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➡Capítulo 10: Mi cuerpo en manos de una demente

Al día siguiente Camila fue a buscarme en el café. Yo aún estaba molesta, tal vez demasiado, pero no fui capaz de ignorarla.

— Normani quiere verla, Señora Luna —Me comentó con alegría. En su rostro no había arrepentimiento, y creo que me molestó aún más el darme cuenta de que no iba a disculparse. O eso creí.

— Bien —Contesté con frialdad. No quería hacerla llorar nuevamente, pero tampoco deseaba hacerle pensar que sus acciones me habían gustado.

— ¿Vamos? —Me animó mientras me tomaba la mano. De inmediato la alejé, pero solo para volverlas a juntar porque creí que estaba siendo demasiado dura. Luego pensé que había sido demasiado blanda y repetí todo tres veces.

Mi mano acabó junto a la suya, tal y como debía ser.

— Aun debo terminar de trabajar, Camila —Quería que el uso de su nombre y no su apodo le diera una pista sobre mi estado de ánimo, pero ella parecía estar demasiado ocupada pensando en nubes coloridas.

— Pero Normani quiere verte...

Mordí mi labio inferior, pues sabía que la señora Johnson pronto llegaría para que yo pudiera tomar su pedido. No es que tuviera un enorme deseo de escuchar su constante charla sobre el infierno, el pecado y lo muy mal que estaba mi enamoramiento por Camila, pero mi cabeza tenía una lista de tareas que se negaba a incumplir.

Aun así, al ver los ojos esperanzados de Camila, algo me alentaba seis veces a marcharme.

— Lauren, la señora Johnson te espera —Nos interrumpió Dinah con cierto malhumor. Su mirada jamás se dirigió a Camila, lo cual me dijo que prefería ignorar su existencia—. Dice que ha traído nuevos versículos para ti que debes leer.

Rodé los ojos dos veces, pues odiaba su fanatismo religioso. Por supuesto, al contener números sus recomendaciones, no podía evitar leerlas, pero al hacerlo solo me convencía más en que todos mis sentimientos eran los correctos.

— Lauren, por favor —Suplicó Camila, quien no soltaba mi mano.

Yo tampoco quería que lo hiciera.

— No te atrevas, Lauren. Si te marchas tendrás algún tipo de ataque y seré yo quien tenga que buscarte —Aquello, por parte de mi mejor amiga, se sintió como una amenaza—... Como siempre —Gruñó.

Y me dolió escuchar sus palabras.

— Si te molesta no debes hacerlo —Le dije fríamente—. No te obligo a nada, Dinah.

— No me molesta.

— Eso parece —Contraataqué, y mi enojo con Camila no era nada comparado con el que sentía hacia ella en ese momento— ¿He sido un estorbo para ti todo este tiempo?

— Lauren...

— La señora Luna se ve caliente al estar enojada —Comentó Camila a Dinah en medio de aquella discusión, pero ambas decidimos ignorarla.

No era tiempo de locuras.

— No debiste haber hecho todo eso por mí, Dinah —Una lágrima resbaló por mi mejilla, y ésta contenía enojo, tristeza y una amistad que dudé recuperar. Camila la limpió por mí—. Yo podría haber superado todos mis problemas sola. No te necesitaba.

Y supe que había estado mal decirlo en cuanto estas once palabras salieron de mi boca.

Cuando una mano impactó contra mi mejilla no me sorprendí. Me lo merecía después de todo.

— No golpees a la señora Luna —Advirtió Camila, quien se colocó de inmediato frente a mí. Su mano no soltaba la mía, la cual estaba temblando debido a lo que estaba sucediendo. A nuestro alrededor todos los clientes nos miraban.

Valoraba el intento de Camila de protegerme, pero mi cabeza me repetía una y otra vez que me merecía una bofetada más.

La tensión entre nosotras no desapareció cuando Ally llegó hasta nosotras. Adam estaba más atrás reacomodando sus gafas de montura y mirando a la pequeña como si se tratara de una heroína.

— ¡¿Qué sucede aquí?! —Estaba susurrando, pero podía notar que estaba incluso más enojada que yo.

— Lauren debe ir a comer con Normani porque se siente sola —Se apresuró en responder Camila, quien se ganó una mirada repleta de ternura por parte de Ally.

Ella nunca podría haberse enojado con Camila.

— Ella no irá a ninguna parte —Se negó Dinah—. No contigo, porque estás loca —Continuó, y sus palabras buscaban herirla.

— ¡Gracias! —Le dijo Camila con una sonrisa, y parecía haber escúchalo el halago más hermoso del mundo.

— Dinah, no te atrevas a hacerle daño. Daño. Daño... —Repetí la palabra doce veces, y es que deseaba hacerle entender que Camila era intocable.

— Está bien. Basta —La voz de Ally sonaba firme, y a nuestro alrededor los clientes comenzaban a murmurar sobre su muy impresionante autoridad—. Ambas se irán a casa, pensarán en lo sucedido y vendrán mañana con una sonrisa en el rostro ¿Entendido?

— Pero mi rutina... —Comencé yo.

— Se irá con Camila, Ally —Se desesperó Dinah.

— ¡Si! —Gritó Camila con emoción.

Ally rio un poco ante esta última reacción, pero cuando nos miró no había señales de diversión en sus pupilas.

— ¿Entendido?

Ambas asentimos, pues sabíamos que no habría forma de hacerla cambiar de opinión.

— ¿Te interesa ganar algunos dólares hoy, Adam? —Interrogó mi jefa al adolescente que, a sus espaldas, suspiraba por ella.

Asintió con tanta brusquedad que creo haber escuchado un par de crujidos.

Pocos minutos después Camila me arrastraba con prisas a las afueras del Body Rock Café, aunque tuve que volver tres veces para devolver el delantal y escuchar la campanilla.

— Dinah no quería golpearte. Lo vi en sus ojos —Intentó reconfortarme Camila mientras abría las puertas de aquella vieja casa en la que vivía—... Y tú no querías decirle que no la necesitabas. Lo vi en tus ojos.

Y aquella chica loca tenía razón.

Al entrar a la casa llamamos a Normani seis veces, pero ella no respondió. La buscamos en la cocina, lugar en el que usualmente se encontraba, pero tampoco estaba allí. Su habitación estaba vacía, y debo admitir que comencé a asustarme.

— ¡Ya lo sé! —Se rio Camila de sí misma, y quise gritarle al escuchar este sonido. En mi mente miles escenarios de Normani muriendo habían aparecido— Mani ha ido al médico. Me lo dijo ayer, pero yo no la escuché porque estaba llorando por ti.

Su oración me alivió, pero también me dolió.

Tal vez Camila Cabello tenía la capacidad de hacerme sentir de todo un poco.

— ¿Aun tienes hambre? Yo sí, y quiero comer contigo. Los pajarillos me dijeron que eso hace la gente que se gusta mucho, y tú me gustas mucho.

Una sonrisa inmediata apareció en mi rostro, y le dije seis veces que ella me gustaba también. Había olvidado toda la furia que sentía debido a lo sucedido el día anterior, tal vez porque enojarse con esos ojos iluminados era un trabajo imposible.

No me llevó a la cocina, sin embargo. Ella solo tomó mi mano y me guio al jardín, el cual estaba repleto de flores marchitas. En medio de éste había una tienda de campaña bastante desgastada, la cual le pertenecía.

— ¡Hola roca! ¡Hola pajarillos! —La roca permaneció callada y los pajarillos se fueron, pero la sonrisa en su rostro creció aún más.

Besé su mejilla dos veces, pues no pude resistirme ante tal cantidad de ternura.

— Eres linda —Ella se sonrojó ante mis palabras, lo cual me encantaba—. Muy, muy, muy, muy, muy, muy linda.

Y creo que la dejé sin palabras.

De la mano entramos a su tienda, la cual definitivamente le pertenecía. Había una pequeña lona en el suelo, y a los alrededores podía ver fotografías de sus viajes y recuerdos que ningún coleccionista habría pagado por tener, pero que para ella eran tesoros.

— Eso de allí es el borde de una pizza que comí en Italia —Me contó mientras señalaba un frasco bastante protegido con un trozo mohoso de pizza dentro—. Esa era nieve de la Patagonia, pero se derritió y ahora es agua de la Patagonia. Esas de allí son las semillas de una manzana que me comí al viajar hasta acá, y ese de allí es algún tipo de dulce japonés asqueroso que me regalaron cuando fui. Y ese...

Escuché cada una de sus palabras, y con asombro observé su inmensa colección. Sus ojos se iluminaban al hablar de sus aventuras, e incluso me regaló un diente de tiburón que había encontrado en una isla que yo nunca había escuchado.

Cuando me ofreció una lata de atún para almorzar no me negué, pues ella prometió conservar mi lata como una de sus más preciadas reliquias.

Cuando terminé ella se sentó en mi regazo y me miró a los ojos, lo cual me obligó a respirar hondo tres veces.

Creí que ella se había vuelto aún más loca de lo usual.

— Lamento lo de ayer —Se disculpó finalmente con sinceridad mientras acariciaba mis orejas. No sé por qué lo hacía, pero no la detuve—. Mani habló conmigo al llegar. Ya sé lo que hice mal. Buscaré otros trabajos. Lo siento.

Pero ella ya estaba perdonada.

— Camz...

— Me gustan tus ojos, Lauren. Me gusta tu cabello, tu piel, tu nariz, tu boca, cada una de tus pecas, tu cuello, tus clavículas, tus costillas, tus manos, tus dedos, tus piernas, tus rodillas, tus pies, tu ombligo, tu espalda. También tus números, tus palabras, tus susurros, tus gruñidos, tus risas, tu llanto... Me gusta todo de ti, Lauren. Lo que veo y lo que no —Mis ojos fueron cubiertos por una capa de lágrimas que amenazaba con salir, y es que jamás sesenta y seis palabras se habían sentido tan bien en mi cabeza— Me gustas y buscaré trabajos más difíciles por ti, porque no estoy dispuesta a perderte. Tu corazón es el único lugar donde quiero quedarme para siempre.

Y ya no me quedó nada más que besarla, pues solo de esta forma podría pobremente equilibrar el más precioso de los discursos que jamás había escuchado.

Ella se aferraba a mi cabello mientras yo rodeaba su cintura. Nuestros labios bailaban algún tipo de canción que seguramente ella había escuchado en un extraño país donde todo era perfecto, y nuestros suspiros indicaban que aquel no sería el último de nuestros besos.

Cuando nos separamos la besé cinco veces más, y aun después de todo eso no creí que fuera suficiente.

Ella me devolvió el beso trece veces, su número favorito del día, tal vez porque creía lo mismo que yo.

Cuando comenzó a besar mi cuello puedo jurar que me volví loca, e incluso más cuando llevó mis manos a su trasero, permitiéndome jugar con él de cualquier forma que a mi cabeza se le ocurriera.

Volví a la realidad cuando sentí sus manos temblorosas tirar de mi camiseta.

— ¿Qué haces? —Pregunté entre jadeos.

Cuando la miré a los ojos supe la respuesta, pues había visto miradas parecidas muchas veces. Parecidas porque nunca había visto cariño en ellas.

— Te estoy quitando la camiseta —Se rio de mí, y es que era obvio.

También era obvio, en mi cabeza, que aquello estaba mal.

— No. No. No... —Me negué seis veces, pero no se terminaba de sentir bien, así que lo repetí seis veces más. Fue incluso peor— Es muy pronto, Camz.

— Pero debo darte lo que has pagado, Lauren.

Cuando recordé el dinero que le había dado la noche anterior lo entendí todo, y puedo jurar que se sintió terrible.

— No quiero que te entregues a mí por dinero, Camz —Aunque mi interior estaba hirviendo no quería que nuestra primera vez fuera así. Yo jamás había estado con una chica y ella jamás había estado con alguien que la quisiera, así que no podía permitir que el dinero arruinara nuestro momento—... Si vamos a hacerlo quiero que sea porque ambas lo deseamos. Nada de dinero.

— Pero Lauren... —Parecía decepcionada.

— No, Camz. No lo hagas más difícil. Por favor, por favor, por favor... —Se lo rogué trece veces, pues tal vez así me entendería.

Ella no se apartó. En realidad, me besó, y ese beso fue mucho mejor que los anteriores.

— Puedes tener tu dinero de vuelta —Dijo contra mi cuello mientras mordisqueaba mi punto débil, haciéndome gemir bajo su toque. Mis ojos estaban cerrados, y es que ella era una maestra en el arte del juego previo—. Yo te quiero a ti.

Y ya, sin poder resistirme, le permití quitarme la camiseta.

Con sus uñas trazó un recorrido desde mi cuello hacia la parte superior de mis pechos cubiertos por un sujetador blanco que yo jamás habría considerado sexy. Una sensación de cosquilleo descendió a la parte baja de mi abdomen, y es que cada vez que Camila me tocaba lo hacía con maestría.

No me di el tiempo de preguntarme como lo había aprendido, pues quería ignorar la respuesta que ya conocía.

Conté dos de mis gemidos antes de darme cuenta de que ella había retirado mi sujetador y jugaba con mi pecho con necesidad mientras se removía inquieta sobre mis piernas, y es que el calor en aquella tienda de campaña amenazaba con incendiarlo todo.

La ayudé a quitarle la camiseta mientras ella, con desesperación, se apresuraba a mordisquear mis pezones. Ahogué un gemido cuando me di cuenta de que ella no llevaba sujetador.

— No te contengas, Lauren. Nadie va a escucharte.

Y su voz al decir esto sonó tan ronca que sentí que iba a tener un orgasmo en ese mismo instante.

Retiramos el resto de nuestras prendas con desesperación. Ambas estábamos sudando, jadeando e intentando dejar marcas en el cuerpo de la otra.

Cuando su mano comenzó a bajar por mi abdomen, el cual se tensaba ante su contacto, supe que no habría vuelta atrás.

— Mírame, Camz —Supliqué con voz temblorosa mientras ella jugaba conmigo, tentándome cada vez más. En su rostro había una sonrisa traviesa, y es que sabía qué hacer para enloquecerme.

Cuando me miró lo supe.

— Te quiero. Te quiero. Te quiero... —Le dije trece veces.

Y la besé antes de gemir dentro de su boca, pues dos de sus dedos ahora bombeaban mi interior tan deliciosamente que olvidé contar sus penetraciones.

No me importó.

Ella se detenía cuando yo estaba por explotar y besaba mis pechos, pues se habían convertido en su nueva fascinación. Yo, al mismo tiempo, dejaba las marcas de mis uñas en su trasero, de esta forma liberando mi contante frustración.

Cuando curvó sus dedos dentro de mí ya no pude contenerme más y mis gemidos se convirtieron en gritos que ella sonrió al escuchar.

Mientras me recuperaba de mi orgasmo ella me dijo que me quería también, y como yo odiaba hacer las cosas solo una vez fuimos a por dos rondas más.

Finalmente nos recostamos, pues estábamos agotadas. Ya había oscurecido, pero no me importó regresar a casa para escribir diez páginas de mi libro o leer veinte de mi nueva adquisición. No me importó la rutina nocturna, ni la que tendría que hacer en la mañana.

Y es que, mientras ella dormía contra mi pecho con una hermosa sonrisa en el rostro, me di cuenta de que no habría elegido estar en otro lugar.

La quería. A ella. A Camila Cabello. A esa chica loca que, en un principio, desprecié por romper todos mis esquemas.

Si, ella hablaba con aves y lloraba la muerte de una roca. Estaba loca, de eso estoy segura... Y yo estaba loca por ella.


Sé que no es la escena más erótica del mundo, pero eso no es lo que tenía pensado escribir. Esto es más sobre el romance, no sobre satisfacer deseos sexuales frustrados, y lamento que sea así.

Díganme que les ha parecido el capítulo usando #SOPCamren en twitter y sean felices mientras puedan.

¿Los quiero?

-Lore-

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