Capítulo 34. Tu padre, el mentiroso.
Capítulo 34. Tu padre, el mentiroso.
Meredith aún lagrimeaba mientras caminaban por la carretera, sujetaba fuertemente la carta en una camino y en la otra tenía el regalo de Afrodita convertido en broche. Sus compañeros no sabían lo que debían decirle, porque eso del mundo de los magos era más extraño para ellos que el de los semidioses. Incluso Doris podía sentir los pocos ánimos de su dueña al arrastrar los pies por el asfalto, pero se negaba a retirarse de su lado.
No podía comprender la forma en que el Ministerio se enteró de eso, aunque claro, en Estados Unidos son más estrictos y tal vez ellos notaron el desborde de magia en plena calle muggle. Pero aún así, ¿cómo? Ella siquiera tenía su varita... No tenía forma de defenderse ante lo que sucedió.
Porque lo hizo, ella usó una maldición imperdonable, en cierta forma. Al menos eso era lo que creía. Y no podía perdonarse por ello.
De repente sube la mano con el broche a su nuca y se rasca incómoda, mira a sus amigos con la vista fija en el suelo y esboza una pequeña sonrisa.
—No se preocupen, todo va a estar bien.
— ¿Segura? —Leo hace una mueca.
Piper se acerca, posa una mano en su brazo y murmura: — ¿Incluso tú, Mar?
Con poca seguridad la morena asiente y gira la cabeza de nuevo.
—Ahora solo debemos buscar un lugar donde dormir... y tengamos en cuenta que no hay dinero —Se muerde el labio inferior—. Bueno, tal vez debamos prostituir a Leo.
Vuelve a su usual humor mientras dobla la carta y la guarda en un bolsillo. Leo parece indignado mientras Piper ríe entre dientes.
—No creo que haya gente tan desesperada.
— ¡Pipes!
—Por favor, con su ropa de perra barata algo debemos sacar —Mar pone una mano en el mentón—. Pensándolo bien, moriremos de hambre si de él depende.
Se rebuscan por el lugar hasta dar con un parque tranquilo y limpio, mientras siguen molestando a Leo. Ahora, a sabiendas de las leyes de la calle, saben que no deben tomar un banco porque un vagabundo puede llegar y matarlos con su mal aliento, así que van hacia los árboles. Luego de asegurarse de una forma en que las parejas calenturientas no los molestaran mientras dormían, se recostaron en el suave pasto lanzando un suspiro.
Sus cuerpos dolían, cada movimiento provocaba que eso se incrementara. Lo único que deseaban en ese momento era un largo y reparador sueño. Lo que Piper y Leo consiguieron al instante, a juzgar por los ronquidos, pero Meredith tardó un poco más.
Quedó mirando el cielo con las pocas estrellas que se dejaban ver, y las lágrimas volvieron a acumularse en sus ojos. Sabía que no terminaría en Azkaban porque era una niña, pero eso no quiere decir que no haya algún otro lugar para ella. No le gustaba la idea de dejar Hogwarts y a sus amigos.
Sus amigos, ¿qué pensarían? ¿Cómo la mirarían cuando pase al estrado?
Y su madre, Merlín, no quería que ella se decepcionara.
Meredith siempre amó a las personas que le rodeaban, y era capaz de darlo todo por ellas. Porque eran lo más importante en su vida, y perderlos o decepcionarlos se trataba de sus peores miedos. Aquel era su defecto fatídico.
Preocuparse demasiado por lo que piensen y lo que suceda con las personas que ama.
Al rato sus párpados se hicieron pesados y al fin pudo caer en un sueño profundo. Quiso agradecer que lo único ahí era oscuridad, por lo que podría tratarse de un tiempo sin pesadillas al fin, pero luego todo se fue aclarando. Termino en la misma cueva que sus pesadillas anteriores, y un gran pánico apareció en su pecho.
No quería volver a ver a aquel monstruo, al culpable de sus problemas. Le tenía miedo, tal vez vuelva a controlarla.
—Meredith.
Escuchó su nombre y pegó un salto, tentada a salir pitando del lugar. Pero apenas pudo girarse y le tomaron de los brazos. Notó entonces que era su copia quien la sujetaba con fuerza, obligándole a mirarla. Los ojos de aquella chica derrochaban preocupación al sentir el temblor en el cuerpo de Mar.
—Tranquila, estás bien. Es un sueño, Meredith.
—Por favor ya no vuelvas a tomar mi cuerpo —sollozó y luego respiró hondo para controlarse—. No sé lo que eres pero...
Se detuvo en cuanto notó la expresión de dolor en la otra.
—No fuiste tú.
—No —concuerda en voz baja—. Yo no puedo hacerlo.
—Eres... ¿mi consciencia?
La copia ríe entre dientes y la suelta. Retrocede varios pasos, viéndose con un deje de amargura.
