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61 - Muy cerca

La vi antes que ella a mí, sentada con la mirada perdida en la distancia. Era domingo y el campus estaba casi vacío. Al notar que me aproximaba, Adela se puso de pie, nerviosa. Vestía un ligero sweater celeste que parecía llevar directo sobre su piel y pantaloncillos blancos. Sus ojos se posaron de inmediato en mi pie vendado y mi muleta. Le sonreí y sonrió de vuelta, dudosa.

—Extrañaba verte —le dije tras besar su mejilla, acariciando su antebrazo.

—¿De verdad? —exploraba mi rostro en busca de un sarcasmo—. Pensé que me estarías odiando.

Sacudí la cabeza, volviendo a sonreír. Estaba tan física y emocionalmente agotado que me sentía como anestesiado, incapaz de sentir casi nada, pero su cercanía me confortaba.

—¿Qué te pasó en el pie? —preguntó.

—Me mordió un gato.

Adela contuvo a duras penas una carcajada.

—¿Un gato? ¿En serio?

—Ríete nomás, pero si lo piensas, un gato es un tigre en miniatura.

Esta vez sí dejó escapar una risotada y me dio un fuerte abrazo.

—Idiota. También te extrañé —susurró. Necesitaba oír eso. Retuve su abrazo y la apreté fuerte.

—¡Ugf! ¿Te importa si respiro? —protestó en broma. La dejé ir y al separarse de mí examinó mi expresión—. ¿Estás bien?

Medité por algunos segundos mi respuesta.

—Hay algo que quiero que sepas. Durante la última clase de Taller, el día que Martín te propuso matrimonio, sé que Sara te mandó unas fotos de nosotros... en la cama. Esas fotos no...

—...no eran de esa noche. Lo sé.

Incliné la cabeza, sorprendido.

—No me di cuenta en el momento, pero cuando las iba a borrar al día siguiente, noté que en una de ellas alcanzaba a salir tu rostro y aún llevabas la barba —explicó. Me pasé la mano por el mentón, suspirando aliviado—. Perdona que te diga, pero tu ex me parece un poco desequilibrada.

—No solo "un poco"...

Le conté lo que había descubierto en el departamento de Sara. Adela escuchó mi relato con boca y ojos muy abiertos.

—¡Perra! —exclamó cuando terminé la narración.

—Y gata. —Señalé mi tobillo.

—Pero al menos recuperaste tu plata ¿verdad?

—Lo dudo. Los bancos están cerrados hasta el lunes, y conociéndola, el cheque que me pasó ya debe estar con cien órdenes de no pago.

—Uf. ¿Y no le harás nada?

—¿Qué quieres que le haga? ¿Pegarle?

—No, eso déjamelo a mí, me debe la pintura del auto. Pero, no sé, denunciarla a la Dirección de la escuela.

Removí con el pie una piedrecilla, analizando la sugerencia.

—No y no lo haré. Francamente, todo lo que pasó me lo merezco. Fui una rata con ella.

—Gabriel, esa chica no está bien de la cabeza. Necesita ayuda.

—Puede ser, pero denunciarla no es ayudarla.

Adela se encogió de hombros y sacudió la cabeza.

—Allá tú.

Un largo silencio se formó entre nosotros. La escuela estaba desierta y el susurro de los primeros vientos primaverales era lo único que se oía sobre el lejano murmullo de la ciudad. Adela, cuya mirada había vuelto a perderse momentáneamente en la distancia, volvió a posar su atención en mí, con un ligero movimiento de hombros, como si el sweater le incomodara.

—Quiero pedirte perdón —dijo finalmente.

—¿Por?

—Sabes por qué. Te ilusioné con terminar con Martín y finalmente acepté casarme con él.

—Está bien, Adela —expresé sinceramente.

—La verdad, incluso sin lo de la foto, creo que hubiese aceptado igual. Él y yo... 

—Entiendo, en serio está bien. No necesitas explicarme nada. Fue lo que debía ser.

Adela cruzó sus brazos y se miró la punta del zapato.

—Perdón por todo. Te mereces a alguien mejor que yo, Gabriel —concluyó con una sonrisa amarga.

¿Mejor que ella? El comentario me resultaba casi irónico, me costaba encontrarle algún defecto. El problema nunca fue ella, sino yo: simplemente no estaba a su altura, no por un tema de dinero, sino como persona, y finalmente había terminado por aceptarlo.

—No digas tonterías. ¿Vamos a trabajar o qué? —dije, para cerrar el tema.

