, casi temblando y se las miró.
—¿Estás bien? —él se apartó y se sentó a su lado, aterrado—. ¿Qué te...?
No había terminado de decirlo cuando ella esbozó una sonrisita malvada y se lanzó sobre él de nuevo.
La sorpresa mezclada con la alerta hicieron que Caleb no reaccionara a tiempo. Cuando quiso darse cuenta intentó moverse, pero fue inútil. Tenía a Victoria sentada encima del estómago, pisándole las muñecas para que no pudiera moverse y mirándolo con una sonrisita triunfal.
—Vaya, vaya —dijo alegremente—. ¿Quién pelea mejor ahora?
—¡Eso es jugar sucio!
—Pues te jodes.
Caleb intentó apartarse, pero las botas de Victoria tenían sus brazos clavados en la hierba. Y ella seguía sentada sobre él, de brazos cruzados, tan tranquila.
¿Por qué no estaba enfadado? ¿Se suponía que tenía que estarlo? Probablemente sí, pero... ver a Victoria sentada sobre él era algo que, honestamente, no sabía que necesitara ver con tantas ganas... hasta ahora, que lo había visto.
—¿Quién pelea mejor? —insistió ella.
—Yo.
—¡Tú estás tirado en la hierba conmigo encima!
—¿Y qué te hace pensar que ese no era mi objetivo desde el principio?
Victoria lo miró durante unos instantes, como procesándolo, antes de ponerle una cara un poco extraña. Como si no supiera si estar avergonzada o enfadada. O ambas.
—¿Estás intentando distraerme? —lo acusó.
—Jamás me atrevería.
—¿Te crees que no te conozco, x-men? —Victoria le soltó las muñecas para clavar las rodillas en el suelo y poder inclinarse sobre él. Caleb no se movió cuando lo señaló con un dedo acusador—. Solo estás desviando el tema para no admitir que peleo mejor que tú.
—No peleas mejor que yo. Empecemos por ahí.
—¡Te he ganado!
—No me has ganado.
—¡Estoy encima, he ganado!
—Pero yo gané la primera vez. Estamos igualados.
Eso la dejó pensando unos segundos mientras lo miraba con cierta desconfianza.
De pronto, aunque fuera de noche y lo único que iluminara a Victoria fuera la luz que provenía del edificio, dejándole media cara sumida en la oscuridad, Caleb se dio cuenta de lo mucho que había echado de menos poder verla. Especialmente así de cerca. Era como si, ahora que le había faltado durante tanto tiempo, supiera apreciarlo mejor. Los ojos grises, la cara algo redonda, los labios pequeños pero con forma de medio corazón, el pelo castaño un poco más largo pero también liso hasta llegar a las puntas, donde se ondulaba un poc...
—¿...me estás escuchando?
Él parpadeó, volviendo a la realidad, y se dio cuenta de que igual no había sido una buena idea dejar de escucharla cuando estaba cabreada. Ahora lo parecía todavía más.
Victoria
¡Ahora estaba todavía más cabreada!
—¿Me estás escuchando o no? —insistió.
Le había soltado un mini-discursito sobre lo que sentía no haberle dicho lo de Brendan hasta ahora... ¡y él se había quedado mirándola fijamente!
—No —admitió él.
Victoria parpadeó, indignada.
—¿Y lo admites?
—¿Quieres que te mienta?
—¡No!
—Entonces, no te estaba escuchando.
—¿Y qué demonios hacías?
—Pensar.
—¡¿En qué?!
—En que te he echado de menos.
Eso la dejó descolocada por un momento. No se lo esperaba. Se quedó mirando a Caleb unos segundos, pasmada, y no pudo evitar echarse un poco atrás cuando él se incorporó sobre los codos sin dejar de mirarla.
—Bueno, pues... deberías escucharme —Victoria estaba nerviosa, y eso quería decir que se ponía a la defensiva sin motivo aparente—. Te estaba diciendo algo importante.
Caleb no respondió. De hecho, se quedó mirándola con la misma expresión exacta con la que la había mirado antes. Victoria carraspeó, cada vez más nerviosa.
—¿Me estás ignorando otra vez?
—¿Qué sentiste cuando te besé en el búnker?
De nuevo, eso no se lo esperaba.
Victoria enrojeció un poco, cada vez más nerviosa, y tardó unos segundos en responder. Que él la estuviera atravesando con esos ojos oscuros e intimidantes no ayudaba mucho.
