0; Cuando el viaje empieza
LA PRINCESA SEPHORA NUNCA ENTENDIÓ DEL TODO LA JERARQUÍA DE SU FAMILIA, NI TAMPOCO COMPRENDIÓ A LA PRIMERA LO QUE SER DE LA REALEZA COLLEVABA, PERO ESO NO QUERÍA DECIR QUE NO PODÍA APRENDER. Mientras sus pies tocaban la espesa arena de Archenland, Sephora pensó en el inmenso viaje en el que se vio envuelta desde la muerte de su madre diez años atrás. Su padre, el Tisroc, era ya un hombre entrado en años que prefería quedarse henchido sobre su trono dando órdenes a lo largo del reino mientras sus hijos intentaban hacerse cargo de las relaciones con los reinos aledaños al suyo.
Sephora nunca quiso verse envuelta en temas políticos con nadie, mucho menos hacer lo que la realiza debía de hacer, ella prefería esconderse entre los pasillos, robar un poco de comida de las cocinas y tirarse debajo de un árbol en el frondoso jardín de su madre. El poco interés del Tisroc por siquiera salir de Calormen hizo que Sephora se viera obligada a aprender cada uno de los asuntos políticos, territoriales y económicos necesarios que, a decir de los conocimientos que su hermano mayor Rabadash tenía, eran bastantes.
Su madre, a palabras de su mayordomo Emil, era una de las mujeres más inteligentes que el reino había tenido la dicha de conocer, razón suficiente por la que Sephora no terminaba de entender por qué la mayoría de sus hermanos habían resultado ser unos imbéciles de primera. No es que ella estuviese alardeando, de hecho, Sephora admitía ser bastante tonta a veces; antes, cuando aún ignoraba la diferencia entre aristocracia y burguesía, Sephora solía tener los pensamientos más banales que una persona lastimosamente podría tener. Eso no le orgullecía, sin embargo, la tontera y desfachatez era algo que caracterizaba a los hijos del Tisroc, cosa que indudablemente habían heredado de él.
Sephora amaba a cada uno de sus hermanos sin condiciones a pesar de sus muy alocadas personalidades. Su hermano mayor Rabadash era un pedante, joven príncipe egocéntrico y ruin que buscaba hacerse con un ejército, viajar por el mundo e intentar hacerse con un reino más grande de lo que sus pequeños y enratonados ojillos pudieran abarcar. Luego, y justo debajo de ella se encontraban sus hermanas Suri, Solei, Sisa y su pequeña hermana Sansa; les amaba a todos ellos, no obstante, eso no le impedía sentirse irritada por cada una de sus malas decisiones.
Sansa era quizá la única de sus hermanos que la apoyaba, escuchándole sin reproches cada vez que Sephora entraba a su alcoba de mal humor o saltando sobre un pie de felicidad. Tal vez se debía a que su hermana poseí apenas diez años y su corazón aún no estaba contaminado por la maldad del resto de sus hermanos. Y era precisamente por esa razón que en ese momento le extrañaba tanto.
No fue hasta que Rabadash tiró de la falda de su vestido cuando se dio cuenta de que era muy probable que su hermano llevaba hablando desde el desembarque sin que ella le estuviese poniendo atención, lo que ocasionó una arruga de molestia en la frente de su hermano. Sephora soltó un suspiro que se perdió con el viento de la tarde sin dejar de caminar.
— ¿Pasa algo, hermano?
— ¿Pasa algo, hermano? — preguntó de vuelta en un tono agudo evidentemente molesto. Sephora le miró de reojo por un segundo antes de detenerse junto a uno de los soldados de Archenland quien cogía a un bonito corcel blanco por las riendas—Llevo horas hablándote y parece que no has escuchado nada de lo que te he informado
— ¿Horas? Acabamos de desembarcar—dijo, mirándole fijamente—El viaje desde Calormen hasta aquí no es tan largo y, ¿sabes? Si estaba escuchándote, al menos los primeros dos minutos. Me desconecté de nuestra interesantísima platica después de que mencionaras a la reina Susan más veces de las que pude llegar a contar
—Y es por eso que estamos aquí
—Estamos aquí por otro de tus caprichos—le corrigió, sonriéndole al hombre quien le tendió las riendas del animal—Si mal no recuerdo le rogaste a padre para que te permitiera tomar uno de sus barcos y venir hasta aquí tan solo para ver a una de las reinas de Narnia
—Lo que me hace pensar que los capitanes del barco son unos idiotas porque nos han traído a Archenland y no a Narnia como específicamente pedí
—Pediste ser traído a Narnia, pero no contaste con que el camino al desfiladero está trazado por un enorme desierto que la separa de Tashbaan. No había manera de usar los barcos por la arena a menos que los giraran hacia el mar. Archenland es el reino más próximo a la costa y el camino hacia Narnia no está a más de veinte minutos de aquí. De verdad, hermano, ¿y así te dices ser la mejor opción para ser rey?
