ღ Día 2: Mi salvador / Amnesia (AU)
26/08/2024
﹌﹌﹌
Diana Cavendish Pov
El cielo en esa hermosa tarde era resplandeciente, deslumbrante y totalmente relajante. Saliendo de mi día de trabajo, sonreí mientras lo admiraba y me llenaba de su belleza.
Mis cabellos se movieron al compás de la suave ventisca y me dispuse a caminar hacia mi auto. Había sido un día normal y común en mi vida. Llegar al trabajo era una de las obligaciones que tenía y terminar en mi hogar repasando uno de mis libros universitarios, era un pasatiempo que amaba y atesoraba.
Mucho más si el té inglés estaba incluido.
Suspiré e introduje la llave con tranquilidad. Dispuesta a retirarme y llegar a mi hogar con un merecedor descanso, un grito repentino, pero conocido, me detuvo de subirme a mi transporte de color negro opaco.
Giré a verla, soltando un respirar cansado.
«Ella otra vez...»
La esperé a que llegara y la miré como jadeó múltiples veces y recuperó el aliento.
La mujer, vestida con su uniforme, era una compañera de trabajo, la cual no me había dejado de perseguir el último año. Insistiendo en salidas y tiempo juntas que me negué amablemente, sin embargo, estaba cansándome de inventar una excusa para quitármela de encima.
Llevaba laborando para la empresa EcoWave hace doce años, ganándome gracias a mi buen desempeño el puesto de directora de operaciones. Mientras ella, era la directora encargada del desarrollo y expansión del negocio.
Trabajamos en el mismo piso, pero en diferentes lugares.
—Buenas tardes, señora Kagari. ¿Puedo ayudarla en algo?
Ella frunció el ceño y bufó antes de arreglar su uniforme y mirarme con esos ojos rojos juzgadores.
Era bonita, lo admitía, sin embargo, por motivos personales había decidido no tener una relación del tipo que ella buscaba.
—Olvidaste tu carpeta.
«¿Mi carpeta?»
Con tranquilidad, el objeto me fue entregado y lo ojeé con rapidez descubriendo que, efectivamente, era una carpeta de documentos a mi nombre. Examiné mi maleta de trabajo y volví a mirarla.
—Lo aprecio.
Ella asintió y se despidió con un gesto de mano.
«Extraño...»
No me había pedido que la llevara a su departamento esta vez.
A veces me preguntaba por qué la toleraba.
***
—¿Cómo va el trabajo?
—No podría ir mejor —respondí con una sonrisa y bebí de mi batido.
Me encontraba en uno de los lujosos lugares de Londres-Inglaterra compartiendo un momento con una de mis mejores amigas de la infancia: Bárbara Parker. Una accionista reconocida por lo minuciosa y delicada que era en su tarea.
Nuestras familias fueron bastante unidas y, amablemente, la suya me acogió luego de haber perdido el único miembro de la mía.
«Si no fuera por ella...»
Era muy probable que hubiera terminado en un orfanato.
—¿Puedo asumir que te va igual?
Bárbara se encogió de hombros.
—Digamos que perdí un par de libras.
—Bárbara...
—¡Sé que me dijiste que no debía apostar contra ellos, pero...! ¡Debes entenderme, Diana, esa mujer es una hipócrita!
—Y te dejó con lo poco que te queda de tu dignidad.
—¡Aún la tengo! ¡Y algún día! ¡Algún día le daré su lección!
—¿De qué manera?
Ella se sonrojó.
—No insinúes...
—No lo hice —dije y observé a las personas fuera del ventanal caminando y conversando con naturalidad.
No esperándolo, mis ojos se toparon con una cabellera castaña que caminaba a lado de un hombre corpulento e igual de castaño.
Mi ceja se levantó y llevé el popote de mi batido a mis labios.
—Deberías hablar más con ella —dijo.
—No estoy interesada —respondí sin dejar de mirarlos.
—Eres una mujer de treinta y dos años, Diana.
—Y no pienso morir pronto, si eso es lo que te preocupa.
Ella suspiró.
***
—¿Té?
Levanté la mirada de mis papeles y dudé un poco en tomar de lo ofrecido. Al final, con un suspiro de resignación, agradecí y lo bebí mientras me quitaba los lentes y relajaba mi espalda en el respaldar de mi asiento.
Habían pasado unas horas desde que tuve algo en el estómago; debido a las exigencias del director ejecutivo del CEO, mi trabajo se multiplicó en cuestión de minutos y mi hora de almuerzo pasó desapercibida por mi falta de organización y límites.
