AU Magia / Música
Luna y Sol
Luz y oscuridad
Los hijos del Sol y los hijos de la luna, han pelean entre ellos por más tiempo del que el mundo realmente sabe.
Una contante he interminable guerra, que ya nadie sabe cómo empezó, una batalla en la que ya nadie quiere luchar, un infierno en él se han acostumbraron a caminar.
Pues ya lo han perdido todo, y tristemente no conocen nada más.
Los hijos del Sol. Bendecidos con alas Blanca, plumas tersas, echas así por la pureza de sus almas y la fortaleza de sus corazones.
Los hijos de la luna. Maldecido con alas negras, manchados por su envidia y la oscuridad que reina en sus corazones.
Eso es lo que dicen los sabios decían, eso es lo que se ha repetido, las mismas palabras, los mismos relatos, y los mismos hechos a través de los siglos.
Ambos bandos, bendecidos con el don de la magia, creada y manifestada a través de instrumentos.
Letales con cada nota, mortales en sinfonía.
Desde niños se les enseña a tocar un arma, a afinar sus voces hasta que sus cuerdas vocales sean de capases de llegar de lo más agudo a lo más grave.
Cantos que pueden arrebatar vidas en las notas correctas, asesinato que viaja atrás del sonido.
Partituras echas para una guerra sin final, sonidos que sabes que significa tu final.
Do...
Re...
Mi...
Fa...
Sol...
La...
Si...
Lo último que miles escuchan antes de perecer en el campo de batalla.
Tristemente la gran mayoría de los cuerpos que caen en picada hacia el suelo son pequeños. Niños de guerra, obligados a pelear en una batalla que ellos no comenzaron. Niños que tocaban las notas enseñadas en un intento desesperado de sobrevivir.
Él era un soldado de la luz.
Hijo del sol.
Jonathan Samuel ken es su nombre y solo tiene trece años de edad.
El piano era su arma, encargado de derribar desde el suelo a los que luchaban el cielo. Mientras toca sus notas, mientras derriba un cuerpo tras otro. Las sinfonías tocan desde el cielo, buscando matar a sus enemigos.
Mientras derriba un a soldado de alas negras, que cae en picada al suelo aun aferrado a su violín. Después de horas de muerte sin final y un combate sin sentido, las orquestas retroceden, dando paso a los relevos.
Vuela de regreso a las murallas, de regreso a su hogar, sabiendo que a la mañana siguiente, tiene que regresar al campo de batalla, sabiendo que puede un día jamás regresara.
Su tiempo a "salvó" protegido por las murallas termina, es hora de unirse a los escuadrones, he ir al mundo exterior.
Su madre lo abraza y llora sobres sus cabellos, su padre intenta consolarla, intenta decir entre susurros que estarán bien, que no permitirá que el muera. Que lo protegerá.
En la llegada del ocaso marchan, dejando atrás su hogar, lo que conocen y sus familias. Más niños como el lloran al dejar sus hogares, los padres se aferran con desesperación a sus primogénitos. Sabiendo que más de la mitad de ellos no regresarán, sabiendo que tal vez sea la última vez que los verán. Una chica rubia llora sobre el hombro de su abuelo, el que parece su único familiar.
Las alas son desplegadas, listas para migrar a lo que será su vida durante seis meses.
Los que logren regresar conscientes de su siguiente despliegue.
En su nueva base, puede pasar días en los que el silencio es tal que el aleteo de una mariposa resuena en sus tímpanos, a veces las partituras pueden resonar con intensidad durante semanas completas.
Cuando llega su relevo, cuando es un día de paz, y es capaz de escuchar sus propios pensamientos. Como todo niño que aún es, quiere perder el tiempo, jugar un juego.
Su padre habla de cosas políticas, su amiga Katy está en la enfermería después de ser derribada por un hijo de la luna.
Se aleja de la base en vuelo, buscando un lugar donde pueda perderse un rato, y sentirse como un niño aunque sea un minuto. Deja que sus alas lo guíen ignorando todo a su al redor, dejando que el viento juegue con sus plumas
El sonido del inconfundible violín llega sus oídos, su corazón galopa desesperadamente en su pecho, adrenalina recorre sus venas y el miedo, de que el enemigo estuvieras cerca de él. Cesa su vuelo de golpe, bajando en picada a buscar refugió entre las copas de los árboles.