—No lo sé —mintió.
—Sí que lo sabes —Caleb se incorporó un poco más sobre los codos para acercar su cara a la suya—. Y yo también. No necesito un lazo para saberlo.
—Muy bien, x-men, ¿y cómo te sentiste cuando me besaste?
—Como si volviera a casa.
Victoria se quedó mirándolo un momento, con el corazón acelerándose a cada segundo que pasaban en silencio, mirándose fijamente el uno al otro.
Y de pronto lo sintió. Lo que sentía que había sentido tantas veces en sus recuerdos al mirarlo de esa forma. Ganas de besarlo, de pegarse a él y a no separarse nunca, pero no por simple deseo sexual. Por algo mucho más fuerte. Algo que hacía que su corazón se encogiera al verlo.
Así que, sin pensarlo, le sujetó la cara con ambas manos y lo besó en la boca.
Caleb correspondió al beso al instante, como si lo hubiera estado esperando, y le sujetó la nuca con una mano. Victoria cerró los ojos y apretó los labios con fuerza contra los suyos, sin abrir la boca. Solo eso ya hizo que un remolino de emociones le mandara una señal a su sistema nervioso, que empezó a hacer que su cuerpo entero se activara.
En algún momento uno de los dos abrió la boca. No quedó muy claro cuál fue. Pero de pronto Victoria le sujetaba la cara con fuerza, pegando su pecho al suyo e intentando que la distancia entre ellos fuera inexistente. Su respiración y su corazón estaban acelerados. Y el beso se volvía más y más intenso, más cargado de sentimientos reprimidos por demasiado tiempo.
Soltó una bocanada de aire contra su boca cuando Caleb bajó la mano desde la nuca por su espalda, siguiendo su columna vertebral, hasta llegar al final de su camiseta. Por un momento, creyó que iba a quitársela y una presión agradable y ya conocida se instaló en la parte baja de su estómago, pero él se limitó a sujetarle el trasero con una mano para sujetarla y darle la vuelta, de modo que fue ella la que quedó con la espalda en el suelo y él encima.
Victoria echó la cabeza hacia atrás cuando él dejó de besarla en la boca para besarla en la barbilla, y luego en el cuello. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando le pasó una mano por encima de los pechos y luego volvió a subirla para apoyarla junto a su cabeza, como si quisiera contenerse.
Caleb se separó un momento de ella y cerró los ojos con fuerza, como si intentara volver a centrarse. Su respiración también estaba acelerada. Lo de intentar volver a centrarse no sirvió de mucho, porque cuando volvió a abrir los ojos estaban tan cargados de intensidad como antes.
—Vamos a mi habitación —le dijo en voz baja, acelerada.
Victoria contuvo la respiración, emocionada.
Y, justo cuando iba a decirle que sí, él soltó las palabritas mágicas:
—Y me compensas por lo de Brendan.
Hubo un momento de silencio en el que Caleb esbozó media sonrisa divertida, pero se le borró lentamente al ver la expresión cada vez más sombría de Victoria.
—¿Qué acabas de decir?
—¿E-eh...?
—¿Quién te crees que soy? —espetó, enfadada, apartándolo—. ¿Te crees que me voy a acostar contigo como si te lo debiera o algo así?
—No —frunció el ceño, como si estuviera pensando en algo rápido para salir de esa—. Era... era una broma.
—¡Pues menuda mierda de broma!
—¿Te lo tienes que tomar todo de esa forma?
—¿Y me lo dices tú, que llevas un día entero sin hablarme?
—¡Porque estaba enfadado!
—¡PUES AHORA ESTAMOS ENFADADOS LOS DOS, ENHORABUENA!
Victoria se apartó de él, frustrada, y volvió a entrar en la casa.
Margo
Daniela y Kyran se habían quedado dormidos hechos una bolita cuando Margo salió de la habitación sin hacer un solo ruido.
Curiosamente, aunque tuviera sueño no podía dormirse. Tenía demasiadas cosas en la cabeza. Y, además, seguía esperando la llamada de Brendan. Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que había hablado con él.
Se detuvo de golpe, asustada, cuando vio a un tipo sentado en el sofá comiendo tranquilamente. Pero solo era Lambert, que cambiaba de canal.
—¿Puedes avisarme antes de... transformarte, o lo que sea? —masculló Margo, llevándose una mano al corazón y sentándose a su lado.
