Capítulo 20. Los dioses conspiran en mi contra.
Capítulo 20. ¡Los dioses conspiran en mi contra!
Estaba recostada en algo blando, muy blando. Era como abrazar plumas de nube. Lo cual obviamente era imposible, ya que Meredith se había inventado eso en cuanto volvió a estar consciente. O tal vez ya había muerto y terminó en un lindo lugar del inframundo.
Oh sí, su nerviosismo pudo haberla matado.
Entonces unas pequeñas patitas recorrieron su abdomen, lo que causó que se incorporara gritando como loca.
El perro cayó en su regazo, Mar dejó de gritar en cuanto notó de quien se trataba. Ignoró el sudor frío que recorría su cuello mientras le sonreía y acariciaba su pequeña cabecita suave.
—Eras tú... Me diste un buen susto, hermosura.
Lo acerca a su rostro y frota la mejilla contra el suave pelaje del cachorro. No podía evitar hacerlo, adoraba a los perritos.
—Pensé que sólo estabas loca, ahora también tienes fetiches con animales... Bueno, tu padre es Poseidón, comprendo —dice Ares encogiéndose de hombros mientras limpiaba su enorme espada—. Aunque tendría más sentido si fueses hija de Zeus.
— ¿Qué pasó? —pregunta mirando a los lados, ya incómoda con la presencia de ese dios.
—Te desmayaste.
—No me digas... No me mates —añade luego del sarcasmo, al notar que él se levantaba y junto con su espada se inclinaba hacia ella—. ¿Dónde están los demás?
—En otra habitación charlando sobre ti —vuelve a sentarse, resoplando con cansancio.
—Y te quedaste...
¿Por qué tuvo que ser él quien la acompañara? Hasta habría preferido al señor D, y eso que él siempre intentaba sacarla de quicio. O incluso Afrodita, por más que ella le recordaría todo sobre James.
—Qué niña más inteligente. Afrodita y Deméter también estaban aquí, pero decidieron ir a buscar algo de cereal.
— ¿Cereal? Oh, amo el cereal —comenta emocionada, olvidando su incomodidad.
Se sienta al estilo indio frente al dios luego de arrastrar la especie de colchón hasta allí. A una distancia comprendible, claro. Tampoco queria que Ares la rebanara accidentalmente con su enorme espada. Se veía capaz de hacerlo.
—Amo la sangre y la desesperación —añade Ares como si fuese algo de lo más casual, entonces Meredith palidece al máximo.
Abraza al perro contra su pecho mientras retrocede con ayuda de los pies, arrastrándose con colchón y todo. Ares movió su espada hacia ella, jugando un poco para asustarla. Pero vuelve a su posición original cuando las puertas del salón se abren y Afrodita entra dando saltitos.
— ¡Despertaste! —exclamó hacia la morena, sonriendo y mostrando hileras de dientes blancos.
—No debí hacerlo —dijo en voz baja y a media voz, mientras miraba la espada con los ojos abiertos como platos—. Debí seguir...
Se fija en Afrodita, ahora con el cabello rizado y marrón, se contoneaba mientras caminaba hacia su trono. Y Meredith pensó que esa diosa estaba jugando con su mente, porque cada que la veía pensaba que era demasiado sexy para ser real, dudaba de su sexualidad. Cerró los ojos sacudiendo la cabeza.
Fuera pensamientos impuros.
Deméter avanzó hacia la Greengrass y le entregó un tazón a rebozar de cereales.
—Toma, cómetelo todo.
—Gustosa —asegura antes de atracarse con la comida.
La diosa sonrió encantada ante ello y también volvió a su lugar.
Mar decidió alejarse del dios de la guerra e ir hacia el trono de su padre. Tuvo la pequeña esperanza de estar a salvo allí. Su trasero apenas había vuelto al suelo cuando las puertas se abrieron nuevamente, de golpe. Por poco se le caen los cereales encima.
