Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 7: La clínica

Miro al niño frente a mí, su rostro se contrae de dolor con el filo de la aguja traspasando su piel hasta sus venas. Le sonrío en un fallido intento de calmar sus nervios, parecía ansioso desde que llegó a la clínica. Coloco un diminuto pedazo de algodón en la lesión que ha ocasionado la inyección y palmeo su hombro con actitud simpática. Los niños suelen ser altamente vulnerables cuando se trata de hospitales, clínicas y hasta doctores, razón por la cual me dispongo a ser carismática y cuidadosa.

La noche ha sido realmente pesada, se acerca Halloween y desde el inicio de esta semana hasta el final de ella ha habido un gran número de accidentes, sobretodo de chicos jóvenes, preadolescentes haciendo bromas y buscando una manera nada responsable de divertirse. Gruño mientras limpio con un pañuelo de algodón el vómito con el que un niño más ha manchado la ropa. Jamás creí que la pediatría sería una rama de la medicina en la que tendría éxito, después de todo los niños nunca fueron mi fuerte pero parece que ellos ven algo en mí que yo no.

Camino fuera del consultorio llevándome las manos a los bolsillos de la bata. Una enfermera pasa a mi lado tomando de la mano a una tierna niña rubia que me sonríe con los dientes chuecos, le devuelvo la sonrisa continuando mi camino por el pasillo. Siento que la respiración me pesa y tomo mi pecho con una opresión extraña que atribuye mi preocupación durante unos segundos, giro sintiendo una mirada fija sobre mi cuerpo y mis ojos dan con los de aquélla niña tierna de iris marrón.

Su mano sigue afianzada con fuerza en la de la enferma quien mira detrás de mí con la mandíbula temblando y una mirada de estupor. Por algún motivo la expresión en su rostro no causa estragos en mí, sin embrago, la mirada de esa niña es tan profunda en la mía que me hace temblar. Meneo la cabeza girando de nueva vuelta y encontrando frente a mí un escenario horrido que me hace olvidar mi profesionalismo y chillar sintiendo el corazón latiéndome enloquecido.

Dos niños no mayores a los 11 años se toman de las manos, sosteniéndose el uno en el otro sin posibilidad de alejarse, sus dedos están cocidos desde la piel hasta el músculo. Un enorme corte en el estómago de uno de ellos deja ver el inicio de sus intestinos inflamados y la sangre se desborda en gotas interminables de líquido. El otro niño tiene el rostro pálido con una mueca de desconcierto evidente, no tardo en notar la enorme barra de metal incrustada en un costado de su pecho, parece que no ha perforado el pulmón pues ya estaría desangrándose y probablemente muerto.

Las piernas se me debilitan, tomo una profunda respiración antes de ser la primera en acercarme a ellos. Mis manos cubren la herida expuesta del estómago del infante, está derramando demasiada sangre y aún peor sus órganos están por derramarse de su pequeño cuerpo. No hay tiempo para guantes, alcohol o cualquier cosa, confío en que mis manos están exceso limpias por la lavada que les di antes de dejar a ese otro pequeño vomitón solo; puede haber riesgo de infección pero me arriesgo a toda costa.

Rosalie y Donovan, compañeros de trabajo y residentes al igual que yo, se acercan presurosos apenas alcanzando a colocar los guantes sobre sus manos. El niño al que sostengo suelta un quejido de dolor y alzo la mirada para tratar de tranquilizarlo con una escasa sonrisa pero la profundidad de sus ojos me detiene en seco, su mirada es penetrante, fría y llena de augurio, mil alarmas se encienden en mi interior pero las acallo bajando la mirada una vez más a la herida que intento cubrir. Esos ojos... esa expresión... trago hondo justo cuando Donovan lo cubre con una gaza tras otra que se mancha de sangre, sangre que no para de salir.

Una camilla se aproxima pero ni siquiera nos inmutamos sabedores de que los niños están unidos sin posible separación por el momento y una camilla no es suficiente para ambos. Las luces parpadean, un jadeo abandona mis labios cuando toda luz eléctrica alrededor desaparece. Escucho una maldición a mi lado y mi compañero se acerca para pedirme que baje al sótano, donde el generador se encuentra. Ellos continúan en su trabajo mientras me pongo en pie y corro alejándome del área de pediatría en dirección al sótano.

