Capítulo 1: Hacienda Hirata
El aire viajaba tranquilo entre las hojas de los arboles y los tallos de bambú, mientras el ligero rumor del agua llegaba desde el rio que corría al fondo de los acantilados. Ningún pájaro trinaba, no se oían los sonidos lejanos de los trabajadores dirigiéndose a sus quehaceres ni los pasos y charlas habituales de los sirvientes en los pasillos. Todo estaba en silencio. El sol apenas asomaba tímidamente su cabeza por el horizonte y toda la hacienda dormía, a excepción de los ojos de unos pocos soldados y centinelas, atentos a cualquier movimiento.
Pero ningún ojo de samurái puede ver los movimientos de un shinobi que no desea ser visto. Sentado sobre uno de los tejados, haciendo guardia sobre la garita de su amo, un lobo observaba el horizonte, como si la visión de aquella luz apareciendo lentamente desde la tierra pudiera calmar su alma. Había pasado medio año desde que su espada se puso al servicio de su señor, y si tuviera que ser honesto consigo mismo, aquello parecía una burla por parte del Búho. En cuanto abrió la puerta y sus ojos se acostumbraron a la luz, no vio la imagen de un señor digno, joven y fuerte con rostro noble como le hubiera gustado, ni un saco de piel y huesos cascarrabias y altanero como esperaba, sino que vio a un niño. Un niño pequeño, que ni siquiera llegaba a los diez años y que le devolvía una mirada ligeramente asustada.
Se le había entrenado para mantener a salvo a su señor y hacer su voluntad, no para cumplir como niñera barata. Eso fue lo que pensó seis meses atrás.
Se alegró de estar equivocado.
Finalmente, Lobo soltó un suspiro y se levantó para prestar atención a la figura que había estado observándolo desde las sombras de uno de los pasillos exteriores. Bajó de un salto sin emitir un solo sonido y aterrizó en la pasarela que daba a los aposentos de su señor.
- No esperaba veros aquí- Dijo Lobo mientras dirigía sus ojos al extremo opuesto de la pasarela.
De entre las sombras surgió silenciosamente una figura fina y alta, de rostro gris y cabellos como la nieve, que lo miraba con ojos inexpresivos y fríos. Su andar denostaba la habilidad ganada en los años en su oficio, realizando movimientos gráciles y suaves que parecían no mover el aire a su alrededor, como si de una mariposa se tratara.
- Ya empezaba a pensar que no te habías dado cuenta.- Dijo la anciana mientras cruzaba los brazos.
- Me entrenasteis bien, Dama Mariposa. Lo suficiente como para que note que alguien me observa.- Respondió Lobo mientras hacía una ligera reverencia.
Los ojos de la anciana entonces disiparon en frio con una calidez extraña, al mismo tiempo que su rostro tornaba su inexpresividad en la mirada de una mujer mirando a su nieto. Dirigió una mano hacia la cabeza de Lobo, acariciando delicadamente sus negros cabellos.
- Sigues teniendo un poco de cachorro- Dijo la anciana suavemente.
Su mente aún guardaba los recuerdos del momento en el que el Búho le había pedido que convirtiera a aquel niño famélico y vacío en un shinobi, y así lo hizo. Durante varios años, lo atormentó con ilusiones, lo hizo desfallecer del hambre y lo llevó al borde de la muerte y la locura, pero pronto vio como aquel rorro no estaba tan verde como esperaba, y miró asombrada como devoraba con avidez todos los desafíos. Ahora tenía delante de ella un lobo hecho y derecho, aunque aún notaba que le faltaba un poco. Necesitaba liberarse de aquello que le aprisionaba, fuera lo que fuera.
- ¿Qué haces que no estas con tu amo?- Preguntó mientras retiraba la mano.
- Mi señor está bien. Su respiración es tranquila y sana, y no hay movimiento ni olores extraños en su habitación.-
- Bien.-
- ¿Por qué habéis venido aquí?- Preguntó Lobo alzando la mirada.
- Por tu padre. Al parecer quiere hablarme sobre cierto asunto, pero como siempre ha mantenido todo en el más absoluto secreto.-
Lobo arqueó una ceja extrañado ¿Qué quería hacer el Búho que tuviera que necesitar a la Dama Mariposa? Siendo un Gran Maestro Shinobi, necesitar de otra persona de ese rango no era buena señal.
