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35 - Autobús

Adela y yo descolgábamos las láminas en silencio en la vacía sala de Taller. Desde nuestro reciente desencuentro habíamos intentado continuar trabajando en nuestro proyecto por separado, a punta de mensajes de texto, dando por resultado una muy poco armónica presentación que Araneda había destruido en cosa de segundos. 

Pese a ello, Adela se había mantenido imperturbable, soportando estoicamente las críticas que nos hacía el profesor, sin mirarme ni dirigirme la palabra antes, durante o después de la presentación. Danilo, cuyo trabajo había corrido mejor suerte, no había podido ocultar su placer ante mi humillación pública.

—Esto no va a resultar... —suspiré, desprendiendo la esquina de uno de los papeles de la pared.

Adela me miró de reojo, sin decir nada.

—¿No crees? —insistí.

—¿Qué cosa?

—Trabajar así para Taller. Vamos a reprobar si seguimos este rumbo.

—Lo mismo pienso.

Descolgamos un par de láminas más sin decir palabra.

—Como mínimo tenemos que coordinarnos antes de las entregas —opiné.

—M-hm.

Nuevo silencio.

—¿Cómo estuvo el concierto de Martín?

Adela dejó una lámina en la mesa con brusquedad y me miró con aire fastidiado.

—Pensé que querías que mantuviéramos la distancia.

—No quiere decir que no podamos hablar...

—Pues entonces aclárame qué es lo que quiere decir, porque hasta donde yo sé, no había hecho nada más que hablar contigo cuando me mandaste a sacar ostras al Sahara.

Abrí la boca para discutirle, pero no se me ocurrió ningún contraargumento. En efecto, no habíamos hecho nada más que tener conversaciones casuales y juntarnos a trabajar. Su mayor transgresión había sido dejarme la nota de disculpa. Y sin embargo, me sentía culpable de nuestros encuentros como si hubiesen sido algo reprobable. Me quedé mirando mi última lámina en el muro, intentando resolver esa paradoja.

—Estuvo demasiado maravilloso, en todo caso —dijo tras una larga pausa, enrollando sus láminas—. Martín dice que se equivocó un par de veces, pero yo ni siquiera lo noté. Se me llegaban a salir las lágrimas escuchando su interpretación de Debussy.

—Guau. Espero poder oírlo tocar algún día. —No tenía idea de quién era Debussy. Tomé nota mental.

—Deberías. —Insertó las láminas en su portaplanos—. ¿Y tú? ¿Pudiste aclarar las cosas con Sara?

—Sí. Ya está todo resuelto... por el momento.

—¿Por el momento? —levantó una ceja.

Suspiré bajando la última lámina del muro y enrollándola junto a las otras.

—No parece que seamos capaces de aguantar más de dos días sin tener algún tipo de conflicto.

—Oh.

—Bueno, al menos el sexo de reconciliación es bueno —agregué con sonrisa estúpida, en un muy lamentable intento de alivianar mi comentario con humor pueril.

Adela hizo una mueca de disgusto y se echó el portaplanos al hombro.

—Bueno, felicitaciones entonces. Nos vemos luego.

—¿Ofendí tu sensibilidad católica? —pregunté más por evitar que se fuera que por otra cosa.

—¡Pfff! ¡No! ¿Tan acartonada parezco? No es la edad media. No soy de las que piensa que haya que esperar al matrimonio.

—¿Entonces tú y Martín...? —Abandoné la pregunta a medio camino ¿Qué hacía yo entrometiéndome en eso?

—No. No aún... pero no por decisión mía. Martín quiere esperar.

—¿En serio? —Me quedé boquiabierto. ¿El zorrón era el casto y religioso de la pareja? Estaba resultando todo un enigma ese tipo.

—Sí... su familia es Opus Dei. Lo conocí en Misiones, era fácil el más comprometido. Yo valoro su convicción... aunque a veces desespero. —Se mordió el puño cómicamente.

No pude evitar reírme.

—Oye, que no es gracioso. Estoy sufriendo acá —dijo riéndose ella misma.

—Te pasa por buscar novio en Misiones.

—No es que haya ido a eso.

—Por favor, todos saben que a eso se va a Misiones.

—Okey, no fui solo a eso.

Ambos reímos nuevamente.