Necesitaba de este trabajo y no iba a perderlo luego de haber llegado tan lejos.
—Marcaré mi salida un poco más temprano de lo habitual —dijo y abandonó una bolsa en mi escritorio—. Te veré mañana.
Asentí y agarré despreocupada uno de los panes, pero, antes de que pudiera abandonar mi oficina, inesperadamente su nombre salió de mis labios.
—Atsuko.
—¿Sí?
—¿Cuál... sería el motivo?
Ella levantó una ceja y sonrió con un poco de burla.
—No me extrañes tanto.
—No lo haré.
Ella se rio con un rubor asomándose en sus pómulos.
—Saldré con un amigo.
***
«Faltan unos minutos», me dije con la mirada en mi reloj de muñeca.
Después de haber estado en un centro comercial examinando las diferentes opciones de atuendos para lo junta directiva que tendría en un par de semanas, deseando estar lo más presentable posible ante los ejecutivos más importantes de la empresa, e incluyendo el mismo dueño que se había tomado unas vacaciones, me encontraba escuchando las palabras de uno de estos.
Los siguientes planes que tomaríamos y el cambio que se realizarían, puso a pruebas a varios de los presentes. Y luego de unas cinco horas más, mi cabeza me estaba matando.
Nunca había esperado que el día que no me dejó dormir bien por las noches, fuera uno que se convertiría en peor pesadilla. Era la primera vez que experimentábamos cambios tan importantes que dependían de nuestros puestos, y estaba abrumada, estresada y, realmente, cansada.
Llegando a mi hogar, me desplomé en mi cama y me dormí hasta el día siguiente, pero mi alarma no tardó en sonar a las siete y enviarme de regreso a la realidad.
Tenía trabajo, de nuevo. Y... empezaba a hacer difícil de llevar.
Cada día que pasó el cansancio era más y más notable. El estrés junto a la frustración era mayor, al igual que las responsabilidades por ser la única directora de operaciones.
Suspiré y acaricié mis sienes con mis lentes sujetos por mi mano derecha.
Miré la hora y exhalé con enorme cansancio.
«Faltan tres más...»
Tres más y podría volver a casa. Quizás pedir alguna comida para llevar y no abandonarla antes de que pueda sucumbir al sueño.
Regresando a mis papeles, agarré el café a mi costado y lo bebí por completo, para después tragar de las pastillas contra la migraña que se asomaba.
***
Mi cuerpo se sentía ligero; mis pensamientos estaban en blancos; un cosquilleo en mi mejilla me molestaba; y mi cuello...
«¡Dios!»
Fruncí el ceño, llevando una de mis manos a mi zona adolorida y abriendo lentamente mis parpados, percatándome de la oscuridad del edificio.
«¿Qué...?»
Me giré con rapidez, maldiciendo a lo bajo por la tensión provocada y alarmándome por la hora.
«Once...»
Me había quedado dormida, otra vez.
—Buenas noches, directora Cavendish.
«¿Qué?»
Volteé a verla y me regañé otra vez por no hacerlo con más delicadeza.
—Tranquila. No queremos que tengas un resentimiento después, ¿verdad?
—¿Qué haces aquí?
«De todas las personas...»
—No te alegres tanto de verme. Vine a ver cómo estabas —declaró—. Has estado bastante fuera de ti misma en estos tres meses y tuve razón.
Atsuko sonrió y dejó de reposarse contra mi escritorio.
—¿Cómo...?
—También soy una directora, aunque mi cargo no es tan importante como el tuyo, aún puedo tener una de estas —dijo y mostró una de las tarjetas exclusivas del edificio—. Entonces... ¿Lista para ir a casa?
Suspirando y desplomándome en mi asiento, la miré con las luces de los otros edificios ingresando a mi oficina. Mi mano aún continuaba en mi adolorido cuello y las hojas yacían esparcidas por todos lados.
Exhalé.
—No. Aún necesito-
—Eres la única que se esfuerza demás aquí. ¿Me ves a mí durmiendo sobre los papeles o con una vena a punto de explotar en mi cabeza?
—Lo has dicho, tu cargo no es tan importante como el mío.
—Pero eso no lo hace menos especial, ¿o sí? —Sonrió—. Por si lo olvidaste, también estuve en la junta y sé de las cosas que pasarán.
—Aun así, es necesario que termine-
—No, no lo es. No te van a despedir por no terminar un papel que debe entregarse en una semana. Y tomar café hasta ahogarte no es una opción.