— ¿Ya terminaron de usarlos? Digo, ¿ya no los necesitan? —le preguntó Ares a Hefesto y Hermes.
Estos asintieron con pesadumbre.
—Debo acelerar mi producción de armas, duplicarla tal vez —murmuró Hefesto.
—Y yo viajar de aquí para allá, como si fuera que no tengo suficiente trabajo ya —se quejó Hermes, golpeando su caduceo contra el suelo. Las serpientes en él se quejaron, pero las ignoró—. Creí que al fin iba a poder vivir en paz.
— ¿Armas por qué? —Meredith se metió en la conversación, recordándoles que estaba allí—. ¿Habrá guerra?
—Te dije que siempre hay guerra, niña tonta.
— ¡¿Ella estaba despierta?! —chilla Hermes—. ¡No se suponía que esté despierta!
La joven alza las manos para calmarlo. No quería que tenga un ataque, porque si él lo tenía probablemente también terminaría desmayándose... una vez más.
—Si quieren hago como que no escuché.
—Si fueras tan amable, por favor.
Entonces fueron rodeados de un incómodo silencio. Afrodita se admiraba en el espejo, Ares seguía limpiando sus armas, que mágicamente salían de su capa e iban acumulándose junto a su trono. Hefesto y Hermes cuchicheaban en voz baja. Deméter se aseguraba de que Meredith comiera todo el cereal.
De repente, el de los ojos en llamas se detiene y la mira.
—Y... ¿por qué te desmayaste?
Todos dejaron lo que hacían y prestaron atención. Mar sólo se sonrojó hasta las orejas.
—Uh, bueno... —se aparta el cabello del rostro, avergonzada—. No puedo con la presión.
—Indecisa —suelta Hefesto—. Eres indecisa.
—Y estúpida —añade Ares, sin una pizca de arrepentimiento—. ¡Fantástico! Esta es la jovencita que podría decidir nuestro destino. Miren si se desmaya mientras intenta decidir si ir a la izquierda o a la derecha.
Unas risas sofocadas aparecieron, Deméter lo miro ceñuda.
—No seas grosero, Ares.
—Tal vez pase lo mismo cuando tenga novio —sigue Hermes, codeando a Hefesto.
—Ah, sí. ¿Quieres ser mi novia, Meredith?
—Por favor, detente... Esto es demasiada presión —finge desmayarse dramáticamente.
El rostro de la Greengrass iba a explotar. Tragó saliva bajando la mirada, posiblemente iban a matarla si decía lo que estaba pensando.
—Está bien —gruñe y se llena la boca de cereales—. Fa fe aferpentidan.
—Traga y luego habla —aconseja Afrodita.
Eso hace, se limpia la comida en la comisura de los labios —Ya... no importa. Sigan en lo que estaban... antes de atacarme, claro.
Pudieron hacer eso, claro, pero no. Molestar a Meredith les producía cierto placer, dado que ella también discutía pero no los detenía y de alguna forma se descontrolaba. Decidieron comenzar a fijar su fecha de muerte, que duraría muy poco en una misión teniendo en cuenta su contextura física y capacidad intelectual.
—Tres días —fue lo que dijo Hefesto.
—Dos años... y dos días en una misión —bromeó Hermes.
—Hasta que tenga dos novios, y no lo digo yo, lo dice la ciencia.
—Qué amable, Afrodita —ironiza con una sonrisa falsa.
Inclina el tazón de cereal para al fin terminar de comer, entonces Deméter chasquea los dedos y la señala.
— ¡Vivirá cien años si sigue comiendo así!
Meredith festeja mientras asiente repetidas veces, tenía la boca llena y sentía que se ahogaba. Pero era la primera vez que le daban tanto tiempo de vida.
—Menos ochenta y seis —Dionisio se acopló a la conversación al cerrar la puerta tras él.
Deméter frunce el ceño —Estás diciendo que morirá este año.
—Exacto, porque la primera misión que surja esta año será suya —informa—. Están apurados, y quieren saber si esta señorita sigue valiendo la pena para devolverle todos los recuerdos o ya se volvió una estúpida por completo.
