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41 - Teppanyaki

—¡Así que este es el desgraciado que nos quiere robar a nuestra hija! —rugió el macizo caballero de melena y barba canosa, poniéndose de pie apenas me vio llegar a su mesa en el restaurante acordado para la reunión. Me congelé a mitad del acto de sonreír y estirar la mano, sorprendido y francamente aterrado, y di una rápida mirada a Sara en busca de socorro, pero solo pudo devolverme una sonrisa mortificada. 

Su padre me miró con rostro serio durante tres eternos segundos y repentinamente estalló en una sonora carcajada.

—¡Ven acá, bandido! ¡Encantado de conocerte! ¡Bienvenido a la familia! —exclamó ofreciéndome un abrazo.

—Mucho gusto don Max —respondí aliviado, soportando estoico el estrujón y la andanada de palmaditas que le siguió. Era un par de centímetros más bajo que yo, pero con pecho de barril y gruesos brazos. Su rostro llevaba las arrugas propias de la risa fácil y tenía todo el aire de aquellos que han sido hippies en su juventud.

—"Don Max" —repitió— ¡Ni que fuera el Padrino! Tutéame, Gabriel. Max simplemente.

Sara, que miraba la escena con sonrisa avergonzada, se aproximó a recibirme con un casto besito en los labios y me acercó a su mamá, una menuda señora que era casi un calco de ella, salvo por la edad y el pelo corto y cano. Se veía que su personalidad era mucho menos expansiva que la de su marido.

—Perdónalo, le encanta hacer esas bromas. Mucho gusto, Gabriel —dijo con un abrazo tan leve que casi ni lo sentí.

—Igualmente, Susan.

El lugar escogido para nuestro encuentro era un teppanyaki ubicado a unas cuadras del departamento de Sara, del que siempre me hablaba maravillas. Tomamos asiento en torno a una de las esquinas de la barra que rodeaba a la plancha, quedando Sara a mi lado y sus padres a su otro costado, a la vuelta de la esquina. Otra pareja ya estaba sentada en el otro extremo de la barra, a un par de puestos de mí.

—¿Y cómo funciona esto? La verdad no me apetece mucho el pescado crudo —dijo su padre poniendo su mano en forma de garra alrededor de su cara—. "¡Mozo, este pulpo está muy crudo!"

—¡No empieces, por favor! Sarita quería venir aquí —lo regañó su mujer.

—No hay nada crudo, papá. Lo cocinan ante ti en la plancha. Es todo un espectáculo, te va a encantar —explicó Sara. Sus padres se pusieron a examinar la carta y ella se giró hacia mí con aire mortificado, acercándose para hablar en voz baja.

—Va a hacer este tipo de bromas toda la noche. Lo siento. Pero te prometo que es muy buena persona.

—No te preocupes, se nota a simple vista. —Miré alrededor—. Está bonito el lugar. Nunca he venido a uno de estos.

—Lo sé, me lo dijiste. Por eso propuse que fuera aquí —explicó con una dulce sonrisa que tuve que besar. Ella deslizó su mano por mi mejilla haciendo un puchero—. Te afeitaste...

—Sí, mi barba estaba un poco indecente y no tenía nada para recortarla. Quería dar buena impresión; pero volverá a crecer. ¿Este vino es para mí?

—Sí, mi papá ordenó y te pedí una copa. ¿Está bien? Es Cabernet. No sé cuál es tu cepa favorita.

—Ni yo, así que está perfecto. Gracias por pensar en mí. —Acaricié su cabellera y besé su frente. Nos sonreímos mirándonos a los ojos por un par de segundos. Al azar la vista me encontré con ambos padres observándonos atentamente por encima de la carta.

—Y bueno, ¿cuándo es el matrimonio? —preguntó su papá. Me hubiese atorado con el vino de haber alcanzado a llevármelo a la boca.

—¡Papá!

—¿Qué? Andas tras él hace tantos años que ahora que cayó tienes que asegurarlo...

—¡PAPÁ! —Sara se había puesto tan colorada que casi pasaba a infrarrojo. Al parecer eso de haberle gustado desde el primer día de clases era real y bastante más público de lo que esperaba.