Entrecerrando mis ojos, guie una de mis manos a mi barbilla.
«¿Ella... me está... reprendiendo?»
Había pasado mucho tiempo desde que alguien, en verdad, me llamó la atención por una de mis acciones.
«Y esa persona...»
Descansaba actualmente.
—Aprecio la preocupación, pero esto es mi responsabilidad. Por favor, enciende la luz y retírate.
Esperando que cumpliera con la petición mientras volvía a tomar mis lentes y arrastraba mi silla hasta mi escritorio, no me percaté de su presencia cercana hasta después de unos pocos minutos donde todo continuaba oscuro.
Ella estaba cruzada de brazos con una mirada que podía matar a cualquiera, sin embargo, no a mí.
—Nos vamos —dijo, como una orden.
Estuve a punto de reírse, pero no lo hice. No estaba de ánimos y la situación solo me creaba molestia.
—He dicho-
—Cavendish.
—Atsuko.
—Recoge tus cosas. Nos vamos.
—No tienes derecho de-
—¡Lo tengo! —gritó—. ¡¿Está mal que me preocupe por mi esposa?!
«¿Qué?»
La confusión acompañó mi enojo.
«¿De qué-?»
Estando de pie, encarándola, enfrentándola, no di un paso atrás y una sonrisa irónica se dibujó en mis labios.
—¿Esposa? —escupí como si fuera lo más ridículo que alguien me hubiera dicho—. Mis acciones amables hacia ti han dado la dirección equivocada. Permíteme corregirte.
«Lo sabía...»
Sabía que debía haberle puesto un alto desde el primer momento que se acercó a mí. Esa mujer estaba loca y sus lágrimas...
«Dios».
Ella estaba llorando y un papel, una nueva hoja se estrelló contra mi pecho, sacándome un poco el aire.
—Dime que estoy equivocada ahora.
Enojada, pero más confundida, miré y leí a puras penas las palabras escritas con las dos firmas al final. Una que, era idéntica a la mía.
Mi expresión cambió y la incredulidad me golpeó.
«Es una acta de matrimonio... Mierda».
Era genuina y el maldito cello del registro civil y la hora en la que fue realizada no me ayudaba, en absoluto.
«¡Mierda!»
¡Era imposible que estuviera ebria un viernes a la una de la tarde!
Con el corazón en la garganta y la confusión plasmada en todo mi rostro, la miré en busca de una explicación.
—Por mi culpa. Por insistirte en que fuéramos a ver ese ridículo show a las nueve y después... Después de que acabara la función... —Ella respiró. Se tomó una pausa para calmarse—. ¡Todo pasó tan rápido! ¡Ese maldito auto venía hacia nosotras y tú me empujaste y... y...! No importa. De igual manera no recordarás nada de eso. Alista tus cosas o- Lo que necesites, no me importa. Nos vamos.
***
Sin poder articular una palabra; sin poder pensar en nada más que en el papel en mis manos y las palabras dichas, entré a mi departamento como una pequeña niña regañada.
—Avisaré que estás enferma y haré que tengas una incapacidad de una semana.
No dije nada y la observé acercarse al fregadero y agarrar una de las cajas de té de los cajones superiores con una hoya.
«Ella sabe...»
Ella sabía donde guardaba las cosas, aunque fuera lo más simple.
La continué mirando preparar lo que sería un té que me ayudaría a relajarme, para después bajar la mirada a mis zapatos.
«¿Es esto... real?»
Pasó el tiempo, quizás segundos o minutos, no lo sabía, pero una voz dulce a mi costado y un tacto sutil en mi hombro, llamó mi atención.
—Diana, ve a acostarte. Te lo llevaré cuando acabe.
Asentí y obedecí sin más.
***
—Rojo...
—¿Qué cosa?
Ladeé un poco la cabeza y entrecerré mis ojos.
—Tu auto... ¿No era rojo?
Ella se sorprendió y mi mejor amiga a mi costado también lo hizo.
—Oh... Ah, sí. El anterior... Bueno, ese... C- compré otro. ¿Estás bien? ¿Quieres que te lleve a casa?
Negué con la cabeza, todavía sin quitar la mirada del transporte blanco frente a mí.
—Puedo regresar por mi cuenta, gracias.
Caminé en la dirección contraria y la abandoné en el estacionamiento. Me había ofrecido acompañarla, luego de que ella lo hiciera conmigo en las citas programadas.