—Si yo fuese tu consciencia, Meredith... ¡Ja! Pero no lo soy.
—Pero eres igual a mí.
—Porque así me representa tu cabecita —suspira y da vueltas en su lugar.
Meredith la ve apretar los labios y puños, enfadada, como si debatiera entre decir algo o no. E incluso ella misma puede sentirla, aquella impotencia.
—No comprendo —admite en un murmuro.
La chica bufa sonriendo con cinismo — ¡Es exactamente como debería ser! —su sonrisa flaquea y vuelve hacia Mar—. ¿En verdad no... sabes lo que sucede? ¿Siquiera un poco? ¿Nada?
Niega con la cabeza ante cada pregunta, causando que los ánimos de la otra cayeran en picada.
El lugar se tornó helado para Mar, obligándola a abrazarse a sí misma. El no saber lo que sucede comenzaba a sacarle de quicio. De algún lugar surgió un viento alocado que revolvió su cabello, ella suelta un suspiro.
— ¿Qué sucedió? —exige saber mientras avanza hacia la otra.
—Y yo lo sabría porque...
—Lo sabes, no mientas. Podría jurar que sabes sobre todo lo que sucede —suelta, fuera de sí.
Aquel tono no fue del agrado de la chica, quien respirando de forma agitada también avanzó hacia Meredith.
— ¡Sí! ¡Sé muchas cosas! Como que la razón por la que sigues haciendo esta misión no es más que impresionar a tu padre, ¡y no me mires así porque es la verdad! —añade señalándola de forma acusatoria—. ¡Tú siempre buscas su aceptación, Meredith! No entiendo por qué mierdas eres así, pero de alguna forma terminas adorándolo y mendigando su orgullo y pulgar arriba.
Eso es como una cachetada que la deja anonadada durante unos segundos.
— ¡¿Cómo que siempre?! ¡Lo conozco desde hace un mes o dos! Además —farfulla—, todos queremos la aceptación de nuestros padres, de cualquier forma.
— ¡¿Quieres la aceptación de un mentiroso?!
Ante ese grito las cosas se ponen más tensas, y Meredith ya no encuentra la forma de defenderse o defender a su padre. Cierra la boca y observa en silencio el rostro colorado, lleno de lágrimas, de su copia.
—Él solo miente, siempre —sigue con la voz rota—. No se atreve a defender lo correcto... Y aunque diga que siempre va a cuidarte, no es así. Meredith, no debes esforzarte por el amor de un mentiroso.
Su dolor también llega a Mar, quien posa una mano en su pecho, confundida por su repentina congoja.
— ¿Quién eres?
La chica titubea, pero luego cesa su llanto y alza el mentón.
—Soy Andy... Soy Andrómeda.
La mención de ese nombre hace que un dolor punzante atraviese la cabeza de Meredith, quien chilla retrocediendo. El viento en el lugar es peor, causando un torbellino alrededor de la hija de Poseidón.
Andy observa llena de rabia la escena.
— ¡Deja que recuerde! ¡Que sepa lo crueles que pueden ser para cuidar sus traseros!
No sabía exactamente a quién le gritaba, pero Meredith estaba segura de que todo iba para los dioses. Esa rabia y el dolor eran demasiado, estaban acabando con ella. Sus piernas volvían a debilitarse, obligándola a caer lentamente ante la mirada llorosa de Andrómeda.
—Por favor recuerda —le pidió, le rogó, con desespero.
Y Meredith haría eso, a toda costa. Porque aunque no podía recordar la razón, Andrómeda le parecía alguien importante en su vida.
Pero el sueño no acaba ahí, ahora está en otro lugar, está parada en la aguja del minutero, en el Big Ben. Pega un grito de horror e intenta sujetarse de esta cuando se mueve. Abajo puede ver el tránsito concurrido, y cuando vuelve a levantar la cabeza choca con unos ojos morados, dormilones.
El dios sonríe vagamente y apenas se aproxima a ella, con los brazos en la espalda.
—Mucho gusto, es un placer conocerla al fin, señorita Greengrass —Hace una pequeña y burlona reverencia—. Me presento, soy Morfeo.
El aire se le escapa a Meredith mientras sigue aferrándose a la aguja.
—Percy me habló sobre ti... dormiste a toda una ciudad en la última batalla contra Cronos.
Morfeo apenas frunce el ceño.
—Vaya, ya tengo una buena reputación al parecer.
— ¿Qué quieres?
Ante eso el dios alza las cejas sorprendido por la insolencia.
—Tengo entendido que necesitas algo... No es que hurgue en tus sueños, soy el dios de eso después de todo —se excusa encogiendo los hombros—. Creo que necesitabas recordar a alguien, ¿cómo se llamaba? ¿Abby? ¿Randy? ¿Brandy?
—Andy, ¿qué sabes sobre eso? —interrumpe, un poco ansiosa.
