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Capítulo 36. El que sabía mucho.

Capítulo 36. El que sabía mucho.

Cuando estuvieron fuera de los estudios DOA y a ya algunas cuadras Nico se detuvo y le quitó de las manos a Piper las cosas de Eros, dejándola con una mirada confundida. Meredith se fijó en el hecho de que una vez más se hacía tarde, por lo que comenzó a sentirse un poco ansiosa por encontrar al dios.

—Les seré sincera, no sé a dónde ir ahora —dice rascándose la nuca—. Y eso comienza a...

—Yo sé —interrumpe Nico de inmediato—. No preguntes por qué, pero yo te llevaré.

—Nos llevarás, yo también formo parte de esto.

Piper lo dijo con cierta molestia porque no la tomó en cuenta.

—No, la llevaré —vuelve a corregirle—. Porque tú volverás al campamento... con ella —Se acerca a Doris y le rasca la oreja.

Entonces ella ladra y mueve la cola feliz con el acto, mientras Mar y Piper siguen mirándolo sin comprender. ¿Por qué ir sin Pipes después de todo lo que pasaron?

Luego de una discusión sobre el tema donde Nico siquiera dio grandes explicaciones sobre el por qué de su rechazo hacia Piper, esta terminó aceptando la situación. Se despidió de Meredith y luego se aproximaron a uno de los callejones oscuros para hacer un viaje sombra, montando a Doris.

Luego de un minuto en un incómodo silencio Nico alargó la mano hacia Meredith, y ella la observó con el ceño fruncido.

— ¿Por qué no querías que Pipes vaya?

—Porque él sabe mucho y... confío más en ti —admite en voz baja, sin mirarla.

Una sonrisa enternecida apareció en el rostro de la morena, quien ahora sí aceptó tomar su mano. En cuanto lo hizo ambos avanzaron hacia la oscuridad y desaparecieron en ella.

Más tarde el aire de la playa que la vio crecer inundó los pulmones de Meredith, mientras salía de la casa abandonada intentando adaptarse a la luz del sol a todo dar. Nico le siguió, también con una mueca por tanta claridad, además parecía estar algo débil por haber hecho viajes sombra tan seguido.

— ¿Cómo sabías dónde estaba?

—Porque me lo dijo en el campamento, antes de ir con ustedes.

¿Qué hacía Eros en el campamento? ¿Estaba ahí por el ataque que hubo o quería noticias sobre su misión? Seguro era lo último, lo más probable es que no le tiene mucha fe y está preocupado por sus cosas.

Se aferró al carcaj y al arco, que parecían tener vida propia al estar cerca de su dueño. Meredith giró sobre sus pies y quedó casi sin aire al reconocer el lugar. La casa abandonada donde habían aparecido solía ser de su vecina, una vieja y amable señora que la cuidaba cuando era pequeña, pero que se mudó unos meses antes de que Meredith fuera a vivir a Inglaterra. Estaba algo descuidada y parcialmente destruida, de igual forma la llenó de nostalgia.

Nico tuvo que sujetarla de un brazo para poder tirar de ella hacia la otra dirección, hacia la que solía ser su casa, pero que ahora no era más que un lugar donde ir en vacaciones durante unos días. Cuando abrieron la puerta y dieron un paso adentro un frío inusual llegó a sus cuerpos. Entonces Meredith sintió algo de miedo hacia el dios que durante toda su vida imaginó como un bebé en pañales.

Y sujetaba las armas con fuerza, ahora sí las veía como eso, antes las imaginaba como flechas con punta de corazón o algo más adorable. Pero no eran así, en realidad eran peligrosas, el amor también lo era, podía lastimarte fácilmente.

—Señor... ¿niño dios? Oh, yo, idiota... ¡Yo soy la idiota, no tú! ¡No me mates! —exclamó de forma atropellada mientras Nico se daba un golpe a la frente—. Traje sus cosas, y yo... Yo quisiera hacer una pregunta.

En ese momento la puerta a sus espaldas se cerró de golpe, causando que la chica diera un salto y mordiera su lengua. Maldijo en su interior puesto que llevaba mucho intentando soportar las ganas de ir al baño, y con eso casi mojó sus pantalones.

Una brisa suave le movió el cabello mientras Eros bajaba del segundo piso moviendo sus enormes alas blancas. Llevaba puesta una camisa clara y fina, junto con unos pantalones holgados. Parecía tener unos doce años a lo mucho, pero su apariencia le inquietaba a Meredith. Su cabello rubio, más claro que el de los Malfoy, y sus ojos eran de un rojo carmesí. Sin duda ahora ya no lo volverá a imaginar como a un bebé en pañales.

