"Una promesa rota"
En la actualidad hay una muy curiosa casa llamada "La Elvira". A simple vista podrías especular acerca de su antigüedad. Sobrevivió en esencia con mantenimiento y remodelaciones de las distintas manos dueñas. Sacaban dinero usando su antiguo aspecto como atracción estética, un salón de fiestas ciertamente peculiar. Pero nadie, ninguno de los centenares que llegaron al pie de sus escalones o caminaron en sus pisos de madera, tuvo el placer de conocer sus secretos o la historia que allí se escribió.
Salvo por una pequeña niña. Cada día pasaba frente a ella, camino a la escuela. Cada día admirando el modesto parque que la rodeaba, lo escaso del interior que llegaba a observar -enmarcado por ventanas de madera oscura- y cada detalle en su fachada. Como ella, la casa año tras año a manos de desconocidos y del tiempo, cambiaba.
La niña creció, se convirtió en una mujer y en su corazón crecía el anhelo, en su cuerpo crecía una fuerza y en su mente una meta que la atraía a aquel lugar: "algún día allí viviré y será mi hogar".
Continúo mirándola cada día, esperando a que en su entrada el cartel de venta apareciera en el gran portón. Y como acto del destino pronto pasó. Ella no esperó. La compró con los ahorros que tenía y se mudó tan rápido. Que su madre, ferviente amante de la sobriedad y simpleza, no entendía su creciente obsesión por aquella construcción. Su hija tenía amor por los detalles en las molduras, los delicados candelabros que iluminaban cada habitación, las grandes puertas, la hermosa escalera y los pisos de madera que la constituían.
Ella con tan solo pisar el primer escalón de la entrada, sintió en aquella casa una sensación familiar. Como si después de una gran travesía hubiera llegado por fin a su hogar. Su familia ayudó en la mudanza, metían muebles y apilaban cajas en el primer piso. Cuando todo estuvo descargado, era hora de subir las cosas destinadas al segundo piso. Su habitación era la más grande con vista al jardín trasero y sus árboles. Justo al fondo del pasillo. Lo comenzó a cruzar seguida de su fiel mascota Mishka, una perra de tamaño medio blanca y marrón. Esta se detuvo sentándose frente a una de las puertas, olfateando en el pequeñísimo espacio entre el suelo y la puerta. Natacha dejó las cosas para intentar abrirla, pero parecía estar cerrada con llave. Resignada decidió volver a la escalera, pero con sólo alejarse dos pasos el sonido del picaporte descendiendo y el chirrido de la puerta abriéndose la hizo dar vuelta. Su mascota decidió adentrarse y ella solo pudo ver tan solo la cola cruzarla.
Con precaución abrió lentamente el resto y se asomó. Era una especie de depósito lleno de muebles antiguos apilados y estancados en el tiempo, no había ventanales grandes como en las otras habitaciones, tan solo pequeños y algunos obstruidos. Escasos rayos de luz se filtraban llegando al suelo, a ellos los atravesaban las partículas de polvo flotante haciéndolas brillar en su baile. Dio los primeros pasos al interior, el más cercano era una antiguo mueble de madera barnizada, con cajones y un hermoso espejo cubierto por una sabana. Sobre él, un pequeño alhajero descansaba. Decidió abrirlo por curiosidad y allí dentro un único objeto se encontraba resguardado: un collar de perlas. Acariciándolo con los dedos sintió la lustrosa textura de las costosas cuentas y lo tomó percibiendo nuevamente aquella extraña sensación de familiaridad, justo como en el escalón al llegar. Se lo colocó con cuidado. Tomó la sábana que cubría el espejo y lo destapó de un solo tirón levantando una sofocante nube de polvo, que le hizo cerrar los ojos tosiendo hasta que se desvaneciera.
Observó en el reflejo cuan hermoso y delicado se le veía puesto, pero aunque la cara sonriente que devolvía la imagen fuera la misma, tanto la ropa y el cabello eran diferentes. Lo que traía puesto su reflejo era un antiguo vestido de corsé y un peinado elaborado con algunas trenzas. La chica reflejada se admiraba en el espejo. Pero por detrás un alto hombre de cabello negro y ojos azules la sorprendió, ella se giró hacia él con una sonrisa brillante y lo abrazó feliz. Él la cargó haciéndola girar en sus brazos. Sus frentes se juntaron mirándose el uno al otro, llenos de amor. Pero luego ambas miradas se giraron a ella observándola observarlos.
