52 - Café de grano
Adela se arrodilló frente a mí y acarició mi mano compasivamente. Yo trataba de controlar mis lágrimas, avergonzado del espectáculo que estaba dando en pleno patio y justo frente a la chica que me gustaba, pero no podía parar.
Era el fin. Semanas de trabajo habían desaparecido en un segundo y ya no había forma de conseguir a tiempo el dinero que necesitaba para pagar la mensualidad; ya estábamos en el plazo de pago. Me sentía un estúpido ¿Cómo pude dejar tanto dinero ahí? ¿Por qué no fui más discreto al guardarlo? ¿Por qué no abrí una cuenta bancaria? Obvio que alguien se iba a tentar. Me agarré la cabeza.
—Gabriel... —comenzó Adela, pero no encontró nada que decir. En lugar de eso se puso a recoger una a una mis cosas, ordenarlas y devolverlas al locker. Para cuando estaba terminando, yo ya había logrado domar mis emociones y me arrodillé para ayudarla. Los trocitos de su tarjeta fueron lo último que quedó en el piso. Los reunió y sostuvo en su mano, pensativa.
—No la rompí yo —aclaré, en caso de que lo creyera.
—Lo imaginé. ¿Quieres que los bote a la basura?
Consideré eso un segundo. La verdad conservar la tarjeta había sido algo inconsciente.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque es tuya —dije casi en un murmullo, recogiendo los pedacitos desde su mano y volviendo a meterlos en el locker. En cierta forma, eran lo más valioso que quedaba ahí dentro. Cerré la puertecilla metálica y apoyé la frente en ella con un suspiro. Mi patetismo estaba llegando a niveles radioactivos.
Adela tomó con delicadeza mi mano derecha entre las suyas y me miró con dulzura.
—Ven. Vamos a comprar un candado nuevo —dijo despacito, jalando de ella—. Y después te invito un café, ¿te parece?
Luego de comprar el candado más grande que encontramos capaz de entrar en el cerrojo del locker, que Adela insistió en pagar, fuimos a denunciar lo ocurrido. Tal como esperaba, los guardias escucharon la narración con fingida preocupación, explicaron que la universidad no se hacía responsable de ese tipo de cosas, y luego tomaron nota del asunto prometiendo "ver si se podía hacer algo", cosa que con toda seguridad implicaría minuciosas gestiones tales como encogerse de hombros y mascar chicle.
Hecho esto nos dirigimos a la cafetería y nos pusimos a la fila. A pesar de la conversación casual que Adela sostuvo conmigo para intentar sacar de mi cabeza el tema del robo, el recuerdo volvió a mi mente, mi mirada se perdió y las lágrimas empezaron a acumularse detrás de mis párpados. Su mano subió hasta mi nuca y la acarició cariñosamente.
—Toc, toc. ¿Puede Gabriel salir a jugar?
—Perdona —fingí una sonrisa—. Aquí estoy.
—¡Siguiente, por favor! ¿Señorita? —exclamó exasperada la cajera. Nos volvimos hacia ella —¿Qué se va a servir?
—¿Tu sabor favorito era un frapuccino de fresitas con crema chantilly, si mal no recuerdo? —sugirió Adela, en tono burlón.
—Jo, jo. Con un café instantáneo estoy bien.
—No seas tonto, aprovecha de pedir algo rico.
—Es que no ando con ganas de nada en especial. Tomaré lo mismo que tú ¿te parece?
Ella asintió con la cabeza y se volvió hacia la cajera.
—Dos cappuccino vainilla.
—¿Y eso? ¿No que tu café favorito era el espresso sin azúcar? —pregunté sorprendido. Sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa.
—Mentí. La verdad le atinaste medio a medio ese día, pero no te podía dejar ganar. Aún estaba en la época de "te odio demasiado" ¿recuerdas?
—Creo que te refieres a la época de "estúpido y sensual Villagra".
—No, esa época aún no termina.
Reí un segundo y luego me quedé en pausa. ¿Eso había sido un piropo? O bueno, ¿la mitad de un piropo? La miré sorprendido. Ella desvió su rostro hacia el mesón.
Le entregaron los vasos y me pasó el mío. Propuso beberlos en el parquecito al lado del campus. Estuve de acuerdo, el día estaba precioso y había que aprovecharlo.
—Así que sensual, ¿eh? —dije sorbiendo mi café mientras caminábamos hacia la salida.
—Y estúpido. Muy importante esa parte.
—Pero sensuaaaal.
—¿Ves? La cagué con hacer esa broma. Ahora se te va a subir a la cabeza.
—A mi sensual cabeza.
—¡Ya córtala, pesado! —me dio un empujón con la cadera, riendo. Le tomé la cintura para evitar que lo intentara otra vez, pero en lugar de alejarse, rodeó también la mía. Bebió de su vaso, pensativa—. Oye, nunca me dijiste tu sabor favorito.
—Es que me gusta mantenerme así, en el misterio. —Entorné los ojos y miré al infinito.
—Uuuuuh, qué hombre más misterioso —dijo fingiendo fascinación—. ¿De dónde vendrá? ¿Qué oscuro pasado oculta? ¿Cómo mantiene su cabello tan sedoso?
—El secreto es no lavarlo en diez años.
—¡Buarg! —fingió una arcada y me alejó de un empujón—. Tú sí sabes erotizar a una mujer. Quédate con tus secretos, mejor.
Ambos reímos de buena gana. Atravesamos la puerta de la universidad. Volvimos a tomarnos de la cintura.
—Es mokaccino —admití no sin algo de vergüenza.
