42 - Papá
Ya casi llegaba a casa de papá cuando el movimiento de unas sombras más allá de un farol quemado me hizo reducir el paso y afinar mis sentidos. Poco a poco las figuras fueron adquiriendo bordes más definidos y se hizo evidente, para mi desazón, que me encontraba en presencia del Zancudo y su pandilla de maleantes, sentados bebiendo y fumando quién sabe qué en la cuneta.
¿Por qué mierda había decidido tomar el camino corto? Consideré dar media vuelta, pero ya me encontraba demasiado cerca de ellos y tal acción sería sin duda interpretada como una invitación a perseguirme. Me limité a desviar mis pasos hacia la acera opuesta para poner entre nosotros la mayor distancia posible, fingiendo total indiferencia y evitando a toda costa iniciar contacto visual, mientras contenía la respiración. Sentí cómo su conversación se extinguía y sus ojos se clavaban en mí, evaluando si representaba de alguna forma una amenaza o una presa atractiva. Al parecer no fui considerado ninguna de las dos, porque reiniciaron la conversación sin hacer movimiento alguno.
Cuando ya había puesto diez pasos entre mí y el grupo, solté el aire aliviado y me atreví a dar una rápida ojeada por sobre mi hombro. El Zancudo se había puesto de pie y miraba con atención en mi dirección, como una zarigüeya que ha detectado movimiento cerca de la madriguera. Parecía estar buscando en su atrofiado cerebro algún recuerdo. Volví la vista hacia adelante, acelerando el paso ligeramente.
—¡Oye! ¡Oye tú! —le oí gritar a mis espaldas.
Fingí no escucharlo, apurando un poco más mi andar.
—¿Dónde está tu amiguita ahora, sapo culiao?
Sentí sus pasos a mis espaldas. Era la señal que esperaba. Rompí a correr con todas mis fuerzas. Tras unos segundos de desconcierto él hizo lo mismo, secundado por el resto de su pandilla, al tiempo que lanzaban insultos y amenazas. Grité con desesperación por ayuda, pero sabía que no la encontraría, los habitantes de mi barrio conocían las reglas: no ver ni oír nada.
Doblé la esquina ayudándome de un poste y me atreví a mirar hacia atrás sin dejar de correr. El primero de ellos apareció apenas dos segundos después. Estaban acortando la distancia con demasiada rapidez. Mi bolso con ropa hacía demasiado lastre. Lo arrojé a un costado y aceleré el paso, sintiéndome al instante más ágil y liviano. Empeñé toda mi energía en correr tan rápido como mis piernas podían llevarme, zigzagueando en caso que alguno planeara detenerme de un tiro.
A los pocos segundos dejé de escuchar sus pasos, pero no me detuve hasta llegar a la esquina siguiente. Solo entonces me volteé a mirar. La pandilla completa rodeaba mi bolso como una bandada de buitres, destripando sus contenidos en busca de algo de valor.
Escupí el piso con desprecio. Solo encontrarían ropa sucia, todo lo que valía la pena estaba en mis bolsillos.
***
Cerré la reja y luego la puerta de calle con todas las chapas, cadenas y candados con que contábamos, suspirando aliviado de que el Zancudo y sus compinches no alcanzaran a ver dónde vivía.
Mientras intentaba recuperar el aliento, una botella vacía de ron tirada en el piso llamó mi atención. La recogí y miré alrededor. Otra botella a medio beber yacía sobre la mesita del living, junto a un vaso volteado. Una mano flácida descansaba sobre él. Rodeé el sillón y presencié en silencio el lamentable espectáculo. Mi padre tenía una larga lista de defectos, pero el alcoholismo nunca había sido uno de ellos. No hasta entonces, al menos. Estaba mal afeitado, las canas de su cabeza e incipiente barba más notorias que nunca, y claramente había perdido algo de peso.
Intenté despertarlo, pero solo logré que emitiera algunos quejidos guturales y diera un par de manotazos torpes, así que me limité a traspasarlo con dificultad al sofá y ponerlo boca abajo con la cara prácticamente metida en un basurero, para que no se ahogara ni arruinara los muebles con vómito. Luego revisé los papeles y diarios que se acumulaban sin orden en la pequeña mesita junto al sofá, en busca del detonante de su borrachera. Esperaba encontrar alguna mala noticia respecto a la estafa en que había caído, pero no parecía haber novedades al respecto. En su lugar encontré algo peor: el finiquito laboral de su trabajo como reponedor en el supermercado, único empleo que había logrado conseguir desde el divorcio.
