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Capítulo 5: Llamas


Llamas.

Llamas y humo cubrían la Hacienda Hirata, como si un dragón furibundo de rojo y negro descargara su castigo sobre aquellas tierras. Apenas habían pasado una o dos horas desde que el ataque comenzó, pero los gritos de terror y los ruidos de la batalla se habían reducido considerablemente. Las llamas ya alcanzaban la entrada principal, donde aún se escuchaban a los pocos soldados resistiendo el abrumador impetu de los atacantes.

Desde la altura de una enorme pagoda de cinco pisos, un hombre envuelto en una capa y con el rostro oculto por una máscara de demonio observaba lo ocurrido en completo silencio. Un nictibio, mandado allí para vigilar, reflexionaba sobre lo ocurrido, y cuanto más lo hacía, menos cosas tenían sentido.

Era una simple banda de ladrones, bandidos y saqueadores, mal armados y sin entrenamiento, por lo que los famosos espadachines de los Hirata deberían haber barrido el suelo con ellos incluso antes de que se acercaran, incluso contando con un guerrero de Taro y al famoso y terrible Juzo el Borracho entre ellos. La falta de soldados, sin embargo, transformó una victoria fácil en una terrible masacre. La mansión y la villa estaba defendida por novatos o ancianos, ninguno de los cuales esperaba un ataque. Los bandidos, en cambio, parecían estar bien preparados para un ataque de esta embergadura. Llegaron por el río, en barcas pequeñas y rápidas por la zona más fácil de atacar, avanzando veloz y atacando a los guardias en puntos estratégicos concretos, para luego dejar solo a unos pocos de los suyos encargados del saqueo.

¿Cómo era posible que aquel grupo de muertos de hambre conocieran el estado de la guardia? ¿Cómo era posible que supieran donde colocarse para emboscar a los soldados que trataban de repelerlos? ¿Cómo sabían donde estaba cada posible lugar de interés? Tantos factores dejaban pocas posibilidades a que fuera casualidad. Debían de haberse infiltrado en secreto.

O tal vez alguien les había dado información.

Sin otra cosa que poder hacer, el nictibio se levantó para irse. Debía informar de aquello a Lord Genichiro cuanto antes. Si aquello había sido un ataque premeditado, solo había una entidad que pudiera haberlo planeado.

- ¿A dónde crees que vas?- Dijo una voz a su espalda.

El nictibio se giró con un giro rápido. No había sentido ninguna presencia hasta aquel momento, pero un escalofrío recorrió su espalda al comprobar al propietario de dicha voz. Un hombre alto, completamente vestido de negro, con cordones rojos que le sujetaban las ropas en la cintura, mientras unos saquitos le colgaban de una cinta sobre el pecho. En la parte baja de sus piernas, las protecciones de acero poseían picos afilados en un lateral, mientras sobre la capucha que cubría su rostro se encontraba una banda de metal. Sin embargo, lo que más resaltaba era la tela que cubría su hombro izquierdo, hasta la cintura. Era una tela negra, surcada por estelas de un púrpura oscuro, algo dañada. En cuanto reconoció aquella indumentaria, la sangre del nictíbio se heló en sus venas.

- Una sombra del ministerio.- Sintió su corazón acelerar al pronunciar esas palabras.

La sombra se acercó un paso, tranquila y silenciosa, con sus ojos de depredador fijos en su oponente.

- Suponía que los Ashina habrían designado algún pajarraco de vosotros a observar a su rama menor, pero me decepciona que no hayas reparado en mi presencia hasta ahora. Con guardaespaldas así, el viejo Isshin tiene los días contados.

- Vosotros habéis causado todo esto.- Gruñó el nictibio.

- Así es. Y eso significa que no puedo dejar que te vayas.- La sombra respondió calmadamente, mientras su brazo derecho desenvainaba la katana que colgaba de su hombro.

