6. Extrañar ☑
Al entrar en la casa, lo primero que mi tía me mostró fue la sala y la cocina. Al entrar, se podía observar un pasillo largo y tres puertas al final. Antes de esas puertas, había dos entradas a cada lado. A la derecha estaba la sala de estar; el piso y las paredes eran de madera. Había dos sofás grandes, uno frente al otro, de color blanco. Por un momento, temí por ellos porque parecían fáciles de ensuciar. También me pregunté si eran nuevos, ya que estaban sorprendentemente blancos y limpios.
En medio de los sofás había una mesita de madera de color crema sobre una alfombra gris oscuro. En el centro de la sala, pegada a la pared, había una elegante chimenea negra. A ambos lados había pequeñas repisas con muchos libros, algunos incluso en idiomas que no podía identificar. También había un cuadro en cada lado; el de la derecha era una pintura que, al principio, no entendía más allá de lo bonita y bien pintada que estaba. Luego me di cuenta de que era un retrato de la casa, como estaba originalmente. No pude ocultar mi expresión de asombro.
—Nunca me gustó mucho el estilo de la casa antes. Crecí aquí y claro que le tengo cariño, pero siempre quise que mis padres hicieran algún cambio. Nunca pasó —empieza a contarme mi tía, riendo un poco con nostalgia. —Ahora la casa es mía y después de tantos años viéndola igual, incluso cuando ustedes vivieron aquí... Finalmente, el cambio que tanto anhelaba de joven se ha hecho realidad. Pero me di cuenta de algo cuando quitaron la puerta para cambiarla por una que me gustara; ¿Sabes qué fue? —me pregunta y yo niego con la cabeza.
Ella entra a la sala y pasa detrás del sofá de la derecha hasta llegar al cuadro con la pintura de la casa de dos pisos de color chocolate, blanco y amarillo en medio del bosque, con el sol asomándose detrás, dándole un resplandor casi mágico.
—Me di cuenta de que, al final de cuentas, no quería cambiarla de verdad. Solo quería que permaneciera como estaba, con algunos retoques de pintura o cambios en lo que estuviera dañado -dice, mirando la pintura con ojos anhelantes y tristes.
—Pero la cambiaste —no era un reproche, solo curiosidad, sin entender bien lo que trataba de decirme. Sus palabras decían una cosa, pero su actuar fue otro.
—Sí, la cambié —admite derrotada —pero fue por un motivo cobarde... Al final me convencí de que el cambio absoluto era lo correcto, porque sabía que viviría atormentada aquí si todo seguía igual, añorando momentos y personas que jamás volverán —mi tía avanza hasta llegar al frente del cuadro de la izquierda y yo me muevo un poco para poder verlo.
Mi respiración se detiene al contemplar una foto familiar dentro de un marco blanco. La foto parece un poco vieja, con manchas en los bordes, pero el contenido principal permanece intacto. En la foto hay un hombre y una mujer en cada esquina con una gran sonrisa en el rostro. En medio de ellos, hay dos chicas idénticas con grandes sonrisas, como si fuera el mejor día de sus vidas. Ambas llevan togas y sombreros de graduación negros; la chica de la izquierda tiene la toga abrochada y está abrazada por su madre, mientras que la de la derecha tiene la toga abierta, mostrando un hermoso vestido rosado que le llega por encima de las rodillas. Ella abraza a su padre, quien le devuelve el abrazo. Todos miran a la cámara con felices sonrisas, y se ven tan unidos. Una verdadera foto familiar, de esas que crees que no existen o son fingidas. Esta no lo es.
—¿Puedes adivinar quién soy yo y cuál es tu madre? —me pregunta mi tía con cariño al verme contemplar la fotografía tan fijamente.
Miro entre mi tía y la foto familiar. Ella no ha cambiado mucho, más allá de verse más adulta, con pequeñas arrugas alrededor de los ojos por la vejez. Pero todo lo demás sigue igual. Verla así me hace imaginar a mi madre viva, viéndose igual si hubiera tenido la oportunidad de vivir y envejecer.
—Es... —empiezo a decir, pero soy interrumpida por el sonido de la puerta abriéndose y la voz de un hombre.
—Ya terminé de limpiar todo, o eso creo. De seguro algunos papeles se me han escapado por el viento. También traje el equipaje —entra Harry con mis dos valijas en cada mano. —¿Ya le diste el recorrido? ¿Qué te parece la casa, Aline? ¿Crees que hay que cambiarle algo? A veces Astrid y yo sentimos que le falta algo, pero no sabemos qué es. Si tienes alguna idea, puedes compartirla con nosotros —Harry me ofrece una gran sonrisa y yo asiento con la cabeza, algo aturdida por su parloteo.
—Aún no he terminado de enseñarle todo. Apenas habíamos iniciado, de hecho. Nos entretuvimos aquí.
—Ah, está bien —responde Harry un poco dudoso, intercambiando miradas entre Astrid y yo, como si entendiera perfectamente la situación. —Bueno, dejaré tus cosas en tu habitación. Ustedes tómense su tiempo -nos sonríe y se va por el pasillo.
° ° °
El resto del recorrido fue más rápido. Del otro lado de la sala había otra entrada que daba a la cocina. Al entrar al pasillo, se podían ver tres puertas: dos a la izquierda y una a la derecha. La primera a la izquierda daba al baño de invitados; la puerta siguiente era la habitación de mi tía con su novio. La última puerta a la derecha era mi habitación. Me dijo que se había mudado de habitación al enterarse de que yo quería venir.
Me sentí muy avergonzada y culpable por haber causado que se cambiara de habitación. Además, mi habitación era un poco más grande e incluso tenía un baño propio. Por más que me negué a aceptarlo, ella me insistió en que yo necesitaba privacidad y que quería que me sintiera cómoda. No pude discutir mucho más, así que cedí y entré en mi nueva habitación.
Era de color azul oscuro, un poco grisáceo, con partes blancas. Se notaba que el color favorito de mi tía es el azul. La cama estaba a la izquierda, cerca de la ventana que daba al patio trasero. A cada lado de la cama había pequeños escritorios de madera, cada uno con una lámpara encima. La cama se me hizo muy grande para mí sola, pero se veía muy cómoda, así que no voy a ponerme exigente. Mi tía ya ha hecho mucho por mí, aunque no se lo haya pedido.
Me acerqué a la cama y me senté mirando por la ventana. Había muchos árboles alrededor y el césped estaba bien cortado. El movimiento de los árboles a causa del viento exterior era hipnótico. Me levanté, abrí la ventana para que entrara el aire y respiré profundo.
Esto era lo que necesitaba.
Aún no sé cuál será mi siguiente paso o lo que quiero, pero esto se siente bien. Volver se siente correcto.
° ° °
—¡Hola cariño! ¿Ya te has instalado? ¿Te gusta allá? —pregunta papá en el teléfono. La recepción no era muy buena cuando estaba en la estación de tren, lo que me preocupó un poco, pero al llegar aquí la señal ya era aceptable. Aproveché para llamarlo.
—Sí, todo se ve hermoso. Donde sea que mires hay naturaleza rodeándote —le conté feliz de poder hablar con él.
—Se oye como el lugar ideal para relajarse y pasarla bien.
—Sí... El cambio de aires es extraño pero reconfortante —dije honestamente. Hubo un pequeño silencio de su parte, pero decidí hablar cuando escuché que iba a decirme algo. —¡Oh! ¿Sabías de toda la remodelación que le hizo la tía Astrid a la casa?
—Sí, tu tía me había estado mandando fotos pidiendo consejos para algunas cosas durante el proceso. No he visto el resultado final, pero estoy seguro de que quedó muy bien.
—Le quedó muy bonita. Es más pequeña, pero está bien para ella ya que no tiene hijos. Además, tiene suficiente espacio alrededor si decide ampliarla en el futuro —comenté, bajando un poco la voz al preguntar lo siguiente —Oye, papá, ¿sabes algo del novio de mi tía?
—¿Novio? ¿Astrid tiene un novio? —preguntó sorprendido.
—Sí. Pensé que lo sabías. Me sorprendí mucho cuando los vi... —casi digo la parte en la que se comieron las caras frente a mis ojos, pero preferí omitir esa incómoda información. —Parece un poco más joven que mi tía, pero es amigable.
—Vaya, estoy realmente sorprendido. No tenía idea de que estuviera con alguien. ¿Viven juntos?
—Parece que sí... Incluso actúan como una pareja de recién casados que acaba de volver de la luna de miel.
—¿Y tú cómo vas a saber cómo actúan una pareja de recién casados? De milagro te han durado las novias —escucho la voz de Aled a través del teléfono.
—¿Ahora te dignas a aparecer? ¿Ya se te pasó el berrinche porque me iba? —lo molesto en venganza.
—Ja. Ja. Muy graciosa mi hermanita. Aquí nadie está llorando por ti. Incluso haré una fiesta en honor a que me adueñaré de tu habitación —ahogo un grito ante sus palabras.
—¡Aled, ni siquiera se te ocurra tocar algo! ¡Te cortaré las manos cuando te vea! —lo último que escucho es la pésima risa malvada de mi hermano y mi papá carcajeándose en el fondo por nuestra pelea. Aled corta la llamada al segundo, dejándome con mis quejas en la boca.
Estúpido Aled.
Los voy a extrañar.
° ° °
Han pasado horas desde que llegué. La comida de bienvenida de ayer fue excelente. Mi tía preparó espaguetis con una salsa de tomate deliciosa, y su novio, Harry, horneó un pastel de vainilla con chispas de chocolate. Comí tanto y todo estuvo tan bueno que me salté la cena, ya que todavía me sentía llena.
Repetir otro trozo de pastel una hora antes de la cena tampoco ayudó.
Así que terminé acostándome temprano, pero eso no significa que me dormí de inmediato. No fue así. Pasé horas revolviéndome en la cama, yendo al baño para lavarme la cara, y de vuelta a la cama, sentada o acostada, mirando a través de la ventana la oscura noche y el desolado bosque que, de alguna manera, me reconfortaba.
Todo se veía tan oscuro y aterrador, como sacado de una película de terror, pero, de algún modo, sabía que estaba bien, a salvo, y que nada me haría daño. A lo que más le temía no estaba en la realidad, sino en mis sueños... en mis pesadillas.
Cada noche es una tortura para mí. La hora de dormir es una pesadilla tras otra, literalmente. Desde la muerte de mamá, he tenido estas pesadillas que me hacen despertar gritando, sudada o sin voz, cuando lo que más deseo es poder gritar para pedir ayuda.
Aquí no fue una excepción. Lo supe cuando desperté sobresaltada, llena de sudor. Por un momento, no podía moverme y temí haber desarrollado parálisis del sueño, pero luego me di cuenta de que la razón por la que no podía moverme era que tenía el cuerpo entumecido al haberme quedado dormida sentada en el suelo, debajo de la ventana.
Respiro profundamente para calmarme y evitar entrar en pánico. Poco a poco siento mis extremidades cobrar vida. Cuando muevo el cuello, solo siento dolor y tensión. Levanto mis brazos de mis rodillas, que tienen marcas rojas por haberlo usado como almohada para mi rostro, y estos caen frágiles y flácidos a los lados. Jadeo un poco por el dolor al dejarlos caer sin más en el suelo, pero no puedo hacer mucho al no tener suficiente fuerza.
No solo no pude dormir bien, sino que también me siento extremadamente cansada, como si no hubiera dormido en absoluto.
Por un momento, extraño mucho mi casa, y cómo papá, conociendo mi situación, siempre venía a verme cada mañana para asegurarse de que estuviera bien o para consolarme cuando una pesadilla me dejaba mal.
Lo peor es que nunca recordaba las pesadillas. Al despertar, solo recordaba la oscuridad, la sensación de miedo y pánico, de querer escapar, y una sonrisa siniestra entre sombras y humo.
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