Por unos segundos ninguno se movió. El ritmo de su corazón se hacía cada vez más insoportable y su mente trabajaba para entender qué estaba sucediendo, al menos hasta sentir el mareo que la obligó a sostenerse del mueble y alejar la mirada. Cuando la devolvió ellos no estaban más.
Lo atribuyó a una mera alucinación cuando vio a su mascota pasar junto a su madre por el pasillo, nunca estuvo en aquella habitación con ella. Pero no se asustó, más bien, la intrigada aumentaba. Siguió su recorrido y reconoció que los bellos muebles allí se desperdiciaban. Escogió algunos para darles su uso, fueron los que al tocarlos le despertaron una conexión. Eran de madera maciza y pesada: una cama y la cómoda sobresaltaban entre ellos. A su madre siempre supersticiosa, no le agradaba y odió que su hija decidiera usarlos, le daban mala espina e insistió toda la tarde para deshacerse de aquel collar que llevaba puesto. Pero Natacha se negó y cuando la mudanza termino, prácticamente los echó de su nueva casa con la excusa de descansar.
En pocas horas, yacía sumida en un muy ligero sueño por la emoción de estar donde estaba, su nuevo hogar con su mascota durmiendo a sus pies. El tiempo se deslizaba con la delicadeza del toque de una seda. No había ruido alguno más que la brisa acariciando las ramas de los árboles fuera de los ventanales, que proyectaban sus sombras danzantes en la habitación. Pero lentamente el viento comenzó a aumentar su fuerza soplando hasta aullar, causando que las ventanas temblaran y coronando eso un golpe fuerte en la otra habitación la despertó de un sobresalto. Algo había caído. Su mascota miraba hacia la puerta fijamente, sus orejas estaban levantadas dejando salir desde su garganta un pequeño quejido agudo de ansiedad.
Natacha se levantó y caminó para ver qué era lo que había causado tal ruido. Abrió todas las puertas del pasillo, pero todo estaba en orden. Salvo por la habitación del depósito, la última que revisó. Frente a un gran mueble abierto de puertas había tirada, una caja de madera, abierta también, y su contenido esparcido por todo el suelo. Eran cartas y papeles que llegaban hasta los pies de la puerta. Parecía haber sido empujado con tanta fuerza como la que tenía el viento, solo que no había nada abierto que se llevara el crédito por tal accionar. Decidió juntarlas percibiendo el color de la antigüedad, eran suyas y decidió leerlas. Las colocó dentro de la caja y regresó al calor de su cama. Una por una las abrió, cuidadosamente desdoblando el papel. Leyó a la luz de su velador cada palabra y fecha ordenándolas sobre la cama cronológicamente. Algunas no tenían gran importancia, felicitaciones por una boda con "Jamie MacQuoid", lamentos por la muerte de su hermano "Thomas Sallow". Pero las que más llamaron su atención no tenían nombre, solo una firma con las letras "L.S" y "T.S". Las leyó en orden, descubriendo su historia de amor secreta. Pensó por un largo rato en la coincidencia de nombres con ambas cartas en mano, una de "T.S" y otra del pésame por su hermano difunto. Podría ser el mismo. Una sensación agridulce le llego, ante el pensamiento de que sin importar el lazo de sangre para ellos dos el amor floreció y trágicamente murió. Guardó las cartas dejando la pesada caja a un lado de su cama, se acomodó para continuar su descanso. Y el tiempo quería correr pero ella no volvió a dormir. Pasos se escucharon en el pasillo tras anunciarse las tres de la mañana. Se sentó en la cama mirando fijamente la puerta abrirse fluidamente, de entre las sombras un hombre se acercó parando a los pies de la cama. La luz de las ventanas lo atravesaba y le entregaban un aspecto casi material. Se achicó entre las mantas frente a tan bella y sobrenatural imagen, digna de una casa como esa. Tendría que haber sentido miedo, terror y querer escapar corriendo, pero su imagen había despertado un fuerte latido en su corazón igual a como cada vez que pasaba frente a la casa. Era él y su presencia lo que la atraía hacia aquel lugar.
-Viviste tu vida por los dos, te acompañé después de la muerte y te esperé del otro lado manteniendo nuestra promesa. Pero solo recibí la condena eterna por tu traición. -La voz grave era triste, faltaba muy poco para que se convirtiera un lamento.
-Siento mucho que sucediera eso. -Le respondió. Pero ignorándola, la mirada del espectro se fijó en su cuello. Llevo su mano hacia allí, descubriendo que aun portaba el collar de perlas.
-Usas mi regalo, tal como en aquellos días -La misma sonrisa que en el espejo vio, le era dedicada a ella por llevarlo a un puesto.
-¿Porque estás aquí hoy, Thomas? -
Sabía que era su nombre, sabía que era el amante. La sonrisa se le ensombreció y en el ambiente el frio comenzaba a sentirse. Era tanto, que su aliento podía llegarse a ver en el aire. Se arrodillo acercándose a el sobre la cama.
-Para que cumplas con tu promesa después de tantos años -Sentencio siguiéndola con la mirada fija sobre ella. Natacha sintió el temblar en su cuerpo por la baja temperatura, pero finalmente se paró frente a él encontrando nuevamente con su mirada. Dolido soltó en un susurro- Deseo poder descansar, ir al cielo o al infierno pero pertenecer a un lugar.
-Lo hare, sea cual sea, pero solo dime una cosa. -
Llevó su mano para intentar tocar su mejilla, el cerro sus ojos. Lo sintió como si fuera atravesar un líquido, se deslizaba gentilmente entre sus dedos y en su corazón una culpa que no pertenecía a ese tiempo renació
- ¿Cómo es que no llegue a cumplirla, Thomas?
-Tu corazón latió por otro hombre. -
Él abrió sus ojos, llevo su mano sobre la de ella observando como esta se traslucía. La tomó deslizándola por su mejilla hasta sus labios dejando un beso en la palma y susurrando continuo. -Prometiste y no cumpliste. Al escoces amaste y me condenaste, al sufrimiento y a permanecer en este limbo. Pero aquí estas ahora frente a mí.
-¿Estás dispuesto a perdonarme? -
No le tocaba a ella responder por esa antigua promesa. Pero muy en el fondo sentía que esa era la razón por la que toda su vida había sido atraída hasta allí, hasta ese momento, para saldar las cuentas pendientes.
-¿Estas dispuesta a acompañarme? -
Dolor, soledad, agonía y amor. Todo eso junto había en su mirada. Ella asintió sin necesidad de pensarlo y una sonrisa apareció en ambos dos, la de él justo como en el espejo pudo ver.
Como si firmara un trato con la muerte sintió la mano adormecerse, su brazo le siguió y pronto todo su cuerpo se desmoronó cayendo inerte en el suelo. Pero él seguía sosteniéndole la mano, a su alma por fin acompañándolo. Su brazo rodeó delicadamente la cintura acercándola con temor y lentitud. Besó sus labios sintiendo por fin tan anhelada paz. Una promesa rota y dos vidas no pudieron separar el amor que dos almas estaban destinadas a tenerse desde el momento en que nacieron. Ellos dos se desvanecieron como un respiro llegando por al eterno descanso.
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Se que dije que no tendría segunda parte .
Esto surgió mas bien como un relato nuevo al principio, pero tiene conexiones con "seguiré aquí". Tome la idea de que hubiera pasado si Lucille renaciera, pero faltando a su antigua promesa con Thomas. Decidí publicarla por eso mismo.
Tal vez, en algún momento de mi vida, relate cortamente la vida de ella. Explicando mas de su amor por el escoces "Jamie McQuoid" y el porque de su compromiso.
CURIOSIDAD: "La elvira" es una casa de mi ciudad, estoy completamente enamorada y si, básicamente el enamoramiento de Natacha, es lo que me pasa cada vez que la veo. (las fotos son de ella asique enamorense tambien).
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