Capítulo 19. Recuperando recuerdos, o algo así.
Capítulo 19. Recuperando recuerdos, o algo así.
— ¿Qué tuve que olvidar? —inclina la cabeza hacia la izquierda, con una expresión de confusión en su rostro—. ¿Por qué?
—Por tu bien.
Por mi bien, se repite, aún así no tenía sentido.
— ¿Y cómo se supone que voy a recordarla?
Apolo se levanta de su asiento, hace un gesto hacia Zeus y luego se dirige hacia Meredith. Su estatura cambia de descomunal a menos descomunal, sus ojos eran de un color dorado sin presencia de pupila, eso causó que Mar retrocediera unos pasos. Él se tildó durante unos segundos, parpadeó y su mirada se transformó a una azul brillante, y por Merlin, al fin parecían ojos normales con aquel par de pupilas.
—Lo siento, no te gusta mi mirada normal... supongo —añade y mueve su cabeza—. Muy bien, Meredith, nosotros te mostraremos algunas memorias para que tu cerebro se active y comience a recordar por sí mismo. Y para ello...
— ¿Tengo que beber sangre de una virgen? —susurra con miedo, preparándose para lo peor.
— ¿Qué? —suelta una risa que algunos otros acompañan—. No, irás a una misión.
Asiente mientras suelta un sonidito de compresión. Mira a todos lentamente, causando cierto suspenso en los demás. El cerebro de Meredith viajaba a una velocidad impresionante, haciendo y desechando ideas. Hasta parecía que iba a salir humo por sus orejas en cualquier momento.
—Una misión... ¿Es que no pueden decírmelo ustedes y ya? Pensé que... ¡Ahhh! —grita cuando un rayo cae junto a ella, la expresión de Zeus era de pocos amigos. Mar se abraza a sí misma mientras tiene una expresión de horror—. Entiendo, lo haré, yo buscaré.
—No podemos porque se supone que debes prepararte para la guerra —suelta Ares con un tono distraído, se gana miradas por parte de todos.
— ¡¿Qué guerra?!
—Siempre hay guerra, hay que estar preparados. Y sólo mírate... ¿Acaso nunca sales de casa a caminar siquiera? Podría empujarte con un dedo y terminarías al otro lado del salón... crearías un hoyo además —añade con malicia, Deméter le lanza un cereal desde su asiento, él se queja con un gruñido. Incluso Hera le mira como si no debía decir aquello.
Meredith decide ignorar ese comentario con las mejillas como tomates y los manos intentando con desesperación cerrar su chaqueta... pero la chaqueta no cerraba.
—Podría prepararme para la guerra y recuperar recuerdos en el campamento.
—No seas vaga —reprende Dionisio, Meredith se sorprende porque es justo él quien dice aquello—. Una misión no te mata... Oh, espera, lo siento. Olvidé que tu sangre atrae a unos cien monstruos a la redonda. Lo siento de nuevo, Magdalena, dime qué clase de flores te gustarían para tu funeral. Juro que lo haré lo más feliz posible, mucha coca cola light.
Ella frunce el ceño molesta.
—Yo no voy a morir.
—Esa es la actitud... pero yo no creo eso a decir verdad —en su mano aparece una copa con, cómo no, coca cola. La dirige a sus labios mientras oculta una pequeña sonrisa.
— ¡Se lo voy a probar! ¡Se le caerán los dientes cuando me vea volver! —suelta la Greengrass, señalándolo con decisión.
Los ojos morados de él brillan con satisfacción y le muestra una enorme sonrisa. Meredith entonces flaquea.
—Está hecho, aceptó tener una misión.
—Buena estrategia —admite Atenea, ocultando con éxito su sorpresa.
Artemisa le dedicaba una mirada sorprendida a Dionisio mientras este se arreglaba la camisa con aires ganadores —Utilizaste su orgullo en su contra... No puedo creer que hayas pensado en eso.
La sonrisa de Dionisio desaparece.
— ¿Crees que no puedo pensar en eso? No soy un Marceline.
Abre la boca para ofenderse en voz alta, Zeus interrumpe a Mar.
— ¡Basta! —se dirige a Apolo—. Hazlo ya.
Él le dedica un guiño de ojo a Meredith antes de tenderle su brazo izquierdo, que ella toma con cierta desconfianza. Si bien él le parecía atractivo y todo, algo en su interior le tiraba lejos de Apolo. Tal vez porque aún recordaba sus verdaderos ojos, y lo mucho que le asustaban. Eso le permitía no olvidar que él era diferente, muy diferente a ella. Tal como el resto de los que estaban en esa sala, no estaba segura de si confiar o no.