Rabadash sonrió con hipocresía porque tanto él como Sephora sabían en realidad que la ambición del príncipe no era inmiscuirse en asuntos internos del reino sino ocupar su título como soberano para hacerse con cuanta riqueza se le pasara por el frente. Sephora rodó lo ojos montándose en el corcel.
—Debería darte vergüenza
—Bueno, ya, ¿Una carrera a Cair Paravel? —Invitó Rabadash emulando la acción de su hermana en el lomo de su caballo oscuro. Sephora rio—No me digas que te da miedo
—Por supuesto que me da miedo
— ¿Ah sí?
—Sí, temo mucho por tu vida, hermano. Podrías caerte del corcel en medio de nuestra carrera. Eres muy tonto
—Que graciosa, princesa—Sephora sonrió, levantando las crines del caballo para que éste alzara las patas delanteras en un relincho. Sephora le miró con suficiencia—No me impresionas
—Debería
—Sigo siendo el rey
—A la muerte de mi padre—le dijo y la cara de Rabadash se ensombreció con sus siguientes palabras—Y si es que yo te lo permito ¡Arre!
El caballo blanco comenzó a correr a través del valle de Archenland cruzando el castillo del rey Lune pasando por el camino rocoso de Anvard como una flecha. Sephora atenazó sus manos a las crines del animal escuchando como los cascos del otro caballo le seguían de cerca. Las competencias con Rabadash siempre le ponían nerviosa porque parecía que a su hermano se le olvidaba que eran de la misma sangre y que no era otro esclavo del que podía disponer para vaciarle la sangre del cuerpo por el cuello; en ocasiones era así, Rabadash era tan competitivo como un asesino a sueldo, intentando llevarse con él cuantas victorias atroces se propusiera.
El caballo siguió galopando minutos más provocando que su larga cabellera volara por todas partes descubriendo así el tatuaje del sol que comenzaba en su cuello y se extendía como rayos de oro líquido por su espalda hasta el término de ésta. Sephora miró a su hermano por encima del hombro notando su peligrosa cercanía.
Su corcel franqueó un atolladero y Sephora por fin pudo diferenciar el castillo de Cair Paravel al galope. Arreó el caballo una última vez antes de que soltara un relincho y se detuviera frente a las puertas del castillo donde dos chicos y dos chicas les esperaban. Rabadash llegó justo detrás de ella, bufando como un toro por el cansancio y la cólera que le daba el haber perdido.
— ¡Hiciste trampa!
—No es verdad
—Claro que sí, ¡mentirosa!
—Rabadash...
—¡Quiero la revancha, bruja!
—Príncipe Rabadash—Habló uno de los chicos, el mayor, acercándose al caballo del príncipe reverencialmente para que la corona de oro sólido que llevaba en la cabeza no se le cayera. Los ojos de Sephora se fijaron en los otros tres acompañantes quienes le sonreían con parsimonia—Es un gusto tenerle a usted y a su dulce hermana en nuestra presencia. Soy el gran rey Peter
La cara de Rabadash se transformó y de un saltó bajó del corcel sin recordar ayudar bajar a su hermana. Éste se deshizo en reverencias para el rey Peter y su hermana mayor Susan quien no dejaba de sonreír bobamente ante la figura de Rabadash. Sephora exhaló con calma, notando que otro de los reyes le miraba desde abajo.
— ¿Viaje interesante?
—Ajetreado, diría yo—respondió con una sonrisa cortés mirando su propio reflejo en la corona plateada del otro—Disculpe a mi hermano, es... un tanto eufórico
—Descuide, ¿a qué rey le gusta perder?
—A los que merecen serlo, tal vez—Sephora maldijo cuando se dio cuenta que había hablado en voz alta haciendo reír al joven rey—Lo siento
—Está bien, supongo que tienes razón. Tal vez por eso mi hermano Peter es el gran rey y no yo. Ahora, déjame ayudarte a bajar
—Puedo sola, gracias
—Insisto
El apuesto príncipe le tendió la mano, zafó el seguro de la montura y le tomó por las caderas bajándole del lomo del corcel más rápido de lo que ella hubiese podido hacerlo sola. Sephora acomodó su vestido antes de darle las gracias al rey.
—Eso ha sido muy considerado de su parte, alteza
—Por favor, sólo llámame Edmund—dijo. Luego, apunto a su hermana –Sephora se dio cuenta entonces de que el rey Peter, la reina Susan y el desgraciado de Rabadash habían partido ya al gran salón. Sephora sonrió, incómoda—Ella es Lucy, la más pequeña de mis hermanas, ha estado esperando con ansias el conocerte
—El honor es mío—Alegó, haciendo una reverencia ante la jovencita. Lucy rio mientras embestía a Sephora en un abrazo. Edmund carraspeó la garganta
—Es la mas pequeña, pero me hace pasar la mayor de las vergüenzas
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