47 - En la playa
Me dejé caer sobre la toalla y ofrecí un pincho con carnes y vegetales asados a Sara, que lo recibió gustosa.
—Mmm... ¡eshtá bueníshimo! —comentó mordisqueándolo alegremente, a la vez que intentaba no mancharse con el jugo de la carne. Una gota cayó sobre su pecho y sentí la tentación de lamerla.
—Tú estás buenísima —susurré arrodillándome muy cerca frente a ella. Desde que se había desprendido de su ropa, revelando todo su delicado y pálido cuerpo salvo lo cubierto por un breve bikini negro, me sentía como un perro en época de celo.
—Y tú también... —dijo en voz baja, pasando su mano por mi pecho. Se mordió el labio inferior y me dio un mirada lasciva—. Esta noche —susurró.
—¿Prometido?
Subió la mano hasta mi rostro y ahora fue mi labio el que mordió .
—Prometido.
—Bien que lo dejen para después, porque estamos haciendo arcadas acá —comentó Cintia desde la toalla a nuestro costado. Ambos nos volvimos rojos de vergüenza.
—Cierto. Ya tuvimos suficiente con verlos aplicarse el bloqueador como media hora —agregó Javi asomándose detrás de ella.
—Y aún estarían en eso si no se les hubiese acabado —remató Romina, que leía una novela rosa tendida de panza un poco más allá.
—¡Ajem! ¿Tú no has comido nada Cintia? ¿No quieres que te traiga un anticucho? —propuse para cambiar de tema. Ella rodó los ojos.
—¿Acaso viste algún anticucho vegetariano?
—Bah, cierto que eres vegetariana...
—¡Tres años y medio! ¿Te das cuenta, Potter? Tres años y medio siendo amigos y aún se le olvida.
—Es una fortuna que después de las vacaciones de verano aún recuerde nuestros rostros... —comentó Javier, con sorna. Aunque hablaran en broma, no pude evitar sentirme inadecuado, fallido; una sensación que se hacía cada vez más frecuente—. Voy yo, a ver qué te encuentro. Alguna ensalada debe haber. Y traigo cervezas para todos.
—¡Mi héroe! —Cintia acarició su brazo mientras se ponía de pie. Javi sonrió con ligereza, pero se podía ver que aquello aún no le era indiferente. Se alejó caminando, dando un rodeo para pasar cerca de Lauren, que tomaba sol algunos metros más allá.
Pese a la brisa fresca, el sol estaba haciendo un muy buen trabajo calentando la tarde y se sentía casi como un agradable día de verano. Grupos de estudiantes comían, charlaban, se bañaban, jugaban paletas o se reunían en círculo a cantar al son del guitarrista de turno por toda la playa. Un grupo cerca nuestro montaba una improvisada cancha de voleibol con una red que habían conseguido prestada. El asado mismo, eso sí, no se realizaba en la playa, sino en las dependencias del complejo de cabañas al otro lado de la costanera, por exigencia municipal. Cintia se volvió a su amiga.
—¡Deja de leer esa tontera, Romi! ¡Se te va a pudrir el cerebro!
—¡Estudio todo el año y estoy soltera! ¡Tengo derecho a matar algunas neuronas fantaseando con hombres perfectos! —reclamó ella—. Además ¿con qué patas me dices eso? Tú lees en Wattpad. He visto el tipo de cosas que publican ahí.
—¡Ey! Elijo mis lecturas con pinzas, ¿okey? Te voy a compartir la que estoy leyendo ahora, es de una chica que puede manipular el destino, pero no es capaz de controlarlo, y se mete en un triángulo amoroso con un compañero y una amiga...
—¡Shhhh! —la interrumpió Romina, sacudiendo la mano sin despegar los ojos de su libro—. ¡Después, que estoy llegando al clímax!... literal.
