55 - Manos vacías
De camino a la universidad una de las correas de mi raída mochila finalmente se cortó. Venía colgando de un hilo hacía semanas.
Me vi obligado a hacer una improvisada reparación en plena calle con un rollo de masking tape y un clip. Un incidente así jamás me había afectado, casi todas mis cosas estaban en estado deplorable, pero aquel día se sentía como si la vida hubiese decidido patearme en el piso y luego orinarme encima.
Mientras trabajaba arrodillado intentando dar suficiente solidez a mi precario arreglo, escuché una voz a mis espaldas.
-Hola Gabriel. ¿Problemas? -pertenecía a Danilo y sonaba de muy buen humor.
Me volví a mirarle. Llevaba a Sara de la mano. Levanté mis ojos hacia ella, que se apegó a su brazo románticamente, la vista fija en mí.
-Hola Gabriel -susurró.
-Hola Sara.
-¿Qué pasó? ¿Necesitas ayuda? -preguntó Danilo.
-No, estoy bien. Gracias.
-Deberías comprar una mochila nueva. ¿No ganas mucho dinero con tus clases? -sugirió en tono burlón.
Su comentario finalmente me hizo cortar el contacto visual con Sara y fijar mi atención en él. ¿Era solo coincidencia que mencionara mis ahorros o sabía del robo y me lo estaba restregando en la cara? Y si era así, ¿cómo diablos se había enterado?
A menos que...
Lo examiné de pies a cabeza. Llevaba una chaqueta nueva y no se veía barata. Sus zapatos también tenían el lustre de lo recién estrenado. La bilis llegó a mi garganta. Me puse de pie de un salto, rojo de rabia, e invadí su espacio personal.
-¡¿Qué hiciste?! -dije en tono amenazante.
-¿Qué hice de qué, Gabriel? -respondió con aparente desconcierto. Rodeó los hombros de Sara con su brazo-. No me digas que te estás arrepintiendo de dejarla ir, porque ya es un poco tarde.
-No te hagas el idiota.
-No me hago nada -respondió con una mueca irónica-. Y con un idiota entre nosotros ya basta y sobra.
-Vamos, amor, porfa -interrumpió Sara tirando de su mano-. No quiero llegar tarde. Que tengas buen día, Gabriel.
Danilo pasó a mi lado con una sonrisa burlona y continuó el camino con ella. Tres pasos más allá se detuvieron para besarse apasionadamente. Apenas se despegaron, Sara clavó sus ojos en mí y luego se alejaron tomados de la mano.
La correa de mi mochila volvió a ceder y todas mis cosas cayeron al suelo.
***
Araneda recorrió la sala, rodeando las maquetas de nuestros proyectos con expresión inescrutable, como siempre. Mis compañeros lo observaban con terror, como siempre. El ayudante lo seguía de cerca con reverencia, como siempre.
Yo observaba la escena desde el fondo del salón con total desapego, me estaba costando mucho encontrar razones para que me importara todo aquello. Minutos antes me había llegado un correo desde la Dirección, recordándome que aún no recibían el pago del arancel y que no hacerlo dentro del plazo significaba la pérdida de mi beca. Y el culpable estaba ahí mismo, parado a pocos pasos, pero no tenía ninguna forma de probarlo. Más encima el hijo de puta se había quedado con Sara. Tendría que advertirle a ella con qué clase de persona se estaba metiendo.
Desvié la vista hacia Adela. Solo nos habíamos dado un breve y frío saludo esa mañana, las palabras de Martín muy presentes en mi cabeza, y las de su madre seguramente aún resonando en la suya. La notaba más distante y pensativa, y no era para menos, seguramente se había arrepentido de haber abierto la puerta a una relación conmigo. Todo se estaba yendo a la mierda. De pronto reaccionó a algo y sacó discretamente el teléfono de su bolsillo. Lo que fuera que vio en la pantalla debió provocarle una gran impresión, porque su rostro se descompuso por completo. Levantó la vista y sus ojos se toparon con los míos. Guardó el teléfono y desvió la mirada, ocultando su rostro con el cabello.
-Todos fuera de la sala, excepto ustedes dos -instruyó Araneda repentinamente, apuntándonos a Adela y a mí. Todos se miraron sorprendidos.
