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Capítulo 21. La verdad de Astoria y Lady Arista.

Capítulo 21. La verdad de Astoria y Lady Arista.

Cuando llegaron a la casa lo primero que Meredith notó fue la carta que reposaba junto a una ventana abierta. Mientras su madre se dirigía al librero para ubicar su libro spoileado allí, ella tomó la carta con curiosidad. No comprendía la elegante y cursiva caligrafía en esta, pero luego de analizarla con detenimiento notó que decía el nombre de su madre.

—Mamá, creo que te han escrito algo —informa levantando la carta por sobre su cabeza—. No puedo entender cómo demonios logran escribir así, parece escritura de vampiros.

Astoria se acerca con aburrimiento a mirar por sobre el hombro de su hija, pero en cuanto lee el remitente abre los ojos como platos. Le arrebata la carta de inmediato y se aleja mientras la abre. Eso no olía bien para Meredith.

— ¿Quién es? —pregunta entrecerrando los ojos, Astoria leía la carta con las emociones a flor de piel—. Mamá, ¿quién la escribió?

El perro se enredaba entre los pies de Meredith, pero ella lo ignoró mientras se acercaba a la mesa, se sentó frente a su madre mientras la miraba atenta. Pasaron dos minutos y Astoria seguía mirando la carta con expresión indescifrable.

—Mamá... —repitió en voz baja, luego ladeó la cabeza al notar el sobre junto a sus manos.

Lo tomó y se dedicó a descifrarlo. La caligrafía era demasiado elaborada y curva para su gusto, pero logró descubrir lo que decía.

Lady Arista Demon.

Fue como si Narcissa se apareciera en su hombro y le repitiera las mismas palabras que en la enfermería.

Pregúntale quién es Lady Arista Demon, a ver si te lo dice. A ver si confía lo suficiente en ti.

Parpadeó varias veces, sintiendo un calor envolverle. En ese momento Astoria le arrebató el sobre de las manos, demasiado nerviosa. Ambas se miraron directamente a los ojos.

—¿Quién es ella, mamá? —vuelve a preguntar, más tranquila—. Lady Arista Demon.

Astoria traga saliva mientras sujeta la carta en sus manos con fuerza, comenzaba a mover la cabeza en una negativa, lo cual afectó a la de cabellos negros.

—Nadie de importancia.

— ¿Por qué no quieres decírmelo? ¿Acaso no confías en mí?

—No, no... —piensa un poco y mira a Meredith confundida—. ¿Y tú por qué tienes tanto interés en esto?

Dejó de imaginarse a la rubia Malfoy burlona tras su madre y bufó bajando la vista. Las mejillas de Mar estaban en un tono carmesí mientras se planteaba la forma de decírselo.

—Narcissa la mencionó —termina confesando, un largo y cansado suspiro escapa de Astoria—. Si ella lo sabe yo también debería saberlo.

Su madre cierra los ojos y aprieta los labios, debió esperarlo. Claro que Arista iría tras ellos en cuanto ya no estuviera... Por supuesto que el rencoroso de Draco se acercaría a ella luego de todo el desastre.

—Es... doloroso para mí hablar sobre ella, Mar —admite en voz baja, inclinándose sobre la mesa. Cuando abre los ojos le dedica una mirada afligida a la joven semidiosa—. Arista Demon era mi madre.

Respira hondo temblando por la noticia. Astoria nunca antes había hablado sobre su madre, se la pasaba parloteando sobre su padre, e incluso sobre su hermana, pero nunca mencionaba a una madre.

— ¿Era?

Baja la vista resoplando y sonriendo un poco —Si te soy sincera, mi amor, nunca la vi como una madre... Ella era como la madrastra malvada.

Se muerde el labio inferior, Meredith nota con pena que los ojos de su madre estaban húmedos. De pronto se sintió culpable por haber tocado el tema, lo más probable es que sea doloroso para Astoria y por eso no lo mencionaba.

—Yo no era su hija legítima, Meredith... Fui producto de una aventura de mi padre, por eso ella se la pasaba odiándome. Nunca quise hablarte sobre esto porque no lo creía apropiado, pero... ahora creo que simplemente no podemos seguir ocultando el pasado.

Si lo pensaba mucho la situación de Astoria fue similar a la suya. Con la diferencia de que Meredith no creció bajo el odio de Draco Malfoy, y agradeció eso.

—Cuando nací mi madre me dejó en la puerta de la casa, creo que ella sólo quería diversión y no el resultado —ríe un poco, pero lo hacía con dolor—. Lady Arista vio a mi padre abrazarme al reconocer que yo era su hija, e intentó asesinarme lanzándome a la chimenea encendida, pero papá la detuvo. A fin de cuentas él me amaba, yo era su sangre. Planearon criarme como una hija más, ocultándoles a todos la verdad porque sería muy mal visto. Lady Arista sólo me aceptó porque yo era sangre pura, y ella era una de esas fanáticas de la época.

>No supe que era adoptada hasta los diez años, me metí a la oficina de mi padre y encontré sus recuerdos en una estantería. Fui curiosa y tomé uno de ellos para luego verlo en el pensadero. Era una de sus peleas con Arista mientras aún era bebé. Recuerdo que él me sacó del pensadero y yo estaba llorando a más no poder, en parte estaba feliz porque después de todo es maldita mujer que me trataba tan mal no era mi madre, pero aún así dolía que la verdadera me haya abandonado.

Limpia sus lágrimas con el dorso de la mano, Meredith sólo la observa en silencio, compartiendo su dolor a la par que el perro se trepaba por la silla hasta acabar en su regazo.