Somos una clínica pequeña en un pueblo no muy extenso, el personal es limitado inclusive insuficiente por lo que no muchos nos encontramos aquí a pesar de tener una semana ajetreada ese es el motivo por el que estamos tan apretados. Corro en los pasillos buscando la puerta de entrada al sótano y tropiezo con un enfermero que a toda prisa me esquiva y lleva consigo otra camilla. Solo contamos con dos quirófanos no lo competentemente equipados, no sé cómo vamos a hacerlo pero esos niños no pueden morir hoy.

Por mi cabeza pasan pensamientos extraños, la oscuridad se vuelve hipnotizante, poderosa e imponente. Un mareo me hace tambalear y veo difuso, alzo las manos para mirarlas pero no logro percibirlas solo puedo jadear intentando tomar aire y doblarme ante un dolor punzante e imaginario en mis costillas. Escucho pasos, lentos, pausados y luego rápidos, muy rápidos. Caigo de rodillas al suelo y me arrastro de rodillas con el cabello cayéndome por los lados de la cara, pienso en seguir los pasos, en pedir ayuda a quien sea que está caminado cerca de mí pero no lo hago, no puedo hacerlo, algo me dice que no lo haga.

Parpadeo continuamente intentando recuperar mi absoluta consciencia y un alarido indescifrable hace eco en los muros con martirio, no, no es un grito, es más una súplica en un murmuro y luego un grito. Los pasos se vuelven más inmediatos, sigo gateando hasta que topo con un muro de concreto sólido en un pasillo que no lleva a ninguna parte. Conozco la clínica desde todas partes donde se le pueda ver, cada pasillo, rincón y consultorio pero aquí no, no aquí porque esta ya ni siquiera parece la clínica. Lloriqueo sentándome y llevándome las manos al rostro.

No los veo no obstante soy capaz de reparar en el silencio sepulcral y la oscuridad arrasadora que incrementan a cada momento. ¿Dónde estoy? ¿Cuándo abandoné la clínica? ¿Por qué estoy aquí? Un ligero soplido mueve el cabello sobre mi frente y retiro las manos de mi cara encontrándome con nada. Confusión, una brisa extraña y el aire caliente, alguien toca mi costado y volteo encontrándome con una dulce sonrisa infantil acompañada de largos rizos rubios platinados.

La niña cubre su boca con una de sus pequeñas manos y la observo con impacto. Su ropa está perfectamente limpia, sus manos coloreadas de una esencia violácea y restos de moras en las esquinas de sus labios. Llevo una mano a su mejilla acariciándola en un roce delicado que ella recibe inclinando su cabeza sobre mi mano y esos ojos extraños me miran una vez más. El sudor baja por mi espalda en un calor tan intenso que todo mi cuerpo se siente arder. Advierto entonces de lo diferente que se siente el muro detrás de mí porque ya no es un muro, es un roble gigantesco que deja caer sus hojas aceitunadas sobre mi cabeza. El suelo es césped fresco, la brisa es una ventisca húmeda y refrescante en mi piel caliente, la clínica es un bosque amplio y exquisito de paisajes verdinegros.

La mano de la chiquilla toma la mía y acaricio sus dedos con mi pulgar; están cocidos. Sigo el camino del hilo que une sus extremos y costura acaba hasta sus codos en orificios minúsculos. Aprieto mi agarre sosteniéndome de sus hombros delicados para levantarme con un esfuerzo descomunal. Ella guía el camino por un sendero cubierto de flores de exóticos colores y formas, tambaleo en varias ocasiones sintiendo un repentino ardor en las manos.

Su caminata se detiene frente a una cueva sombría de extensión incierta. Retrocedo negándome a adentrarme a ese lugar, miro a todas partes en busca de una salida, un escape, una salvación milagrosa o cuánta cosa divina pueda encontrar. La infante jalonea mi mano instándome a moverme hacia la cueva, me resisto dejando caer mi peso hacia atrás pero su fuerza inexplicablemente se vuelve desmesurada.