Las cosas no parecían lo más claro, ni lo más resplandeciente. No me sentía como si alguien me hubiera quitado una venda de los ojos. Todo, completamente, todo parecía... normal para mí.
Después de unas incontables pruebas y demostrarme que no me encontraba bajo el consumo de una droga o maleficio que me hiciera estar casada con la mujer que me había estado persiguiendo por un año entero, acepté un poco la realidad.
Era mi esposa; la mujer que había escogido después de rehusarme a juntarme con alguien con de esa manera.
¿Cómo era posible? ¿Cómo era tan siquiera probable que una persona tan ruidosa como ella logró hacerme olvidar de mis límites?
No la conocía; no lo suficiente.
Todo era... realmente confuso. Sin embargo, intenté no dejarme llevar por este nuevo descubrimiento y continuar con mis responsabilidades; no deseaba distracciones; no deseaba contratiempos.
Y agradecía que, luego de haber quedado en términos establecidos, respetara ese espacio que pedí.
No obstante, nada estaba saliendo como esperaba.
Mi cabeza dolía por las noches y los sin fines de preguntas que se acumularon desde aquella primera cita con el doctor, me quitaban el sueño.
«¿Qué pasó después de ese incidente? ¿Qué había estado haciendo antes de eso? ¿Por qué no me lo dijo antes? ¿Por qué lo ocultó? ¡¿Por qué Bárbara tampoco me habló de eso?! ¡Ella lo sabía y no me dijo nada!»
Además, del cosquilleo descontrolado en mis manos, pecho y labios; mis labios hormigueaban tanto que me dolía por haberlos mordido esas incontables veces que intenté calmar la sensación. Y el calor, el calor, era lo peor junto con la necesidad.
«Esto está matándome...», dije con la mirada agotada frente al espejo.
Mi aspecto no era el mejor y me enojaba verme de esa manera tan desgastada. Había pasado tan solo cinco meses de sus palabras y los exámenes, y mis pensamientos eran un total caos.
«Es suficiente».
Con prisa y sin importarme mi apariencia de un traje mal arreglado y un peinado desequilibrado, abandoné el baño de mi oficina y me dirigí al estacionamiento.
No tardé en llegar al edificio de quince pisos y conseguir el acceso con una facilidad que aumentó mis nervios.
«Maldita sea».
Cada cosa que hacía; cada cosa que realizaba, solo me comprobaba lo que más me atemorizaba.
Con la puerta frente a mis ojos, toqué dos veces.
Unos pasos se escucharon y mi corazón saltó y latió más rápido que de costumbre.
«Mierda, mierda».
¿Qué estaba pasándome? ¿Por qué estaba sintiendo estas emociones? Mi cabeza parecía una nube blanca y ni hablar de mis pensamientos. ¡Todo mi cuerpo vibraba con mucha fuerza y me era incapaz de detenerlo!
«¡¿Por qué está pasando esto?!»
—¿Diana?
Exaltada y con el deseo de no esperar más, ingresé al hogar y solté hacia el techo un largo y cargado de frustración, molestia, confusión y estrés. Abandonando mi maleta en el proceso.
Ella estaba impactada, podía sentir su mirada quemando mi espalda.
—¡Esto me va a matar! —exclamé con los dientes fuertemente apretados y las manos cerradas a los costados.
Mis ojos picaban, pero no les permití derramar una lágrima. Necesitaba respuesta y las conseguiría, pero, una nueva persona que apareció asomada en el borde de un pasillo, me impidió hablar.
Mis parpados se abrieron con una enorme sorpresa y lo poco que comí en el día se subió a mi garganta.
—¿Hola...?
«No puede ser...»
Mi enojo regresó y volteé a ver a la persona a mis espaldas.
—No me digas...
Ella se estremeció y observó a la persona aún en su lugar.
—Dahlia, ¿Podrías regresar a tu habitación? Iré en un momento.
La niña obedeció y el departamento se sumió en un silencio asfixiante.
Mi respiración era rápida, intranquila; mis pulmones dolían; y mi cabeza palpitaba demasiado. Puse una de mis manos en esa zona, esperando aliviar los puntos blancos que se presentaron en mi visión.
«¿Qué está...?»
Parpadeé muchas veces.
—¿Diana?
Ella estaba cerca de mí, pude sentir su tacto en mi hombro izquierdo, pero no lo suficiente. Estaba fría, todo mi cuerpo se sintió como hielo y mi cabeza dio demasiadas vueltas.
No faltó mucho para que me desplomara.
