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46 - Buenos días


A la mañana siguiente me sentía más cansado que antes de irme a acostar. Me levanté al alba, aburrido de dar vueltas sobre el colchón. Sara dormía a pata suelta, dando pequeños ronquidos ocasionales y ni siquiera notó cuando bajé de la cama. 

El día comenzaba nublado y oscuro. Me abrigué y bajé a la cocina en busca de algo que apaciguara mi descompuesto estómago. Al acercarme al mesón comencé a sentir olor a pan tostado, acompañado del ruido de platos.

—¿Hola?

Escuché un golpe y luego Adela asomó su cabeza, sobándola.

—¡Ay! Me asustaste.

—Disculpa... ¿te pegaste muy fuerte? —levanté la mano para acariciar su cabeza por sobre el mesón, pero me arrepentí a medio camino y la desvié hacia un frutero que descansaba sobre él. Hice como que lo estudiaba con interés—. ¿Qué haces en pie tan temprano?

—Ya no pude dormir más, como que no dejaba de pensar en... —se puso roja y sacudió la cabeza— ...de todo. Y luego me dio hambre. ¿Y tú? ¿te desperté? ¿metí mucho ruido?

Rodeé el mesón en busca de una caja de cereales, intentando fingir naturalidad.

—No. La verdad no dormí nada. Estoy con un poco de resaca. —Me volteé hacia el refrigerador para sacar la leche y ella dio un paso atrás cuando pasé a su lado, evitando el contacto como si estuviese cubierto de alguna sustancia tóxica. El pan saltó en la ranura de la tostadora a mis espaldas.

—Yo... ehm... tengo que... —apuntó a las tostadas e intentó rodearme para alcanzarlas, mientras yo inspeccionaba el interior del refrigerador, bloqueando su paso.

—Ah sí, disculpa —cerré el aparato y quise hacerme a un lado, pero ella hizo lo mismo y la bloqueé accidentalmente. Traté de quitarme dando un paso al costado, pero otra vez actuamos al unísono. Finalmente pegué mi espalda al refrigerador para terminar con el bailecito estúpido y dejarla pasar.

—Gracias... ¿Te pongo pan? —preguntó extendiendo la mano hacia el tostador—. Ah no, ya tienes cereal, qué tonta. ¡Ay, quema! ¿Me pasas el...?

—Aquí está —le acerqué el plato, volviendo a cerrar el refrigerador—. ¿Quieres que te saque algo? Para el pan, digo.

—No. ¡Sí! Eh... mermelada. Y queso ¿hay queso? No me acuerdo si compramos. Es que Pía pagó. Voy a hacer café ¿quieres? Ya herví el agua. —Hablaba atropelladamente, evitando mirarme.

—Sí, gracias. —Finalmente saqué las cosas y las puse sobre la mesa—. ¿Dónde están los pocillos?

—Ahí abajo.

—No los veo... —Me acuclillé para revisar mejor.

—Mira, aquí. —Se agachó a mi lado e introdujo su mano hasta al fondo del mueble, metiendo parcialmente el cuerpo. Su cabello rozó mi nariz. Me incliné hacia atrás para hacerle espacio. Al sacar su cuerpo con los platos en la mano, nuestros rostros quedaron a pocos centímetros. Ambos nos pusimos de pie de golpe. Adela se volvió hacia su pan, le puso una lonja de queso y empezó a cubrirlo de mermelada con movimientos enérgicos.

—Y... ¿tú y Sara ya están en buenos términos? —preguntó casual, sin mirarme.

—Sí. Ya pulimos nuestras diferencias... —respondí llenando el pocillo con hojuelas de maíz y leche.

—Ah... qué bueno. —dio una mordida a su pan, con la vista fija en su plato. Yo probé una cucharada de cereales. Masticamos en silencio durante algunos segundos.

—Sobre lo de anoche... —dijo en voz baja, volviéndose hacia mí—. Estamos bien ¿verdad? No pasó nada.

—No, nada. Ni siquiera sé de qué hablas.

Estudió mis ojos unos segundos y luego volvió la vista a sus plato, asintiendo. De pronto se dio una palmada en la frente.

—¡Bah, olvidé hacer el café!

Mientras Adela lo preparaba, Pía apareció bostezando, vestida con un ridículo pijama de cuerpo completo con diseño de unicornio, caperuza con cuerno incluído. Al verme llegó a saltar del susto e intentó ocultarse detrás de una de las sillas del comedor. Estallé en una carcajada. Adela se volvió a mirar y se largó a reír también.

—¡Mierda, Gabriel, descubriste mi secreto! Ahora tendré que matarte —exclamó Pía.

