Infancia/ Hilo Rojo
Aún recuerda con cariño las palabras escritas en aquellas hojas de papel. Papel ilustrado con una leyenda que su madre solía leerle antes de dormir.
Una historia, una leyenda antigua, un cuento para niños.
Narraba la historias de una pareja, unidad por un pequeño he insignificante hilo de color rojo.
Rojo como la sangre entre las venas, como el carmín que pintan las rosas, rojo como el labial de su madre que solía usar.
Este hilo estaba fuertemente aferrado a los meñiques, meñiques que se conectaba al corazón.
¿Qué hacía especial a este hilo? Que no importaba la distancia, los enredos y los declives. El hilo jamás se rompería, jamás se rasgaría, y perduraría contra viento y marea.
¿Y, porque?
Porque aquellas almas, están destinados a pertenecer juntas toda su vida, unidos hasta el último aliento.
Él amaba esa historia. El cálido sentimiento de saber que alguien haya afuera, entre 7.594 miles de millones de personas. Existía alguien solo para él, alguien que estaba unida a su ser, desde el día en que nació. Saber que jamás estaría solo, saber que esa persona estaba destinada a él y solo él.
Creía firmemente que aquella historia era real, con la inocencia de un niño suponía que sus padres eran prueba de aquel bello cuento. Amándose, apoyándose, siempre protegiéndose mutuamente. Aún con sus trabajos de ambos, la identidad secreta de su padre, las peleas y el poco tiempo en el que podían estar juntos. Sus padres se amaban, bailando al compás de la radio, abrazados en la calidez de la chimenea, y aun con el sudor recorriendo sus frentes al momento de cosechar el trigo. Siempre era un momento prefecto para robar un beso.
Su tierno corazón de niño, su alma de infante, anhelaba encontrar aquella persona especial para compartir sus secretos, jugar bajo los rayos del sol, robar las galletas del tazón.
Así continuó su vida, riendo, descubriendo, y viviendo con el amor de sus padres.
Conforme los días pasaban, con forme las estaciones cambiaban; aquel cuento del pasado se borraba de su mente. El niño pequeño que esperaba que su madre le leyera aquel cuento empezó lentamente a crecer, y su mente empezó a olvidar aquellas imágenes plasmadas en papel. Ahora su vida giraba entorno a sus nuevos poderes, al asombro de descubrirse especial y el temor de no saber controlar aquel poder que podría matar.
Su vida acababa de empezar, una infancia que no puede llamar normal, problemas que no sabe cómo solucionar. Amigos con los que no se puede desahogar, y un miedo de dañar a la gente que ama.
Un error, una mala elección. Marcó un antes y un después en su vida.
Un chico de ojos jades, cabellos obsidiana, piel besada por el sol del desierto.
Un chico que no sonreía, que no sabía jugar; solo desconfiar de la gente, golpear para defenderse, insultar para provocar, ignorar como protección. En más de una vez lo odio, le molesto su actitud y fastidio auto proclamada superioridad. Pero aun así... inexplicablemente, se sentía en calma al estar a su lado, al escuchar su corazón marcar el compás, al ver sus ojos en la oscuridad.
Aprendieron a convivir, a jugar sin dañar, compartir sin pelear, contar sin mentir.
Solo siendo dos niños, dos chicos aprendiendo a vivir.
Día a día, hombro a hombro. Compartiendo las sonrisas, consolado el llanto ajeno, luchando contra el crimen y expresando sus sueños.
Se conocieron siendo sólo niños, jugando entre los pasillos de instalaciones secretas, recorriendo escombros de edificios marchitos, curando heridas sangrantes, regañando actos suicidas. Experimentando cosas que los niños no debían vivir.
Niños a los que sus padres no tenían tiempo para ellos, encontraron consuelo en el otro, complementándose sin saberlo. Chicos que se cubrieron las espaldas, aprendiendo a la par, jugando en las noches oscuras y superando el dolor de la vida.
Solo eran niños, sin saber que realmente pasaba a su alrededor, inmensos en el sentimiento de estar juntos, confundiendo las mariposas con dolor de panza.
Sin notar cuando todo cambio. Sin notar que el tú y yo, que se convierto en nosotros.
La gente a su alrededor empezó a decir. Son sólo niños, cuando crezca se les pasará.
Si, eran niños, niños que comprendieron que sin la presencia del otro no se sentían completos.
La infancia terminó, la adolescencia empezó.
Notando la magia en la mirada ajena, el cambio en cuerpo en el cuerpo ajeno, la seducción en los labios contrarios.
Los besos se dieron, las caricias se repartieron, el calor se transmitió y el sentimiento fue mutuo.
Pero su amado, su dulce y hermoso Damián. Tenía demonios que buscaban su destrucción, anhelaban su locura y deseaban su llanto.
No lo permitió, se aferró a su amor, le recordó entre besos lo hermoso que era, narrándole su cariño devoto, enseñándole que él era su todo, y sin él. Era nada.
Eran un solo hilo, de dos diferentes extremos.
Se conocieron en la infancia, se amaron en la adolescencia, y ahora siendo adultos...
