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28 - Princesas

—Creo que nos fue bien —comenté caminando con las manos en los bolsillos.

—Si por "nos fue bien" te refieres a que no nos reprobaron instantáneamente y solo fuimos humillados durante treinta y cinco minutos, entonces sí, nos fue excelente —replicó Adela, aún temblando ligeramente.

—Con este tipo hay que saber distinguir las críticas de fondo de lo que hace sólo para joderte la vida, Adela. Criticó puros detalles, pero en lo grueso estamos bien.

—No quiero volver a presentar nunca más —murmuró en tono grave, abrazándose a sí misma.

—Lo hiciste bien... cuando agarraste vuelo. ¡Y vieras lo lindo que hablas cuando no usas muletillas!

—¿Esto es un juego para ti? —dijo frenándose de golpe—. ¡Pude perder el semestre completo porque se te ocurrió jugar al gallito con el profesor más brígido de la universidad!

Pudimos. Y en mi caso no solo perdía el semestre, sino también la beca y por consiguiente la carrera completa —oírlo de mis propios labios repentinamente puso en perspectiva lo monumental de la estupidez que acababa de cometer.

Adela abrió muy grande los ojos, cosa no menor, porque ya eran bastante grandes de por sí.

—¿¡Todo eso!? Si yo hubiese dicho una sola muletilla... ¡Ay, Gabriel! —dijo agarrándome de los hombros—. Prométeme que nunca, pero nunca jamás volverás a desafiar a Araneda de esa manera.

—O sea, mientras no sea un completo cretino no...

—¡Gabriel!

—Está bien, está bien. Lo prometo.

Adela suspiró aliviada y me dejó ir. Retomamos el camino hacia la cafetería.

—Gracias por confiar en mí, en todo caso —dijo tras una breve pausa.

—Gracias por no permitir que nos mandaran al infierno académico.

Me dio un empujón con el hombro, riendo. Luego observó mi rostro con detención.

—No te has cambiado el parche, Gabriel. Se te va a infectar eso. ¿No que Sara te lo iba a reemplazar anoche?

—Sara y yo no estamos en el mejor de los términos en este momento.

—Uy... ¿Qué le hiciste Villagra? ¿Y con quién?

No me apetecía ventilar mis temas de pareja ante Adela, mucho menos cuando la involucraban directamente, así que opté por encogerme de hombros y declarar que Sara solo estaba imaginando cosas; explicación que no pareció convencerle, aunque se guardó de decir nada más.

Llegados a la cafetería Adela se fue a sentar junto a su grupo de amigas, que aparentemente la esperaba para su sesión ritual de adoración a nuestro profesor del infierno. Ya estaba al tanto de la mayoría de sus nombres, Adela se había encargado de aquello, pero eso no me hacía sentir menos incómodo en su presencia. Me detuve poco antes de llegar a su mesa. Un ejército de ojos azules se volteó a mirarme, la mayoría examinando con curiosidad el parche en mi ceja.

—¿No te nos unes? —preguntó Adela.

Miré alrededor en busca de un rostro conocido en otra mesa, pero no vi ninguno. No encontraba una forma de librarme de la invitación sin que sonara como un desaire, así que acepté, informando que iría primero a comprar mi almuerzo. Desde la fila del buffet pude ver a Adela lanzarse a la narración de lo ocurrido en Taller, y a los pocos minutos empecé a escuchar chillidos nerviosos de parte de sus amigas.

A mi regreso Adela sacó su bolso de una silla contigua y me ofreció el asiento. Poniendo la bandeja ante mí, tomé el tenedor y me apresté a picotear la ensalada, pero el silencio a mi alrededor me hizo levantar la vista. Todo el grupo me miraba como a un espécimen misterioso extraído desde un meteorito.

—¿Qué?

—Eres de armas tomar, Gabriel. ¿De verdad te enfrentaste a Araneda? —comentó una chica pecosa. Esa debía ser Pía, la que le había sugerido a Adela pagarme para que hiciera su tarea. Poniendo atención a su pelo noté que efectivamente era algo más claro que el del resto, pero era una diferencia tan sutil que solo alguien de su entorno social podía considerarlo un atributo diferenciador, como esquimales que son capaces de identificar una veintena de tipos de nieve.

