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20 - Gesto inesperado

Al terminar la primera clase del viernes me dirigí a la sala en que el resto de mi generación tomaba Física de Estructuras II. Por malla también a mí me correspondía, pero yo había adelantado clases durante el verano e iba un nivel más avanzado. No era como que tuviera algo mejor que hacer durante esos meses.

Para mi fortuna mis compañeros aún estaban dentro cuando llegué, así que esperé junto a la puerta. No bien Cintia puso un pie fuera de la sala, le deseé feliz cumpleaños con un apretado abrazo. Había decidido saludarla primera cosa en la mañana por dos motivos: para no olvidarlo, como era mi costumbre, y por si mi fuerza de voluntad flaqueaba a último minuto y decidía no aparecer en su fiesta del sábado. Ella se mostró feliz con mi gesto.

—¿Listo para el bailongo? —preguntó al concluir el abrazo, contoneándose y tomándome de los hombros como si estuviéramos sobre una pista de baile.

—Ya me conoces, soy un trompo —dije intentando seguir sus movimientos definitivamente no como un trompo.

—¡Ja, ja! Así es, tu fama te precede. Me aseguraré de que despejen la pista para que puedas mostrar tus pasos. ¿Vas acompañado?

—No.

—Para darle esperanzas a las chicas.

—Por supuesto...

—¿Y por qué no invitas a Sara? Esa niña está loquita por ti, se nota a leguas.

—¿Para mostrarle lo aburrido que soy?

—¡Bah! No es como que ella sea el alma de la fiesta. ¿Piénsalo, bueno?

—Tal vez para la próxima —dije. Ella se encogió de hombros.

—Bueno. Oye, me encantaron los audífonos ¡Mejor regalo ever! ¡Gracias otra vez! —volvió a abrazarme para poner fin a mi humillante performance y depositó un beso en mi mejilla. Justo cuando pareció que iba a soltarme, volvió a pegarse y susurró en mi oído—: Parece que te busca tu amada.

Iba a comenzar a girarme en la dirección de su mirada cuando sentí la mano de Cintia bajar hasta mi culo y darme un enorme agarrón.

—¿Perdooooón? —exclamé honestamente sorprendido.

Ella solo rio y, alejándose de mí, me guiñó un ojo. Me volví temiendo encontrarme con la mirada grave de Sara, pero en su lugar era Adela quien me observaba de brazos cruzados y ceja levantada.

—¿Otra más, Gabriel? Eres todo un Don Juan.

—Solo la saludaba por su cumpleaños.

—Pues vaya saludo, farsante. Cómo será cuando das el abrazo de Año Nuevo. 

Estuve a punto de decirle ahí mismo sobre la orientación sexual de Cintia solo para hacerla callar, pero alcancé a darme cuenta de que aquello sería una transgresión imperdonable. Suspirando, simplemente me encogí de hombros.

—¿Habíamos quedado de juntarnos hoy? Yo entendía que era el sábado. Ahora tenemos Edificación y en la tarde es mi electivo... —expliqué.

—No, no. Efectivamente quedamos para el sábado.

—Ah... ¿y entonces para qué me buscas?

—No para pedirte uno de tus abrazos, claramente.

—Tú te lo pierdes.

—Ya me estás haciendo arrepentirme de esto, pero... —dijo rebuscando en su bolso y extrayendo un teléfono móvil de los más caros, que puso ante mí. Lo admiré con respeto, sin atreverme a extender las manos por temor a estar entendiendo mal la situación.

—¿No lo quieres? —preguntó ante mi reticencia.

—¿Es para mí?

—Por supuesto. Mi hermana chica lo tenía guardado.  ¿Lo quieres o no?

Lo observé un segundo, viviendo una lucha interna de carácter monumental entre mi orgullo y mi codicia. Estaba a punto de abrir la boca para rechazar el regalo, cuando Adela agregó apresuradamente:

—Es un préstamo, por supuesto. Mientras te compras uno nuevo. —Y con ello mi orgullo se hizo a un lado e hizo un gesto de "échele pa'delante"

—¡Guau, muchas gracias! ¡Acepto gustoso! —Mis manos volaron al teléfono y empecé a jugar con él inmediatamente—. Me sirve mucho... por mientras.

—¡Me alegro! Cuídalo ¿eh?

—Con mi vida.

Adela asintió con una sonrisa. Luego dirigió su atención al resto de las princesas, que nos miraban con cara divertida desde unos pasos más allá.

—Ehm... vamos a ir a la cafetería. ¿Te nos unes?

Lo consideré un segundo, pero la sola perspectiva de pasar media hora con ese grupito hacía que preparar un examen final pareciera atractivo en comparación.

—No gracias, no tengo hambre.

Adela asintió y se fue donde sus amigas, despidiéndose con la mano. Ellas comenzaron el comadreo casi inmediatamente, riéndose y dirigiendo miradas ocasionales en mi dirección, que me ponían los nervios de punta.

Preferí distraer mi atención con mi juguete nuevo. No hallaba la hora de ir a la sucursal de mi compañía a conseguir un chip de reemplazo. 

No imaginaba el modo en que ese teléfono afectaría el curso de mi vida.


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Próxima actualización: Miércoles 21 de agosto

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