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53 - Quiltro

Me hundí en el asiento del copiloto con el teléfono oculto entre mis manos. No podía dejar de mirar el mensaje de texto de Sara, esa única palabra desplegada en la pantalla. No cabía duda de que se refería a lo que acababa de pasar, pero ¿cómo lo supo? ¿Me había estado espiando?

La verdad había estado tan pendiente de Adela en el parque, que jamás levanté la vista para chequear si alguien nos miraba. Sara podría haber estado sentada en una de esas bancas de pura casualidad y ni siquiera me hubiese enterado. El parque estaba inmediatamente al lado de la universidad y era lugar habitual de recreo para los estudiantes, no tendría nada de raro. Aunque conociendo a Sara, dudaba de que se tratara de simple azar.

Me froté la cara, frustrado. Ya me sentía bastante mal de haberla traicionado, negado un simple "te amo" y luego haber terminado con ella, como para ahora además haberla humillado más declarándome a la otra frente a ella.

Noté que Adela me miraba con compasión. Puso su mano en mi brazo y lo acarició.

—¿Cuánto había en el locker? —preguntó, seguramente pensando que aún me torturaba por el robo. Y entonces ese recuerdo volvió a mi cabeza y me sentí aún peor.

—Trescientos noventa, más o menos —respondí con voz ronca.

—No es tanto... —dijo pensativa.

«No, claro, no para ti».

—Tal vez... si no te molesta, podría pedirle un préstamo a mis papás —propuso.

—No sé, no me sentiría cómodo —respondí tras una breve reflexión. No quería precarizar aún más la opinión que ellos tenían de mí, especialmente si después no era capaz de pagarles de vuelta.

—¿Acaso tienes alternativa?

Quedaba pedirle el dinero a mi mamá, pero eso me sabía aún peor.

—Voy a darle una vuelta a la idea, ¿te parece? —prometí.

Adela asintió. Hicimos el resto del viaje en silencio.

Llegados a su hogar, Sofía no salió a recibirnos, cosa que me decepcionó. La casa estaba silenciosa, salvo por el lejano sonido de una televisión. Adela me condujo a la cocina y me sirvió una gaseosa.

—¿Y Sofi? ¿Sigue en el colegio? —pregunté. Aún no era la hora de almuerzo.

—No, está en cama. Se enfermó la pobre.

—¿Qué tiene?

—Influenza.

—¡Nooo, cosita! ¿Puedo ir a saludarla?

—Deja ver si está durmiendo.

Subimos silenciosamente y nos asomamos a su habitación. Solo su cabecita sobresalía de las sábanas. Dormía profundamente, aunque respiraba con dificultad y sus mejillas rechonchitas estaban muy rosadas. Me arrodille a su lado y acaricié su cabello. Tal vez fue que andaba hipersensible ese día, pero se me llenaron de lágrimas los ojos con solo verla en ese estado. Puse un beso en su frente. Estaba muy caliente.

—Tiene fiebre —dije sin volverme, para que Adela no me viera emocionarme por enésima vez en el día, pero el temblor de mi voz me delató.

—Le toca el remedio en un ratito más —dijo Adela arrodillándose a mi lado—. El doctor dijo que serán como tres o cuatro días con fiebre. Va a estar bien, Gabriel. No te preocupes. —Puso su mano en mi espalda.

—Sí, seguro —respondí fingiendo una sonrisa y tratando con todas mis fuerzas de recobrar el aplomo.

—Seguro —susurró ella. Sus grandes ojos azules me estudiaban en silencio. Llevó su mano hasta mi mejilla. La acarició con el pulgar y luego deslizó el meñique y anular por mi pelo, hasta atrás de mi oreja. Puse mi mano sobre la suya, sin dejar de mirarla. Se inclinó un poco hacia mí. Yo hice lo mismo.

—¿Adela? ¿Llegaste?

Su madre se asomó a la habitación y dio un pequeño respingo al encontrarme en ella. Nos separamos al instante y nos pusimos de pie.

—Ah, hola Gabriel. No sabía que vendrías —miró a Adela severamente—. No deberían estar aquí, Sofía necesita dormir.

—Hola... —empecé el saludo, pero descubrí con pánico que aún sabía su nombre— ...tía. Buenos días.

—Tenemos que terminar la entrega de mañana, mamá. Te avisé al desayuno —explicó Adela saliendo de la recámara seguida de mí. Se había sonrojado notoriamente. Probablemente yo también.

—Bueno, es que no pensé que siguieran trabajando juntos —sentí una crítica en sus palabras—. Bajen sus cosas al living para no meter ruido ¿bueno?. ¿Almuerzas aquí, supongo? —la pregunta iba dirigida a mí.