El nictibio reaccionó con rapidéz, sacando dos de los característicos shurikens de los nictibios. Dió un amplio salto a un lado, lanzando los proyectiles a diferente tiempo. La sombra los desvió con suma facilidad, prediciendo correctamente, que aquello no era más que una burda distracción para permitirle a su presa descender de la pagoda y aterrizar en el suelo sobre el acantilado del rio. Antes de que el desdichado pudiera recorrer la mitad del camino, la sombra lo alcanzó, lanzando una patada giratoria a su rostro. El nictibio alzó sus armas para desviarlo, recibiendo aun así cierto daño por la patada, y dando una voltereta hacia atrás para tomar impulso, lanzó un contraataque desde arriba. Pero solo pudo cortar el aire. La sombra lanzó dos tajos seguidos mientras avanzaba con una velocidad imposible de seguir para el ojo no entrenado, logrando conectar el último en el costado del nictíbio, esparciendo su sangre por el suelo. El pobre shinobi apenas pudo alzar la guardia antes de que una serie de patadas cayeran sobre él, haciendolo retroceder más y más hasta el borde del acantilado. Una última patada, con la fuerza de un cañón directamente dirigida a su pecho, lo lanzó por los aires, esperando que la altura hiciera el resto.

Tras acabar con aquel shinobi, la sombra envainó su katana y volvió a lo alto de la pagoda, observándo nuevamente los fuegos que consumían la Hacienda.

- Ha sido fácil y sencillo. La información del Buho dió en el clavo.

~0~

Emma no entendía que estaba pasando. Hace apenas unas horas se encontraba terminando de ordenar unas cosas, pensando que por la mañana partirían en dirección al castillo Ashina, como habían acordado. Aquellas ideas habían causado que se quedara dormida, sin darse cuenta, solo para despertar ante la sensación de inquietud. Lo primero que le indicó que algo no iba bien fue el olor a humo y la insólita luz que llegaba desde el nivel inferior de la villa. Luego llegaron los gritos, los mismos gritos que había oido hacía tantos años, junto al entronchar de espadas y el ruido del acero hendiendo la carne y cortando los huesos. Había salido de la casa del nivel medio de la villa, solo para oir como la gente se alejaba corriendo y gritando "¡BANDIDOS! ¡BANDIDOS!". Emma volvió al interior de la casa y notó como su corazón se aceleraba. No había señales de que Dogen hubiera vuelto mientras ella estaba dormida, y la idea de que se encontrara con quien fuera que los estubiera atacando, solo, le provocó un nudo en las tripas.

Salió corriendo en dirección al gran camino principal, viendo como las flechas surcaban el cielo nocturno como aves de fuego, incendiando todo edificio en el que caían. Emma se apresuró a salir en dirección al puente que conectaba la villa con el bosque de bambú, pero su carrera fue coratada abruptamente cuando vio a un trio de bandidos que se giraron confundidos a observarla. A sus pies, los cadaveres de dos guerreros de Hirata y tres o cuatro aldeanos, todos con tajos terribles y mortales. Nada más posar sus ojos en Emma, los tres bandidos sonrieron con ojos perversos.

- ¿Pero que tenemos aquí? Un pajarito ha venido a alegranos la noche.- Silbó uno de ellos.

- Es muy hermosa. Seguro que le gustará al señor Juzo.

- ¿Y por qué dársela? No tiene que enterarse. Disfrutemos esta delicia nosotros mismos.

Los tres hombres se acercaron a ella, riendo y relamiéndose en su lujuria. Emma sintió el sudor correr por su frente mientras imágenes de su pasado brillaban en su mente. Ya había vivido aquella situación, ya había oido aquellas palabras y había visto aquellos ojos, pero no era lo mismo. No era una niña, no era una persona indefensa. Ya no.

Respiró y soltó un suspiro para calmar sus nervios y relajar su cuerpo. El primero de los bandidos, un hombre con bigote, una cabeza redonda y una katana vieja al hombro, alzó su mano en dirección a las ropas que cubrían su pecho.

- Quedaté quieta y no te haremos daño. Te enseñaremos como puede satisfacer un hombre a una mujer.- Rió el desgraciado, sin saber lo mucho que  lamentaría aquello.