Lo observé en silencio por largo rato, sintiendo una mezcla de cariño y lástima por el pobre viejo. Lo arropé con una manta, puse un beso en su mejilla y me fui a acostar.
***
Desperté casi al mediodía, dándome cuenta por primera vez de cuán desgastantes habían sido las semanas anteriores y lo poco que había dormido. Aún en la cama y sin ninguna intención de levantarme, comencé a mandar mensajes desde mi teléfono.
Primero escribí a Sara preguntándole cómo estaba y si podía hablar con ella a alguna hora, para averiguar más sobre el incidente del vino. Luego gestioné a algunos de mis clientes, confirmé una clase particular que tenía programada para esa tarde con Tati Merino, una compañera de mi generación, y coordiné otra para el lunes con Héctor. A continuación me puse al día con el chat que tenía con Javi, Cintia y Romina, y finalmente llegué al mensaje que había deseado escribir desde que levanté el teléfono, pero que me había obligado a dejar para el último: preguntar a Adela si necesitaba de mi ayuda para la entrega de Taller. Estaba listo para cancelar la clase de la tarde si así era.
Aunque mi mensaje apareció como leído casi al instante, pasaron varios minutos antes de que respondiera con un frío «No. Está listo» que recibí como una bofetada. Contesté con un simple «Ok» y dejé el teléfono a un lado, sintiéndome a la vez decepcionado y estúpido.
Pocos segundos después una nueva notificación de mensaje entrante resonó en la habitación. Tomé el teléfono al instante, lleno de expectativa. El mensaje era de Sara: todo estaba bien, pero prefería que habláramos el lunes, porque andaba de paseo con sus padres. Dejé el aparato con un suspiro y me puse de pie.
En la cocina papá sorbía un café instantáneo sentado en un pisito, con aspecto demacrado. Sentí otro aguijonazo de lástima. Decidí que sería gentil con él.
—¡Gabriel! No sabía que estabas en casa. No te oí llegar —croó al verme entrar.
—En el estado en que te encontré, dudo que hubieras notado a un equipo de demolición echando abajo la casa —comenté casual sirviéndome también un café.
—Je, sí. Creo que se me pasaron un poco las copas con los amigos. Nos juntamos aquí ayer, pero se fueron antes de que llegaras —explicó en un torpe intento por salvar las apariencias. Lo burdo de la mentira eliminó al instante mi ánimo conciliatorio.
—Curioso que todos bebieran del mismo vaso.
—Eh... no, es que lavé los otros.
—¿Estando ebrio?
—Sssssí... o sea... mira...
—Basta, papá. Sé que te echaron del trabajo. Encontré el finiquito. —Me senté ante él.
—Ah... —bajó la vista a su tazón y la mantuvo allí largo rato—. Bueno, no hay mucho que decir sobre eso. Reducción de personal. No fue mi culpa.
—No dije que lo fuera.
—Pero lo pensaste, ¿no?
Negué con la cabeza, aunque a decir verdad sí lo había pensado.
—Por favor no...
—No le diré a mamá.
—Gracias.
—Ya encontrarás algo más. Total no era el gran trabajo —dije en un intento por animarlo, antes de darme cuenta que acababa de menospreciar el único empleo que había sido capaz de conseguir.
—Sí, por supuesto —respondió al instante con una sonrisa amarga—. O tal vez puedo emprender algo.
—¿Tú? —La pregunta salió demasiado dura—. Claro, puede ser... pero discutamos tus planes antes de lanzarte ¿te parece? —agregué en un intento por suavizarlas.
—Por supuesto... —afirmó claramente humillado—. ¿Y las clases cómo van?
—Harto cliente, pero no tantos como para mantenernos a ambos. —Me mordí la lengua mentalmente ¿Por qué no podía dejar de atacarlo? Era como tener a mamá en mi propia boca.
—Me refería a tus estudios... —dijo fingiendo no haber sentido la puñalada.
—Ah... bien, supongo. Aunque he tenido bastantes distracciones.
—¿Te refieres a esa niña con que te fuiste a quedar?... ¿cómo era su nombre? ¿Emma?
—Sara.
—¡Sara! ¿Todo bien con ella? ¿Va en serio la cosa?
—Eso parece...
—¿Y cuándo me la vas a presentar?
Desvié la mirada y di un sorbo a mi café, intentando ganar tiempo mientras buscaba la respuesta menos ofensiva posible.
—Más adelante... cuando tengamos algo más consolidado —dije finalmente.