—¡Pfff! ¡Súper macho! ¡Es más dulce que el cappuccino!
—Me gusta el chocolate, ¿qué le voy a hacer? Chocolate más café es mi idea del paraíso.
Cruzamos la calle hacia el parque. El sol calentaba mi nuca justo donde su mano la había recorrido y la sensación era muy similar. Se sentía muy bien llevarla de su esbelta cintura, me encantaba el contacto con su cuerpo. Bebí otro sorbo de mi delicioso café.
—Gracias, Ade.
—Tranqui, es solo un café.
—No hablo de eso. No sé cómo lo logras, pero siempre sabes cómo levantarme el ánimo.
Me sonrió brevemente y bajó la vista. Se puso a rascar con la uña la manga de cartón que envolvía el vaso de papel.
—Y tú a mí. Creo que tenemos sentidos del humor muy similares.
—Sip. Me gusta estar contigo.
Guardó silencio un segundo y luego, en voz muy baja, susurró—: A mí también.
Llegamos al gran árbol bajo el que ella había estado dibujando el día que nos peleamos, se sentía como si aquello hubiese sido hacía siglos. Nos arrodillamos en el pasto bajo su follaje y bebimos nuestros cafés en silencio, sonriéndonos cada tanto.
—Okey, tengo otra confesión que hacer —dijo de pronto, dejando su vaso en el suelo y acercando su rostro al mío.
Me incliné hacia ella para escuchar mejor.
—¿Recuerdas ese pelotazo que te di en la playa?
—Por supuesto. Creo que aún lo tengo marcado.
—Bueno, pueeeeede ser... —Se mordió el dedo meñique— ...que no haya sido tan accidental como pareció.
Abrí la boca tan grande que mi mandíbula golpeó el piso.
—¡¿Me pegaste a propósito?! ¿Y yo que te había hecho?
—¡No, no a propósito! Mi intención era que la pelota cayera al lado tuyo. Quería molestarte.
—¿Por qué?
—Porque ya estaba harta de verte besar a Sara.
Me incliné hacia atrás totalmente sorprendido y sonreí de oreja a oreja.
—Vaya vaya, o sea que estabas celoooooosa.
—Qué va, es solo que parecían dos lapas succionándose los interiores mutuamente. Demasiado desagradable.
—Pfff... farsante. Puros celos.
—Piensa eso si te hace sentir feliz —concluyó sacándome la lengua. Se paró a tirar nuestros vasos vacíos en un basurero.
Apoyé mi espalda contra el tronco del árbol y al volver, ella se recostó en el pasto, con su cabeza sobre mi muslo. La luz del sol se colaba entre las hojas y proyectaba figuras a todo nuestro alrededor, olía a pasto recién cortado y un par de mirlos parecían enfrascados en una batalla de trinos. Cerré los ojos, disfrutando el momento y luego miré a la chica que yacía a mis pies. Adela admiraba el delicado tejado de hojas con una tenue sonrisa, su cabello dorado esparciéndose sobre mi pantalón. Notó que la observaba y fijó sus bellos ojos en los míos. Acaricié su frente, su cabello.
—Te amo —me oí decir. Salió tan natural que tardé un segundo en darme cuenta de lo que acababa de hacer, pero supe al instante que era verdad.
Se enderezó, ruborizándose por completo. Me miraba fijamente, pero no pronunciaba palabra. Yo también me puse rojo, pero ya estaba hecho, así que más valía soltarlo todo de una vez.
—Aunque me rechaces otra vez, quiero que lo sepas. No sé por qué dudé el otro día, no puede ser más claro: sí me la jugaría cien por ciento por ti. Eres todo lo que quiero. —Abrió la boca para protestar, pero me apuré a interrumpirla—. Sé que es inoportuno, sé que no puedes corresponderme. Está bien, no te pido nada a cambio. Pero es lo que siento y no puedo evitarlo. No quiero evitarlo.
Su boca volvió a cerrarse. Se quedó así, mirándome intensamente por lo que parecieron varios minutos. Podía ver que libraba una batalla interna. De pronto su mano subió hasta mi mejilla, se inclinó hacia mí, cerró los ojos y apoyó sus labios en los míos. Fue un beso breve, delicado. Luego separó su rostro solo unos centímetros. Su mano se quedó en mi mejilla.
—Dame tiempo ¿sí? —susurró.
Asentí con una leve sonrisa. No estaba seguro de qué quería decir eso, pero no era un rechazo. Sentí un calorcito delicioso subir desde mi vientre. Tras una suave caricia se puso de pie, palmeando su jersey y pantalón.
—¿Vamos? Tenemos que trabajar en esa entrega de Taller.
—Vale —me puse de pie también.
—Y... ehm...
Alcé la vista con curiosidad.
—Por ahora seguimos siendo solo amigos ¿bueno?
—Claro, solo amigos.
Caminamos hacia el estacionamiento, esta vez sin contacto entre nuestros cuerpos. «Dame tiempo» «Por ahora solo amigos»... ¡estaba sucediendo! ¡Adela iba a acceder! Estaba en las nubes.
De pronto el teléfono vibró en mi pantalón, lo extraje para revisarlo. Era un mensaje de texto. De Sara.
—Felicitaciones —decía.
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¡Espero que hayan disfrutado el capítulo!
No puedo escribir más porque estoy subiendo esto desde mi trabajo XD. No le cuenten a nadie.
¡Nos vemos el domingo 22 de diciembre!
¿Qué le pidieron al Viejito Pascuero / Papá Noel / Reyes magos?
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