— ¿Lista para ver su pasado olvidado, señorita?
Mueve la cabeza dando la señal. Mira por sobre su hombro a sus amigos antes de que todo a su alrededor comience a desvanecerse. Lo último que vio de ese lugar fue la expresión "¿qué demonios?" de Percy, fue reemplazado por el jardín de su casa.
Era la casa de Londres, la mansión Greengrass. Estaba bajo una capa de nieve, pero Meredith no sentía el frío; sólo un calor a su lado derecho. Volteó chocando con el rostro de Apolo, él se le quedó mirando los ojos durante un buen rato, logrando incomodarla. Sólo cuando la notó sonrojarse hasta parecer un tomate que se alejó un par de pasos.
—Me colé, lo siento —le dedica una sonrisa ladeada—. Espero que no te moleste.
—Está bien —dice en voz baja y nota que alguien sale de la casa.
Era ella misma, de unos seis años más o menos. Estaba envuelta en mucha ropa invernal, sus rizos escapaban del gorro por debajo, hasta llegar a la mitad de su espalda. Un sentimiento extraño le llenó cuando notó que aún tenía ese gorro, ya no podía usarlo pero estaba guardado y siempre lo encontraba cuando buscaba su ropa de invierno. El verse a sí misma comenzaba a darle un huracán de emociones, su enana versión corrió por el jardín saltando sobre las pequeñas montañas de nieve.
— ¡Waaa! —gritó la niña justo antes de caer de frente, sacó la cabeza de la nieve y escupió la que se coló a su boca. Hizo una mueca cuando notó algo de sangre. Con expresión de preocupación tocó su labio inferior, tenía un pequeño corte que no dejaba de sangrar—. ¡Mamá!
Los ojos de la pequeña Meredith se llenaron de lágrimas al notar que su madre no la escuchó. Su versión mayor observaba atenta, forzándose a recordar pero no podía. Esa escena era completamente nueva para ella.
Un resoplido se escucha a sus espaldas, tanto Apolo como las dos Mar se voltean. Un monstruo se escondía entre los árboles, mirando a la niña con sus enormes ojos. La especie de ogro parecía admirarla antes de ir a por ella. La pequeña lo observaba con los ojos como platos, su cuerpo temblaba de pies a cabeza y seguía tirada en el suelo. Tan asustada que no podía levantarse.
—Él no puede entrar, ¿verdad? Ningún monstruo puede entrar a la casa —se voltea para decirle a Apolo, algo desesperada por no poder hacer algo en medio de esa escena.
Él simplemente se llevó un dedo por sobre los labios e indicó que siguiera mirando. Fue en ese momento cuando el ogro levantó su enorme bat de béisbol y soltó un gruñido que hizo temblar todo el lugar. Se aventó hacia la niña que retrocedía arrastrándose en el suelo, gritando y rogando ayuda.
Meredith dio un paso adelante, sujetando su collar con una mano. Apolo la detuvo.
—Es un recuerdo, no puedes cambiarlo. Esto ya pasó.
Mientras el ogro golpeaba el suelo con su bat, la niña intentaba escapar y terminó bajo la mesa de jardín. Un hechizo se estrelló contra el costado del monstruo y este terminó volando hacia los árboles, quedando casi mareado. Astoria salía de la casa, iracunda, con la varita en alto. La sensación de seguridad apareció en ambas Meredith.
Pero el monstruo no podía ser derrotado sólo con un simple hechizo, cosa que ahora Mar sabía, porque él estaba arremetiendo contra su madre. Astoria chocó contra la pared y luego cayó al suelo en un golpe seco, inconsciente. No pudo evitar llevarse una mano a la boca mientras sofocaba un grito.
Su versión más joven miraba hacia la mujer herida sin apartar los ojos, apretando sus pequeñas manos a los lados. El ogro se volteó hacia ella levantando su bat por sobre la cabeza, dichoso porque al fin comería. Pero la pequeña Mar le dedicó una mirada que sólo significaba problemas para él.
