Capítulo 37. Los dioses son crueles, Meredith.
Capítulo 37. Los dioses son crueles, Meredith.
Abrió los ojos con lentitud, celosa a lo que podría encontrarse en frente; además estaba fuertemente abrazada al torso de Di Angelo. Su corazón latía con fuerza mientras paseaba la mirada por cada centímetro de la habitación; el de Nico también lo hacía, pero por incomodidad ante la posición en la que se encontraba.
— ¿Estás bien? —inquiere deseoso de ser libre, ella asiente aún pegada como garrapata—. Entonces...
—Todavía no siento como que puedo soltarme —responde ella, con un brillo travieso en los ojos mientras ponía su mejilla contra el pecho de él.
— ¡Greengrass! —Nico exclama fastidiado y la empuja. Echa una mirada a su alrededor haciendo un mohín—. Ese idiota nos engañó, seguimos en el mismo maldito lugar.
Meredith se acerca a la ventana con una ligera sonrisa ladeada, ella sí era capaz de notar todas las pequeñas diferencias. Después de todo se crió en ese lugar.
—Está bien. Ven.
Sale de la pequeña casa y se dirige a otra que se encontraba a unos metros. Era blanca, con una pequeña terraza y una peculiar decoración hecha con caparazones y dibujos de peces. Alegró su corazón ver aquel lugar de vuelta en sus mejores días.
Actualmente gracias al ambiente salado la casa se ha deteriorado, aún más con el hecho de que ya casi no la visitan.
— ¿Saben? Tengo palabra —comenta Eros, apareciendo junto a ellos en cuanto llegan a las inmediaciones de la casa—. No iba a estafarlos.
—Al menos no ahora —masculla Nico.
La muchacha entretanto estaba inmersa en la escena ante ella, la cual observaba con lágrimas en los ojos. Dentro de la casa se encontraban ella, su madre y otra pequeña idéntica a ella; Andrómeda.
—No quiero arreglarme para él —escupe esta última con rencor mientras rebuscaba en el refrigerador.
Una joven Astoria la observa con los ojos entrecerrados mientras intenta peinar el enmarañado cabello de la pequeña Meredith.
— ¿Por qué...? —inició su pregunta, en voz baja, pero luego calló.
La niña era joven, pero no tonta. El hecho de que su padre cada vez se aparezca menos por allí era motivo para estar fastidiada. Ella sí lo notaba, y no la harían cambiar de opinión con helados o paseos. Eso era lo que la diferenciaba de su hermana, quien perdonaba y olvidaba fácilmente todo.
—Está enojada porque papá no la alzó en sus hombros la última vez.
—¡Cállate, Meredith! No sabes lo que dices.
Cierra el refrigerador con fuerza, causando que lo que se encontraba en su interior temblara.
— ¡Andrómeda! —le reprocha su madre levantándose—. No le hables así a tu hermana.
—Ella dice tonterías —señala apartando la mirada y dirigiéndose hacia la ventana donde eran observadas.
Entonces, la adolescente Meredith estuvo cara a cara con la versión mucho más joven de su hermana. Con los latidos disparando cada vez más rápido, observo que los azules ojos de la niña se llenaban de lágrimas.
—No sabe lo que siento —murmura con la voz rota, pero las otras no logran escucharla.
Meredith se ve a sí misma con un brillo crédulo e ilusionado, dando vueltas emocionada por la venida de su padre; y siente cierta vergüenza por ello. Al parecer no era capaz de notar lo maduro que era el pensamiento de su hermana, quien poseía la capacidad de ver el lado crudo de todo eso. Tal vez Poseidón manipulaba sus mentes para que creyeran que él las visitaba seguido, ahora podía sospechar todo.
El timbre suena y la de ojos verdes es la primera en correr a abrir la puerta. Al ver a su padre sonríe abiertamente para luego abrazarlo con fuerza, lo que el dios acepta gustoso, con la misma sonrisa que su hija. Astoria solo lo saluda desde una distancia prudente, cruzada de brazos y con una pequeña sonrisa. Él pasea la vista hasta ver a su otra hija, aún brillante de alegría por estar ahí; al mnos eso era lo que mostraba.
—Andy, princesa... —habla con dulzura—. ¿No vas a saludar a tu papá?
La niña aprieta los labios y se limpia las lágrimas antes de mirarlo, niega con la cabeza cerrando los ojos. Poseidón tuerce la boca, deja a la pequeña Mar a un lado y se dirige a la niña para arrodillarse ante ella.
—Tardé mucho en volver esta vez, lo siento mucho —dice y posa una mano en la mejilla de la menor—. Pero ahora sé cómo estar con ustedes mucho más tiempo.