Por completo no sé, pero mucho sí, pensó Meredith encogiéndose de hombros.
— ¿Por qué tanto misterio con mis recuerdos? Si me enseñaron algo en esos tiempos fue por algo, ¿qué hay de diferente ahora?
Afrodita dejó a un lado su espejo por primera vez, le miró afligida —Todo es diferente ahora, cariño. Y todo lo que te enseñaron es demasiado importante, debe manejarse con cuidado. En esos tiempos...
— ¿Confiaban en mí?
No hicieron falta más palabras, era así obviamente. Meredith se preguntó qué hizo mal para que le borren la memoria y comenzaran a desconfiar de ella. No creía que una niña de nueve años haya podido hacer algo terrible, o tal vez fue una paranoia por parte de ellos. Zeus tenía cara de no fiarse, tal vez era un maniático con su puesto en el Olimpo y creyó que Meredith haría algo en su contra. Después de todo ella además de semidiosa también era una bruja.
Sus ojos verdes se fijaron en el perro que se revolcaba en el piso a su lado, todo pensamiento serio e importante abandonó su mente. Fueron reemplazados por sus típicas estupideces, no pudo detener a su lengua cuando preguntó.
— ¿Ese perro hace pipí?
Dionisio le observa como si fuese una cosa rara.
—No seas idiota, claro que hace pipí. Es un perro.
—Oh, pensé que no, como me lo dieron ustedes...
—Niña, somos dioses pero no detenemos la pipí —le asegura Hefesto.
Meredith hace una mueca, eso era una pena.
— ¿Podrían dejar de hablar sobre eso?
Afrodita arrugaba la nariz, para nada divertida con el tema de conversación. Hermes soltó una sonrisa pícara antes de seguir.
— ¿Por qué, princesa? ¿Te da asco? Es algo natural hablar sobre la orina.
—Meada.
—Pis.
—Yo le digo cascada, sólo entenderían si me vieran —comenta Ares con tono casual, Afrodita le dedica una mirada incrédula—. ¿Qué? Se asemeja a una cascada, tú ya sabes por qué, cariño.
Los demás morían de risa mientras seguían repitiéndolo, sólo para molestar a la diosa. Meredith estaba feliz de formar parte de aquella conversación, al menos ahora estaba casi segura de que no iban a colgarla del techo para rebanarla en pedacitos.
— ¡Micción! —suelta luego de limpiarse una lágrima de risa—. Es un sinónimo de orinar, según me han dicho.
Hermes frota su barbilla pensando en eso —Suena bien, elegante. Como si fueses a trabajar. Permiso, voy a hacer una micción. Sí, me gusta, voy a usarlo.
La puerta de entrada vuelve a abrirse, lentamente. Meredith voltea para mirar, el perro se le cae de las manos y abre los ojos como platos.
En la entrada estaba un chico alto y rubio, que luego de echarle una mirada al lugar se acercó a ellos. Tenía una cicatriz en la cara y llevaba un uniforme parecido al de Hermes. Meredith lo identificó como Luke Castellan, el chico que fue poseído por Cronos y que ahora servía como mensajero entre el inframundo y el Olimpo. Luego de muchas discusiones los dioses eligieron darle ese puesto. Percy le habló sobre él, pero nunca dijo que era tan guapo.
Santa sangre divina que corre por nuestras venas, pensó y luego se reprendió por eso.
—Luke —saluda alegremente Hermes—. ¿Qué te trae por aquí, hijo?
El chico hace una reverencia y luego responde —Tengo un aviso para ustedes.
—Santa barbaridad —se le escapa a Meredith luego de escuchar su voz, todos voltean a verla, incluido un confundido pero divertido Luke—. Este perro hace pipí.
Señala al pequeño, que sólo se queda quieto en su lugar.
—Hola —ríe él—. ¿Y tú eres?