—Al cumplir dieciséis años la guerra se acercaba, Arista quería que Daphne y yo estuviéramos en las filas del Señor Tenebroso. Como hizo con mi padre en su juventud, nos llevó para hacernos la marca. Él lo rechazó en su momento, intentamos hacer lo mismo pero ella comenzó a amenazarnos. Luego de que ella y Bellatrix Lestrange nos dieran una pequeña tortura en base a crucios, le hicieron la marca a Daphne —se lamenta—. Yo seguí negándome, de todas formas aún era menor de edad, así que me dejaron ir sin la marca. Pero Arista me aseguró de que lo lamentaría... Y lo hice, cariño, en verdad me arrepentí. Porque llegué a casa y papá estaba muerto.

Deja salir el llanto, Meredith toma su mano por encima de la mesa. Incluso ella dejaba salir algunas lágrimas, alterada con la historia.

—Escapé de casa poco después junto con mi hermana, vinimos a este lugar —relame sus labios—. Arista no sabía de esta casa, era la vieja mansión Greengrass. Papá solía traernos a sus espaldas. Nos quedamos aquí hasta que supimos que Harry Potter había vuelto. Entonces ayudamos en la batalla de Hogwarts para derrocar a Voldemort... No me arrepiento de haber ido —añade, en voz baja—. Recorrí todo el colegio, Arista no estaba por allí. Era una completa charlatana, no siguió a su Señor hasta el final.

—Lo siento, mamá —suelta de forma atropellada—. No quería que te pongas mal con esto, en verdad, no debí...

—No digas más, hermosa. Ya debo superar mi miedo hacia esa asquerosa mujer —mira la carta en sus manos—. Yo creí que ya había muerto pero...

En cuanto nota que la niña se levanta un poco para mirar la carta se dedica a destrozarla. Meredith abre la boca sorprendida.

— ¿Por qué...? ¿Qué decía?

—Estupideces. Suele hablar con Draco y se enteró de esto —masculla molesta—. Olvídalo, mi amor, ya no la quiero dentro de mi vida.

Asiente apretando los labios, odiaba a ese rubio de pote.

—Entonces también tendremos que acabar con Draco, sólo digo, porque él se mantiene en contacto con ella. Puedo hacer que parezca un accidente, papá me enseñará.

Culminó sonriendo con inocencia, casi podía sentir a Poseidón tras ella, alentándola.

—No, Meredith —exclama Astoria con horror.

—Vamos, será una muerte súbita y casi sin dolor —toma un bolígrafo e intenta escribirlo en su palma—. ¿Cómo escribo súbita? ¿Dónde iba el acento? ¿En la i?

Astoria le arrebata el bolígrafo de inmediato, negando con la cabeza. Meredith finge hacer un puchero mientras se levantaba y rodeaba la mesa. Abraza a su madre con ganas, casi dejándola sin aire.

—Eres fuerte, me siento orgullosa de ser tu hija.

Aquellas palabras conmueven por completo a Astoria, quien le devuelve el abrazo con los ojos húmedos.

—Yo estoy orgullosa de ti —besa su mejilla al separarse, apartándole el cabello del rostro. Le dedica una sonrisa—. También eres una niña fuerte... como yo.

Ríe ante la poca modestia de su madre y vuelve a besarle la frente. Astoria le da las buenas noches y le dice que se retire para dormir. Ya se dirigía a las escaleras cuando su madre volvió a llamarla.

— ¿Sí?

—Olvidas a tu presente —señala al perro que salió corriendo como desalmado hacia Meredith, resbaló los últimos metros y chocó contra el pie de la joven—. Vaya, los dioses te eligieron un perrito igual a ti. Son almas gemelas.

Meredith infla sus cachetes colorados y se dirige a su habitación con el perro tras ella. Le cerró la puerta sin querer en la nariz, y luego de disculparse mil veces lo tomó en brazos. Observó sus ojos verdes como reflectores, daban algo de miedo si los mirabas mucho. Tal vez era eso lo que haría el perro por ella, espantar a monstruos con sus grandes ojos del infierno.

—Debería elegirte un nombre —murmura yendo hacia la cama y subiendo al perro en su pecho—. Pero primero... ¿Hay o no canicas por aquí? Permiso, lo siento.

La levanta y observa sus partes traseras unos segundos, luego vuelve a bajar al perro con las mejillas coloradas. Se disculpa varias veces.

—Perdona, preciosa... Te conseguiré unos pantalones, o una falda —sonríe—. ¿Filomena?

Si los perros fueran expresivos, esa pequeña estaría mirándole con cara de ¿Es en serio?

— ¿Cuqui? Uh, es cursi, ¿no? —nunca obtiene una respuesta, es obvio—. Eh, si no me dices terminaré poniéndote la bobita, te lo juro.

El perro resopla con su nariz pegada a la de Meredith. Astoria ingresa al habitación de golpe y frunce el ceño ante la escena.

— ¡Mamá!

—Lo siento, no quería arruinar tu momento romántico con el perro. Sólo que ya deberías estar durmiendo, señorita.

—Estaba hablando con Doris —suelta sin pensar, luego se levanta y mira al perro—. Doris, ¿te gusta?

Ladra y le lame la cara, una sonrisa alegre se abre paso. Meredith voltea a Doris y se la enseña a su madre.

— ¡Te presento a Doris, mamá! Mi nueva perra.

Astoria arruga la nariz —Eso último no suena muy lindo, preciosa —señala la cama—. A dormir, y mañana espero que te bañes antes de que pierda los estribos.

—No prometo nada —pone a Doris en la otra almohada y se lanza de nuevo—. Uh... ¿por qué tendría que bañarme?

—Mañana vamos a almorzar a la madriguera, y luego cenaremos aquí con Scorpius y los demás.

Ca-ra-jo, pensó Meredith mientras su madre apagaba la luz.

James, demonios, volvería a verlo. Algo le decía que él no olvidó lo del tren.

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