Cintia rodó los ojos y apuntó a su amiga haciendo una mueca divertida. Sara y yo reímos, dando cuenta de los últimos trozos de carne de nuestros pinchos. Rodeé su breve cintura con el brazo y ella levantó la vista a mis ojos, una de sus mejillas abultada por la comida, lo que le hacía parecer una ardilla acumulando nueces para llevar a su madriguera. Me reí y ella sonrió también. Estaba disfrutando mucho el momento. Y pensar que había querido restarme del paseo... definitivamente yo era mi propio peor enemigo.
Sara tragó y se volvió a mí, posando su mano en mi hombro, para acercar luego su rostro al mío. Justo cuando comenzaba a inclinarme para sellar el beso, un pelotazo dio de lleno en mi sien. El dolor llegó acompañado de exclamaciones de espanto y risas desde la cancha de voleibol.
—¡Perdona, Gabriel! ¿Te pegó muy fuerte? —preguntó Rodrigo Solar corriendo hacia mí, un compañero con quien llevaba una relación cordial, pero no cercana.
—Sí. No pasó nada —dije con una forzada sonrisa, aguantando el deseo de sobar mi rostro, que ardía como si alguien hubiese puesto una plancha encendida contra mi piel.
—Adela, ¡peor saque de la vida! —exclamó tomando la pelota y girándose hacia la cancha—. ¿Estás segura de que eres seleccionada de volei?
Adela llegó corriendo junto a nosotros. No sabía en qué momento se había sumado al partido, no la veía desde la mañana.
—¡Sorry! ¡El sol me cegó en el último momento! —explicó—. ¿Estás bien, Gabriel?
Se arrodilló ante mí. Llevaba solo shorts y un colorido top de bikini que le sentaba increíble. De algún modo en solo un par de horas había adquirido un leve tono bronceado. Se me subieron los colores al rostro, que por fortuna ya estaba rojo por el pelotazo. Desvié la vista.
—Tranqui, no pasa nada.
—Déjame ver —llevó su mano a mi cara.
—Yo lo veo, no te preocupes. Sigan jugando —dijo Sara adelantándose a ella.
Adela detuvo su mano a medio camino y la volvió a su regazo, mirándome como si la hubieran regañado. Luego se puso de pie con una nueva disculpa y, volteándose, regresó a la cancha. Sara se la quedó mirando con ojos entornados mientras su mano acariciaba mi sien tan distraídamente, que sin quererlo metió un dedo en mi ojo.
—¡Arg!
—¡Ay, perdón! —se tiró a cubrir mi ojo de besitos.
—Okey, okey. No más cuidados por hoy, gracias. Mejor me meto al agua, es peligroso estar cerca de ustedes —dije en tono de broma, levantándome—. ¿Vienes?
—No aún. Quiero tomar un poco de sol.
—¡Yo voy! —dijo Cintia poniéndose de pie de un salto—. Estoy friéndome aquí.
Miré a Sara. Ella la consideró durante un par de segundos y finalmente se encogió de hombros. Caminamos hacia la orilla.
—Vaya competencia que tienes ocurriendo ahí. Tienes claro que en nuestra cultura eso de tener un harén no es bien visto, ¿cierto? —comentó mientras dábamos un amplio rodeo a la cancha de voleibol, para evitar un nuevo pelotazo.
—Ja, ja. Muy graciosa.
—Hablo en serio. Va siendo hora de que tomes una decisión definitiva, o te quedarás sin ninguna.
Me detuve justo en la línea en que la arena seca entraba en contacto con la húmeda y la miré con expresión grave.
—La decisión está tomada hace rato. Estoy con Sara.
—Sí, claro. —Me dio un par de palmadas condescendientes en la mejilla—. Sigue diciéndote eso. Ya, vamos al agua.
Dimos los últimos pasos hasta el mar. Apenas toqué el agua heladísima sentí cada músculo de mi pie contraerse para protegerse del frío.
—¡Nop! —dije dando media vuelta.
—¡Ven acá, cobarde! —Cintia tiró sorpresivamente de mi muñeca y me hizo trastabillar hasta caer sentado en el agua. Sentí todas mis terminales nerviosas retorcerse como una anguila al contacto con el helado líquido.