—Yo no soy australiana, ahí también hablan inglés —balbucea, se rasca la nuca intentando recordar su nombre.
—Buen dato, me llamo Luke Castellan.
—Sí, mi nombre, eso...
—Es María Gonzales —dice Dionisio.
—Es Mari... mentira, ese no es —frunce el ceño hacia el dios y luego suspira volviéndose a Luke—. Soy Meredith Greengrass.
Él asiente con una sonrisa diciendo que era un gusto, su rostro serio vuelve cuando mira a su padre.
—El señor Hades me ha enviado para informarles sobre su visita.
—Ay qué divertido —bromea Ares, lanzando otra arma al montón—. ¿Vendrá el lunes?
—En realidad, señor, vendrá hoy.
Las armas se caen y Afrodita suelta un chillido. Hefesto asegura que eso no le gustará a Zeus y Poseidón.
Zeus y los demás aparecen en la puerta, y sus expresiones no eran muy divertidas. Meredith se remueve por todo el lugar desesperada, ya que no quería que la aplasten. El perro la seguía y mordía su zapato hasta que notó que los dioses simplemente se aparecieron en sus tronos. Entonces carraspeó y se acercó a Luke ya que...
— ¿Dónde están Percy y los demás? —pregunta, notando su ausencia de repente.
—En el campamento, claro, ellos tienen otro trabajo —fue la respuesta de Poseidón.
Asiente con cierta tristeza mientras Luke vuelve a hacer una reverencia y se retira. Ahora en definitiva era la única hormiga en ese lugar, además del perro, claro, pero no contaba.
—Eh, papá, tengo algo divertido que informarte —suelta nervioso Hermes, Zeus alza una ceja hacia él—. Bueno pues... Viste a Luke, ¿no? Nos dijo un chiste graciosísimo...
— ¡Hola a todos!
Hades ingresó haciendo las puertas a un lado y caminando alegre hacia los tronos, deleitándose con las expresiones de los que no sabían de su llegada. Meredith le observaba con la boca abierta hasta que tiraron de ella para esconderla, justo detrás del pie de Ares (el cual por cierto no olía muy bien)
Hades era igual a Poseidón y Zeus, sólo que con la barba y el cabello de un color negro, y rizados. Su piel parecía algo enfermiza, y llevaba puesta una túnica en la cual parecían moverse espíritus en medio de su sufrimiento.
Un hombre que sabe de moda, ironizó Meredith en su mente mientras tapaba su nariz.
— ¡¿Qué haces aquí?! —exclama Poseidón, casi levantándose de su lugar.
—Visitar a mi familia, ¿acaso es un delito?
—Secuestrar a los hijos de estos sí lo es —murmura Deméter y luego tose falsamente.
Hades la mira como diciendo que ya supere la infancia.
— ¿Justo hoy? —Apolo también demuestra su descontento.
— ¿Acaso hay otro día mejor?
—Claro, mañana, por ejemplo.
El dios del inframundo entonces se movió un poco, revelando a Nico tras él. Meredith soltó un chillido emocionado al verlo. Al menos ahora ya no era la única semidiosa en medio de los locos psicóticos.
Ares la empuja con su pie una vez más, Meredith se queja en voz alta. Eso llama la atención de Hades, quien de inmediato ignora a Zeus y se acerca a ella. Siendo detenido por una de las lanzas que Ares dirigió a su rostro.
—Eh, tranquilo —recomienda, alzando las manos—. Sólo creo que esa señorita se me hace conocida... ¿quién eres?
— ¿Qué niña? Hades, deberías seguir mis pasos y dejar la bebida por un tiempo —finge recomendar Dionisio, mientras mira a los lados—. Porque ahí no hay una niña, sólo el pie peludo de Ares.
Suelta una risa falsa y señala a Meredith, insistente.
—Es mi hija, no la molestes —gruñe Poseidón—. Ve retrocediendo.
— ¿Es Meredith? —alza las cejas, intenta acercarse otra vez pero la lanza seguía ahí—. ¿Por qué tanta hostilidad?