—A veces mi boca habla más rápido que mi cabeza —admití.

—¿Solo a veces? —preguntó Adela.

La miré con ojos entornados y disparé una arveja en su dirección.

—¡Ey! —dijo riendo—. Qué inmaduro.

—Oye, pero demasiado mala onda Araneda. ¿O no? —comentó Lauren DeVries, una chica de clara herencia nórdica, que con trenzas y suecos hubiese estado pintada para una postal de Holanda. Era oficialmente reconocida como una de las grandes bellezas de la facultad y tema obligado de los estudiantes varones.

Demasiado —concordó el resto al unísono, como si fuese su versión de "amén". Adela, que había guardado silencio me miró con una sonrisa incómoda. Se inclinó en mi dirección y me susurró al oído:

—En verdad lo decimos demasiado. —Cuando se dio cuenta que había vuelto a decir la palabra se tapó la boca con expresión sorprendida e instantáneamente estallamos en una carcajada, ante las miradas curiosas del resto.

—¿De qué me pierdo? —El novio de Adela apareció a nuestro lado. Ella se separó bruscamente de mí y se puso de pie para saludarlo. El resto saludó de lejos.

—Nada, que Gabriel acaba de enfrentarse a Araneda porque se fue en mala contra tu novia. —respondió la chica de nariz romana, que según entendía se llamaba Begoña.

—¿En serio? —preguntó sorprendido, mirando mi ojo en tinta—. ¿Le pegaste a un profesor?

—No así, tonto. Solo le hizo un parelé cuando se estaba ensañando conmigo —explicó Adela—. Y por poco logra que nos reprueben a ambos.

—Vaya... pues no sé los detalles, pero gracias por defenderla, perro —dijo rodeándola con su brazo y haciéndome una ligera reverencia con la cabeza. El agradecimiento me pareció sincero y, sumado a su anterior disculpa, lo hizo subir un par de puestos en mi ranking personal—. ¿O sea que el ojo morado no tiene nada que ver con eso?

—Incidente aislado —comenté secamente.

—¿Y cómo fue ese incidente aislado? —preguntó Lauren curiosa, inclinándose hacia adelante desde su puesto frente a mí, con la barbilla apoyada en su puño. Que ella tomara interés en mi persona me hizo sudar como una papa en el microondas.

—¡Uf! ¡No te metas en ese bosque, Lori! Aquí nuestro amigo Gabriel tiene un magíster en lidiar con novios celosos —rio Adela y se volvió a su pareja con mirada traviesa—. ¿O no Martín?

—¡No estaba celoso, Ade! Me enojé por cómo te trató. Pero ya está todo aclarado ¿no es verdad, perro? —Asentí con la cabeza, aunque si insistía en llamarme perro tendríamos un nuevo conflicto.

—Sí sé, baboso. Es una broma —Adela le dio un besito en los labios y lo invitó a tomar asiento. Él atrajo una silla desde una mesa contigua y se sentó en la cabecera a horcajadas, con el respaldo por delante.

—¿Listo para el gran día, Martín? —preguntó la otra chica en la mesa. Luego supe que se llamaba María Francisca.

—¡Uf! No. Pero ya estoy entregado. Saldrá como salga.

Pía se inclinó hacia mí para explicar.

—Martín va a dar un concierto de piano este viernes en el auditorio de la Casa Central.

—¿Toca piano? —pregunté innecesariamente, mirándolo sorprendido. Nada en él indicaba que fuera del tipo artístico.

—¡Y como los dioses!

Así que el novio de Adela no solo era alto, guapo y rico, además era talentoso. Todo en su vida me hacía sentir inferior. Me recliné en la silla desganado. Al alzar la vista noté que la Lauren seguía mirándome.

—Entonces a ti te va demasiado bien en Estructuras, ¿verdad? —preguntó cuando notó que tenía mi atención.

—Sí. Pero no hago trabajos ajenos —me apresuré a aclarar.

—Eso ya nos quedó claro... —dijo Pía ligeramente roja, dando una mirada furtiva a Adela que en esos momentos hablaba algo al oído con su novio.