-¿No vamos a presentar? -preguntó uno de los alumnos mayores.
-No. No hay nada que puedan decir que salve a estos proyectos a tiempo para la bienal.
Las bocas de todos los presentes se abrieron al unísono.
-¿Reprobamos? -preguntó la compañera de Danilo, con voz temblorosa, sus ojos llenándose de lágrimas. Danilo, parado a su lado con ojos rojos, apretó la mandíbula y los puños. Parecía a punto de lanzarse al cuello de Araneda. Casi sentí lástima por él. Casi.
-No. El Taller termina al final del semestre. Tienen hasta entonces para mejorar sus proyectos. Dentro de unos minutos los iremos llamando uno a uno para su corrección. Pero a la bienal no van. Ahora fuera de aquí. -replicó Araneda en tono implacable. El grupo obedeció en silencio.
Cuando la puerta se cerró, Araneda se volvió a nosotros.
-Bien, como saben en dos semanas se cierra el plazo de admisión para los proyectos que participarán en la bienal. Esto -apuntó a la maqueta- no está ni cerca de ser presentable. Deberán trabajar a paso forzado para tener algo digno de mostrar.
Ambos nos quedamos en silencio. Adela seguía evitando mi mirada y no parecía en absoluto atenta a las palabras de Araneda, que en ella era algo muy inusual. Me intrigaba saber qué había visto en su teléfono. Los fríos ojos del profesor saltaron de uno al otro.
-¿Tienen algo más importante que hacer que estar aquí? ¿Necesito decirles que esto es de máxima prioridad para nuestra escuela? Están representándonos a todos. Si no se lo van a tomar en serio puedo elegir uno de los otros proyectos.
Su llamado de atención nos hizo despertar y nos metimos de lleno en la corrección. Araneda se puso a disparar instrucciones.
***
Salimos de la sala agotados y con nuestras croqueras llenas de anotaciones. Apenas dejamos el recinto el ayudante hizo entrar a otro de los grupos, que esperaba con ansiedad junto a la puerta.
Al alzar la vista, descubrimos que Martín esperaba a pocos pasos, con un ramo de flores. El rostro de Adela se iluminó al instante y lo abrazó con fuerza.
-¿Son para mí?
-Por supuesto mi hada -Le entregó el ramo y rodeó su cintura con el brazo. Alzó la vista enmi dirección-. ¿Llegaste bien a tu casa ayer, perro?
-Sí, súper bien. Gracias por acercarme -respondí con sarcasmo.
-¿Qué haces aquí, Martín? ¡Deberías estar en clases! ¿Y ese look tan sofisticado? -dijo examinándolo con curiosidad. Iba de blazer azul marino, camisa estampada, pantalones claros ajustados y zapatos de cuero.
-Es que te tengo una sorpresa. Acompáñame -tomó su mano-. Gabriel, tú también puedes venir si quieres.
Di una mirada interrogante a Adela, que se encogió de hombros, y los seguí. Martín nos dirigió hacia el auditorio principal. Adentro las princesas y algunas otras personas que no conocía, pero que parecían ser amigos cercanos, esperaban sentados en las butacas, revisando sus teléfonos o hablando en voz baja.
Martín me pidió que tomara asiento entre el público y llevó a Adela de la mano hasta la primera fila. Sobre el escenario destacaba un hermoso piano de cola de madera rojiza y junto a él una silla, que parecía fuera de lugar.
Me senté junto a Pía, que estaba una fila más atrás que el resto de las princesas con un pie en el respaldo de la butaca delantera.
-¿Va a hacer un concierto? -le pregunté en voz baja cuando me senté junto a ella.
-A ti no se te escapa nada ¿eh? -respondió divertida.
-¿Pero así no más? ¿De sorpresa? ¿Y a título de nada?
-Ya verás -me guiñó el ojo.
Miré hacia el escenario. Martín aún no había subido, hablaba en voz baja con Adela, que seguramente tenía tantas preguntas como yo. Me volví hacia Pía.
-Tema nada que ver, pero no había tenido oportunidad de agradecerte tu ayuda ese día en el Paseo del Ombligo.
-¿Ayuda? -levantó una ceja.
-Ya sabes... mientras veíamos tele. Sara se había puesto celosa y tú hiciste ese comentario sobre que Adela extrañaba a Martín, para calmarla.