Chispas que escapaban de la niña y chocaban contra el ogro, lo hacían retroceder chillando. La niña avanzaba, él olvidó quién era el monstruo ahí. Hay una explosión de color verdoso, pasan varios segundos antes de que la vista sea clara de nuevo. Mar, la que era más pequeña, estaba cayendo sobre sus rodillas con expresión agotada mientras un campo de fuerza subía desde el suelo donde ella caía, expandiéndose hasta cubrir la casa por completo.
La Meredith del presente apenas podía creerlo, titubeó antes de volverse a Apolo y hablar.
—Yo... Yo hice el campo de fuerza.
—Eso parece, ¿no? —alza una ceja el dios, luego le tiende su mano nuevamente—. Ven, hay algo más.
En cuanto se sujeta de él un torbellino de imágenes vuelve a suceder, rodeándolos y mareando un poco a Meredith.
— ¡No vas a encontrarme! —reía la niña, una versión de al menos ocho años de Mar.
Corrió junto a ellos riendo hasta que una silueta enorme se interpuso en su camino. Atenea tenía su usual mirada de severidad.
—Si sigues gritando así, claramente te encontrará. Te recomiendo guardar silencio.
Asintió haciendo como si cerrara sus labios con un candado, Atenea rodó los ojos y se retiró hojeando un libro viejo. Mientras que la otra fue tras unas enormes cortinas que la tapaban por completo, salvo las veces que salía a echarle un vistazo al lugar y sus manos se notaban.
—Voy a encontrarte, voy a encontrarte —canturreaba un niño castaño mientras llegaba al lugar, buscando en cada centímetro, nada se le escapaba.
Siquiera esos pequeños dedos que sujetaban la cortina.
— ¡Acusada! —gritó haciendo a un lado la tela color rojo, Meredith puso cara de susto. Él la sacó con un gran abrazo de oso, ella comenzó a forcejear.
— ¡No! ¡Es trampa! ¡Suéltame!
El rostro de la niña parecía un enorme tomate, sus mejillas regordetas brillando a más no poder. Se veía avergonzada y molesta, su amigo la soltó.
—Niños —alguien más se unió a la fiesta, una diosa.
De larga túnica morada, a la Meredith del presente le resultó terriblemente familiar, se inclinó hacia Apolo y susurró el primer nombre que apareció en su mente —Hécate.
Él asintió dándole la razón.
— ¡Cate! —saltaron los niños con emoción—. ¿Daremos otra clase?
Cada uno se posicionó en un lado de la mujer y tomaron sus manos, ella sólo dejó salir una expresión de tristeza.
—Hoy aprenderemos a olvidar, niños.
— ¿Olvidar? Yo no quiero olvidar.
—Es por su bien —le aseguró a la pequeña que negaba con la cabeza.
—Pues entonces no quiero olvidar a Mar —exclama el niño, mirando a su amiga algo desesperado.
—Yo tampoco quiero olvidarte, Zeph.
Fue ese susurro lo último que logró escuchar, luego tiraron de ella hacia atrás y cayó de espaldas ante Zeus. Mareada intentó levantarse, Apolo también estaba en el suelo a su lado.
— ¿Quién es Zeph? —preguntó apenas pudo ordenar su mente.
— ¿No querrás decir Zephyr?
—Apolo, cierra la boca —gruñe Zeus, dando a saber que eso no debía suceder—. Ya fue suficiente.
Mar sacude la cabeza —Pero... si no he entendido ni la mitad de lo que vi.
— ¿Y de ella dependemos? —masculla hacia los demás.
—Si quieren puedo irme, eh —hace el ademán de voltear e irse, una vez más caen rayos junto a ella. Le hacen gritar de horror y vuelve hacia Zeus con las manos en las orejas—. ¡¿Qué es esta manía de atentar contra mi vida?!
Apolo se acerca a su padre y lo enfrenta. Al principio son miradas profundas, luego abre la boca y habla.
—La profecía dice...
—Sé lo que dice.
—Entonces sabes que lo necesita.
—No ahora —aprieta los dientes—. No necesitamos ese desastre ahora... Dividiremos el grupo —añade, ahora más tranquilo, hace una señal hacia los demás semidioses—. Jackson y sus amigos... buscarán a Zephyr —oculta una sonrisa tras su mano derecha y luego señala a Meredith—. Tú irás al campamento hasta que se presente una misión donde recibirás tus otros recuerdos.
— ¿Por qué no pueden dármelos ahora?
—Porque quiero asegurarme de que lo valga, y que sea... factible.