Sus manos cubren su boca, sus alas flexionadas pegadas sobre su espalda en un intento de no ser descubierto, esperando que el peligro pase, deseando no ser visto, repitiéndose una y otra vez.
No quiero morir.
Las notas agudas llegan a sus oídos, bajas, lenta, para rápidamente cambiar a una melodía rápida, fuerte, feroz.
Escucha con asombro cada nota, sin dudar de que aquel que toca es un increíble maestro. Un asesino en toda regla.
El solo es un soldado de retaguardia, su arma el piano defensiva. El solo cubre a las tropas. Nunca ha estaba en el frente, y justo ahora se reprocha de salir sin algún arma. Quiere llorar, su mente se llenaba de miles de escenarios, todos dando como resultado una muerte lenta y dolorosa.
No volvería a ver a su mamá... no se despidida su papá.
Intenta mantener la respiración controlada, implora al sol su supervivencia.
Las notas se hacen cada vez más fuertes...
Pero, a sus oídos no llegaba el sonido de alguna explosión, al estridente golpe de los arboles siendo destruidos, la agonía de la gente, o el fuego arrasa todo a su paso. La muerte no acompaña las notas.
La curiosidad le carcomía, saber lo que pasaba a su alrededor. En acto impulsivo guiado por la incertidumbre asomo la cabeza de entre las hojas, intentando vislumbrar lo que pasaba a su alrededor: buscando el momento adecuado para huir y pedir ayuda.
En cambio, a lo lejos, pudo enfocar a su enemigo. Un chico de oscuro cabello, piel morena, y un par de alas. Oscuras como la noches sin luna, negras como un abismo sin final. Un claro he indudable, hijo de la luna.
Sus parpados se encuentras cerrados, dejando que sus manos toquen con destreza su violín. Notas completamente nuevas llegan sus oídos. Sus ojos presencian algo nuevo que jamás creyó real.
Un instrumento, un arma absoluta y letal, creando una melodía que jamás imagino. No las que conoce desde el día en que nació, no las que clamaban muerte, genocidio y destrucción. Sino, algo completamente nuevo.
Cada acorde, expresaba locura, desesperación, rabia... miedo.
Las notas caen y vuelven con fuerza, el cuerpo del chico se mueve al compás de la melodía. Sus alas extendidas dándole un aspecto celestial, misterio, y un cuadro bello que admirar.
Siente su rostro enrojecer ante sus pensamientos, se repudia al pensar eso de su enemigo, de un hijo de la luna.
Las notas cada vez se vuelven más fuertes, parece que la melodía está llegando a su fin, y un vago pensamiento llega a su cabeza. Por primera vez en su vida, desea que un instrumento no deja de tocar. Su cuerpo pierde la postura, el arco abandona las cuerdas, y es cuando lo ve.
Sus ojos, gemas de un verde que le roba el aliento junto al pensamiento. El momento es efímero y en un descuido, los ojos de ambos se encuentran. Tarde se da cuenta de su estupidez.
Antes de que pueda emprender el vuelo y huir lo más rápido que pueda.
Un acorde de Do mayor es lanzado contra él. Apenas tiene tiempo de esquivar el ataque, el árbol que lo cubría ahora se encuentra partido en dos.
-¡Espera, espera! ¡No quiero pelear, no te voy a dañar! - es todo lo que sale de su boca temiendo que el chico frente a el vuelva atacar.
-¿Tu dañarme a mí? que yo sepa el que está rogando por su vida eres tu - responde el chico mordazmente. Desea refutar aquellas palabras, pero teme por su vida y sabe que es verdad.
-Me llamo Jonathan - suelta su nombre por nerviosismo y se reprende mentalmente ante su estupidez. Acaba de dar su nombre al enemigo. Katy tiene razón, es un idiota.
El chico de tez morena y ojos jades lo observa con rostros de incredulidad.
-¿Ere idiota, verdad? - sus mejillas se encienden ante la vergüenza.