Luego de varios segundos mirándole Meredith sintió un profundo dolor detrás de los ojos y en la nuca, como si su cerebro intentara explotar. No pudo evitar cerrar los párpados y soltar un quejido algo fuerte. Sus piernas comenzaron a temblar cansadas, y todo lo que había pasado en el día se le cayó encima.

Nico se acercó para ayudarla luego de que ella soltara las cosas para sujetarse los costados de la cabeza.

— ¿Qué estás haciendo? —le preguntó molesto a Eros.

El dios no mostró mucha emoción, solo alargó las manos para tomar sus cosas y hacerse de ellas. Estaba a punto de tomar el carcaj cuando Meredith se lo arrebató y retrocedió en aire desafiante.

—No, no te lo daré hasta que me respondas —dijo con dificultad, tartamudeando un poco—. Primero escúchame.

Eros frunce el ceño.

—Sabes que no eres más importante que todo lo que sucede, ¿no? Porque es así, Mar.

—Lo sé, soy insignificante al lado de lo que sucede pero... de todas formas necesitas esto para salir de aquí —Hace un gesto de falsa pena—. Y como no te lo daré hasta que me digas lo que quiero...

Cerró la boca al notar la expresión de Eros, que en combinación con sus ojos rojos daba cierto miedo indescriptible; tuvo que esforzarse un poco más para poder seguir en pie con firmeza. Aquello duró un buen tiempo antes de que el dios resopló resignado y dio un par de pasos hacia atrás.

—Él te lo dijo, ¿verdad? Morfeo fue de soplón —adivina en un tono bajo y rencoroso—. Debí suponer que lo haría después de lo que hablamos hace unos días —Su voz se apaga, y aprieta los labios.

De pronto vuelve a levantar al mirada con brusquedad, causando que Meredith dé un salto hacia atrás, aún intimidada con el color carmesí de sus ojos.

—Sé todo lo que quieres saber, desde cómo tu padre terminó obsesionado con tu madre hasta las consecuencias de eso —Hace un gesto para señalarla, y luego fija la vista en Nico—. Pero acabo de decidir que mi precio para decírtelo es más alto.

— ¡¿Qué?! —Meredith zarandea el carcaj—. ¡Tengo tus flechas! ¿Qué otro precio me pones? Luego de esto tendré un juicio y hay algo que me está... —se detuvo antes de terminar la oración, temiendo confesar sobre las voces en su cabeza—. Simplemente no es justo.

—Pueden cortarme en pedacitos por decirte la verdad, tengo mucho más en riesgo, señorita —informa serio—. Así que... ¿qué tienes para mí, Di Angelo?

Gira la cabeza para ver al muchacho, que ahora se veía más enfermo que nunca, sudoroso y nervioso. Él parecía saber a lo que Eros se refería, pero tenía miedo para decirlo.

— ¿Por qué él debería decirte algo? —siguió, molesta por el efecto que tenía en su amigo. Tomó la mano de Nico y le dio un apretón para transmitirle confianza—. Tranquilo, Nico, esto es mi problema.

—Cuando uno de los doce se entere que yo fui el que te dijo la verdad tendré un destino peor que cualquier campo de castigo —insiste el dios, dejándose reposar al fin en el piso de la casa—. Tú estás desesperada y veo esto como un oportuno momento para matar dos pájaros de un tiro.

Termina sonriendo de lado, hacia la izquierda, sin apartar la vista de Nico; mientras el muchacho parecía estar a punto de hacer un hoyo donde esconder su cabeza. Algo le decía que el rubio seguiría insistiendo con aquello, tal como lo hizo hace unos días, pero él no estaba listo para decir la verdad sin que un nudo se formara en su estómago. Tenía una mezcla de sentimientos en su interior que iba desde la vergüenza hasta la rabia, el miedo y la ansiedad. Pudo haberse ido, pudo haber escapado como ya venía haciendo desde hace mucho, pero se volteó para ver a Meredith y aquello se lo impidió.

—Libérate, Di Angelo —sigue insistiendo, con esa expresión llena de sorna.

— ¿Qué ganas tú con que yo me "libere"? —gruñe evadiendo su mirada.

Eros respira hondo, encogiéndose levemente de hombros —Ganar satisfacción. Pero, ¿qué ganas tú? Además de ayudar a tu pequeña amiga, claro...

Toma aire con frustración y se aparta de la chica para comenzar a dar vueltas por la sala, tocando su rostro y su cabello repetidas veces, su inseguridad era más que obvia. Ante aquello Meredith se planteó un millón de cosas, y ninguna de ellas era tan siquiera la punta de la realidad.

— ¿Mataste a alguien? —inquirió, sin querer, en voz alta.

— ¡No!