¿Factible? ¿Acaso la vida de Meredith ahora era un negocio? Eso no le gustaba, pero quería saber más. Así que ahora debía ir a una maldita misión para poder enterarse. Lo haría, sólo por eso.
— ¿Y si mi misión es ir con ellos a...? —comenzó a proponer, Hera la cortó.
—No más de tres semidioses. Sé paciente, niña, tendrás tu oportunidad.
—Pero... —Annabeth pidió hablar, alzando una mano y caminando hacia Meredith—. Ella es nueva en esto, aún no puede defenderse en espacios abiertos como lo sería en una misión. Apenas ha recibido entrenamiento, es peligroso.
Poseidón suspira y luego da un largo silbido agudo. Todos quedan expectantes mirando hacia los costados. Escuchan ruidos de garras que se acercaban por atrás. Meredith creyó que al fin la matarían. Las puertas del salón se abren dando paso a un... pequeño cachorro color negro.
— ¿Qué es esto? —suelta confundida, el perro corría directo hacia ella. Apenas llegaba a unos centímetros más allá de su tobillo. Lo subió a sus brazos mientras le lamía la cara.
— ¿En tu mundo no hay perros, niña? Pobrecita —ironizó Dionisio con malicia.
—Sé que es un perro —dice con enojo, señala al juguetón animal mientras mira a su padre—. Pero no entiendo para qué me sirve.
—Te protegerá —sonríe Poseidón, alzando los hombros.
Mira al perro, su expresión adorable y sus enormes ojos negros. Babeaba en su pecho e intentaba treparla.
¡¿Cómo demonios esa criaturita iba a protegerla?! ¡Ahora mismo saltó de sus brazos al suelo sólo para rascarse el trasero!
—Esto va a protegerme, claro... Tiene sentido, me quieren muerta —razona, escandalizada—. ¡Me dieron una cita para decirme que moriría teniendo como guardaespaldas a un pequeño perro con picazón en el trasero!
De inmediato la bola de pelos se detiene y la mira. Maldición, cada gesto suyo era tierno y adorable. Meredith se vio obligada a volver a alzarlo y abrazarlo contra su rostro.
—Si no lo quieres...
— ¡No! Ya me lo dieron, es mío. Mío —repite retrocediendo y luego le murmura al perro—. Mi bebé hermoso.
Apolo vuelve a su lugar, adoptando su altura de varios metros y bajando las gafas para tapar sus ojos brillantes y dorados.
—Meredith, mejor ve haciendo amigos en el campamento. Tendrás una misión en cuanto se presente la ocasión, y esta no excederá la semana donde podrás recuperar el resto de tus recuerdos... Si lo mereces, claro.
—Dentro de tu misión habrá problemas y tentaciones, tendrás que lidiar con ello.
—Y debes hacerlo bien porque si fracasas ahora, quien sabe qué será de nosotros en el futuro.
—Están mareándola —informa Artemisa a Zeus y Apolo, que no dejaban de parlotear—. Además, sólo le dan una opción, ¿por qué no le dicen la otra? Es mejor ser transparentes desde ahora.
—Transparentes —bufa Apolo, con una corta risa.
Una discusión se hace presente. Meredith apenas logra entender algunas palabras, su cabeza está a punto de explotar. Y ellos sólo hablan sobre cosas que ella o no recordaba o simplemente no entendería de cualquier forma. Algo de que de todas formas ella decidiría qué hacer, o que no debían presionarla, que nadie debía influir en sus decisiones y que posiblemente iban a observarla en todo momento. Eso le daba náuseas.
Cuando al fin se calmaron, Deméter se dirigió a ella con voz suave.
—Pues preguntémosle, ¿qué quieres, cariño?
—Oh, bueno —suelta una risita y le tiende el perro a Annabeth—. Sujétalo, por favor... ¿Me repetirían... lo que sea que dijeron?
— ¿Quieres o no quieres ayudarnos? ¿Quieres o no quieres recordar? Vamos, niña, no es tan difícil de comprender —se queja Ares.
—Ah... —las miradas de todos estaban sobre ella, y a decir verdad no recordaba estar respirando en el último minuto—. Esto es... mucha... presión.
Cayó desmayada, dejando a todos con la boca abierta.
—Esto no lo esperaba —Hermes se carcajea y su caduceo se convierte en un celular inteligente—. ¡El desmayo que queda para el recuerdo! —le quita una foto a su rostro estampado contra el suelo, un poco de baba caía de los labios de la chica.
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