Mis ojos buscan los suyos y su pequeño tamaño es cuatro veces lo que antes era, los ojos rojos y de color mítico sobresalen de los huecos en su rostro, los costados de su cuerpo son aberturas profundas cubiertas por líquido mocoso y los hilos que recorrían sus dedos son ahora hilos que se extienden por todas sus extremidades uniendo carne, músculo y hueso. Pataleo cuando su fuerza sobrepasa la mía y la piel escamosa de sus manos acaricia mis mejillas. Lagrimeo con el corazón desbocado y el cabello cayendo por mis hombros embarrándose de barro.

Me sostengo de la raíz de un árbol mientras siento los tirones que puedo jurar están rompiendo, desgarrando mis órganos. La opresión es tal que en dado momento escucho el sonido de mi tobillo fracturarse, mi tibia se siente separarse y el inicio de mi columna arde mientras poco a poco se desprende en una lentitud tortuosa que me hace desfallecer. Gruño aún sosteniéndome y me estremezco cuando una humedad se hace presente sobre mi nuca, volteo el rostro y una lengua larga y filosa recorre desde mis hombros hasta mis pómulos.

El barro y la sangre se adentran a mi uñas. Enrollo los brazos en la raíz con la humedad deslizándose por en medio de mis pechos y luego hasta mi abdomen cubierto por el uniforme médico. La bata se rompe cuando un jalón la parte en dos y más humedad se escurre por mis costillas y luego por mis axilas. De nuevo volteo detrás de mí y un rostro con ligera sustancia angelical abre la boca mostrando cientos de pequeños colmillos acompañados de hilos de saliva. Mi pavor incrementa al notar restos de piel, hilo y cabello enrollados en los intimidantes dientes.

Orino sobre mi ropa de trabajo y cierro los ojos antes de sentir el filo de los colmillos atravesar mi piel. Algo se quiebra, se abre paso escavando y apoderándose de mi espacio, la sangre caliente huele a hierro y un frió vertiginoso es la última de las sensaciones que percibo.

— ¡Levántate! La luz ha vuelto, ayúdame, han llegado más niños —brama una voz conocida y luego un agarre en mi codo hace que me aparte de todo contacto. — ¿Qué es lo que te sucede? Estuvimos esperando que encendieras el generador pero la luz volvió antes.

De a poco abro los ojos y es Donovan, acuclillado e inclinado sobre mí quien con expresión cansina envuelve sus manos bajo mis brazos y me ayuda a levantar. Quizás me he desmayado, puede que haya sido el cansancio, tal vez fue mi falta de almuerzo o quizá...quizá no fue nada de eso. Donovan me apremia de regreso a la sala de espera y lo sigo de cerca en todo momento con el temor de perderme de nuevo en el laberinto de pasillos. Mi cabeza duele y mi cuerpo entero se siente derrotado.

En la entrada de la clínica hay por lo menos 10 niños, sus manos están cocidas y heridas similares a las de los otros dos niños son como un patrón en cada uno de ellos. Donovan y yo nos acercamos colocando guantes en nuestras manos ensangrentadas y trato de sacar de mi cabeza los eventos no ocurridos que idealice en mi mente pero un sentimiento nada agradable me carcome. Busco en la mirada de los dos niños frente a mí un rastro en sus ojos más allá de la inocencia pero sus expresiones son solo dolor, miedo y abatimiento. No me explico que ha sucedido aquí, ¿es acaso un psicópata deambulando en las calles? ¿Eventos paranormales? ¿Sucesos fuera de nuestro alcance?

—Estarás bien, vas a estar bien —murmuro con la cabeza baja y la garganta seca.

Tomo la mano de uno de los niños y éste camina a mi lado siendo seguido por su compañero que lanza quejidos lentos y lloriquea pidiendo ver a sus padres. Camino rápido rumbo a un consultorio mentalizando el lugar donde se encuentra el hilo y la aguja en los cajones pues el niño que llevo de la mano está derramando sangre por un costado. Rosalie llama a los hospitales cercanos a nosotros, no nos damos abastecimiento.

Una risita infantil a mi lado llama mi atención, me detengo en seco y esos iris marrón encuentran los míos. Una mirada profunda e inquietante, una sonrisa torcida, dedos cocidos y rastros de moras en las comisuras de sus labios. Aprieto la mano del infante detrás de mí pero la suya cubre la mía y el alarido de Donovan y Rosalie a lo lejos me deja saber que no ha sido un sueño ni una alucinación.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro