Prólogo.
Una pincelada de color se reflejó en mis orbes cafés la madrugada en que nací. Fue un día común, de esos a los que llaman rutinarios y en los cuales no se escuchan más que quejidos pesarosos de aburrimiento emitidos por infantes y adolescentes desahuciados de la vida.
No es que tenga algo en contra de ellos, solo que nunca quise que mis días fueran de esa forma; desolados y quietos como lo eran las personas a mi alrededor.
Mi sola presencia fue, no, es calmada. No soy de las que habla hasta dejarse la lengua y que luego necesite tratamiento de rehabilitación por no poder moverla. Me gusta la tranquilidad, más no la soledad.
Sin embargo, me dejé llevar...
No supe cuando o cómo el ambiente exterior me envolvió en su cruda oscuridad y me abandonó a mi suerte. Me alejé de todo y de todos, incluyéndome en la larga lista. La mayor parte del tiempo no sabía quién era, donde estaba o cual era mi nombre. Solo sabía que me llamaban Ginebra.
Les doy la bienvenida a esta nueva lectura. Nunca había escrito sobre este tema así que espero les guste, leeré y responderé sus comentarios. Las quiero.
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