Y se quedan ahí, sin saber qué hacer, sin saber que decir, expectantes a las acciones del otro. Su contraparte suelta un curioso sonido con la lengua y en un abrir y cerrar de ojos su figura se ve en el cielo, alejándose a gran velocidad, sin matarlo, sin dañarlo, lo dejo vivir.
Una pluma queda atrás, negra, pura y tersa.
Regresa a su base, con el corazón en la boca y la adrenalina a tope, temiendo que aquel hijo de la luna fuera a buscar refuerzos.
Saludo a su padre, visito a Katy en la enfermería y se refugió bajo las mantas de su catre. Sin poder quitarse de la mente la melodía del chico de ojos jade, hijo de la luna, enemigo de su gente.
La batalla se reanuda, vuelve a tocar una y otra vez las mismas partituras de ataque, las mismas notas que sabe de memoria, en una melodía infinita, en un bucle del que jamás podrá escapar.
Acabando y derribando a los hijos de la luna.
Los hijos de la luna derribando a los hijos del sol.
La misma historia de todos los días, algo con lo que están acostumbrados a vivir, una verdad que se han acostumbrado a vivir.
¿No sabe porque? ¡No entiende la razón! Pero, sus alas le guían al mismo lugar donde lo conoció. No ha podido sacar su figura de su mente, sus ojos de su cabeza, y sus melodía de su alma.
Llega al lugar, sin encontrar indicios del hijo de la luna. Solo hojas que empiezan a tornarse naranjas, pasto y una pequeña ardilla en lo alto de un árbol. Se siente estúpido.
Aun si el chico estuviera presente ¿Qué aria?
¿Qué diría? ¿Cómo hablar con el enemigo? ¿Cómo poder convivir con la raza que ha matado a cientos de los suyos?
Las horas pasan y su madre el sol se aleja en el horizonte. Él tiene que abandonar el lugar junto a ella. Vuelve a ir en repetidas ocasiones y el resultado es el mismo en cada ocasión. La única variante que encuentra es en el crecimiento del pasto y que la ardilla se ve más gorda.
Se pregunta si estará embarazada.
Vuelve a ignorar su mundo, recreando en su mente los movimientos del chico, sus manos al tocar el violín, las notas que viajaban en el viento, la melodía que jamás creyó real.
Una pluma negra cae lentamente frente a él. Negra, pura, tersa. Como la que oculta debajo de su cama en el baúl con llave.
Sus ojos se abren rápidamente, notando al chico que se cierne sobre el con una sonrisa de superioridad, con violín en mano,
Su corazón palpita, sus mejillas se sonrojar, y el tiempo parece detenerse a su alrededor. El chico de ojos jade lo observa, desde lo alto, con violín en mano, y sus ojos afilados. Una parte de él le dice que corre peligro, que emprenda el vuelo y huya, pero otra parte dentro de el ansia escucharlo tocar una vez más.
- Realmente eres estúpido- son las palabras que salen de sus labios, y sus cejas se juntan frunciendo el seño
- Tal vez, pero tú también volviste - le responde sin poder evitar sonreír.
Su charla no fue tranquila como se la imagino. Fue un constante griterío, reclamos, señalizaciones y en algún momento alguien soltó el primer golpe. Un derechazo, un gancho, jalones de pelo, fue derribado en constantes ocasiones y tiene que admitir que en algún momento lo mordió hasta que la sangre se filtró entre sus papilas.
Se fueron cada quien por su lado refunfuñando, maldiciendo; pero increíblemente he inexplicablemente...
Volvían a aquel lugar.
Solo para pelear, observarse, discutir, insultar, y cuando se dieron cuenta simplemente a pasar el tiempo, logrando algunas veces conversar en paz.
-¿Cómo te llamas? -
-Que te importa-
-¿Que instrumento tocas? -
-El piano-
-¿Cuántos años tienes?-
-No te concierne-
-¿Dónde se encuentra tu campamento? -
-Te lo diré si me dices tu nombre-
-TT-
-Pronto mi amiga Katy saldrá de la enfermería ¿tú tienes amigos?-
-¿¡Nunca te callas!?-
-Qué nivel de alcance eres capaz de llegar con tu instrumento-
-No sé-
- idiota-
-¡Oye!-
-Es cierto que los hijos del sol comen bebes del sol-
-¿¡Quien mierda!?-
-Desearía que esta guerra llegara a su final-
-yo también-
Siempre alejados, nunca juntos, siempre alertas, sin tener contacto físico, separados por un muro invisible.