—No. O sí... o sea, si no es mucha molestia. Digo, como quieran. No tengo hambre en verdad. No quiero molestar... —supliqué con la mirada a Adela que me rescatara.

—Vamos a pedir pizza —aclaró ella con naturalidad.

—Ah. Qué bueno, porque Martita tiene el día libre —volvió a entrar en la habitación de Sofía y tomó el pomo de la puerta—. Hija, ven un poco.

Adela me dio una mirada preocupada.

—Anda a buscar las cosas, están en mi clóset. Bajo en un minuto —Entró a la habitación con su madre y la puerta se cerró. Por el silencio que siguió, entendí que estaban esperando a que me alejara.

Caminé a la habitación de Adela dando pisadas innecesariamente fuertes para que supieran que no las espiaba, recogí los materiales y maquetas y los llevé en dos viajes a la mesa del living. Al pasar frente a la puerta de Sofía la primera vez, solo escuché murmullos ininteligibles. La segunda vez la voz de Sofi se hizo presente. No sonaba tan mal. Sentí la tentación de asomarme a saludarla, pero me contuve.

Adela bajó un minuto después, con expresión seria.

—¿Todo bien? —pregunté.

—Sí. No te preocupes —dijo sentándose frente a nuestra maqueta, del otro lado de la mesa—. Pero parece que no es el mejor momento para que les pida ese préstamo.

—Entiendo. No importa, gracias de todos modos.

Ambos queríamos cambiar de tema, así que sugerí ponernos a trabajar de inmediato. Por fortuna habíamos dejado todo muy avanzado, así que las tareas de cada uno estaban claras. Durante un par de horas avanzamos a buen ritmo, aunque el robo volvía a mi mente una y otra vez, como un amargo y desagradable reflujo, pero luego ese recuerdo me llevaba al beso con Adela, y eso eliminaba todo el mal sabor, como una especie de maravilloso enjuague mental.

Cada tanto levantaba la vista y la observaba mientras trabajaba concentrada, sentada a lo indio, midiendo y cortando palitos y cartones con mirada inteligente y hábiles manos, un mechón rubio colgando rebelde frente a su rostro, que soplaba cada vez que se interponía ante sus ojos. Estaba muy callada desde que bajó.

—¿Qué miras? —inquirió de pronto, sin dejar de vigilar el palito que sostenía en ese momento a la espera de que el pegamento se secara. La pregunta me tomó por sorpresa y llegué a dar un saltito.

—Que... emmm... ¿sabías que te arrugas muy chistoso cuando te concentras? —inventé para salvar. Casi pude sentir a mi cerebro rociándose de combustible en protesta.

Adela entornó los ojos.

—Es bueno ver que los alienígenas me devolvieron al Gabriel de siempre. ¿Te gustó que te metieran tubos de ensayo por el orto?

«¿Y con esa boquita besas a tu madre?»

—Fue maravilloso. Best abducción ever. Pero el lavado intestinal me dejó con un hambre horrible.

Adela sonrió, chequeó la hora y se estiró sonoramente.

—Uf, cierto. Ya son las una y veinte. Opino que merecemos un descanso. Voy a comprar esa pizza.

—¿No la vas a pedir por teléfono?

—Es que se me antojó la de cuatro quesos que venden en un restaurancito familiar aquí cerca. Es bien boutique, así que no tiene reparto. ¡Pero es para morirse de lo rica! Yo creo que contaron mal porque te juro que debe tener como doce quesos.

—Sanito.

—Un pecadillo merecido después de tanto sacrificio, digo yo. ¿O no?

—Suena bien. Y... ¿es muy cara? —Traté que la pregunta sonara casual. Después del robo solo tenía lo que llevaba conmigo, que no era mucho. La cena con Sara en el restorán de lujo pasó ante mis ojos y sentí mi corazón hundirse un poquito.

—Esta va por cuenta de la casa —respondió despreocupadamente, como si fuera algo obvio que no merecía discusión. Y no la tendría.

—¿Quieres que te acompañe?

Lo consideró un segundo y sacudió la cabeza.

—No, avanza en el proyecto mejor. Queda demasiado cerca. No me demoraré nada.

Tomó las llaves de la casa y salió. El living se hizo repentinamente inmenso y frío. Adela parecía llenar cualquier espacio con su presencia. Intenté retomar la concentración en el trabajo, pero a los pocos minutos escuché un llanto infantil desde el segundo piso. Esperé cerca de medio minuto a ver si alguien hacía algo, pero el llanto solo aumentó en intensidad. Sofía pedía algo.

—¿Tía? —pregunté asomándome al pasillo. No escuché movimiento. Tal vez estaba tomando una siesta o había salido sin yo darme cuenta. Subí la escalera.

—¡Aguaaaaaa! —suplicaba Sofía llorando— ¡Mamááááá, aguaaaaaa!

