49 - Maletas
Sara se vestía apresuradamente, evitando mirarme y haciendo lo imposible por contener las lágrimas que brotaban sin cesar y los estertores que se apoderaban de su cuerpo, pero por momentos perdía el control, se detenía a mitad de un movimiento y lloraba amargamente en silencio, con párpados y dientes apretados.
Yo permanecía sentado al borde de la cama, con los hombros caídos y las manos entre las piernas. Jamás la había visto tan triste. Y era mi culpa, toda mía. Yo había causado eso. Yo era la causa de todos sus sufrimientos. Tenía que parar.
—Sara... —cerré los ojos y salté al vacío— ...creo que es mejor que terminemos.
Si mi incapacidad de decirle que la amaba la había herido, esas palabras la atravesaron como un puñal. Se volvió con los ojos desorbitados y cayó de rodillas ante mí. Se aferró a mis manos temblando, las lágrimas corriendo por sus mejillas sin control.
—¡Gabriel, no!
—Es lo mejor, Sara. Solo te hago sufrir.
—¡No es cierto! ¡Te amo! ¡Yo te amo! ¡Podemos seguirlo intentando! Tal vez si le damos más tiempo... —su mirada suplicante me partía el alma, pero no podía dar marcha atrás.
—No, Sara.
—¡Puedo cambiar!
—Sara...
—¡Dime qué no te gusta de mí! ¡Te juro que...!
—¡Anoche besé a Adela!
Como si una onda polar hubiese atravesado de pronto nuestra habitación, Sara se congeló por completo. Sus manos se soltaron las mías, su espalda se irguió y su mirada se volvió opaca, distante. Su mandíbula se contrajo lentamente hasta cerrarse con fuerza.
—Así que era verdad —musitó.
Había esperado una explosión de celos, gritos, golpes, llanto, pero era como si algo se hubiese roto dentro suyo. La miré en silencio y vi reflejado en sus ojos la mierda de persona en que me había convertido. Bajé la vista al piso.
Ella se puso de pie lentamente, caminó a la cómoda y sacó sus prendas robóticamente, recogió los pocos accesorios que tenía repartidos por la habitación, metió todo en la maleta y la cerró, encaminándose hacia la puerta sin dedicarme una palabra ni una mirada. Me puse de pie.
—De verdad lo siento —dije cuando ya atravesaba el vano. Se detuvo, reflexionó en silencio por unos segundos y luego se volvió a encararme.
—¿Sabes algo, Gabriel? —Su expresión era de dolor—. Sé que no soy perfecta. Que soy celosa e infantil, que tal vez no soy muy interesante. Que no tengo cabello rubio ni ojos azules. Que no soy rica ni puedo hacerte regalos caros. Pero siempre te he amado de verdad, tal como eres, sin miedo y sin excusas. Te he dado todo y lo hubiera seguido haciendo para siempre, sin pedirte nada a cambio. ¿Crees que Adela será capaz de quererte así? Para ella no eres más que una simple distracción. Buena suerte, Gabriel. La vas a necesitar.
Y dando media vuelta, se marchó.
Desde la ventana del segundo piso la observé salir a la calle tirando de su maletita con ruedas y perderse detrás del muro. No pude evitar sentir que tal vez había cometido el peor error de mi vida.
***
Cuando Adela subió al segundo piso esa tarde, tras llegar acompañada de sus amigas, me encontró sentado en la cama, mirando el horizonte. Ya había ordenado la habitación y empacado mis cosas.
—¿Te vas? —preguntó sorprendida.
—Sí. Muchas gracias por todo —dije poniéndome de pie—. Aquí están las llaves. Si debo algo, avísame y te pago.
Miró el llavero que colgaba de mis dedos confundida y paseó la vista por la habitación.
—¿Y Sara? ¿También se va?
—Ya se fue.
—¿Sola? No entiendo...
—Terminé con ella.
Adela abrió la boca y la cubrió con sus manos, pestañeando varias veces.
—¿Por qué?
Guardé silencio. Abrió más los ojos.
—¿Por mí? —preguntó en voz baja.
—En parte...
—¡Ay, Gabriel! —Se volvió a cerrar la puerta y bajó un grado más el volumen de su voz—. ¡Pensé que habíamos acordado que nuestro beso no significó nada!
—Eso dijimos... ¿pero es verdad?