—Nada, no puedo hablar sobre eso porque terminaría calcinado —sonríe de lado—. Pero sé quiénes pueden conversar sobre ello sin problemas.
Con la mirada Meredith le pregunta de quiénes se trataba, mientras pegaba un gritito ante el movimiento del reloj. Estaba a poco de caerse con todo contra el asfalto.
—Apolo y Eros... El primero por su aferro personal, el segundo por todo lo contrario —explica, dejándole sin palabras.
¿Apolo lo sabía y no comentó algo mientras le mostraba sus, ahora, falsos recuerdos? Ahora que lo pensaba, el dios se veía molesto mientras lo hacía.
—Si quieres saber algo tal vez debas ganarte al segundo... Yo ya me encargué de eso —vuelve a captar la atención de Mar con eso—. Eros no tendrá de otra más que decírtelo todo cuando le devuelvas sus cosas.
— ¿A qué te refieres? ¿Por qué me ayudas?
Morfeo saca las manos de su espalda, y deja ver un arco para flechas brillante. Meredith ya sabía de quién era.
—Sé que él no ayuda a menos de que te deba algo.
—Tú eras el ladrón... y hasta ahora te manifiestas.
Era demasiada información para una sola noche, terminaría más exhausta aún al despertar.
—Yo soy el que ayuda a que la verdad se muestre al fin —Morfeo cambia su tono somnoliento por uno más fuerte y seguro—. Porque vivimos en tiempos donde ellos creen que pueden oscurecer nuestra memoria a su gusto.
Se acerca y le tiende el arco, en cuanto la mano de Meredith lo toma, él pone la suya encima. La observa con intensidad.
—Recuerda, Meredith, y nota la razón por la que debes liberarnos de esto.
Y nuevamente ha pasado otro minuto, ahora parece ir más rápido. La aguja está a punto de terminar en una posición que obligaría a Meredith a caer. Aunque todo era un sueño, el terror a eso era real.
— ¿Dónde están las flechas? Esto no sirve sin ellas.
Morfeo vuelve a sonreír, de una forma que le causa escalofríos.
—En terrenos del dios renegado. Tampoco te lo pondré tan fácil, Meredith.
La empuja, ella pega un grito mientras cae, pero a mitad de camino despierta de golpe.
Aún tiene el arco en sus manos, y ante la luz del sol arde como una llama, lo que la obliga a soltarlo. Meredith está mareada y bañada en sudor.
Ahora debía ir al inframundo... Esperaba que Hades prepare un poco de té con galletitas, porque se moría de hambre.
***
Las cosas comienzan a aclararse, la niebla en la memoria se disipa. Hay una niña, una pequeña de ojos azules cuyo nombre es Mía Andrómeda. Ella está bañada en sangre, está llorando mientras la cargan por un largo pasillo brillante y blanco. La diosa que la tiene en brazos avanza con pesar, completamente dolorida con lo que iba a hacer. Y tras ellas hay un muchacho rubio, que también tiene la ropa con sangre, que no deja de lamentarse.
Andy lo ve, y sus ojos brillan esperanzados.
— ¡Apo! —dice, con su voz aguda de niña—. ¡Ayuda por favor!
Él gira la cabeza mientras cierra los ojos con dolor, intentando ignorarla. Pero la niña insiste, ahora en gritos lastimeros. Pide ayuda, pero nadie se la da.
Creen que lo que harán será mejor.
La recuestan en una piedra fría, helada, y atan sus extremidades para que deje de patalear. Ella sigue llorando hasta que ve a la otra que llega al lugar, la pequeña niña de ojos verdes y expresión ida.
— ¡Mar! —la llamó, pero fue ignorada—. ¡Meredith!
Y lo demás es borroso de vuelta, la capa de humo vuelve a levantarse.
Se supone que nadie debía saberlo, que nadie debía recordarla. Todo lo que hicieron fue por su bien, al menos eso se repiten para no aceptar el verdadero mal que causaron.
***
¡Hola de nuevo! Dos capítulos en un par de horas, milagro. Es que me inspiré y no podía dejar pasar la ocasión.
Me estoy poniendo dramática, y la verdad eso me encanta. Se viene la parte que amo de esta historia.
Con respecto al capítulo anterior: Lady Arista, por si ya la olvidaron porque ha pasado mucho, es la madrastra de Astoria; y Greg es el padre de Astoria. Lo sé, soy una maldita llena de imaginación con los nombres.
Tooodo misterio, todo problema o secreto se rebela a lo largo de los libros, tarde o temprano. Así que no preocupeishon si no entienden algo ahre :'v
Cabe recalcar, por si acaso, que eso último no es más que un recuerdo de lo que le sucedió a Andrómeda, al menos una parte. En los próximos capítulos se sabe toda la historia.
¡Hasta luego!
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