***
Con un vendaje ahora en mi cabeza que cubría parte de mi frente, mantuve mi mirada en el suelo como el punto más interesante de la habitación. No deseando ver más allá por miedo a lo que pudiera encontrarme.
—Tú no... —Resopló alguien. Esa persona, parada frente a mí.
No dije nada y me mantuve quieta.
Hace una semana, me desmayé en su apartamento y fui llevada en una ambulancia. Había tenido un colapso no peligroso, pero preocupante por mi 'discapacidad', ganándome un adelanto de mis días libres de verano que no debieron llegar hasta el siguiente mes.
Era de noche. Aproximadamente, las siete de la noche, que fue la última vez que miré el reloj en mi mesita de noche.
«¿Cuándo fue la última vez?»
Observé el reloj, no sorprendiéndome de que fueran ahora más de la diez.
Actualmente, estaba hecha un desastre.
—No puedes volver a hacer eso.
Ella estaba molesta.
—Casi me causas un infarto —dijo—. Puedes llamarme o dejarme un mensaje o algo.
«¿Llamarla? ¿Tengo su número?»
Agarré mi celular y lo comprobé.
«Oh...»
Atsuko Kagari era el único contacto en mis favoritos. Me sentía un poco tonta, pero, eso no era lo importante en este momento.
«No».
El motivo por el cual ella estaba en mi apartamento, era por lo que había descubierto en el suyo.
No sabía qué pensar y no era como si pudiera, mi mente estaba débil y me sentía vacía con un hueco de tristeza en mi pecho que no tenía intenciones de irse lo más pronto.
—¿Qué... sucedió? —susurré.
Ella no dijo nada, Atsuko no habló por unos largos segundos que me parecieron eternos y solo alimentaron mi miedo.
—Tuviste un accidente.
—¿Qué ocurrió después?
—Dormiste por unos meses.
Mi ceño se arrugó y mi mano derecha se cerró.
—¿Ella... quién es...?
—Deja de hacerme preguntas. Estás en un estado delicado y necesitas descansar. Te he traído los medicamentos y asegúrate de tomarlos a las horas correctas. Vendré mañana para asegurarme-
Un quejido escapó de mis labios y las lágrimas que se acumularon en mis ojos durante ese lapso de tiempo se desbordaron sin cuidado. Miré mis nudillos y las contemplé caer.
«¿Por qué...? ¿Por qué no puedo...?»
Giré mi cabeza y gimoteé. De pronto, de manera delicada, unas manos agarraron mis mejillas.
Me mordí el labio y traté de dejar de llorar, dejar de sentir, dejar de verme tan vulnerable, pero, no lo logré, no lo conseguí.
Por una razón, demasiado obvia que me costaba aceptar, me sentía muy... cómoda a su lado.
***
—¿Y cómo te sientes?
—¿Cómo debería sentirme?
—¿Recuerdas algo? ¿Algo más?
Negué con la cabeza.
—Quizás necesitas un poco más de estimulación. ¿Estás lista?
Le asentí y otra fotografía me fue mostrada en un desliz sobre la mesa del restaurante donde me encontraba. Bárbara, tenía consigo un álbum completo en sus manos.
—Conseguiste el primer lugar en la competencia de matemáticas.
«Eso... tiene sentido».
En mi departamento, una estantería con trofeos y medallas, de las cuales no conocía del todo sus orígenes, resplandecían con orgullo en el salón.
Nunca le había dado tanta importancia.
—¿Qué sucedió aquí? —Señalé y Bárbara respondió.
Era extraño, recordaba perfectamente a Bárbara como mi hermana y mejor amiga de toda mi vida, pero, no las cosas por la que pasamos y conseguimos juntas.
No obstante, eso lo hacía más entretenido e interesante.
En mis vacaciones de verano por terminar, mi jefe me ofreció un puesto menos ajetreado que rechacé inmediatamente y en mis pocos días libres me dedicaba a lo que ahora estaba haciendo.
«Estimulación».
Era la palabra adecuada.
El doctor personal encargado de mi recuperación y seguimiento, recomendó que explorara a pasos tranquilos los distintivos momentos de mi vida olvidada que pudiera ayudarme a recordar.
Lastimosamente, no había conseguido un avance significativo.
***
Recordaba a mi mamá; recordaba los momentos hermosos a su lado y los obsequios en Navidad; recordaba a mi papá y las canciones que tocaba en las tardes lluviosa; y recordaba... el accidente que los separó de nosotras.
Los llantos de mamá en esos meses fueron los peores; su salud decayó y sus energías en la tierra se fueron agotando.