—¿Y cómo te aviso? ¿Maullando?
Margo suspiró y se quedó mirando la televisión de brazos cruzados. Lambert estaba viendo una serie de esas de crímenes que ponían todos los días. Aunque no parecía estar prestándole mucha atención.
—¿Qué te parecen los padres de Brendan y Caleb? —preguntó Margo finalmente.
Lambert lo consideró un momento.
—Bueno, está claro que son sus padres. Sexy Caleb heredó la amargura facial de su padre.
—No me refiero a eso, me refiero a si crees que hice bien contándoles que están vivos.
—Ah, eso —Lambert la miró, no muy afectado—. Sí, yo también lo habría hecho. Todo sea por el drama.
—Qué gran consuelo.
—¿En serio te esperabas recibir un consejo decente de mi parte?
—Es que estoy cansada, cualquiera me parece bueno para darme consejos.
Se quedaron los dos en silencio durante unos minutos, mirando la pantalla. Lambert era bastante ruidoso comiendo y, además, lo hacía como si no se hubiera alimentado en cuarenta años. Margo lo miró de reojo, pero de pronto se encontró con una pregunta que le causaba más curiosidad que la comida.
—¿Puedo preguntarte algo, zanahorio?
—Acabas de hacerlo, zanahoria.
—¿Te la hago o no?
—Si me vas a preguntar si tengo novia, la respuesta es no —le guiñó un ojo, divertido—. Pero no te hagas ilusiones, no eres mi tipo.
—No es eso —Margo carraspeó, algo incómoda por la pregunta—. ¿Por qué... puedes convertirte en gato?
Por primera vez, pareció que Lambert perdía un poco la sonrisa. Se quedó mirándola un momento antes de cerrar la bolsa de comida, como si ya no tuviera hambre, y mirar la televisión con los labios apretados.
—No me gusta hablar de eso.
—Vale, yo... perdona.
Pero no pasaron dos minutos y Lambert ya se había dado la vuelta hacia ella otra vez.
—No siempre he podido hacerlo —le explicó.
—¿En serio?
—Sí. Antes, solo era un mestizo. Como Victoria y los demás.
Margo parpadeó, pasmada.
—¿Y cuál era tu habilidad?
—Podía hacer que la gente se olvidara de mí.
—No parece una habilidad muy... —intentó buscar una palabra más suave que útil— ...peligrosa.
—Bueno, era útil cuando Albert, mi jefe, me usaba de informante. Me mandaba a las misiones donde había humanos implicados. Así, si me veían, podía hacer que me olvidaran y ya está.
—¿Todavía puedes hacerlo?
—Sí. Pero prefiero que la gente recuerde mi sensualidad, claro.
—Vale, pero hay algo que no encaja en todo eso. ¿A qué viene lo de ser un gato?
Lambert carraspeó y lo pensó un momento, como si buscara las palabras adecuadas.
—Yo... soy de una ciudad que se llama Braemar —le explicó—. Ahí... digamos que vive mucha gente. Gente no-humana, más específicamente. Hay algunos hechiceros y... bueno... yo conviví con ellos en una época en la que no eran demasiaaaaado simpáticos.
—¿En una época? —repitió ella, confusa—. ¿A qué te refieres? ¿Cuántos años tienes?
—Trescientos veintidós, ¿por qué?
Margo se quedó medio cortocircuitada al escucharlo.
—¿T-tresci... trescientos...?
—Lo sé, soy un viejo. Pero me conservo así de bien por la maldición que me echaron.
—¿La... del gato?
—Ajá.
—¿Por qué te echaron esa maldición?
Lambert puso una mueca, como si no le gustara recordarlo.
—Bueno, el alcalde de esa época era un hechicero —murmuró—. Y me acusó de comportamiento inadecuado. Por aquel entonces, la pena era ejecución pública, pero hicieron una excepción conmigo por ser un mestizo y me maldijeron. Si Albert no me hubiera acogido y convertido en su informante, no sé dónde estaría ahora mismo.
Margo tardó unos segundos en procesarlo todo. Era mucha información. Y muy inesperada.
Al final, solo pudo sacar una pregunta en claro:
—¿Comportamiento inadecuado?
Lambert asintió con la cabeza. Su expresión se había vuelto sombría.
—¿Qué hiciste?
—¿Tú qué crees?
—No sé... ¿un delito?