—¡Ya córtala! —Susan le dio una palmada en el brazo a su marido—. Y solo para que quede claro, nada de matrimonios hasta que Sara termine la carrera. ¿Vale?

—Estoy muy okey con eso —respondí tal vez más rápido de lo que debía y Sara se volvió a verme con ojos entornados.

El garzón llegó a pedir nuestras órdenes y tras una breve revisión de la carta pedí lo más barato que encontré, un pollo teriyaki con verduras salteadas, ya que no tenía claro quién se haría cargo de la cuenta. Sara pidió un tataki de atún, su madre camarones y su padre, tras una serie de preguntas en tono de broma al garzón, que claramente no le hicieron ninguna gracia, optó por una carne de res.

Aprovechando la distracción de sus progenitores, Sara extrajo algo desde su carterita por debajo de la barra y lo acercó a mi mano. Un ligero tintineo metálico me indicó que eran las llaves que había olvidado. Nervioso, chequeé que sus padres no nos estuvieran mirando y abrí la mano.

—¿Dónde las encontraste? —susurré.

—Estaban detrás del velador, tómalas —dijo poniéndolas sobre mi palma, pero al cerrar los dedos golpeé torpemente la barra y cayeron al piso estruendosamente. Sus padres alzaron la vista desde el menú que aún estudiaban, Sara se enderezó como accionada por resorte y yo casi me tiré un piquero al suelo a recogerlas.

—Perdón por el escándalo, se me cayeron del bolsillo —expliqué con risa estúpida—. Y cuénteme Max ¿cómo conoció a su mujer?

Por fortuna mi pobre intento de distracción funcionó y el padre de Sara se embarcó en una larga y animada narración que se alargó hasta que llegó el maestro cocinero. El chef hizo malabarismos con sus instrumentos de cocina, equilibró un huevo en un paleta, el que luego lanzó al aire y atrapó varias veces antes de partirlo con el canto de la herramienta; cortó hábilmente los ingredientes, mezcló todo con arroz, lo aliñó a punta de piruetas y lo repartió en pocillos entre aplausos a los comensales. Terminado el proceso comenzó a preparar los platos individuales que cada uno había ordenado con nuevos trucos y malabarismos.

Mientras observábamos el espectáculo maravillados, me incliné hacia el oído de Sara.

—Te ves muy linda —susurré. Llevaba el mismo vestido azul que había usado en nuestra cita, aunque esta vez había incorporado medias y un echarpe blanco sobre los hombros para lucir más recatada. Se volvió sonriente.

—Gracias. Pensé que tú también usarías lo mismo que llevaste a nuestra cita.

—De hecho me lo había puesto, pero se me empapó con la lluvia de la mañana, así que tuve que cambiarme otra vez. Suerte que amainó después de almuerzo o hubiese llegado con snorkel.

Su sonrisa se distorsionó visiblemente.

—¿Y por qué te lo pusiste tan temprano?

—Por... —traté de encontrar una razón para no haber esperado hasta después de terminar el trabajo con Adela para vestirme con mi mejor ropa y no di con ninguna— No sé, la verdad.

—Pues yo sí. —Su expresión se había vuelto hostil—. ¿Qué opinó ella? ¿Le gustó?

—¿Ella quién? ¿Adela? No opinó nada, Sara. Y no lo hice por ella.

—Ahá. Seguro. —Devolvió la vista al espectáculo con expresión molesta, dando por finalizada la conversación. Un poco más allá su madre nos observaba con semblante grave. Decidí que lo mejor era dejar esa discusión para después.

El maestro terminó de preparar nuestras cenas y las repartió entre nuevos aplausos. Para finalizar volteó un frasco con hielo en la plancha, provocando una enorme nube de vapor, y trapeó todos los restos de comida. Hecho esto hizo una reverencia y se retiró.

Sara dio una probada a su atún con franco deleite y luego echó una ojeada a mi pollo.

—¿Compartimos? —propuso.

Acepté, feliz de que estuviera dispuesta a hacer las paces. Pinché un poco de todo lo que había en mi plato con mi tenedor y se lo puse en la boca.

—Mmm... delicioso, pero no tan bueno como mi atún. Mira. —Cortó un trozo con su tenedor y se inclinó para ofrecérmelo, pero al hacerlo pasó a llevar mi copa de vino, que se derramó sobre mi plato y ropa. Me paré de un salto.