—Obvio que es verdad.
—En mi caso no. Sabes lo que siento.
Adela estudió mi rostro en silencio.
—Gabriel...
—Te lo dije en tu casa.
—Dijiste que te gusto. —Comenzó a pasearse por la habitación—. Eso es poco más que una calentura. No abandonas una relación solo porque alguien más también te atrae.
—¿Lo dices por mi relación con Sara o por la tuya con Martín?
—¿Qué? —Se detuvo. Camine hacia ella y busqué sus ojos.
—Es obvio que también te atraigo. ¿Sí o no?
—Gabriel...
—Por favor, Adela. Sí o no.
Desvió la mirada y apretó la mandíbula. La pausa que siguió se me hizo eterna.
—Sí... —susurró por fin.
—¿Y entonces? —dije acercándome un poco más. Levantó la vista.
—¿Entonces qué?
—¿Te parezco solo una distracción?
Sus labios fueron formando poco a poco una línea recta y su mirada se endureció.
—¿Qué estás pensando? ¿Que porque terminaste con Sara voy a dejarlo todo y correr a tus brazos? Sabes que no puedo hacer eso.
Aunque era obvio que no sería así, la franqueza de sus palabras me dolió.
—¿No puedes o no quieres?
—¿Cuál es la diferencia?
—¡Toda la del mundo! —levanté la voz. Ella gesticuló para que bajara de tono.
—No puedo y no quiero. Entiéndelo Gabriel, no es tan fácil. Amo a Martín, llevamos casi dos años juntos, tenemos planes. Y mis papás lo adoran. No puedes esperar que de un día para otro...
—...te presentes ante tus padres con un picante como yo. No lo aceptarían, no estoy a tu altura —completé su frase en tono sombrío. Las últimas palabras de Sara resonaron en el fondo de mi cabeza.
—¡No es eso! ¡No tiene nada que ver con la plata!
—¡Ah, no! ¿Y qué es?
Estudió mi rostro con los labios apretados.
—¿Siquiera sabes lo que quieres?
—¿Eh...? —pestañeé confundido.
—Me estás pidiendo que tire mi relación actual y todos mis planes futuros por la borda. ¿Pero al menos vas en serio? Si empezáramos a salir, si terminara con Martín por ti... y no te estoy diciendo que lo voy a hacer, pero si hiciera eso ¿no vas a salir corriendo donde Sara o Cintia o Lauren o cualquier otra al primer problema? —Me tomó por los brazos—. ¿Siquiera tienes claro lo que quieres? ¿Eres capaz de jurarme que te la vas a jugar cien por ciento y que no te vas a arrepentir?
Sus ojos azules me miraban con intensidad. Hice un rápido balance de todo lo que había en juego. Si Adela sacrificara su estabilidad emocional y financiera, la aprobación de sus padres y todo su entorno social por mí, ¿podría corresponder a semejante sacrificio? En cualquier otro momento hubiese respondido que sí, pero el recuerdo de mi fracaso con Sara estaba demasiado fresco. Ya me había equivocado una vez, ya había hecho esa promesa antes y había fallado.
Adela examinaba mis ojos con atención. Al ver mi titubeo, soltó mis brazos bruscamente.
—Eso imaginé —dijo cortante.
—Es que me estás pidiendo compromiso cuando tampoco tú estás dispuesta a hacerlo —me defendí, aunque hasta a mí me sonó como una excusa barata.
—Porque tengo mucho más que perder que tú.
—Claro, no puedes cambiar a un novio millonario por un pelagatos.
—¡Y dale con eso! ¡Qué tiene que ver!
—Tiene todo que ver, Adela. Lo quieras admitir o no. —Me colgué el bolso del hombro, puse el llavero en su mano y caminé hacia la puerta—. Bueno, no te preocupes, mi vida no es problema tuyo. Que lo pases bien.
Salí de la habitación y me encaminé a la escalera. Tras descender los primeros escalones, di una última mirada en su dirección. Ella seguía de pie en el mismo lugar, de espaldas a mí, contemplando las llaves en su mano.
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¿Cómo quedaron? ¡Quiero escuchar sus opiniones!
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Bueno, eso es todo por hoy. No olviden dejar sus comentarios y votos, que siempre alegran el alma.
Próximo capítulo: miércoles 11 de diciembre.
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