-¿Eso creíste que estaba haciendo? -Su expresión se tornó irónica.
-¿No?
-No, amigo, entendiste mal. No estaba tratando de tranquilizar a tu ex, te estaba haciendo un recordatorio. -Se inclinó hacia mí y bajó el tono de su voz-. He visto como te comportas cerca de Adela. Ese de ahí es su novio. Estás fuera de lugar.
Alejó su rostro del mío y estudió el efecto de sus palabras sobre mí. Lo que vio debió dejarla satisfecha, porque volvió la vista hacia adelante y chifleó para presionar a Martín a iniciar el espectáculo.
Siguiendo su ejemplo dirigí la vista hacia adelante, hundido en mi asiento, rumiando sus palabras. Había sospechado de Sara, pero ahora comprendía que sido ella quien había llamado la atención de Martín sobre lo que pasaba entre nosotros.
El susodicho subía en esos momentos al escenario, jalando a Adela de una mano, a quien sentó en la silla junto al piano, avergonzada y confundida, aún con las flores en la mano. Por su parte, Martín realizó una reverencia, se sentó frente al instrumento y, mientras los murmullos del público se extinguían, ejecutó un par de elongaciones de muñecas y dedos. Cuando el silencio finalmente se apoderó del lugar, situó sus dedos a centímetros de las teclas, cerró los ojos en actitud dramática y se lanzó a tocar.
Nunca he podido distinguir a un compositor clásico de otro, pero la tonada me sonaba muy conocida. Era rápida, alegre y la tocaba con gran virtuosismo, o al menos así lo aparentaba ante mis oídos ignorantes.
-Chopin. Fantaisie-impromptu -susurró Pía a mi lado, con sonrisa irónica. Parecía querer marcar un punto al dejar en evidencia mi ignorancia.
-Si sé -mentí.
Cuando Martín cerró la pieza con una suave caricia a las últimas notas, el escaso público estalló en una ovación. Adela, que había escuchado toda la pieza extasiada, también aplaudió feliz desde su puesto en el escenario.
Martín agradeció con la cabeza y luego ajustó un micrófono que estaba sobre el piano, para que quedara a la altura de su boca. Hasta ese momento había creído que estaba allí para amplificar el sonido del piano. ¿Iba a cantar una ópera o qué diablos?
-Para ti -dijo sonriendo a Adela.
La dulce tonada que comenzó a tocar me pareció inmediatamente conocida, pero no lograba recordar cuál era, hasta que Martín se inclinó hacia adelante y comenzó a cantar. No tenía una gran voz, pero era afinado. Era una adaptación para piano de una canción pop. De Bruno Mars. Cuando recordé el nombre me puse pálido.
-Bruno Mars. Marry You -susurró Pía a mi lado.
Adela parecía haberse dado cuenta de lo que estaba pasando al mismo tiempo que yo: estaba sentada escuchando su propuesta de matrimonio. Cubrió su boca con las manos, completamente roja, y el público empezó a aplaudir y gritar, poniéndose de pie. Pía chiflaba a mi lado y gritaba con entusiasmo.
Martín dejó el teclado, abrió el pequeño compartimento donde se guarda la llave del piano, extrajo una cajita cubierta de fieltro y se arrodilló ante ella, exhibiendo el anillo en su interior. Incluso desde la distancia pude ver el tamaño de la roca.
Los siguientes segundos se me hicieron eternos, contuve el aliento aguardando su reacción. Esperaba que Adela mirara en mi dirección, que diera alguna señal de no querer estar allí, que dudara un segundo, que me pidiera socorro con la mirada, pero no fue así. Sus ojos pasaron de la cajita hacia el rostro de su novio con franca emoción, mientras su boca se torcía en una sonrisa embobada. Lentamente, sin dejar de mirarlo, levantó su mano izquierda y se la extendió.
Para cuando Martín finalmente deslizó el anillo por su dedo, yo ya salía del auditorio, sintiendo mi mundo caerse a pedazos.
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Próxima actualización: sábado 4 de enero.
Mientras tanto, una pregunta: nunca quedé muy conforme con el título de esta novela. ¿Se les ocurre uno mejor? ¡Sugiéranlo! 👍
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