Sacamos los materiales del auto de Adela y nos dirigimos a los talleres de estudiantes, donde pasamos las siguientes horas delineando los detalles del proyecto y aplicando las correcciones de Araneda. El trabajo me ayudaba a distraerme de la situación de papá, pero cada pocos minutos revisaba el teléfono en caso de que mi madre me hubiese mandado novedades. Papá había pasado la noche, pero habían tenido que intervenirlo por segunda vez por una hemorragia interna. Habíamos alojado en el hospital, turnándonos para dormir en el auto de mamá, aunque yo nunca logré conciliar el sueño. Solo había pasado a la casa a recoger los materiales y darme un ducha rápida.

—¿Pasa algo? —preguntó Adela cuando revisé el teléfono por centésima vez.

—No, nada.

Era obvio que no me creía, pero parecía dudar en decir algo al respecto.

—¿Tu papá está bien? —aventuró finalmente. Su pregunta me sorprendió.

—¿Cómo sabes sobre...?

—Ayer, cuando te llamé, alcancé a oír un poco de lo que hablabas con tu mamá.

Desvié la vista y me quedé mirando la maqueta en silencio, la cabeza bien hundida entre los hombros.

—Si es algo personal y no quieres contarme, entien...

—El Zancudo le disparó en la cabeza —solté sin más. Sentí una oleada de angustia y apreté dientes y puños para intentar endurecerme. Los ojos de Adela se abrieron cuan grandes eran y se cubrió la boca con las manos. Por varios segundos se quedó pasmada, intentando encontrar palabras.

—¿Está...?

—En coma inducido. No sabemos si... —quise continuar la explicación, pero mi garganta se cerró y las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. Bajé mi cabeza para ocultarlas.

Adela rodeó la mesa hasta el taburete en que me encontraba y me abrazó fuerte. Apoyé mi rostro en su sweater, su dulce aroma envolviéndome, su mano acariciando mi pelo, y dejé salir todo. Cuando finalmente logré recobrar el control, puso sus manos en mi hombro y me miró directo a los ojos. Los suyos también estaban húmedos.

—¿Qué haces aquí? ¡Deberías volver con él! Yo puedo seguir sola.

Sacudí la cabeza.

—No hay nada que pueda hacer allá salvo esperar y angustiarme. Aquí al menos sirvo de algo y me ayuda a distraerme.

Examinó mi rostro en silencio y finalmente asintió.

—Okey, pero si sientes la necesidad de irte, no lo dudes. Yo te llevo.

—Claro, gracias —susurré. Ella sonrió tristemente y devolví el gesto.

Su cuerpo seguía a centímetros de mí, sus manos en mis hombros, su rostro muy cerca del mío, sus bellos ojos azules con expresión conmovida ligeramente ocultos por un mechón rubio. Permanecimos inmóviles algunos segundos, hasta que su mano derecha se deslizó por mi cuello hacia mi mejilla, su pulgar acarició mi boca y su atención se desvió hacia ella. Bajando sus párpados, inclinó la cabeza y sus labios se entreabrieron, al tiempo que su cuerpo se inclinaba hacia adelante. Alcancé a detenerla antes de que sus labios tocaran los míos.

—No, Adela. No más —dije al tiempo que la alejaba suavemente. Ella alzó la vista sorprendida, pero un instante después pareció comprender mi reacción. Retrocedió avergonzada, ocultando su rostro y asintió con la cabeza. Instintivamente llevó su mano derecha al anillo de compromiso que relucía en la izquierda y lo hizo girar nerviosamente.

—Perdón —musitó.

—No pidas perdón. Fue un momento emocional, es todo.

—Claro —asintió con el rostro oculto por su cabello.

Se devolvió a su asiento y, concentrándose en su trabajo, no volvió a levantar la vista en casi una hora.

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Perdón por la demora en publicar este capítulo, pero he estado con mucho mucho trabajo, mi hijo de vacaciones y algo distraído (y con pocas horas de sueño por culpa de cierto gatito cachorro que gusta de jugar a las 5 AM) ¬_¬ así que tanto escribir como publicar se ha vuelto casi imposible.

En fin, para el próximo capítulo prefiero no prometer fecha específica, porque aunque ya está escrito, hay algunas cosas que quiero revisar de los capítulos finales antes de publicarlos. Además, aún no pasan por mi lectora cero (CataKaoe) y puede que me los tire por la cabeza, como siempre, porque es muy mala y cruel conmigo. #OkNot

¡Nos vemos la próxima semana!

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