El chico de ojos jade le gustaba comparar sus cuerpos, medir sus capacidades físicas y siempre haciendo preguntas complicadas que no sabe responder, siempre sonriendo altaneramente cuando no podía seguir el ritmo.
Y su turno para burlarse era cuando campaban estatura y el tamaño de sus alas, notando que sus alas siempre eran más grandes que las del chico de la luna. Y en respuesta, su contraparte siempre hacia un curioso sonido con su lengua. Se pregunta si todos los hijos de la luna aran ese sonido.
La compañía del chico era extraña, los sabios siempre decían que los hijos de la luna eran gente podrida. Animales que codiciaba todo a su alrededor, que mataban sin consideración, alimentándose de almas de inocentes, causando caos y miseria donde sus plumas tocaran.
Alas negras y putrefactas, con una pestilencia a muerte en todo su ser.
Pero el chico de ojos jades no era nada de lo que dictaba su gente, nunca lo ataco para matar.
Él decía que no mataría a alguien desarmado, eso era de cobardes sin honor.
Siempre traía comida para aquella ardilla que parecía que con cada visita se ponía más gorda, y sus alas... eran de un negro hermoso, pulcro, puro y tersas, aun cuando solo había tocado una pluma.
-Oye, ¿puedes tocar tu violín? - pregunto un día en el que ninguno de los dos tenía un tema de conversación.
El hijo de la luna lo miro con desconcierto, como si sus palabras fueran un plan suicida, y tal vez lo eran, considerando las circunstancias.
-¿Que?-
-Si, como la última vez. Tocaste sin intenciones de atacar, sin causar daños o destrucción...
Quiero escucharte tocar-
-¿Te das cuenta de lo que estas pidiendo? -
-Sí- respondió con determinación - Quiero escucharte tocar -
No sabe cómo lo logro, pero el chico frente a el toco. Una melodía, una historia sin palabras, un sueño sin voz, solo el grito de una alma cansada. Se imaginó acompañando sus notas, tocando al compás del violín, deseando que sus dedos también pudieran expresar tales sentimientos, y no solo notas de muerte, el claro y único grito de la guerra.
Con los días se fueron acoplando más y más, sabiendo sus gustos, cualidades y defectos, pero él nunca conoció el nombre del hijo de la luna.
Se dio cuenta que era feliz a su lado escuchando su música bailado entre el viento, anhelando la hora de volverse a encontrar, deseando acompañarlo a tocar.
-Me gustas - soltó un día en el que los primeros copos de nieve empezaban a caer.
El hijo de la luna paro sus notas, y el violín se quedó quieto entre sus manos. Nadie dijo nada, nadie hizo nada. Pero tenía el tiempo encima, solo un mes antes de que su estadía en la base terminara, antes de separarse y nunca volverse a ver.
-Me gustas- vuelve a repetir pero el silencio es su única respuesta.
-REALMENTE ME GUSTAD MUCHO- Grito con desesperación, Siente sus mejillas rojas, siente su corazón vacío ante la falta de respuesta. Y duele, realmente duele.
El hijo de la luna avanza hasta el, cierra los ojos esperando un golpe, un insulto, el rechazo. Pero lo único que siente son unos labios cálidos sobre los propios.
Disfruta el calor, el tacto de su piel, el sabor de sus labios y el olor del su fragancia que roza su nariz.
Sus labios se separan y antes de que pueda decir una palabra, el hijo de la luna emprende el vuelo. Dejando atrás una pluma de sus bellas alas obsidiana.
Se encuentran en su lugar secreto, escuchando las notas del violín, besando sus labios sabor miel, mientras las lágrimas escapan de sus ojos. Mañana termina su estadía, mañana tiene que volver con su hogar, y antes de regodear de gozo, saberse alejado de su amor duele, duele como ningún golpe.
Seis meses en medio de una guerra, cinco meses a su lado, cuatro en los que se robó su corazón, uno desdés que probó sus labios.
-Te amo Cry baby -
-Yo también te amo -
El sol baja, tienen que partir, se tienen que despedir y nunca volverse a ver. Y solo piensa en que nunca le pudo tocar una melodía junto a su amor.