—No importa, valió la pena. No te hacía una chica kawaii.

—Fue un tonto regalo de mi novio. ¡Estoy obligada a usarlo! Y es demasiado calentito... —se sacó la caperuza— ¿Qué hacen levantados a esta hora?

—Insomnio —respondimos al unísono, separándonos un paso. Pía se nos quedó mirando un segundo con curiosidad y se acercó al mesón.

—Pues a mí me despertó el olorcito a pan. Tengo demasiada hambre. ¿Ade, estás haciendo café? ¿Alcanza para mí?

Pía desayunó con nosotros, platicando animadamente. Poco a poco el resto de las amigas de Adela fue apareciendo y uniéndose a nosotros. Del grupo Pía era la más irreverente, Begoña la más seria y María Francisca, en mi opinión, un poquito hueca, jamás le había oído decir nada interesante. La conversación me mantuvo entretenido por un rato, hasta que derivó a comparar sus impresiones sobre capitales europeas y países exóticos que habían visitado, cosa que me era completamente ajena, pues jamás había siquiera puesto pie fuera del país. Aburrido me fui a sentar en el amplio sofá del living, prendí la televisión y puse un sitcom en el cable. Poco después Pía se sentó a mi lado a verlo y luego Adela hizo lo mismo a mi otro costado. Begoña y María Francisca no tardaron en unírsenos, sentándose en los otros sillones.

Cerca de las diez Sara bajó en pijamas, con el pelo desordenado y aún frotándose los ojos. Saludó a las otras mujeres con un breve "hola", dio una ojeada a la tele y luego se paró ante nuestro sofá. Adela se hizo a un lado para dejarle un espacio a mi lado. Se desplomó allí.

—Mmmhhhmmm... qué tuto —suspiró.

—¿No vas a desayunar? —pregunté rodeándola con el brazo.

—No tengo hambre, amor. Apapácheme. —Apoyó su cabeza en mi pecho—. Me dejaste solita.

—Es que no pude dormir nada...

—¿No? Aww... pobrecito. —Me dio un beso en el cuello.

Adela, que había tolerado la escena con labios apretados y vista en el piso, se puso de pie de golpe.

—Bueno, me voy a duchar. Sugiero que hagan lo mismo. Recuerden que el asado en la playa empieza al mediodía.

Salió de la habitación y subió las escaleras.

—Alguien se siente sola... —comentó Pía en tono sarcástico cuando estuvo fuera de nuestra vista.

Demasiado. Anoche andaba súper desganada ¿o no? —dijo María Francisca— Si hasta se desapareció a mitad de la fiesta y no volvió más.

Sara levantó la vista sorprendida y luego me miró. Mantuve mis ojos clavados en el programa que pasaban en la televisión, procurando no revelar ninguna emoción, aunque estaba gritando internamente.

—Debe extrañar demasiado a Martín ¿o no? —reflexionó Begoña.

—Sí, obvio —afirmó Pía—. Si hasta nos lo comentó hace un rato. ¿Verdad Gabriel?

Me volví extrañado. Adela no había pronunciado palabra al respecto. Pía me miraba con expresión críptica, mezcla de complicidad y sospecha. ¿Sabía lo que estaba pasando?

—Sí... creo que dijo algo sobre eso, ahora que lo mencionas —respondí. Sentí a Sara relajarse en mis brazos.

—¡Son tan lindos! Hacen demasiado bonita pareja. ¿Y si lo llamamos y le decimos que venga a verla de sorpresa? Igual no es tan lejos... ¿o no? —aportó María Francisca. Otra de esas intervenciones y tendría que estrangularla.

—No —intervino Pía—. Martín tenía un trámite importante que hacer en la ciudad. Me lo dijo.

—¿Qué trámite? —interrogaron las demás la unisono.

Sorry, prometí no contar. Ya me conocen, soy mujer de palabra —dijo dándome otra de esas miradas extrañas al tiempo que se ponía de pie. ¿Estaba inventando todo aquello para darme una oportunidad con Adela? Me costaba creerlo—. Bueno, me voy a vestir, está haciendo demasiado calor para este pijama. Nos vemos al mediodía.

Miré hacia afuera. El cielo se había despejado y un radiante sol prometía un cálido día de playa. 


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¿Qué opinan? ¿Será que Pía está en el team #Gabdela?

Les cuento que mi lectora cero @CataKaoe ya leyó los capítulos semi-finales de la novela y quedó conforme, así que, a pesar de lo difícil que ha sido dedicar tiempo a la escritura en este mes de caos que hemos vivido en Chile, ya veo la luz al final del túnel literario. 

¡Nos vemos la próxima semana!

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