Entré a la habitación. Estaba sentadita en la cama cubierta de lágrimas y mocos.

—¡Gabriel! —exclamó sorprendida, el llanto se cortó al instante. Estiró sus manitas hacia mí. La abracé fuerte.

—¿Cómo te sientes?

—Mal. Me duele aquí. Y aquí. Y aquí. Y aquí... —Tocó su cabeza, su pancita, su cuello y luego empezó a apuntar a todo su cuerpo—. Y tengo frío y calor. Y tengo mucha sed.

—Te traigo el agua, ¿vale? Y papel para sacarte esos mocos.

—¡No, quédate aquí!

—¡Voy y vuelvo súper rápido con mi superpoder! ¡Mira! ¡Chuuuum!

Corrí a llenar su vasito al baño y volví con un montón de papel higiénico. La soné y luego se bebió el vaso entero de un sopetón. Me lo devolvió.

—Quiero pipí.

—¡Ay!... ¿sabes hacer tú sola?

—¡Obvio! ¡Ya soy grande!

—Ah, pues perdone usted.

La saqué en brazos de la cama, puse una toalla de piso frente al inodoro para que no se le helaran los piececitos, precaución innecesaria, porque la losa radiante mantenía las baldosas tibias, y la deposité allí.

—Tienes que ponerme el asiento —me indicó.

—¿Cómo el asiento?

—¡Ese!

Colgando de la puerta había un adaptador para niños. Lo descolgué y se lo pasé.

—Ahora sale. Mi mamá dice que no haga esto frente a niños.

—Muy sabia tu mamá.

Me paré del otro lado de la puerta a esperar.

—¿Gabriel? —me llamó a través de la madera.

—¿Sí?

—¿Por qué mi mamá dice que eres diferente?

—¿Diferente? —se me apretó el estómago.

Escuché el sonido de la cadena. La puerta se abrió poco después. La levanté para que se pudiera lavar mejor las manos.

—Sí. Mi mamá le dijo a Adela que eres diferente. Y que no se acerque tanto a ti. Y que yo tampoco debo. ¿Por qué?

Le sequé las manos en silencio y la llevé en brazos de vuelta a su camita, rumiando la información en silencio. Volví a llenar su vasito y lo dejé junto a su velador. Me senté a su lado. Sofi seguía esperando mi respuesta.

—¿Has visto como hay perros muy lindos que viven en casas bonitas como la tuya? —le pregunté.

—¡Sí! ¡Yo quiero uno! ¡Quiero un ladrador!

—Labrador.

—Eso dije, ladrador.

—Bueno... ¿Y has visto que también hay de esos perros feos que viven en la calle?

—No son feos.

—No... tal vez no. Pero la cosa es que la gente que vive en casas lindas como la tuya no quiere que sus perritos lindos se junten con los perros feos de la calle, porque tienen miedo que se les peguen las pulgas o las enfermedades o tengan más perritos feos. ¿Entiendes?

Me quedó mirando con sus ojitos azules muy abiertos.

—Es que no tenemos perro. A mi papá no le gustan.

—No, mira... lo que intento decir es que tú y Adela son como los perritos lindos que viven en casas lindas y yo soy como el perro feo de la calle. ¿Ves? Y tu mami no quiere que me acerque para que no les pegue las pulgas.

—¿Tienes pulgas?

—No, yo... yo solo no tengo permitido estar con gente como ustedes ¿okey? —oírlo de mi propia boca me provocó un sentimiento amargo. Qué ingenuo estaba siendo.

—Pero yo sí quiero estar contigo —protestó ella.

—Y yo también. Pero ahora tienes que descansar para ponerte bien ¿bueno?

—Bueno...

La empujé para que se reclinara y la arropé con la ropa de cama. Después de su besito en la frente se acurrucó bajo el plumón y cerró sus ojitos.

Al salir de la habitación, me encontré con su madre parada afuera, sosteniendo un frasco de jarabe.

—Tenía sed —expliqué lacónico sin mirarla y bajé las escaleras.

Cuando Adela regresó con la pizza, me halló sentado en el living, cortando cartones en silencio, procurando terminar lo más rápido posible para salir de allí.

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¿No aman a la mamá de Adela? ¡Qué amor de señora!  n_nU

A propósito de la metáfora de Gabriel... ¿Ustedes son personas de perros o gatos?

Intentaré subir el próximo capítulo el 25 de diciembre a modo de regalo, porque como saben, es el día más importante del año (porque es mi cumpleaños, obvio; aunque he oído por ahí que también se celebra algo llamado "Nabidac" o algo así, ¿pero eso a quién le importa?). Ahora, si el mundo conspira contra mis planes, lo subiré igual el 26. Total, no es como que alguien vaya a estar pendiente de Wattpad ese día XD

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