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13 - Colega del infierno

Tal como habíamos acordado en una fría y lacónica conversación a través de mensajes de texto, Adela me esperaba después de almuerzo sentada fumando un cigarrillo en la amplia escalinata que bajaba al auditorio principal del campus. Otra razón más para detestarla: odio el tufo a tabaco.

Llegué hasta ella y me quedé de pie, pensando de qué manera dar inicio al largo proceso de evitar asesinarnos mutuamente durante los siguientes meses. Ella dio una última y eterna chupada a su cigarrillo mirándome con ojos entornados, casi como si intentara irritarme intencionalmente con esa acción. Su cilindro de tabaco se consumió hasta el filtro de una sola vez. Acto seguido, se puso de pie frente a mí.

—Y bueno. ¿A quién quieres que contratemos para que nos haga el trabajo? —dije, incendiando la pradera de inmediato.

Ella me lanzó una mirada capaz de derretir titanio y la acompañó con una bocanada de humo que ya se la quisiera un camión del año '50, disparada directamente en mi cara. Me puse a toser, asqueado.

—¡Ajjj! ¿Ese es el cigarro o tu aliento natural?

—Es para tapar tu olor. ¿Te vistes siempre con la misma ropa?

—Perdona, es que no todos tenemos un clóset de una hectárea como tú.

Me miró en silencio, con odio, por varios segundos. Luego cerró los ojos y rotó su rostro al cielo, inspirando y exhalando repetidas veces. Casi podía oírla contando mentalmente hasta diez. Aprovechando que no miraba, olí disimuladamente el cuello de mi chaleco. Necesitaba urgentemente una nueva muda.

—Mira, Villagrán...

—Villagra.

—Bueno, Villagra. Hagamos un trato. Tú y yo tendremos que trabajar todo el semestre juntos, así que tratemos de no hacer esto más desagradable de lo necesario ¿te parece?

—Me parece. Sino sería demasiado desagradable —dije, imitando su muletilla. Un ligero estrechamiento de sus labios me indicó que esta vez sí captó la burla.

—¿Te pa-re-ce? —insistió, con rostro serio.

—Okey, okey. Tratemos de mantener esto civilizado.

—Perfecto.

—Perfecto. Y ayudaría bastante que no mandes a tu novio a intentar pegarme.

—¡Yo no quería que Martín hiciera eso! Pero cuando supo lo que pasó en clases con Araneda decidió tomar el asunto en sus manos.

—Qué conveniente para ti como todo el mundo toma tus asuntos en sus manos.

Puso sus ojos en blanco y extendió su brazo hacia mí con la mano en alto.

—Para, ¿okey? Para. Paremos con esto o vamos a reprobar los dos.

—Sí, mejor.

Nuevamente nos quedamos en silencio. El ambiente estaba tan denso que llegaba a distorsionar la luz que lo atravesaba.

—Bueno ¿y por dónde partimos? —pregunté, para romper el hielo.

—Pues... para empezar, hay que elegir uno de los espacios públicos precarios que dibujamos. Tendrá que ser uno de los tuyos, porque a mí Araneda me marcó todos como malos. Puso que no eran precarios en absoluto.

Sonreí con sorna, había visto los dibujos de Adela y sabía perfectamente por qué Araneda no había quedado impresionado. Como buena habitante del barrio alto, conocía muy poco fuera de su sector y los espacios que había elegido, si bien no podían considerarse en absoluto buenos o bellos, seguían siendo infinitamente mejores que los que debía tolerar cualquier habitante de la periferia marginal.

—A mí me rechazó ocho, pero me marcó dos como buenos: La Plaza 19 de Octubre y el ex Mercado de Abastos Gregorio Salinas.

Ella asintió, pero su rostro dubitativo me dejó claro que no tenía idea dónde quedaba ninguno de los dos. El primero estaba cerca de mi casa y el segundo a las afueras del casco histórico de la ciudad.

—Pues habrá que elegir uno de esos. ¿Te parece que sea la plaza? —propuso, aparentemente eligiendo al azar entre ambas opciones.

—Me parece perfecto —respondí, calculando que no sería nada malo tener la locación de mi trabajo de Taller a pocas cuadras de mi hogar. Si volvía a vivir allí, claro.

—Okey, quedamos en eso. ¿Estás libre ahora, para que lo vayamos a ver? No me pude hacer una idea muy clara de cómo era a partir de tu dibujo. ¿Tiene un falo gigante?

—¿En qué quedamos con lo de no hacer esto desagradable?

—Te debía una. Ahora sí paro. —Debía admitir que esta chica, pese a su aspecto delicado y fina crianza, tenía una lengua muy afilada.

—Respondiendo a tu pregunta: sí, podría ir ahora.

—Perfecto ¿tienes auto?

—No —respondí secamente, para evitar lanzarle otro sarcasmo sobre nuestra diferencia de clases.

—Bueno, vamos en el mío —Sacó su teléfono y abrió la aplicación de mapa— ¿Cómo dijiste que se llamaba la plaza?

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Próxima actualización: Sábado 3 de agosto.

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