Al irse él de nuestras vidas, mi presencia no fue lo suficiente para mantenerla de pie. Y lo entendía. Lo hice después de unos años.
Ella había perdido a su otra parte; y nunca pensé que eso la hiciera menos fuerte.
Quizás... esa era la manera como me sentía ahora mismo.
«¿Estoy muriendo?»
Si no lo había hecho con un auto por poco aplastándome, era probable que lo hiciera en cualquier momento.
«Oh...»
Pero, ahí estaba ella y mi vida cobraba sentido de nuevo.
Era impresionante.
—¿Me hiciste algún tipo de amarre?
—¿Qué? ¿Cómo-? ¿Por qué piensas que yo-? Sabes que, olvídalo. Ahora a comer.
Ella me entregó el plato y la niña frente a mí empezó a hacerlo con una alegría rebosante.
Una mueca se dibujó en mis labios y un rubor por la comida recién preparada y el momento que cosquilleaba mi corazón, apareció en mis pómulos.
***
Después de conocer el impacto y las consecuencias de un sentimiento romántico, me alejé a toda costa por miedo a desfallecer de la misma manera que mi madre. Aunque, sonara patético, no lo era para mí: la persona que estuvo a su lado en sus últimos días.
Ella se disculpó y derramó lágrimas mientras rogaba que, por favor, no me abandonara.
«Miedo al abandono», era uno de mis principales traumas que me dificultó la capacidad de congeniar con alguien, sin embargo, si estaba aquí, si tenía esto y pude, de algún modo, mantenerlo y ser feliz, significaba que lo había superado.
—¿Qué es esto? —preguntó con una expresión burlona.
—¿Está mal que considere darte un detalle?
—No... y lo aprecio, pero no creo que pueda cargar con esto hasta mi auto.
Asentí.
Tenía razón. Eran demasiadas rosas.
—Te ayudaré.
***
—¿No te desmayarás?
—No.
—¿Segura?
—Absolutamente.
Atsuko o, Akko, como deseaba que le dijeran, entrecerró sus ojos, examinándome. Me encontraba tranquila, sentada en uno de los sofás de su salón, con la mirada expectante en sus ojos rojos que brillaban en la oscuridad de su salón.
Era tarde, las nueve de la noche en la enorme capital de Londres y no podía ver otro momento perfecto que este para dar final a una agonía que llevaba dos meses devorándome por dentro.
Mis manos temblaban, sí, pero no de la forma que pudiera perjudicar mi salud. Estaba nerviosa, solo eso.
Ella asintió y colocó una de sus manos en mis labios, ocultándolos y silenciándolos, antes de acercarse y besar sus propios nudillos.
Un calor subió hasta mis orejas y mi corazón latió muy rápido.
Con lentitud quitó su mano y me estudió en esos segundos que no respondí.
La sensación había sido electrizante e, inconscientemente, una sonrisa tonta apareció en mis labios.
—Me hiciste brujería.
—¡¿Sigues con eso?!
***
Arqueé una de mis cejas, la esperé con paciencia y la levanté por sus brazos, acomodándola en mi cintura.
—¿Es todo lo que necesitas?
Ella asintió muy animada y se recostó en mi hombro. Caminé y me dirigí a pagarlo.
En un centro comercial en la compañía de una pequeña niña, explorábamos los almacenes en busca de su carta de Navidad favorita y especial para su mamá. Por mi parte, cargaba con una bolsa llena de unos peculiares chocolates.
Sí, había recordado sus favoritos.
***
—Fuiste un hueso duro de roer. Dios, me costó demasiado que te abrieras a mí.
Levanté una ceja.
—Siempre fría, siempre linda, siempre... perfecta. Eras la mejor de todos y te admiré. Y todavía lo hago, pero... te esforzabas tanto que, a veces, me preguntaba si valía la pena. ¡Eras la única que acababa con el trabajo antes, Diana! ¡Eras la única que aceptaba más trabajo de lo que podías hacer en un día!
—¿Y ese fue el punto para que te enamoraras de mí? ¿Mi entusiasmo laboral?
—¡Por favor! ¡No fui la única que babeé por ti! —gritó y la vergüenza decoró sus mejillas—. Pero, nunca hablabas demás, nunca decías más de cinco palabras que no tuvieran que ver con el trabajo. Te invité a incontables salidas. Intentos en vano para que nos conociéramos y... era posible que no consiguiera nada contigo, pero aun así quería, por lo menos, ser tu amiga.