—Bueno, lo consideraban un delito, pero sigo pensando que nunca lo fue.
—¿Y qué fue?
—Enamorarme de otro chico.
Margo sintió que su corazón se encogía un poco cuando Lambert bajó la mirada, dolido. No esperaba esa respuesta, esperaba un delito estúpido o algo parecido.
—¿Te... maldijeron por eso?
—Antes, la homosexualidad era delito. Las cosas han cambiado bastante.
—¿Y quién era el otro chico? ¿Era un mestizo?
—No, era humano —Lambert esbozó una sonrisa triste—. Murió de vejez... sesenta y siete años más tarde.
—Mierda, Lambert, lo siento mucho, yo...
—Está bien —él se encogió de hombros—. Nunca puedo hablar de estas cosas con nadie.
—Bueno, ahora puedes hablarlo conmigo —le sonrió Margo al instante, alcanzándole una mano.
—Lo sé, es...
Pero no terminó de decirlo.
Margo frunció un poco el ceño cuando notó que la mano de Lambert se resbalaba entre sus dedos. De hecho, él se quedó mirándola un momento, confuso, antes de que sus ojos empezaran a cerrarse solos y su cuerpo cayera de lado sobre el sofá.
¿Qué demonios...?
Margo se inclinó hacia él, alarmada, y se quedó todavía más confusa cuando vio que su pecho subía y bajaba. Seguía respirando. Entonces... ¿estaba dormido?
—¡Lambert! —lo sacudió un poco, ¿se había desmayado?—. ¡Despierta! ¿Estás bien?
Pero seguía profundamente dormido. Por mucho que lo sacudió, no sirvió de nada. Al final, Margo se puso de pie, alarmada, y fue corriendo a la habitación a intentar despertar a Daniela.
Pero tanto ella como Kyran estaban igual, profundamente dormidos.
¿Qué diablos estaba pasando? ¿Por qué todo el mundo estaba dormido y ella no? ¿Por qué no se despertaban?
Cada vez más desesperada, salió corriendo del granero sin molestarse en ponerse zapatos y bajó las escaleras a toda velocidad. La luz de la casa de los Wharton seguía encendida, así que todavía no se habían ido a dormir. Menos mal.
Margo estuvo a punto de llamar a la puerta, pero frunció el ceño al ver que ya estaba entreabierta. Y se escuchaba el ruido de la televisión. ¿Se habían dejado abierto?
No, espera.
No, no, no.
Esa solía ser la decisión que te mataba en una película de terror; entrar en una misteriosa casa con la puerta abierta.
Dio un paso atrás, ahora no tan segura, y su corazón se detuvo cuando su espalda chocó contra el pecho de alguien.
Se dio la vuelta, aterrada y dispuesta a golpear a partes iguales, pero no tuvo tiempo para reaccionar. Era un chico que le sacaba una cabeza y que la empujó sin ningún tipo de cuidado, haciendo que Margo se arrastrara varios metros hacia atrás, abriendo la puerta con el impacto de su cuerpo. Rodó por el suelo hasta que quedó boca abajo, con el corazón acelerado, y levantó la mirada.
Lo primero que vio fue a los Wharton. Estaban en el sofá, con los ojos cerrados. Estaban dormidos. Y una chica que no había visto en su vida, con el pelo negro y corto, tenía la mano extendida hacia ellos. Sus ojos estaban negros mientras murmuraba algo y hacia que su sueño fuera cada vez más profundo.
Margo, sin entender nada, supo que tenía que salir corriendo. Se puso de pie de un salto, pero cuando fue hacia la puerta tuvo que detenerse al ver que el tipo de antes seguía ahí y la miraba con aspecto amenazador, como si la retara a intentar pasar.
Quizá lo habría llegado a intentar si no fuera porque alguien la agarró desde atrás y le pateó las piernas, lanzándola de rodillas al suelo. Margo ahogó un grito de dolor cuando la chica que tenía detrás le sujetó el brazo en un ángulo muy extraño para inmovilizarla, como si de un solo movimiento pudiera rompérselo.
—Quieta —le advirtió en voz baja—. O será doloroso.
Margo no se atrevió a responder, y menos cuando vio que había una cuarta persona con ellos. Lo peor fue que ni siquiera le sorprendió ver a Sawyer comprobando que los Wharton estaban dormidos mientras se remangaba tranquilamente la camisa hasta los codos.
