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Una sorpresa tras otra (Parte II)

Mis piernas me llevan al aula, pero mi mente no las acompaña. Si no fuera porque mi amiga tira de mí, me habría quedado petrificada a mitad del pasillo. Kylian no tiene la misma clase que nosotras a esta hora, pero siento como estuviera sentado a mi lado en vez de Julie. Estoy agitada y no ceso de rascar la mesa con las uñas. Tampoco puedo frenar el temblor de mis piernas.

El calor que me dejó el abrazo de Kylian no se va. Incluso percibo todavía la presión de sus dedos en mi espalda. Eso, lejos de ser tierno o romántico, me abruma. En mi cerebro no hay nada más que los recuerdos del secuestro y de su indiscutible implicación en este. Me aterroriza la idea de que esté usando una fachada de amigo para luego clavarme un frío puñal por la espalda.

—Livi, ¿estás bien? —susurra mi amiga cuando el profesor está de espalda.

—Ajá —respondo e intento sonreír, pero mis labios están tiesos.

Julie levanta ambas cejas mientras aprieta la mandíbula. Niega con la cabeza y me señala con discreción.

—No mientas. —Toma un lápiz y escribe una frase en su cuaderno. Lo levanta para que yo la vea—. Hablaremos.

«Si Kylian te hizo algo, voy a matarlo». Eso es lo que acabo de leer en la letra redondeada de Julie. En otro contexto, esas palabras me harían reír. Me encantaría que esto se tratara de un simple enamoramiento adolescente, como ella lo cree. Pero la realidad es muy distinta. Puede que esté en peligro de muerte, tanto yo como quienes me rodean. Aprieto los puños para frenar las ganas de gritar.

—Olivia Duncan. —La voz del profesor me trae de golpe a la realidad—. Lea en voz alta el párrafo siete de la página 14.

—Claro, un momento, por favor.

Abro los ojos de par en par. No sé cuál es el libro que debería tener abierto. Ni siquiera he sacado nada de la mochila. El hombre me observa con gesto severo, pero no dice nada. Trago saliva y miro de reojo a Julie. Sin perder ni un segundo, ella alarga el brazo para entregarme su propio libro. Por suerte, ya tiene la página que el profesor solicitó. Lo tomo con rapidez y comienzo a leer.

Tiene dos cuervos, a quienes llama Huggin y Muninn. Dichos nombres significan "pensamiento" y "memoria". Estas aves vuelan por todo el mundo. Siempre están en busca de noticias y de conocimiento para Odín. Se posan sobre sus hombros y le susurran al oído.

—Gracias. —El profesor se da vuelta—. Luke Smith, continúe con la lectura hasta el final de la sección.

Le devuelvo el libro a Julie y bajo la vista. Dejo de escuchar las voces a mi alrededor cuando me sumerjo en mi propio mundo. «¡Los cuervos me persiguen!», pienso, temblorosa. En mi propia investigación, ya había encontrado la mención de los dos cuervos del dios Odín. Lo que me parece increíble ahora es que, de entre todos los temas posibles para estudiar aquí, fuera justo este el que me tocara leer a mí. ¿Es acaso una broma de mal gusto por parte del destino? Aprieto los párpados y libero un suspiro. Necesito concentrarme en la clase. No quiero parecer fuera de lugar.

Con movimientos lentos para no hacer mucho ruido, busco el libro entre mis cosas. También saco un lápiz y un cuaderno. Pese al esfuerzo que hago por prestar atención a la lectura, mi mente sigue divagando. Para empeorarlo todo, no consigo quedarme quieta. Mordisqueo el borrador del lápiz y tamborileo en la mesa. Cada cierto tiempo, Julie gira la cabeza hacia mí. En sus ojos percibo preocupación. Probablemente piense que estoy al borde de un ataque de ansiedad. De cierta manera, lo estoy. Venir a la escuela ya no me parece que haya sido una buena idea.

Miro el reloj en la pared y se me revuelve el estómago. Apenas ha pasado una hora de clase. Cada segundo es un castigo para mí. Solo quisiera tomar mis cosas e irme lejos de aquí. Lo único que me ata a este lugar es mi sentido del deber. No puedo huir de mis responsabilidades, tampoco deseo hacerlo. Pero nunca antes había tenido que asumir obligaciones en un mundo desconocido, uno en donde ni yo misma he logrado conocerme por completo.

—En grupos de tres o cuatro estudiantes, van a resumir los capítulos que leímos hoy. —El profesor carraspea y sube la voz—. Además, van a escoger un tema de entre esos capítulos del que harán una presentación la próxima semana. Deben conseguir material de apoyo.

Cuando todos empiezan a mover mesas y sillas para agruparse, de inmediato me uno a Julie. Otras dos chicas se suman a nosotras. Me saludan con una sonrisa algo tímida y esquivan la mirada. Parecen nerviosas al estar cerca de mí. No las culpo. Si fuera ellas, de seguro no tendría idea de qué decir. No todos los días secuestran a una compañera y esta vive para contarlo.

—Livi, ¿te parece bien si escribes tú? Creo que tienes mejor caligrafía que nosotras tres —dice mi amiga guiñándome un ojo.

—De acuerdo —respondo.

Sé que eso no es cierto, pero también sé que está ahorrándome el trabajo de pensar. Solo debo escribir lo que ellas me indiquen. Julie entiende de sobra que tengo el cerebro frito en este momento, lo cual le agradezco. Mientras ellas subrayan algunas líneas y me dictan el texto a transcribir, el resto de la lección transcurre un poco menos lento. Cuando el timbre suena, resoplo con alivio. Entrego el papel a nuestro profesor y salgo del aula a paso rápido.