—¿Deseabas ser mi amiga, pero te atraía de una manera descontrolada?
—¡No pongas palabras en mi boca! Dije que quería ser una amiga, pero no es mi culpa de que fueras demasiado atractiva para tu propio bien. Todavía me pregunto cómo llegué a gustarte.
Analizando sus palabras, la contemplé de arriba a abajo.
«Tal vez se debió a su físico», pensé en broma y levanté la mirada. Levanté una ceja, al verla con la boca abierta y una expresión llena de indignación.
—¿Lo dije en voz alta?
Ella se sonrojó.
—¡¡Tú...!! ¡Eres una descarada!
***
—¿Debería llamarla?
—¿Quieres llamarla?
Asentí, jugueteando con el móvil en mis manos.
—Entonces, llámala —dijo Bárbara mientras terminaba de preparar la cena de esa noche.
—Tal vez esté ocupada con Dahlia.
—¿No la llamarás porque puede estar con tu hija?
—¿No es ella linda? —pregunté con una sonrisa.
Bárbara me devolvió el gesto.
—Lo es. Acabaré en unos minutos, aprovecha para llamarla y saber cómo está todo. No es muy difícil.
Afirmé con otro asentimiento y marqué su número, caminando a la vez al lujoso y amplio balcón.
Después de tres tonos, una voz que cosquilleó mi corazón y dibujó otras de esas sonrisas inconscientes en mis labios, respondió.
—Buenas noches, Diana.
—Buenas noches, Akko.
***
La noche estaba despejada y fría, bastante fría. La nieve caía lentamente sobre mis hombros y cabeza mientras los coches que pasaban por debajo de la colina donde me encontraba, me daban a entender que vivía; el ruido y crujir de mis prendas me hacía reconocer que mi corazón todavía latía.
Era impresionante y confuso. Me sentía perdida, pero encontrada a la vez.
«En esa noche... En ese Show... lo disfrutamos juntas. Y, al final, tú me salvaste, nos salvaste a ambas». Akko se mordió el labio. «N-no diré más».
«¿Cuánto tiempo...?»
No lo sabía, pero lo sentía como una eternidad.
Mi mente ya no luchaba; mis pensamientos ya no buscaban. Y mi corazón latió con tanta... felicidad y alivio.
—J-Jesús...
Necesitaba regresar.
«Necesito volver».
***
—¡Vamos, vamos! —Pisé el freno, disgustada por el repentino tráfico.
«¿Crees que me vería hermosa?», preguntó, mostrándome una prenda de vestido blanco.
«Totalmente».
—Por favor... —Observé el retrovisor y busqué una calle alternativa.
«¡¿Deberíamos llevar de los dos?!», exclamó y solo asentí, no logrando describir las emociones que se acumulaban en mi interior al ver tanta ropa de bebé junta.
Me bajé del auto y pedí el acceso que me fue concedido.
«Averiado», leí.
—Esto tiene que ser una broma —maldije y corrí hacia las escaleras.
«Nunca pensé... Yo...»
«Oh, cariño...»
«Estoy tan feliz, Akko. Me haces tan feliz».
«Y tú a mí».
Jadeando y quitándome el abrigo, alcancé el séptimo piso. Tragué un poco de saliva con fuerza y caminé otra vez, llegando a la puerta.
«¡Es esta noche y podemos ir juntas!»
«No estoy de acuerdo en salir a esa hora. Es tarde, princesa. Y debes descansar».
Saqué la tarjeta de mi bolsillo.
«¡Nos divertiremos!»
La pasé por la puerta y está pito dos veces. Al ingresar, mi mente se silenció por un instante en un ruido sordo de un impacto y un grito.
Cerré mis ojos con fuerza, sacudí mi cabeza y con rapidez empecé a buscarla.
—¡Akko! —grité y, en pocos minutos, ella apareció con una expresión confusa y sorprendida.
—¿Diana? ¿Qué haces aquí? ¿Sucedió algo? ¿Por qué no llamaste? Te dije que-
La abracé. La abracé con todas mis fuerzas, ignorando que estuviera sudada y agitada.
Escondí mi rostro en su cuello y la apreté más contra mí.
Empecé a llorar, derramé las lágrimas que había contenido durante todo el trayecto y la aparté a una distancia prudente para las dos. Ella me miraba confundida y con rapidez atrapé sus labios con los míos en beso abrazador que le sacó un quejido de sorpresa.
—¡Mm!