Su conversación se vio interrumpida por el sonido creciente de la casa. El sol había salido por completo y todos empezaban a moverse, por lo que era mejor volver a las sombras. Notó como la presencia de la Dama Mariposa desaparecía tan pronto como giraba la cabeza, y percibió como las tablas de madera traían la vibración de unos pasos que conocía bien. Se colocó en un lado de la puerta y se arrodilló para recibir al patriarca del clan Hirata, el cual venía con paso presto pero tranquilo. Lobo se echó a un lado de la puerta de la garita y colocó una rodilla en tierra, bajando la cabeza.
- Lord Kuroki.- Dijo mientras el hombre aparecía por el pasillo.
- Espero que mi sobrino esté bien, shinobi.- Dijo el hombre con tono serio.
- Así es.-
- Bien. Hoy tengo que reunirme con algunas personas importantes, así que no quiero que Kuro esté aquí. Vigila que no pase nada mientras está fuera.-
Lobo asintió con la cabeza mientras el hombre continuaba su camino. Siguió al hombre con la mirada hasta que desapareció por una esquina, momento en el que pudo soltar el gruñido que había reprimido. Hablar con ese hombre le hartaba y le daba mala espina, aunque no sabía por qué, pero su olfato no le decía que fuera de fiar.
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- ¡Lord Kuro, por favor no corra tanto, se va a caer!- Dijo el joven guerrero mientras iba tras su señor.
- ¡Vamos, Inosuke! Quiero ir a ver si los mercaderes han traído esos petardos que me gustan.- Exclamó el joven señor mientras corría escaleras abajo.
- Dejalo, Inosuke. Es normal para un niño de su edad.- El viejo guerrero trató de calmar a su subordinado.
- ¿De verdad es buena idea dejarlo, señor Nogami?-
- No te preocupes. Somos tres pares de ojos vigilandolo atentamente.-
- Pero señor, si solo somos dos aquí.- Dijo el joven, mirando a su alrededor sin entender las palabras de su superior.
El viejo Nogami ignoró la confusión de Inosuke para alzar la mirada hacia los árboles. No podía verlo, pero sabía que estaba allí. Lobo miraba desde las alturas al joven señor jugueteando, hablando con los aldeanos y riendo. Una ligera elevación podía verse en sus comisuras mientras lo veía disfrutar de su inocencia. De vez en cuando el niño hacía sonar un silbato de bambú, a cuyo sonido Lobo respondía con su propio silbato, solo para hacerle saber que estaba allí, que lo veía. Kuro hizo sonar su silbato y escuchó atentamente, inmóvil, hasta que oyó un silbido idéntico. Sonrió alegremente y volvió a corretear por la amplia calle principal, seguido por Inosuke y el señor Nogami, que mantenían el ritmo como podían.
- !Oh vaya! Pero si es el joven amo ¿Cómo le va?¿Mi hijo Inosuke le está cuidando bien.- Dijo una anciana mientras miraba a los soldados.
- Madre, no moleste al joven amo.- Se quejó el aludido.
- ¿Sabes si han traído esos petardos que me gustan?- Preguntó Kuro con ilusión.
- Lo lamento, joven amo, pero esta vez no han traído, pero si que han venido unas personas interesantes.-
- ¿En serio? ¿Quiénes?-
- Un par de médicos. Creo que eran padre e hija. Parece que han venido para servir aquí durante una temporada, y estamos de suerte, porque uno de ellos es el famoso Dogen.-
A pesar de la distancia, aquellas palabras llegaban nítidas a los oídos de Lobo. El gran médico Lord Dogen era alguien que del que todo el mundo había oído hablar. Un medico casi milagroso, que había servido durante mucho tiempo a señores como los Ashina, y que ahora venía a la hacienda Hirata. Lo que no sabía era que tenía una hija. Aprendices sí, varios de hecho ¿Pero una hija?
El resto del día continuo sin incidentes, hasta que la luz del sol empezó a ocultarse por el horizonte, momento en el que los dos guerreros volvieron a la mansión escoltando a la madre de Inosuke quien llevaba al joven amo dormido a su espalda. Los tres dejaron al niño en su habitación tras informar a su tío de su estado, y pronto un día más acabó en la hacienda Hirata.
Dentro de la oscura habitación, tan solo se mantenían encendidas las lenguas flamígeras de las velas y los leves destellos de los inciensos, siendo el único sonido perceptible el de la respiración calmada del niño. Pero pronto, las velas se apagaron, y unos extraños correteos empezaron a oírse por las paredes y bajo el suelo.
Como si fuera alzado por el aire, uno de los tatamis se desprendió del suelo en extremo silencio, dejando ver un hueco entre las maderas, y un par de ojos pequeños que vigilaban.
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Aquí está el siguiente capítulo. Espero que os guste.
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