En el momento en que la mano de aquel cerdo se cerró sobre la tela, Emma aferró y bajó el codo del hombre, desequilibrándolo y haciendo que incara una rodilla en tierra. Acto seguido, lanzó su mano derecha en un golpe fulminante con su nudillo corazón, directo a la nuez del bandido. El impacto lo dejó conmocionado y sin respiración, solo para que Emma tomara la vaina de su espada y le asestara un potente golpe en la sien. Tras esto, Emma tomó una postura de combate, encarando a los dos hombre que permanecían, boquiabiertos e inmóviles, entre ella y el puente. El más cercano, un hombre imberbe de rostro afilado y huesudo, salió de su shock para apuntarla con su arco y flecha, pero no pudo disparar antes de que su mano fuera destrozada por un golpe de la vaina de su amigo, fracturándole varios dedos. El grito de dolor que soltó fue interrumpido por otro poderoso golpe directo a su frente, con lo cual quedó fuera de combate. Dos habían caido, pero el tercero se avalanzó sobre ella, esgrimiendo una pesada hacha. Emma logro detener el golpe con la vaina, pero fue tan fuerte que esta se hizo astillas, obligándola a dar un paso atrás antes de que el maleante la golpera con reves de su puño.

- ¡Vas a pagar por esto, zorra!- Rugió el bandido antes de lanzarse contra ella, hacha en alto.

Emma no retrocedió. Con un movimiento de manos, atrapó la muñeca de su enemigo, lo hizo trastabillar y, como si contara con una fuerza sobrehumana, lo alzó en el aire de un movimiento para luego estamparlo contra la dura piedra del suelo. El hombre trató de levantarse, pero el impacto había sido demasiado, por lo que su cabeza pronto volvió a descansar sobre los escalones.

Emma respiró profundamente, calmándo su corazón agitado por la pelea. Debía agradecerle a Lord Isshin por las clases de esgrima y combate al estilo Ashina. Ahora, sin embargo, su mente volvió a mirar hacia la gran mansión, de donde su padre tal vez no había podido salir. Corrió escaleras arriba, rogando que Dogen estuviera bien, que hubiera podido ocultarse, que los bandidos no lo hubieran encontrado, que pudieran escapara de aquella pesadilla juntos. No podía perderlo, no a él.

Las lágrimas empezaron a aflorar en sus ojos a medida que subía, así como el calor empezaba a aumentar. Llegó al puente cercano al bosque de bambú. De repentente, una mano la aferró por la muñeca, deteniendo su carrera en seco y volviendo a ponerla en estado de alerta. Sin embargo, las ropas azules de la guardia de Ashina relajaron sus nervios.

- Señor Nogami.- Dijo Emma mirando el rostro duro del viejo soldado.

Gensai Nogami, uno de los más veteranos espadachines de la Hacienda Hirata. Sus ropas estaban manchadas de sangre, aunque podía ver que no era suya, sino que era la misma que la que goteaba de su espada, firmemente sugeta en su diestra. Su rostro, no obstante, denotaba el horror de la batalla, y su respiración agitada marcaba el esfuerzo que había hecho para llegar hasta aquel lugar. Junto a él estaba otro soldado al que Emma no conocía.

- Pensé que no quedaba nadie en la villa. Me alegro de que estéis a salvo. Venid, os llevaré a un lugar seguro.

-  Debo volver a la mansión. Aún queda gente allí.- Emma trató de volver a correr, pero Nogami la retuvo.

- Es demasiado peligroso. Algunos de los bandidos han ido hacia allí con su lider. Además, he visto un guerrero de Taro y algunos cazadores de shinobis rondando por el bosque. Venid, he conseguido sacar a unos pocos aldeanos y los he llevado más allá del puente de la entrada.

- Pero mi padre . . .- Emma trató de replicar.

- Yo iré a buscarle, no os preocupeís, pero necesito que vayaís con esa gente. Algunos de ellos están heridos y necesitan ayuda. Por favor.- Los ojos suplicantes del anciano se clavaron en los suyos.

Emma permaneció en silencio un momento. Miró hacia la mansión, ahora parcialmente incendiada por las flechas de los atacantes. Sintió como su corazón se estrujaba, intentando decidir que debía abandonar. Finalmente, soltó el aire que sus pulmones habían contenido hasta ese momento y volvió a mirar al señor Nogami.