Lo seguiría amando hasta su último día en vida.
La leyenda dictaba que aquel hilo se podía enredar, estirar, y tensar.
Pero jamás se podría romper.
Y tenían razón...
Porque aún sin su amado a su lado, sin él bello ángel de ojos verdes, sin el mal genio del demonio, lo seguiría amando.
Pues su corazón le pertenecía solo a él, y su última pulsación sería un soneto dedicado a él. Su único amor, su más bella devoción, todo y cada uno de sus pensamientos le pertenecían a su Habibi.
Aún recuerda el sonido de las alarmas estridentes, el llanto de los niños que no encuentran a sus padres, los padres que lloran sobre el cadáver de su hijo.
El mundo se acaba, la humanidad perdía la batalla.
El corazón de su amado, el compás que calmaba su mente...
Poco a poco dejaba de tocar su melodía.
Su amado, su bello y hermoso Damián. Con quien decidió compartir su vida teniendo solo diez.
Recargado en una pared, su brazo izquierdo ya no estaba en su lugar, la sangre pintando el suelo, la vida se le escapaba ante sus ojos. Con temor lo tomó entre sus brazos, retirando aquella capucha negra que impedía ver aquellos jades, esos que le robaban el aliento con una mirada. Lo observó luchar para mantenerse despierto, luchar para segur a su lado.
-Te amo - fueron las primeras palabras que salieron de sus labios.
- Yo también te amo - Es lo único que pudo responder por el llanto que le empezaba a inundar. No podía hacer nada, sus órganos estaban fallando, su corazón ni siquiera debería seguir latiendo.
Solo podía quedarse junto a su amado, acurrucándolo entre sus brazos, brindándole la calma. Estando a su lado hasta su ultimo aliento.
-Recu-erdas... esa estúpida historia... del hijo rojo-
-Si- lo acomoda sobre sus piernas intentando limpiar la sangre que escapa por su boca.
-Creo...que tú eres mi otro extremo-
Las palabras son cada vez más tenues, el cansancio se notaba en su mirada.
-Yo también lo creo -
-¿Se-rías... mi alma gemela... Una vez más?- Sus ojos ya no lo enfocan, el calor abandona su cuerpo, su sangre le mancha la ropa.
-Sí, y en todas las próximas Damián-
Su cabeza cae sobre su hombro, su corazón deja de cantar y el calor abandona su cuerpo. Su amado, su bello y hermoso Damián se adelantó, y él se quedó atrás gritando a viva voz su nombre.
Eran almas gemelas, un solo hilo de diferentes extremos, el sol y la luna, el mar que se conecta con los ríos. Fueron todo y ahora nada.
Pero de algo estaba seguro, su vida juntos no se acabaría jamás, su amor nunca se perdería. Esto era sólo un tropiezo, su historia seguiría entre las estrellas, viviendo entre los lustroso.
Porque en cada pasada, él era su único plan a futuro.
Siguió adelante, luchando en esta guerra que llevaba a la humanidad a la extinción, cansado de esta vida sin él.
La oportunidad se presentó, una única oportunidad de ganar
¿El precio?
Su vida.
Muchos se lo prohibieron, su madre suplico que volviera, que no podía perderlo a él también.
No escucho, no cuando su vida ya no tenías sentido, no sin aquella piel tostada, sin esos labios carnosos, sin su amor a su lado.
La brecha se abrió. Si derribaba a la reina, todas los demás caerían.
Emprendió el vuelo, dejando que el viento peinara sus cabellos, dejando que la atmósfera quedara atrás.
¿Damián, estaría enojado por su imprudencia?
Las naves salen a su encuentro, esquiva, contraataca. Son demasiados, miles por escuadrón, algunos proyectiles le dan de lleno, no puede retroceder. El ardor de sus heridas, las sangre escapa de su cuerpo.
Claro que estaría enojado.
Los pocos Green lantern que quedan le ayudan a seguir adelante. Más no pueden cubrir todos los flancos.
Pero aun así, sabe que lo hubiera apoyado.
La nave nodriza se muestra clara, inmensa, mortal. No flaquea, ya no teme a la muerte. Esto era por la humanidad, por los padres que enterraron a sus hijos, por los niños que se quedaron solos en el mundo...
Por el amor que se le arrebato.
Los linternas emprender la retirada, la llamarada solar es lanzada, la reina no puede escapar.
El frío de su cuerpo es intenso, no le quedan fuerzas, ni oxígeno para volver. Y eso está bien, ya no desea vivir. El sueño lo alberga el cansancio se hace presente, está listo para partir, encontrarse con su único amor.
...
las risas de los niños resuenan, el canto de los pájaros brindan la paz, lo que fue una ciudad hace muchos años se ve a lo lejos, cupierta por la naturaleza que proclamo su lugar.
A la sombra de un sauce, dos niñas se encuentran juntas, peinando sus cabellos, riendo entre sonrisas.
Dos niñas, dos almas gemelas, un solo hilo de diferentes extremos.
Que se vuelven a encontrar.
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