Se besan una última vez, siente las lágrimas bajar por su mejilla y la mano áspera de su amado secando sus lágrimas.
- Mi nombre es Damián, Damián Wayne. Hijo de la luna-
Es lo último que escucha, antes de verlo alejarse, antes de verlo partir y el susurra esperando que el viento los junte.
-Mi nombre es Jonathan ken. Hijo del sol-
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Listos para partir a su hogar, las tropas están preparadas, los niños que aún viven deseosos de ir con sus familias, volver a ver a sus padres, hermanos y familiares. Y le pesa, porque debería estar feliz de volver a los brazos de su madre, de saberse vivo, lejos de la guerra hasta el siguiente despliegue. Pero la soledad es brutal y su corazón sangra en un grito mudo. Su padre da las instrucciones, los gritos de júbilo no tardan en sonar, revisan una última ves las provisiones y el aire frio del invierno golpea sus mejillas y antes de poder extender sus alas, las alarmas resuenan en sus tímpanos. Un ataque furtivo de los hijos de la luna. La formación se rompe, todos corren a al campo de batalla, algunos perdiendo la oportunidad de volver a su hogar.
Vuela entre las tropas a su posición. El piano cubierto por una ligera capa de nieve le espera listo para la batalla. Empieza a tocar, las notas de guerra llenan el aire, el sonido estridente de las trompetas resuena en sus oídos y el no deja de tocar, cubre a Katy que batalla con su saxofón, refuerza a las trompetas y...
Es cuando lo ve.
Damián, en medio de la batalla, esquivando en vuelo los ataques, contratacando con su instrumento con una precisión infernal. Es la primera vez que lo escucha tocar notas de guerra, es la primera vez que ve a la muerte acompañándolo, observando sus ojos muertos. Su figura se ve tan aterradora en el cielo. El corazón le palpita como loco, rezándole a su madre el sol que nada le pase, rezando a la madre luna que cuide de su hijo. La batalla está en su cúspide, las voces de los coros se alzan en lo alto, los chelos hacen su aparición.
Damián avanza cada vez y no entiende porque,
¡Quiere gritarle que se detenga! ¡Suplicarle que deje de avanzar! ¡Rogarle que se mantenga a salvo!
Si sique así lo derribaran... si sigue avanzando tendrá... tendrá que derribarlo.
Cada vez está más cerca, sus manos le tiemblan, sus ojos se humedecen...tiene miedo... mucho miedo.
A sus oídos llega su melodía, no notas de guerra, no el claro grito de la muerte. Sino sus canciones que han compartido en la soledad del bosque, ocultos del mundo que les dijo que debían matarse entre ellos y es que entiende lo que está haciendo. No duda en acompañarlo, tocando al unísono esa canción que conocen de memoria, esa historia sin necesidad de narración, poniendo en cada nota y acorde su adiós, su odio a esta guerra, su amor que jamás se podrá lograr, cumpliendo su infantil deseo de tocar una única melodía juntos.
El mundo deja de existir, solo son ellos dos, sin guerra, sin muerte a su alrededor, solo ellos dos en el bosque, donde nadie tiene que morir. Lo acompaña, como siempre soñó, como lo había hecho en sueños. Por un momento lo siente a su lado, tan cerca que sus labios se pueden rozar, tan cerca que sus alas aletean al unísono, los observa tocar desde el cielo, esquivando cada ataque, danzando con la muerte, bailando entre las nubes.
Katy se lanza contra él y antes de que pueda detenerla un hijo de la luna defiende a Damián. Y es cuando cae en cuenta que está siendo cubierto por tres hijos de la luna .
Siguen tocando, la música lentamente llega a su fin, las últimas notas duelen de tocar, su única y última tonada que compartirán.
Y así como empieza termina, el mundo vuelve a girar. Su amado emprende retirada junto a los suyos y comprende que el maldito movió todo un maldito ejército para este momento. Esto solo hace que lo ame aún más.
Una última pluma negra cae sobre la nieve blanca. Negra como la obsidiana, negra como el carbón, oscura como la noche sin luna, y como el vacío en su corazón. . .
Susurrando adiós a su amor.
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