- Debo ir con los pacientes, pero en cuanto termine de cuidarlos, volveré a buscar a mi padre.

Nogami sonrió con aprobación, reconociendo el refulgir de una voluntad inquebrantable en los ojos de aquella muchacha. Se giró hacia el soldado que estaba con él, el cual se había dedicado a montar guardia.

- Llevalá con los demás sana y salva. Luego, reúnete conmigo en la entrada principal.

- A la orden.

- Y no dudes en pedirle ayuda si hay complicaciones. Los tres tontos de más abajo pueden dar testigo de su fuerza.

Emma siguió a paso ligero al soldado de vuelta a la villa, girándose una última vez para ver la espalda del viejo samurai alejarse corriendo hacia la hacienda. Rogó desde lo más profundo de su corazón que pudiera salvar a su padre.

~0~

Los gritos lo habían despertado como a muchos otros, pero por suerte o por desgracia, Kuro se encontraba en lo profundo de la Hacienda, en la gran mansión. Tras la cena se había retirado a sus aposentos, acompañado por su guardián Inosuke, pero pronto había empezado a oir los ruidos de batalla que llegaban desde abajo. La madre de Inosuke, quien se había quedado con él para servirlo, temblaba como una hoja en una esquina mientras balbuceaba palabras de aliento, más dirigidas a ella misma que al joven amo. Inosuke, por otro lado, seguía de pie frente a la puerta, con la mano fuertemente apretada en la empuñadura de su katana, listo para combatir. A pesar de mantener la postura, sus manos temblaban visiblemente, su respiración era agitada y en sus ojos se notaba el miedo.

Kuro trató de distinguir los sonidos que venían de fuera de la carpa. Lo que más escuchaba era el crepitar voraz de las llamas, las cuales parecían acercarse a cada segundo, pero más lejano aún oía las risotadas de los bandidos y los gemidos de dolor de los moribundos. El choque entre aceros había enmudecido hacía tiempo, lo que indicaba que la Hacienda había caído irremediablemente. Por un momento se sintió tentado a hacer sonar el silbato de bambú y llamar a Lobo, pero no lo hizo. No estaba seguro de que pudiera venir a ayudarlo.

- Pa-parece que las cosas se han calmado un poco. Buscaré una forma de salir de aquí.- Dijo Inosuke con voz temblorosa, intentando sonar valiente. Avanzó hacia la puerta con cuidado, pegando la oreja para escuchar.

- ¡NO! ¡No, no, no y NO! Es demasiado peligroso. No puedes salir tu solo.- Dijo su madre, aferrándo su mano aterrorizada.

- ¡Tengo que proteger al señor! ¡Encontraré a Lord Kuroki y luego buscaré una forma de salir de aquí! Tal vez no hayan encontrado el pasadizo secreto en el pozo.

- ¡NO! No puedo arriesgarme a perderte.

 Inosuke la miró, con la congoja a punto de aflorar de su interior. Se arrodilló y tomó las manos de su madre entre las suyas.

- Madre, te prometo que volveré, Necesito que cuides del joven amo hasta que vuela. Buscaré a lord Kuroki y luego nos iremos de este infierno, te lo prometo.

 Su madre asintió, aún llorosa, y luego soltó su mano. Inosuke depositó con sumo cariño un beso en su frente y se levantó en dirección a la puerta. Kuro pudo ver como sus manos seguían tembalndo y como la respiración seguía agitada. No pudo evitar hablar.

- Inosuke.- Exclamó, haciendo que el guerrero se girara confundido.- Mantente a salvo.

- Sí, mi señor.- Respondió el joven antes de abrir la puerta con sumo cuidado, mirar el exterior y salir velozmente.

Pasó algo de tiempo desde que Inosuke se fue. Kuro no había oido ninguna agitación por parte de los bandidos, lo que le dio esperanza. La madre de Inosuke seguía en la esquina, ahora completamente quieta, abrazando sus rodillas, como si su mente se hubiera ido a otro lugar. Kuro paseó la vista por la habitación, mirando el futón recogido a un lado, los libros que tanto disfrutaba leer en su pequeña estantería, y las pequeñas velas que alumbraban la estancia, derramando un brillo amarillento sobre el futón, la estantería y . . .