Al darse cuenta de que Margo lo estaba mirando, se giró hacia ella como si acabara de darse cuenta de su presencia y le dedicó una sonrisa de lado.
—¿Qué tal, pelirroja? Un placer volver a verte.
Margo no pudo responder. Se estaba conteniendo para no gritar de dolor. La chica cada vez le apretaba más el brazo.
Sawyer la miró de reojo al pasar por delante de ella, pero finalmente se limitó a girarse hacia el tipo de la puerta y hacerle un gesto con la cabeza.
—Ve al granero y tráeme al niño.
Caleb
Echó una miradita a Victoria, que estaba sentada en el extremo opuesto de la mesa con los brazos cruzados y cara de enfado. Cuando lo miró de vuelta, él también se cruzó de brazos y puso cara de enfado.
A todo esto, Albert los miraba a ambos con una ceja enarcada.
—Ya empiezo a entender los informes de Lambert —murmuró, sacudiendo la cabeza.
—¿Quién demonios es Lambert? —preguntó Bex, confusa.
—Estábamos hablando de vuestro jefe —les recordó Ramson—. Ya tendréis tiempo de seguir con vuestra telenovela pasional cuando nos vayamos.
—Oh, sí, hablemos de Sawyer —murmuró Brendan, suspirando—. Mi tema de conversación favorito.
—Si queremos hacer algo respecto a él, necesitamos conocerlo —murmuró Albert, pensativo.
—Es un gilipollas —aclaró Bex.
—Y un mandón —aclaró Axel.
—Vamos a necesitar algo más específico que eso.
—Es medio ruso —murmuró Caleb, intentando centrarse de nuevo—. Pelo castaño muy claro, casi rubio, alto, ojos claros, complexión fuerte, unos treinta años...
—Sí, el cabrón está muy bueno —Bex puso una mueca de asco.
—¿Qué es? —Albert pareció confuso—. ¿Uno de esos que van con una persona distinta cada día?
—No recuerdo que ligara mucho —murmuró Axel.
—No perdía el tiempo en eso —corrigió Caleb—, pero sí que lo he visto ligar dos veces, hace unos años. Le van las mujeres. Las pelirrojas, más concretamente.
Brendan dejó de juguetear con su collar de golpe y levantó la mirada, frunciendo el ceño.
—¿Pelirrojas?
—Así eran las dos con las que estuvo —Caleb se encogió de hombros.
—Mhm... —murmuró Brendan, no muy contento.
—¿Y no tiene habilidades? —preguntó Ramson.
—No que sepamos —le dijo Brendan, ahora más tenso—. Aunque, según una amiga, desapareció de una habitación.
—¿Desapareció?
—Sí. Básicamente, se esfumó.
—¿Sin ser mestizo?
—Exacto.
Ramson y Albert intercambiaron una mirada. Apenas duró un segundo, pero a Caleb le dio la sensación de que ya habían intercambiado más información que en toda esa conversación.
—Es posible que sea cierto —dijo Albert, al final—. Si sabe de la existencia de mestizos, quizá ha empezado a experimentar con magia. No sería el primer humano que lo hace. Y, si sigue el camino de los demás, no terminará muy bien. Los humanos no saben controlar la magia.
—¿Hay alguna forma de pararlo? —preguntó Victoria, que no había dicho nada hasta ese momento.
Albert lo consideró un momento, pensativo.
—Se me ocurre que quizá esté rastreando la magia para seguiros, por eso os perdió la pista cuando os separasteis de Lambert. Cuando él se transforma, crea un halo de magia que permanece y que los hechiceros pueden notar. Si a ese tal Sawyer lo acompaña un hechicero... bueno, podrá encontrar a Lambert cada vez que se transforme.
—¿Quién demonios es Lambert? —insistió Bex, que todavía no había recibido respuesta.
—Pero para encontrar a Lambert él también tendrá que usar magia —observó Ramson, mirando a Albert—. Por lo tanto, él también dejará un rastro.
—Que nosotros podríamos seguir —asintió Albert.
—Solo necesitamos un hechicero.
—O... una maga muy amiga nuestra.
Ramson asintió, decidido, y se puso de pie. Todos lo vieron salir del gimnasio, confusos, antes de girarse hacia Albert.
—¿Ahora qué? —preguntó Axel.
—Ahora, os ayudaremos a atrapar a vuestro jefe.
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