Papá me miró en silencio y asintió bajando la vista. A pesar de mis precauciones parecía haber comprendido que no me entusiasmaba que ella lo conociera. Quise reparar el daño de inmediato.
—Mira, esta es ella —dije poniéndome a su lado. Abrí ante él el álbum de fotos de mi teléfono en busca de la instantánea que nos había tomado el garzón el día en que me declaré. Debí pasar por casi una centenar de fotos hasta dar con la que buscaba, pues el grueso de las imágenes eran de la locación del trabajo de Taller, con Adela muy presente en muchos de los encuadres. Finalmente di con la foto de Sara, la amplié y se la mostré. Papá dio un silbido.
—Guau. Es muy linda. Te felicito hijo —dijo dándome una palmadita en la espalda.
—¿Verdad? —Sonreí orgulloso— Y es muy dulce.
—¿Desde cuándo sales con ella?
—Poco menos de un mes —respondí tras un breve cálculo mental, dándome cuenta que no había tomado nota de la fecha de ninguno de los momentos importantes de nuestra relación.
—Un mes... —repitió reflexivo, estudiándome con curiosidad— ¿Y cómo es que solo tienes una foto de ella?
Me quedé estático, contemplando el rostro de Sara que me sonreía desde la pantalla, volviendo a sentirme indigno de ella.
—Tengo más fotos. Solo que no aquí —dije casi en un susurro. No era totalmente falso, Sara era siempre la que tomaba selfies de nosotros y ocasionalmente me las mandaba, pero no había sentido el impulso de descargarlas desde el chat. Terminada la conversación con mi padre lo haría sin falta. Y reemplazaría el fondo de pantalla con una de ellas.
—¿Y tu amiga rubia?... ¿Adela? ¿Cómo está?
Volví a mi asiento, dejándome caer con un suspiro.
—Bien... supongo.
Papá me estudió en silencio por algunos segundos.
—¿Y tú?
Me froté la cara, intentando dar con una respuesta a esa pregunta.
—No sé. Cansado.
—¿Te puedo dar un consejo?
Sentí la tentación de responder con sarcasmo, pero me contuve a tiempo y me limité a asentir.
—A tu edad todo parece demasiado importante, pero con el tiempo te vas dando cuenta de que las cosas realmente importantes de la vida son en realidad muy pocas. No las pierdas de vista.
—¿Y cuáles serían las tuyas? —pregunté para poner a prueba su sabiduría.
—Es solo una, y la tengo sentada delante mío.
Lo dijo sin siquiera titubear. Miré a mi viejo, ese pobre hombre pisoteado por la vida sentado delante mío, que aún así intentaba protegerme con lo poco o nada que tenía para darme, y sentí mis ojos llenarse de lágrimas. Poniéndome de pie le di un fuerte abrazo. Al soltarlo noté que sus ojos estaban tan húmedos como los míos.
—Te quiero, hijo. Y te voy a cumplir. Te lo prometo.
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¡Ya estoy de vuelta!
Las cosas ya se han calmado un poco en mi país y poco a poco volvemos a la "normalidad", pero una normalidad nueva, diferente y, espero, mejor. Durante esta semana de locura hemos visto lo peor y lo mejor de la sociedad y gobierno que hemos construido durante los últimos 30 años en Chile, y como toda crisis, comienza ahora la etapa de sanar las heridas y construir un país mejor.
Me gustaría decir que esta relativa paz me permitirá volver a dedicarme de lleno a la novela, pero durante la crisis con mi socio (Cristián) y el resto del equipo de mi agencia, lanzamos la campaña DESAFÍO10X (http://www.desafio10x.cl) para fomentar que las empresas reduzcan sus brechas salariales y paguen sueldos más dignos a sus trabajadores peor pagados... ¡Y NOS FUE INCREÍBLE!
Ya casi 1.000 empresas se han sumado a la iniciativa, beneficiando a alrededor de 20.000 trabajadores. Ha sido una verdadera locura y nos ha tenido completamente superados, dando entrevistas en los medios, administrando el sitio y tratando de manejar la comunicación con esos cientos de emprendedores y empresarios que se han sumado.
Así que aún me quedan semanas de distracciones por delante, pero espero al menos poder dedicar un porcentaje de mi cerebro a completar los capítulos finales de la novela. El ritmo de publicación seguirá un poco más lento de lo común, para no pillarme la cola, pero trataré que no supere la semana por capítulo.
¡Un gran abrazo a todos!
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