—¡Arg, te odio! —Intenté jalar de su mano para derribarla también, pero alcanzó a recogerla a tiempo. En lugar de eso, le salpiqué agua con la mano y chilló riendo.
—¡Mierda que está helada! ¡Paraaaaaaa! —pateó agua en mi dirección, con tanta precisión que me entró en los ojos y la boca. Volteé a escupirla en cuatro patas, pero me encontré de cara con una nueva ola tan grande que me pasó por encima y dejó tirado en la playa como un flácido pedazo de alga. Cintia aulló de risa.
—¿¡Por qué nadie está grabando esto!? —exclamó ahogándose en una carcajada mientras me ayudaba a ponerme de pie. A pesar de estar escurriendo agua salada por cada poro de mi cuerpo, no pude contener la risa yo también.
—Okey, creo que fue suficiente playa para mí —dije tosiendo agua de mar.
—¡Ay, no se seas aguafiestas! ¿Me vas a dejar sola? —comenzó a limpiar la arena de mi rostro con su pulgar.
—Debiste pensarlo antes de intentar ahogarme.
—¡Ey! ¡No es mi culpa que no trajeras tu flotador de patito!
—¿Estás bien? —preguntó Adela desde el borde de la cancha, donde todos me miraban conteniendo la risa. Alcé la mano con el pulgar hacia arriba, deseando que la atención que estaba recibiendo desapareciera pronto.
—¿Quieres agua mineral? —Insistió cuando me iba a volver, apuntando a una botella a sus pies. Asentí y me encaminé hacia ella. Adela me esperó al borde de la cancha, pero su atención parecía concentrada en Cintia. Tomé la botella y bebí tres largos sorbos. El agua estaba caliente, pero me permitió quitarme el sabor a mar. Le di las gracias.
—¡Espera!... ¿Quieres jugar? —preguntó cuando ya me iba—. Se nos acaba de ir uno.
—Creo que he jugado volei como tres veces en mi vida, te voy a arruinar el partido.
—Como la mayoría aquí. No estamos contando puntos, es solo para divertirnos.
Busqué a Cintia con la mirada, pues no quería dejarla sola, pero la vi corriendo de vuelta hacia nuestras toallas, donde Javi había llegado con algo de comida. Me encogí de hombros y acepté la oferta.
Tomé posición cerca de la red y me volteé a ver el saque de Adela. Ella se estiró cuan larga era, lanzó la pelota al aire, dio un grácil salto y arqueó la espalda, el sudor de su piel bronceada brillando a la luz del sol, para luego completar el saque con un categórico manotazo. La admiré hipnotizado, sin siquiera prestar atención a la pelota cuando voló a través de la red, ni cuando llegó de vuelta, cayendo justo entre mis pies. Todos mis compañeros de equipo reclamaron al unísono.
—¡Mira para adelante! ¡Se supone que tienes que evitar que toque el suelo! —exclamó Rodrigo.
Avergonzado adopté posición deportiva y me concentré en el juego. Como era de esperar mi performance dejaba mucho que desear, pero intenté reemplazar talento con pasión, lanzándome todos los piscinazos imaginables para intentar salvar las pelotas difíciles. En una ocasión rescaté un punto tan bueno que todos corrieron a felicitarme.
—¡Gabriel, qué aperrado! ¡Tremenda salvada! —dijo Adela dándome un high-five seguido de un abrazo. El contacto con su piel húmeda elevó mis pulsaciones a mil por minuto. Ella también pareció perturbarse y nos congelamos en esa posición un segundo.
—¡Ey! ¿Puedo jugar? —preguntó Sara, materializándose al borde de la cancha casi al mismo tiempo, su vista fija en nosotros.
Me volví hacia Adela, temiendo problemas.
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¡Holi! Como ven, estoy volviendo a acelerar un poco el ritmo de publicación, más que nada para obligarme a retomar un poco el ritmo de escritura. Claramente la situación de Chile va para largo, y tengo que acostumbrarme a vivir con ella.
Así que estimo que el próximo capítulo lo subiré alrededor del martes o miércoles.
¡Hasta entonces!
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