Andy intenta esconder su curiosidad y emoción, pero él puede notarlo y le saca una sonrisa.
— ¿Cómo? —masculla mirando sus pequeñas manos.
—Hoy iremos a un lugar especial —comienza y la toma en brazos dándole un beso en la mejilla, provocando una sonrisa en la pequeña. Camina hasta llegar a la otra gemela para también levantarla—, y las dos van a aprender a ser tan geniales como papá.
La versión actual de Meredith intenta seguirlos con la mirada, pero todo su alrededor comienza a caer como si fuese una pintura al óleo. Observa confundida a Eros y él levanta una mano.
—Tranquila, solo es un cambio de escenario.
Tan pronto como dijo eso, aparecieron en medio de un pasillo en el Olimpo. Al final pudieron ver a las dos pequeñas escondidas tras su padre, mientras la mitad de los Olímpicos las observaban.
—Aquí están, como acordamos, hermano.
—Bien —Zeus dice con aburrimiento —. Pueden venir siempre que no interfieran con nuestras responsabilidades... Y tienen prohibido intentar molestarme.
Apenas terminó la oración cuando las niñas lo observaron de arriba a abajo y la pequeña Mar tuvo una verborrea.
—Parece señora con barba —señala su túnica.
Los ojos de Zeus chispearon mientras los presentes reían por lo bajo.
Eros sonríe —Por tu culpa ahora está obsesionado con los trajes italianos. En la actualidad ya no parece señora con barba, sino hipster.
Intento decidir qué es peor.
El escenario vuelve a cambiar, ahora con rapidez. Ven a un niño de espaldas tomado de la mano de una diosa vestida con una túnica de color morado oscuro.
—Niñas, ahora él será su nuevo compañero. Sean amables —dice la diosa—. Meredith, Andrómeda, este es Zephyr.
El niño inclina la cabeza mientras es observado por las gemelas. Meredith sonríe.
—Pff, ¿qué clase de nombre es Zephyr? —Andy bufa despacio.
— ¿Qué clase de nombre es Andrómeda? —contraataca el castaño.
—Él me agrada —comenta la pequeña Mar, ganándose un empujón de su gemela.
Las escenas vuelven a cambiar, provocando un grave dolor en la parte trasera de la cabeza de Meredith, quien no dejaba de llorar. Le dolía haber olvidado a su hermana, a su gemela, teniendo en cuenta todo lo que habían pasado juntas. Se vio a ella misma siendo consolada por Andy, riendo con Andy, corriendo con Andy; pero aun así estuvo años sin estar al tanto de ella.
— ¡¿Qué hiciste, Apolo?! —grita Poseidón al verlo con su pequeña Andrómeda en brazos, bañada en sangre.
Nico y Meredith se estremecen al igual que la estructura de la habitación, la furia del dios era desmesurada.
Para la muchacha, era la primera vez que veía a su padre en tales condiciones.
— ¡Nada! —respondió con la voz rota el rubio, abrazando a la niña—. Estábamos en el parque, apareció un monstruo y...
Hécate aparece junto a él, le arrebata a Andy y se aleja lo más posible. En ese momento Poseidón le atesta un puñetazo en el rostro a Apolo.
—Tenías cuidarla, ese era el trato —escupe furioso, tomando el cuello de su camisa—. ¡Dijiste que nada pasaría si estaba contigo!
—No pude evitarlo —no se defiende, tampoco se atreve a ver a los ojos al colérico padre—. Simplemente... Explotó.
—Explotó —repite—. Es tan simple para ti decirlo. Mi hija solo... Explotó.
Entonces los ojos del dios de los mares se llenaron de tristeza, y su agarre se aflojo, lo que Zeus aprovechó para poder separarlos. Mar podría jurar que vio algo de humedad en los ojos de Poseidón. Y la expresión de Apolo no estaba mucho mejor, teniendo en cuenta la sangre que manchaba su ropa.
—Lo lamento —murmura él antes de que cambiaran nuevamente de escenario.
Quedaron en medio de la oscuridad, lo que provocó ansiedad en Meredith.
— ¿Qué? ¿Qué pasó? ¿Dónde está Andy? —gira mirando con insistencia a Eros—. No me digas que me dejarás así.
Él no hace más que mirarla aburrido y posar un dedo sobre los labios pidiendo silencio. Meredith, aunque era raro, hizo caso y cerró la boca a la par que su corazón se aceleraba aún más ante cada segundo.
Entonces vio la escena más dolorosa que podría presenciar, y ahora realmente nunca sería capaz de olvidarla. Vio a Andy rogando piedad mientras era atada a una roca, llorando y llamándola cuando la versión más joven de Mar apareció, pero parecía no escucharla.