—Si fuese un problema de asesinatos no me incumbiría —bufa Eros, llamando la atención de Mar—. ¿Qué sí sería mi problema? Vamos, piensa, sé que puedes.

La morena arruga la nariz ante el tono y la obvia poca fe que él tenía hacia su capacidad comprensiva, y luego comenzó a darle más vueltas al asunto. Sus cejas se movieron lentamente para aligerar su expresión en cuanto lo recordó.

— ¿Son problemas amorosos?... ¿en serio? —termina mascullando, un poco ofendida porque de eso prendía el que ella sepa la verdad.

— ¡Punto para Gryffindor! —mofa riendo entre dientes—. Ahora adivina con quién.

—Ah, claro, todo yo... ¿una chica de la cabaña diez? ¿De la once o la nueve? ¿Es Jenna de la cabaña cuatro?... ¡¿Es Clarisse?! —se escandaliza a los gritos—. Dioses, Nico, no pensé que te gustara que te metieran al inodoro...

Se estremece recordando cuando su cabeza estuvo dentro del inodoro durante unos largos segundos.

—Nunca dije que fuese una chica, por favor, ¿acaso no sabes de mi reputación? —Eros suelta un poco ofendido.

Otro silencio un tanto incomodo, donde Meredith tiene la boca abierta en una o.

Se preguntó si acaso ser gay era la nueva moda, porque primero Albus y ahora Nico, ¿quién viene después?

—Oh, sí, está bien. Sin problemas con eso —balbucea mirando la espalda tensa de su amigo—. ¿Es Troy? La verdad es lindo...

Pega un saltito cuando Eros se coloca tras ella y la hace girar hacia un espejo. Lo primero que ve son sus enormes ojos verdes algo escondidos bajo unos mechones rebeldes de cabello negro, entonces se toma unos segundos para asimilarlo. Era estúpida, pero no tanto, pudo notar a quién se refería.

—Percy —dice Nico, volteando hacia ella con el rostro colorado—. Me gustaba Percy.

Una sonrisa llenó la expresión de Eros, pero no dijo algo al respecto. Le bastaba con haber ganado.

— ¿Por qué? —El tono despectivo de Mar hizo que Nico riera.

Él se encoge de hombros —Era un niño, Mar, y él me parecía el mejor semidiós, un héroe. Incluso después de que... —suspira—. Solo eso.

Greengrass asiente repetidas veces, sin saber qué exactamente decir.

—Por si necesitas algo de tranquilidad te advierto que no se lo diré a alguien a menos de que tú así lo quieras.

—Gracias, Meredith.

—Gracias a ti por no decirme hermanita —farfulla por lo bajo, recordando a Albus.

Ambos fueron empujados hacia el centro de la sala nuevamente, en medio del desconcierto Eros le arrebató su carcaj a Meredith y ella le dedicó una mirada algo asustada con que la dejara sin respuestas. Pero el dios solo puso el carcaj en su espalda, tomando varias flechas y disparándolas a la vez hacia la ventana, luego bajó los brazos y la miró con una ligera sonrisa.

—Un trato es un trato, y eso nos dará tiempo. En fin, pequeña, ¿querías saber sobre tu pasado? Pues ahí vamos.

Toma aire solo para incrementar el suspenso en la joven, quien estrujaba sus manos con ansiedad.

—Tu padre fue el especial acosador de Astoria incluso desde antes de que ella se casara, pero siempre tuvo como límite el ver pero no tocar; en esa época ya se regían por el juramento de los tres grandes, donde no debían tener hijos —inicia, como quien narra el cuento de Caperucita Roja—. Pareció olvidarla por un tiempo, apareció Percy —Tose falsamente—. Pero como todos alguna vez siguió teniendo esa especial obsesión con Greengrass... de ahí salieron.

—Yo —le corrige.

Él muestra una imperturbable sonrisa, sin siquiera pestañear, era suficiente para estremecer a cualquiera.

—Ustedes. No una, dos. No solo tú —levanta un dedo y lo mueve para enfatizar su negativa—, ella también.

—Ella...

—No te hagas la bobita, Meredith, porque aunque lo parezcas sé que no lo eres. No estarías aquí si no la hubieses conocido ya, porque con Morfeo de por medio...

Es el turno de Nico para mirarla y esperar respuestas. Ella nunca antes estuvo tan pálida como entonces, como si estuviese a punto de vomitar y desmayarse.

—Andrómeda —balbucea al final.

Recuerda a la chica en sus sueños, esa que usurpaba su apariencia. Se dice entonces que tal vez ya había una razón para eso.

—Tu hermana, hermana gemela para ser exactos —afirma—. Astoria parió dos niñas hace catorce años, para su mala suerte ninguna tenía tan siquiera el más mínimo parecido con su esposo... el de mala fe —Su intento de broma no fue bienvenido por la estática niña—. Al menos da señales de que no tienes un derrame cerebral, Meredith...