—Eres muy graciosa —reflexioné en voz alta. Ella sonrió, más con los ojos que con la boca.

—Pues díselo a Martín, nunca me entiende los chistes. Me mira como si estuviera poseída. Un día de estos me va a hacer un exorcismo.

—Me pasa un poco lo mismo con... —El pensamiento de Sara me hizo guardar silencio—. En fin.

Adela se apoyó en la mesa y yo contra el muro frente a ella.

—Perdona por cómo te traté el otro día —dije.

—Está bien, se comprende. Y yo la cagué primero. —Hizo como que descartaba el tema con la mano—. Pero no sé mucho cómo continuar desde aquí. No quiero ser un problema en tu relación con Sara, pero de verdad tenemos que trabajar juntos si no queremos reprobar Taller ¿o no?. Y la próxima semana hay entrega grande. Deberíamos tener algo avanzado para la próxima corrección.

—Sí... —Reflexioné en silencio—. ¿Cómo estás de tiempo hoy?

—No tengo más clases. Iba a estudiar para Estructuras, pero lo puedo dejar para otro día.

—Yo también estoy libre, al menos hasta las seis. Luego tengo que hacerle clases a Héctor.

—Me gustaría volver a visitar el ex-Mercado. Tenemos que tomar algunas medidas.

—Lo mismo pienso. Deberíamos ir ahora mismo.

—¿Y qué hacemos con lo de Sara?

—Pues hablo con ella y tendrá que comprender.

Salí al patio y llamé a Sara para explicarle la situación. Ella aceptó con naturalidad, deseándome suerte. Al parecer nuestra conversación sobre la confianza había surtido efecto. Agregó que ella misma también tenía mucho trabajo que hacer para su Taller y que probablemente el viaje del fin de semana a conocer a su familia estaba descartado. Suspiré aliviado.

Volví con Adela y nos dirigimos a la cafetería a comprar un par de sandwiches para el camino. Luego salimos rumbo a la locación de nuestro trabajo. Me extrañó que se encaminara hacia el paradero de buses.

—¿Y tu auto?

—En el taller. Lauren le rayó la pintura de parachoque a parachoque.

—¿Intencional?

Demasiado intencional.

—¿Cómo sabes que fue ella? ¿La viste?

—No, pero ocurrió justo después de nuestra pelea. Tuvo que ser ella. Sé que es capaz de algo así.

Pensé en el rayado de mis láminas y locker. ¿Entonces podían haber sido obra suya? ¿Danilo era inocente? ¿O Danilo tenía alguna razón para rayar el auto de Adela? No lograba ver el vínculo. Tal vez no había relación entre las dos cosas.

Tomamos el autobús y nos dirigimos al ex-Mercado. Medio esperaba que Adela se mostrara incómoda en el transporte público, pero se desenvolvía sin problemas.

—Y... ¿vas al paseo del ombligo? —preguntó en el trayecto. Íbamos de pie, bastante juntos porque el autobús iba repleto.

—¿Cuándo es?

—¿En serio no lo sabes? ¡El próximo fin de semana!

—Ah... no, no creo. Tengo mucho trabajo.

—¿Cómo tanto? Es fin de semana largo. El martes es feriado y ya anunciaron que el lunes no hay clases. Hay tiempo de sobra para lo que sea.

—Mmm... no sé, es que igual no es mi tipo de entretención.

—Piénsalo: sería la ocasión perfecta para una escapada romántica a la playa con Sara —me dio un pequeño codazo cómplice.

—Tendría que ver. Estoy bastante estrecho de presupuesto. No creo que pueda darme el lujo de pagar la inscripción.

—Tal vez podrías...

El autobús se detuvo bruscamente, sacudiéndonos a todos. Un par de personas descendió, pero más de una docena ingresó en su reemplazo, obligándonos a apachurrarnos. Quedamos frente a frente, su rostro a centímetros del mío. Era solo un poco más baja que yo. Un par de mechones rubios caían descuidadamente sobre su rostro, ocultando a medias uno de sus ojos, el resto de su cabellera tomada en un tomate. Su aroma era fresco, primaveral. El autobús se puso en marcha y con ello todos los cuerpos dentro se sacudieron. Adela puso su mano libre en mi pecho para mantener el equilibrio.

—¿Tal vez podría...? —repetí para que terminara la idea.