Kuro detuvo su mirada en el único elemento que desentonaba en la habitación. Una pequeña mariposa blanca, reboloteando por la habitación, como si todo el caos que ocurría a su alrededor no significara nada. Aquella visión lo calmó, hasta el punto que el sonido del incendio cercano ya no le era perceptible. Y entonces, otra cosa llegó a sus oidos.

- ¿Kuro?

Aquella voz lo sobresaltó, solo para escuchar otra voz justo después.

- ¿Dónde estás, cielo?

 Kuro sintió como la respiración se le cortaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su boca se abrió en asombro.

- ¿Padre?- Respondió, intentando encontrar el origen de aquellas voces.- ¿Madre?

- Kuro~

Kuro abrió la puerta, encontrándose ante el pasillo que tantas veces había recorrido. El sol brillaba cálidamente, los pájaros cantaban en las ramas de los árboles, los sirvientes caminaban alegres en sus quehaceres y las mariposas volaban en todas direcciones. La tranquilidad se respiraba allá donde colocara la vista.

- Kuro.- Aquellas voces volvieron a llamarlo, haciéndolo girarse hacia un lado.- Ven, hijo.

Dos figuras estaban de pie en frete de él. Sus rostros, envueltos parcialmente en niebla, no le impidieron reconcer quienes eran. Kuro sonrió, con los ojos anegados en lágrimas, y corrió a abrazar a sus padres. Sintió como ambos lo abrazaban con ternura, como besaban su cabeza y su frente con cariño. Un cariño que llebaba demasiado tiempo sin sentir, una calidez que había añorado con toda su alma.

 Sus padres se levantaron y lo tomaron de la mano, guiándolo por los pasillos mientras las mariposas danzaban a su alrededor.

- ¿Dónde vamos?- Preguntó Kuro, emocionado por toda pequeña aventura de la que sus padres le hacían partícipe.

- Queremos enseñarte un secreto. Ya eres lo bastante mayor para saberlo, y puede que necesites conocerlo en el futuro.- Su padre lo miró con una sonrisa divertida y llevándose un dedo a la boca para susurrar.- Pero no puedes decirselo a nadie.

Kuro rio ante la mueca de su padre. Acompañó a ambos por los pasillos, con las mariposas bailando a su alrededor.

~0~

Su instinto nunca le había fallado. Nunca. Siempre que Lobo sentía que había algo mal con lo que le decían o lo que veía, había acertado.

Y esta no había sido una excepción. Se había alejado por las montañas, pero apenas unas horas después las columnas de humo habían empezado a alzarse desde la hacienda. Corrió lo más rápido posible, con la mente llena de preguntas. Era imposible que el Buho no hubiera visto a una panda de asaltantes acercarse, ni que no los hubiera despachado como la basura que eran. No entendía nada de lo que estaba pasando.

Bajó la montaña con agilidad felina, aterrizando cerca del puente que daba a una de las entradas. Habían pasado ya muchas horas desde que se había marchado, y aunque parecía que un grupo pequeño había cruzado el camino y se habían alejado de la Hacienda, el camino ahora estaba bloqueado. Seguramente los bandidos no habrían querido que se escaparan más personas. Se encaminó hacia el puente, pero un gruñido de dolor lo hizo girarse. Allí, sentado contra la pared de tierra, un nictibio se encontraba gravemente herido. Al notar su presencia, alzó la cabeza.

- Eres. . . El hijo del Buho.

- ¿Qué ha ocurrido?- Preguntó Lobo.

- Bandidos . . . en la Hacienda Hirata . . . Debes apresurarte . . . El Descendiente Celestial . . .- Sus últimas palabras fueron cortadas por su muerte.

Lobo giró la cabeza hacia la Hacienda. El humo y el fuego se habían reducido considerablemente desde que los vio en la colina. Frunció el ceño y se dirigió hacia el puente.

Nada de esto tenía sentido.


~~0~~

Aquí teneís el siguiente capítulo. Espero que os guste.

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