—Porque la última vez que pusiste tanto interés en una de las niñas te llevaste a Perséfone —espeta Deméter—. Retrocede ahora, Hades.
Hace lo que le piden un poco indignado.
—Sólo quería saludar, es la primera vez que la veo en años. Son unos desconfiados...
Sé lo que se siente, amigo. Pensó Meredith.
— ¿A qué exactamente viniste, Hades? —Zeus interrumpe, impaciente.
—Bueno, ya saben, pero dado que ella está aquí...
—Ya se iba —informa Poseidón, Meredith le mira ilusionada—. Ya tienes al perro, linda, y te dijimos lo que debíamos decirte, ya puedes irte a casa.
—Gracias —susurra y recoge al perro. Hace un gesto hacia el colchón—. No sé si podría llev...
No pudo seguir, con un chasquido de dedos Zeus lo hizo desaparecer. Meredith suelta un puchero. Se había enamorado del colchón, era muy cómodo. Esperaba llevárselo a casa para poder dormir sobre nubes de algodón.
—Nico la acompaña —declara Hades y luego se inclina para darle algunas indicaciones a su hijo.
Este asiente y luego se acerca un poco incómodo a Meredith. Ella estaba sonriéndole como una psicópata, apenas estuvo a su alcance se lanzó para abrazarlo. Salieron del lugar con Nico arrastrándola, y el perro sujetándose del zapato de ella.
—Repito, ella me agrada —comenta Hermes, rompiendo el silencio incómodo.
Luego de un extraño viaje en el ascensor (para Nico, claro) ambos salieron hacia el vestíbulo casi corriendo. Nico quería sacársela de encima lo antes posible.
— ¡Ey! —chilló Meredith al notar sus intenciones. Se quitó al perro de encima y luego se quitó un zapato para luego lanzarlo justo en la cabeza del muchacho—. ¡No corras!
— ¡Meredith! —gruñó adolorido—. ¿Por qué?
—Despídete como se debe, maldita sea —camina hacia él saltando en un pie—. Ahora repite: Tanto tiempo, Meredith, te he extrañado. Espero que estés bien.
—No voy a repetir eso... ¡Agh! —levanta los brazos para que deje de picarle—. Tanto tiempo, Meredith, ¿cómo has estado? Ahora mismo planeo irme así que...
Ella niega con la cabeza, Nico suspira rendido.
—Te he extrañado, espero que estés bien y ya no me golpees.
Una sonrisa enorme se expande por el rostro de la Greengrass, quien vuelve a abrazarlo.
—Yo también te extrañé, que lindo. Espero que volvamos a vernos.
—Ajá.
Se inclina para ponerse el zapato, saltando en un pie otra vez. Nico intenta no sonreír. Esa chica tenía serios problemas, de verdad.
—Hasta pronto, Nico.
—Hasta pronto —le complace, girándose para poder irse al fin.
Toma a su perro y sale del edificio. Mira a los lados antes de notar a su madre. Astoria estaba sentada en un banco, ensimismada con su lectura. Meredith reconoció el libro de inmediato, una sonrisa con malicia apareció en ella. Rose ya se lo había leído, sabía el final.
—Hola, mami —saludó cuando estuvo frente a ella.
Astoria salta en su lugar, mira a Meredith y luego a su reloj. Parecía sorprendida con el horario.
—Nunca fuiste a apuñalar el cielo porque no bajaba...
—Uh, eso, me distraje —señala el libro con pena—. Perdón, cariño. Es que estoy por termi...
—Los dos mueren, ella no está embarazada.
Luego de aquella revelación Astoria se queda unos segundos tildada, procesándolo. Poco a poco su rostro se tiñe rojo.
— ¡Meredith Alyssa Greengrass! ¡Me arruinaste el final del libro!
Moraleja: Si tu madre no apuñala el cielo como prometió luego de quedarte encerrada con dioses no le lances un spoiler, porque terminarás mal, muy mal.
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