—No, nada. Olvídalo. —Desvió la vista hacia el lado.

—Ahora voy a quedar con la duda todo el día.

—Es que era una mala idea.

—¿A ver?

Me miró dudosa, a esa distancia sus grandes ojos azules eran casi lo único que veía. Su mano seguía en mi pecho y sentía mi piel arder.

—Es que con mis amigas encontramos en arriendo una casa grande en la playa, casi al lado de las cabañas donde alojará todo el resto, pero después de nuestra pelea Lauren decidió irse por su cuenta con otros amigos. Entonces nos sobra una habitación. Pensé que tú y Sara la podrían ocupar. No tendrías que pagar nada, Lauren ya pagó su parte y no la va a pedir de vuelta, para ella es el vuelto del pan, y es demasiado orgullosa.

Consideré la oferta un segundo, tentado de aceptar, pero luego sacudí la cabeza.

—En efecto, mala idea. Dudo que Sara se sintiera cómoda.

—Lo sé. Por eso me arrepentí de ofrecerlo.

—Gracias de todos modos. Me hubiera encantado.

Nos miramos algunos segundos en silencio. Sólo entonces pareció darse cuenta de que su mano seguía sobre mí. La retiró y acomodó con ella uno de sus mechones tras la oreja.

—¿Siempre llevas el pelo tomado? ¿No te lo sueltas nunca?

—¿Qué, así? —Deshizo su tomate y una cascada dorada cayó sobre sus hombros, enmarcando su rostro en ligeras ondas. Acomodó todo con una rápida sacudida de cabeza tipo comercial de shampoo y dio una sonrisa sensual. Mi corazón se saltó tres latidos—. ¿Qué tal?

—Espantoso. Con razón lo llevas tomado —dije en broma para ocultar que pensaba todo lo contrario.

Me dio un golpecito en el estómago, con ojos entornados y una mueca divertida.

—Ya que andamos juzgando apariencias, tú antes no llevabas barba ¿cierto?

—Cierto.

—Pues te veías mejor sin ella.

—¿Eso crees? Me han dicho lo contrario.

—Te lo habrá dicho alguien que no le gusta ver tu rostro. —Apenas las palabras dejaron sus labios, abrió mucho los ojos y se puso roja, desviando la mirada hacia afuera. Su expresión cambió de golpe—. ¡Toca el timbre, acabamos de pasarnos!

***

Dedicamos un par de horas a recorrer el lugar y tomar medidas de todo cuanto se nos pudo ocurrir. Ocasionalmente extraía desde la mochila el teléfono que Adela me había dado en préstamo y tomaba fotos de algunos detalles. Luego sacaba del bolsillo mi teléfono oficial, cuya cámara era infinitamente inferior, y le traspasaba las imágenes. Cada vez que lo hacía Adela observaba la operación con curiosidad.

—Sería más fácil simplemente usar el teléfono que te pasé para todo, ¿o no?

—Pues sí, pero no puedo.

—¿Por qué? ¿Usa otro tipo de chip? Puedes ir a la compañía a que te lo cambien.

—No, no es eso. Este móvil me lo regaló Sara. Te imaginas lo que ocurriría si lo reemplazo por el tuyo.

Adela asintió en silencio, pensativa.

—De hecho cuando me lo regaló justo sostenía el tuyo en mi mano. Le partí el corazón... pero bueno, al menos eso llevó a nuestro primer beso. Es divertido, pero en cierta forma tu teléfono es responsable de que estemos juntos.

—Vaya... pues me alegro de que haya servido para algo —dijo sonriendo de manera extraña. Se volvió a sus anotaciones y las examinó en silencio por largo rato. Seguía con el pelo suelto y no podía ver su rostro—. Bueno, parece que ya tenemos todas las medidas que necesitamos. ¿O no?

Miró la hora.

—No creo que tengamos tiempo de avanzar en la entrega hoy, pero si estás con tiempo mañana, podríamos juntarnos en mi casa... si Sara está de acuerdo.

—Hablaré con ella —prometí.

Me esperaba una interesante conversación esa noche... 


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¿Cómo le irá a Gabriel pidiéndole permiso a Sara?

¡Feliz cumpleaños a @Pablo1999S, que los celebra hoy!

Próximo episodio: Miércoles 2 de octubre.


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