Sus labios eran cálidos y suaves, sentí que me derretía cuando correspondió con la misma intensidad.
Nos separamos después de unos minutos.
—Ah- B-bueno, e-eso fue... ¡Ejem!
—Akko... —susurré y junté nuestras frentes.
Mi sonrisa era enorme y mis dedos pulgares acariciaron sus mejillas. No lo contuve, y di otro beso y otro y otro y otro más.
—Diana- Diana. ¡Oye!
Ella me detuvo y no me molestó, aproveché para admirar esos ojos rojos que me miraban con vergüenza y burla.
—¿Qué te sucede? ¿A qué se debe tanta felicidad?
No respondí; no lo hice. Me sentía tan... aliviada; me sentía tan feliz. Y ello lo notó.
—¿Tú... quieres quedarte esta noche? —preguntó con dulzura y si pudiera sonreír más lo haría.
—¿Me dejarías dormir fuera de casa?
Su ceja derecha se levantó con diversión.
—Tienes un lugar propio, bebé grande.
La atraje más a mí.
—Lo sé, pero la mujer que conozco me sacaría a rastras de mi oficina y me traería aquí. A menos, que no desees recuperar este tiempo perdido.
Su ceño se arrugó y su mirada pasó a hacer a una de confusión e inspección. Ella me examinó con sus manos ahora en mi rostro y, lentamente, cuidadosamente, apartó una nueva lágrima.
—¿Diana...?
—¿Sí, princesa?
Su expresión cayó, y en cuestión de segundos sus ojos empezaron a humedecerse. Me reí a lo bajo y pasé con cariño y adoración mi pulgar por su mentón.
—Hola, Akko.
.
.
.
Fin.
Día 2 Mi salvador / Amnesia (AU)
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Aclaraciones:
• Fueron 8 meses que Diana permaneció en coma después del accidente. Y, en el momento del accidente, Akko tenía 2 meses de embarazo. Lo que quiere decir que Akko tuvo a Dahlia cuando Diana aún estaba dormida.
• El accidente fue básicamente que un auto descontrolado chocó contra el de Akko, empujándolo o arrastrando sus llantas, como mejor lo imaginen, que impacto a una velocidad, no rápida (porque estuviera muerta ya), contra Diana y otro auto. ¿Cómo sobrevivió a eso? Por supuesto tuvo huesos rotos y demás, pero esto es ficción. Nada más que decir.
• Las dos llegaron a los 35 años al final de la historia. En el comienzo tenían 32. Lo que significa que, Diana tardó 3 años en recuperar por completo la memoria.
• Diana y Akko estaban casadas, eso es más que obvio, pero, ¿Cuánto tiempo tenían juntas? Diana mencionó que tenía 12 años trabajando para la empresa EcoWave. En ese entonces, Diana tenía la edad de 23 años. Se enamoraron a los 25, fueron novias por 4 años y llevan de comprometidas 6 años. Total: 10 años.
Lo que quiere decir que Akko tardó 2 años en hacer que sintiera algo por ella.
Y... esperemos que haya sacado bien los cálculos. XD
• La niña Dahlia, es de cabello castaño y ojos azules. Un parentesco más cercano a Akko, pero a la vez a Diana. Tenía casi el año cuando se presentó. Al final de la historia, cumplió sus 4 años y medio.
• Amiga principal de Diana: Bárbara.
• Amigo principal de Akko: Andrew. Ese era el amigo que Akko se refería cuando le dijo a Diana con quién saldría.
• En esta parte:
«Nunca pensé... Yo...»
«Oh, cariño...»
«Estoy tan feliz, Akko. Me haces tan feliz».
«Y tú a mí».
Quizás muchos no llegaron a entender qué estaba tratando de trasmitirle Diana a Akko. Aquí, Diana se refería a que nunca pensó que llegaría a dar el paso de tener una familia. No después de lo que le ocurrió.
• ¿Cuál era el pasado de Akko? ¿Cómo llegó ella a esa empresa? Bueno, el límite de palabras para cada historia de estas son de 4 mil como mucho, y alcancé casi las 5 mil, jajaja. No me dieron las palabras para poder profundizar más en la vida de Akko y no tanto en la de Diana, sin embargo, pienso que quedó bastante bien siendo una historia que estoy escribiendo a una semana de que se llegue la semana Diakko, jajaja. Es apresurado, pero espero les haya gustado también esta.
¡Bueno! ¡¿Están listos para el siguiente?!
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ღ Día 3: Piratas / Steampunk (AU)
27/08/2024
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Nice✨
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