—¡SARA, POR DIOS! ¡CÓMO PUDISTE! —gritó su madre, poniéndose de pie también.

—Fue solo un accidente Su, no le grites —intervino su padre.

—¡No, no fue! —replicó cortante, reprendiéndola con la mirada y acercándome servilletas.

—¡Mamá!

—No pasa nada —intervine antes que la discusión escalara a pelea familiar—. Por favor sigan comiendo. Voy al baño.

Me fui a paso raudo presionando servilletas contra mi pantalón y camisa, que habían adquirido un nuevo estampado carmesí que se negó a desaparecer pese a mis mejores esfuerzos en el lavamanos. Pasé un largo rato intentando evaporar la humedad de mi ropa con el secador de manos, hasta que finalmente me di por vencido, resignándome a pasar el resto de la noche con una enorme mancha de humedad y vino en la entrepierna. Al volver a la mesa me encontré con mi asiento aseado, mi plato retirado y la familia de mi novia en sepulcral silencio. Sara comía encorvada y con la mirada fija en su plato.

—Toma asiento, Gabriel. Te pedí un sushi ¿está bien? Prometieron traerlo rápido —dijo Susan al verme.

—Está perfecto. Gracias. —Cuchareé mi pocillo con arroz frito, que se había salvado del vino, pero no de enfriarse, evaluando la situación. Claramente la discusión había continuado en mi ausencia—. ¿Estás bien? —susurré inclinándome hacia Sara. Ella levantó la vista hacia mí, espió brevemente el rostro de su madre y la volvió a clavar en su plato.

—Sí, no pasa nada. No te preocupes. —dijo en un tono tan pequeñito que era casi inaudible.

Tenía todo el aspecto de haber sido regañada. ¿Era para tanto un tonto accidente? Al parecer su madre era mucho más severa de lo que pensaba. Tomé su mano bajo la mesa y entrecrucé mis dedos con los suyos. Apenas lo hice sentí su cuerpo hacer una pequeña convulsión, sus dedos se apretaron mucho alrededor de los míos y a los pocos segundos vi una lágrima correr por su mejilla, que intentó limpiar de manera subrepticia. Se me encogió el corazón. ¿Era realmente su familia tan maravillosa como me había hecho creer?

El resto de la velada intenté mantener una conversación casual con sus padres, fingiendo no haber notado nada raro, aunque el clima se había vuelto irreversiblemente incómodo. Sara casi no dijo palabra. Respiré aliviado cuando por fin fue hora de pedir la cuenta y más aún cuando Max insistió en invitarnos a todos.

Aunque hubiese querido hablar a solas con Sara, sus padres insistieron en acompañarme al metro para ponerme en camino a casa, aunque en realidad tendría que escabullirme de vuelta a la universidad para recuperar el bolso con mis cosas, que había dejado con los guardias, y cambiarme la ropa manchada. 

Max me abrazó efusivamente, Sara se despidió con un beso en la mejilla y un "buenas noches, hablamos mañana" y su madre se aproximó para darme otro de sus abrazos etéreos. Cuando me aprestaba a separarme nuevamente de ella, me retuvo por los hombros y susurró en mi oído:

—No te preocupes, juntos podemos corregirla.

Me quedé de pie frente a las escaleras, viéndolos alejarse, mientras intentaba comprender sus palabras.

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Disculpen la hora, pero tuve muchas distracciones esta mañana y se me olvidó por completo lo de subir el capítulo de hoy.  Pero bueno, nunca dije que los subiría siempre temprano ¿verdad?

Y ya que el capítulo de hoy hubo bastante presencia de comida, cuéntenme:
¿Cuál es su tipo de comida favorita?

Personalmente toda la comida asiática me encanta: japonesa, coreana, tailandesa, vietnamita, india y china.

Próximo capítulo: domingo 20 de octubre.

Actualización: debido a los graves sucesos que están ocurriendo en mi país (Chile) no subiré hoy nuevo capítulo. Sencillamente no puedo pensar en esto ahora. Retomaré apenas las cosas vuelvan un poco a su cause normal. Espero su comprensión. 

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