— ¡Por favor! —desgarró su garganta una vez más cuando Hécate se posicionó ante ella, pero al ver que la diosa no la miraba realmente decidió girar la cabeza—. Papá.
Poseidón tragó saliva, siendo muy difícil para él no mirar a su hija antes de que esta sea encerrada por siempre.
—Papá, mírame por favor —llora. Las lágrimas se mezclaban con la sangre en sus mejillas—. Ayúdame, papá.
Hécate comenzó a recitar unas palabras que la estaban adormeciendo. No importaba lo que dijera, nadie se apiadaba de ella; y su hermana estaba en trance, en una roca junto a su lado.
Andy observó a su hermana gemela una última vez, con profundo amor; luego giró a ver al par de dioses que más les costaba presenciar la escena, y les dedicó la frase con mayor carga emocional que había dicho en toda su corta vida.
—Los odio.
Y sus ojos azules se detuvieron encima de Apolo, perdiendo poco a poco su chispa de vida. Entonces él supo que lo que tenía enfrente ya solo era un cuerpo sin alma, sin espíritu. Algo se rompió dentro de Apolo.
Toda Meredith se destrozó al saber la verdad. A la par que su yo del pasado se levantaba abriendo los ojos de par en par, con uno de un brillante verde y el otro azul, lanzando un grito al cielo, ella también lo hizo. El dolor detrás de su cabeza se esparció por todo su cuerpo.
Luego de que eso terminara solo pudo ver que Eros retrocedía alterado y que volvieron a la normalidad, estaba siendo sostenida por Nico. Escuchaba que fuera de la casa una tormenta se levantaba sobre la casa.
—Ya conseguimos toda su atención —masculla el dios y toma el pequeño tubo de cristal, que aún tenía un poco de aquel extraño líquido dentro—. Toma, ya no es necesario que yo siga escondiéndote esto.
Lo toma con las manos temblorosas, y antes de que él pudiera retirarse toma su mano.
—Gracias —Meredith dice a media voz.
Eros la observa fijamente durante unos segundos y luego bufa soltándose.
—Me chantajeaste para que lo haga, no me des las gracias —mira hacia la ventana acomodándose su carcaj en la espalda—. O si insistes en agradecer... Solo no digas que ya lo sabes, finge un poco.
Se levanta para iniciar su escape, no sin antes observarlos por última vez. No lo dijo, pero esperaba que esa niña se cuide. En esos momentos llegó a sentir pena, aun cuando años atrás lo eligieron para cuidar sus recuerdos por ser el único dios que no llegó a formar un lazo con ella.
En cuanto Meredith y Nico salieron de la casa el viento les azotó en la cara, junto a un frío que calaba hasta sus huesos. Unas criaturas con alas descendieron volando desde el ojo de la tormenta, tenían un cuerpo humanoide, pero extraño.
—¿Esos son amigos o enemigos? —inquiere Meredith.
—Después de lo que vimos... supondría que lo último.
Meredith traga saliva y se tensa bajando la cabeza, hace una mueca al notar que ahora tendría que mirar cara a cara a todos aquellos que encerraron a su hermana. La adrenalina en su cuerpo crecía, pero sus extremidades se pusieron rigidas, incluso cuando las criaturas los tomaron a ambos sin previo aviso y los elevaron a través de la tormenta. Su mente solo podía procesar esos últimos minutos que vivió, y las emociones que Andy había sentido aquella vez parecían estar apoderándose de ella.
< ¿Puedes... escucharme?> Inquiere una voz, se escuchaba algo lejana. Meredith creyó por unos segundos que estaba a su lado, luego recordó que ella estaba adentro. Eso le provocó mucha tristeza. <Supongo que sí. Meredith, yo en verdad...>
No escuchó más puesto que la criatura la dejó caer sobre el piso frío del Olimpo, haciéndole volver a la realidad. Estando allí, los sentimientos anteriores se convirtieron en rabia y creyó que si alzaba la vista y los veía sería capaz de acabar con todos. Era un pensamiento nada propio de la usual Meredith Greengrass.
—¿Qué hiciste? —es lo primero que le dicen.
La joven resopla mientras se levanta a duras penas, su cuerpo estaba adolorido y débil.
—Hice lo que pidieron, entregué las flechas y el arco a su dueño —responde aún sin mirarlos.
Nico la observó de reojo y notó que estaba haciendo puños con sus maños, y estos se estaban tornando de color blanco. Entonces pensó que realmente iban a descubrirlos en cualquier momento.