— ¡Éramos dos y nadie me lo dijo! ¡¿Por qué mamá no...?! ¡Por Merlín! ¡También le borraron la memoria!

Se tapa la boca mientras sus ojos se llenan de lágrimas al darse cuenta de todo. ¿Cómo era posible vivir tanto tiempo sin recordar lo más mínimo de su hermana gemela? ¿Tan siquiera aquello que había vivido era real o un también se trataba de un engaño?

—Bien, niña, sé que debes estar alterada pero...

— ¡¿Dónde está?! —su voz se torna en un agudo graznido—. Si se la llevaron quiero saber dónde está.

El silencio de Eros le produjo una mayor desesperación. Esperó lo peor, incluso dedujo que la chica en sus sueños no era más que un fantasma. Las lágrimas no tardaron en aparecer mientras apretaba sus temblorosos labios y contenía los sollozos. Lo último que necesitaba era enterarse que olvidó a su hermana gemela que además ya estaba muerta.

Eros se le acercó y le dio un par de toques leves a la frente de Meredith.

—Está aquí.

— ¿No deberías señalar mi corazón en todo caso?

—No, idiota, está literalmente en tu cabeza. Ya deja de moquear.

Se detiene y le mira confundida, mientras efectivamente se sorbe los mocos.

—La encerraron en tu mente luego de que ocurriera un accidente, lo normal cuando eres hija de un dios y una bruja —Meredith hace un gesto para que se explique mejor—. Entenderías mejor si tan solo no interrumpieras con tus sollozos.

Nico habla —Pues yo digo que entendería mejor si te explicaras con claridad.

Se gana un gesto de molestia por parte del rubio.

—Dije que los tres grandes tenían prohibido tener hijos, Poseidón rompió el juramento y gracias a que lo hizo con una bruja fue peor... La niña nació maldita. Con la maldición de sangre, la consideraron un monstruo —baja la voz, y por un momento pareció apenado con lo que iba a decir—. Ella mató a varios mortales, se perdió en todo eso y hubo una asamblea para determinar su castigo; al inicio iban a enviarla al tártaro.

Meredith se esforzó por recordar, pero nada, nada más que una mente en blanco. Y un ligero dolor de cabeza que tenía inicio en la parte trasera.

—Pero era demasiado para una niña, y como la única capaz de controlarla eras tú...

—Está en mi cabeza —repite, ida—, ¿desde hace cuanto?

—Bueno... Cinco años —responde rascándose el cuello.

No era posible estar más helada, más pálida y sentir más culpa incluso cuando no era capaz de recordar. En cuanto puso en juego su empatía y se imaginó en el lugar de Andrómeda sintió unas horribles náuseas, pero no tenía mucho para dejar salir.

—Tenía nueve años y la condenaron. ¿Qué tanto mal puede hacer una niña de nueve años?

—Respira, preciosa, parece que vas a vomitarme encima —Eros mete una mano a su bolsillo y luego saca un pequeño tubo de cristal con un contenido de color oscuro—. Esto, míralo bien aunque sé que no lo reconoces, es lo que puedo darte para responder a tus preguntas.

Lo abre y deja caer una pequeña gota al suelo, Meredith y Nico se quedan mirando el punto durante varios segundos en los que no sucedió nada.

—Gracias, esa especie de jugo podrido ha respondido a todas mis dudas, incluso las de historia de la magia —espeta sarcástica al levantar la vista hacia Eros—. Si intentas escapar sin darme más respuestas juro que...

La última frase termina en un grito ahogado ya que el suelo se abre, tragándose a los tres. La oscuridad rodeó a Meredith, y un nudo se formó en su estómago cuando siquiera encontraba donde reposar los pies. Parecía estar cayendo constantemente, sabía que gritaba pero no lograba escucharse a sí misma.

Hasta que notó a lo que se refería Eros.

***

¡Hoola! ¡Volví después de tanto tiempo! Ha estado todo muy loco, muy desesperante, me disculpo por la tardanza.

Sí señor, este capítulo es en honor a aquella escena en La casa de Hades (LaÚnicaNoPercabethQueMeLeíDeEsaSaga) Ya que no tenemos Jason acá... al menos eso xD

En el siguiente capítulo veremos lo que sucedió con Andy, otras cosas, y luego, bueno... ¡El capítulo treinta y ocho! ¡El final! AL FIN, SEÑOR.

Dedicado a todas las que siguen aquí aunque me tardo milenios <3 Son un hamor, Júpiter se apiade de sus almas ahr.

En fin, ¡hasta luego!

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