—Pero haces clases, ¿o no? —insistió Lauren.

—Sí. Pagadas —especifiqué en caso que creyera que su aspecto le iba a conseguir algo gratis de mi parte. Ella asintió con naturalidad.

—Parece que te voy a contratar, entonces.

—Pensé que ya tenías un tutor —intervino Adela, que en algún punto había empezado a poner atención a nuestra conversación.

—Sí, pero claramente no está dando resultado ¿o no? Me fue demasiado mal en el examen pasado. ¿Crees que tú podrías hacerlo mejor? —Su mano se apoyó en mi brazo. No me quitaba los ojos de encima y me estaba ruborizando a pesar de mis esfuerzos por mantenerme impasible.

—Tal vez podrías hacernos una clase grupal —volvió a entrometerse Adela, poniendo su mano sobre mi otro brazo. Martín miraba la escena en silencio.

—¡Eso! —dijeron Begoña, Pía y María Francisca al unísono.

—Nunca he hecho una clase particular grupal, francamente no sé si eso va a resultar —respondí sintiéndome increíblemente incómodo con la atención que estaba recibiendo.

—Tampoco creo que eso resulte —opinó Lauren.

—Pero haces ayudantías, ¿no? —dijo Adela—. Eso es una clase grupal.

—Más que nada corrijo pruebas y respondo consultas. No es una clase. Pero claro, visto así puede ser... podemos intentarlo, supongo.

—¡Trato hecho entonces! —concluyó Adela animadamente, mirando a Lauren, que le devolvió una sonrisa poco convincente.

Aún preguntándome cómo iba a abordar el desafío que me acababan de plantear, vi al decano aparecer por la puerta de la cafetería acompañado por el ayudante de Araneda. Tras una breve inspección del recinto, empezó a caminar en mi dirección. Me erguí inmediatamente, intuyendo problemas.

—Gabriel, ¿una palabra? —dijo al llegar a mi lado.

Salimos al patio.

—¿Todo bien, Gabriel?

—Sí... supongo —respondí mirando de reojo a Pedro Pardo, que permanecía en silencio a su lado, con expresión grave.

—No es lo que he oído.

—¿Qué ha oído? ¿Oído de parte de quién? —Volví a mirar a Pedro, que negó con la cabeza para aclarar que no se refería a él.

—No voy a especificar nombres. Pero me dicen que estás teniendo muchos conflictos. Creo que la prueba de eso está a la vista —dijo apuntando con la nariz al parche sobre mi ceja, mientras se apoyaba con ambas manos en su bastón. Tras un breve proceso de descarte mental comprendí que estaba recibiendo la venganza de Danilo. El infeliz sabía cómo asestar golpes bajos.

—Son temas personales. No sabía que fueran de incumbencia de la escuela. —Procuré mantener un tono amigable para suavizar el contenido de mi respuesta.

—No, claro. Esto no es un colegio, no me ando metiendo en la vida privada de los alumnos. Pero sí me preocupa cuando una de las personas que va a representarnos en la Bienal empieza a comportarse erráticamente. Especialmente si le falta al respeto a un profesor.

—Creo que le explicaron las cosas al revés —dije volviendo a clavar mi mirada en el ayudante—. Lo que hice fue pedir respeto de parte del profesor hacia una alumna. ¿O la cosa funciona en una sola dirección?

El decano se volvió hacia Pedro con una ceja levantada, que pareció momentáneamente descolocado.

—Gabriel, no te pongas a la defensiva. No busco acusarte de nada, pero quiero recordarte la importancia de este evento para nuestra escuela. Por favor concéntrate en lo importante. Recuerda que estamos haciendo grandes esfuerzos para financiar parte de tu carrera y necesitamos que te mantengas a la altura. Sería una lástima perder a uno de nuestros mejores alumnos. ¿No crees?

Me dio un par de palmadas en el brazo y se alejó caminando tranquilamente, secundado por el ayudante. Yo me quedé congelado en mi lugar, sus últimas palabras repitiéndose en mi cabeza una y otra vez. 


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¿Qué tal les cayeron las princesas? Demasiado bien, ¿o no?

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Próxima actualización: miércoles 11 de septiembre

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