—Estuviste mucho tiempo con Eros, ¿qué te dijo? —Ahora es Poseidón quien pregunta, y eso molesta aún más a la semidiosa.
—¿Tenía que decirme algo? —evade, aún con insolencia.
Los presentes se sorprenden ante su repentina actitud.
—Niña, no estamos para juegos —advierte Zeus en un tono más alto.
Meredith lo observa y sus ojos se crispan.
—¡Ustedes lo arruinaron! —exclama y cierra los ojos.
La respiración de Nico se cortó durante unos segundos mientras intentaba no sacarla de allí para evitar una batalla campal.
A Mar le dolía el corazón por no poder hacer algo con respecto a lo que acababa de ver, y pudo escuchar a Andy murmurando en su cabeza, por lo que tuvo que contenerse. Notando que todo el odio que la abrumaba en ese momento no era completamente suyo, y que tal vez lo de ella solo era un veinte por ciento.
—Iba a preguntarle algo —termina diciendo en un suspiro, más calmada.
Y drásticamente toda la situación cambia, incluso el tono en su piel se revitaliza cuando vuelve a abrir los ojos y hace un ligero puchero.
—¿Qué cosa? —Zeus se removía inquieto en su trono.
—Es demasiado vergonzoso para decirlo.
—Dilo o...
—¡Iba a preguntarle si me quedaré soltera de por vida! —suelta como último recurso, siendo lo único que se le ocurrió en el momento.
Y entonces sí se volvió vergonzoso, con todos los olímpicos y Nico observándola perplejos. Ni Meredith podía creer lo que acababa de decir, pero tenía que seguir con su mentira por el bien de Andy.
—Yo... quiero a un chico y... Bueno, él no me presta atención y... ¡Soy una adolescente, claramente mis problemas no se comparan con los de unos dioses de miles de años!
Tiembla un poco mientras se muerde los labios y los mira alternadamente. Poseidón estaba boquiabierto, y Zeus no parecía tragarse la historia.
—¿Quién es el chico? —pregunta este último.
—¡Ah! Qué pregunta, es personal... ¿O acaso harás que guste de mí tan ardientemente como yo de él? —alza las cejas fingiendo interés, con el rostro cada vez más rojo.
Zeus comienza a toser con incomodidad.
Afrodita sonríe con picardía —Es James Potter.
Ahora era Meredith quien tosía sin parar, con una mano en el pecho. Comienza a negar con la cabeza riendo.
—Ay, no. Es otro, hay miles de seres masculinos en mi vida —sigue riendo falsamente.
—No mientas, no puedes hacer eso conmigo.
—No digas cosas que no son —dice entre dientes observando mal a Afrodita.
Artemisa suelta un largo suspiro —Y dejé una misión con las cazadoras por un problema de hormonas —se levanta con pesadez—. Padre, quisiera retirarme.
Zeus hace un gesto con la mano.
—Supongo que esto fue innecesario —murmura.
Se lo había creído, tal vez fue gracias a la intervención de Afrodita.
—Vete a casa, tu madre está en el vestíbulo —dice Poseidón—. Tienes un juicio en un rato.
La sangre bajó a sus pies en cuanto recordó la citación por uso indebido de magia. Lo había olvidado entre tantas cosas. Luego de eso apenas se despidió de Nico y arrastraba los pies hacia la salida cuando Zeus la interceptó.
—¿Segura que fue todo lo que sucedió? —pregunta con los ojos entrecerrados.
La joven hace una mueca —Bueno, ustedes dijeron que a lo largo de mi misión iba a recordar algunas cosas.
Él se tensa notablemente, lo que le da ganas de golpearlo.
—Recordé a Atenea dándome clases junto a un niño —completa con una sonrisita.
Zeus resopla y da un paso más hacia ella.
—Si me mientes... te enseñaré la esperanza de vida de un semidiós con tu actitud —le advierte en un susurro antes de irse.
Meredith arruga la nariz mirándolo con odio y da zancadas para llegar hasta el ascensor, su expresión cambió por completo cuando vio que alguien más la acompañaba. Afrodita presionó el botón con una sonrisa deslumbrante.
—No te preocupes por la esperanza de vida normal de un semidiós, no siempre es así.
—¿En serio?
—Claro, incluso tengo una hija que me dio nietos —le guiñó un ojo.
Luego volvió la vista al frente, arreglándose el cabello.
—¿Por qué vienes por aquí?
—Porque voy a ayudarte con tu juicio, sé manejar a los mortales... Verás, Mar, no todos los dioses son tan crueles.
Aquello le tomó por sorpresa, pero Afrodita pareció decirlo con completa ignorancia de lo que había sucedido.
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