—¡Espera, Livi! —Julie me toma del brazo—. La clase de literatura puede ser un infierno, lo sé. Pero lo tuyo va más allá del aburrimiento o el estrés. ¿En serio estás bien? Si no tienes ánimo de continuar por hoy, podemos llamar a tu mamá para que venga por ti. No es necesario que te castigues así.

—Gracias, Jul, pero no hace falta. Sobreviviré, créeme —digo con la voz apagada.

—Eres demasiado testaruda, ¿lo sabías?

—Así nací.

Ella ríe sin ganas, pero no insiste en el asunto. Caminamos juntas hacia la siguiente aula. Julie entra de inmediato. Yo me quedo rezagada unos instantes. Respiro lento y me masajeo las sienes para calmarme. Cuando creo tener la ansiedad bajo control, cruzo el umbral de la puerta. Una onda de sonido me golpea en ese instante. Escucho un pitido tan agudo que me duelen los oídos. Me los tapo con ambas manos y me encojo. Por suerte, el silbido se va tan rápido como apareció. Me yergo y miro hacia todos lados. Nadie más parece haberlo escuchado. Percatarme de ello hace que la angustia regrese, pero no me queda más remedio que seguir adelante.

Giro la cabeza hacia donde veo movimiento. Al fondo del recinto, Kylian está agitando el brazo para llamarme. No aparta la vista mientras me sonríe. Esta vez le devuelvo la sonrisa. Quiero comportarme como una chica normal cuando nos encontremos. No podré conocerlo ni descubrir cuáles son sus secretos si no me acerco a él. Sin embargo, cuando intento hablarle, mi mandíbula se pone rígida sin razón aparente. Me siento desorientada. En lugar de cerebro, debo tener algodón dentro de mi cabeza, pues de pronto la siento muy ligera.

El aula y casi todas las personas a mi alrededor se convierten en manchas difusas. Hay una especie de niebla gris que me enturbia la vista. El rostro de Kylian es el único que no se diluye por completo. Pero, en vez de una sonrisa y una mirada cálida, veo una mueca fría. Es como si un muñeco sin emociones lo estuviera suplantando. «Estoy imaginando esto, no es real», me repito por enésima vez. No hay gritos ni conmoción, así que debo ser la única con los sentidos distorsionados.

Cuando la niebla por fin se difumina, un extraño hedor a azufre y sal se cuela por mi nariz. Me escuecen los ojos y se me seca la garganta. A duras penas puedo respirar. Veo todo a mi alrededor en cámara lenta. Un fuerte mareo desestabiliza mis pasos, lo cual me obliga a sostenerme de la pared. Mis párpados se cierran y comienzo a respirar por la boca. Con mucho esfuerzo, abro los ojos de nuevo e intento avanzar, pero mis rodillas se doblan y tambaleo.

—¡Olivia, cuidado! —exclama Julie, asustada.

En cuestión de segundos, Kylian corre hacia mí. Llega justo a tiempo para colocar sus brazos bajo mis axilas. Su veloz reacción evita que caiga de bruces.

—¿Necesitas que consiga algún medicamento? No, más bien, debería llevarte a la enfermería ahora mismo —Sus ojos destilan preocupación—. Te ves pálida. Dime cómo ayudarte, por favor.

—Se me bajó la presión, eso es todo —respondo casi susurrando—. Solo quiero sentarme, ¿de acuerdo?

Entrecierra los ojos y arruga el ceño, desconfiado. Pese a ello, asiente con la cabeza. Con pasos lentos y cuidadosos, camina conmigo sirviéndome de apoyo hasta que llego a un asiento. Julie me alcanza una botella con jugo y otra chica me da un trozo de chocolate. Aunque la sola idea de comer algo me da náuseas, me esfuerzo por ingerir lo que me ofrecen. Debo ser consecuente con lo que dije. Después de tragar un par de bocados, el mareo se va. Ya no percibo el tufo de antes y mi cabeza deja de dar vueltas.

—Livi, estoy a tres segundos de llamar a Annette para que te saque de aquí. —Julie apoya los brazos sobre el escritorio frente a mí—. Dame una buena razón para no hacerlo.

Desvío la mirada hacia un lado, como si señalara a Kylian de manera sutil. Luego regreso la vista hacia mi amiga y muevo la boca diciendo «por favor».

—Estoy bien, de verdad —digo en voz alta.

Mi amiga me arroja dagas a través de los ojos. Sé que está a punto de estallar en cólera. Si estuviéramos a solas, no pararía de regañarme, pero se contiene porque se lo pedí. Debe pensar que estoy aguantándome el malestar solo por estar con Kylian. Y bueno, en cierta forma, es así, pero no es por las razones que ella cree. Levanta los dedos índice y corazón para señalarse los ojos y luego apunta hacia mí.

—Un solo síntoma más y te llevo arrastrada al doctor, ¿lo entiendes?

—De acuerdo.

Levanto las manos en señal de rendición. Le sonrío mientras musito un «gracias». Ella me guiña un ojo y se da vuelta con rapidez.

—Voy al baño y vuelvo en un minuto. No te vayas a mover de aquí, ¿eh?

Se me escapa una risilla. Podría apostar a que no irá adonde dice. Solo saldrá del aula para que su pequeña mentira parezca creíble. Es obvio que está tratando de ayudarme a acercarme al chico de mis sueños, según cree. Ella no imagina que, más bien, él podría ser el causante de mis pesadillas y de las suyas. En cuanto la veo abandonar el salón, me giro hacia donde Kylian. Cuando nuestras miradas se encuentran, percibo una chispa de entusiasmo en sus ojos.

—¿Cómo has estado? —pregunto.

Mi voz se escuchó mucho más aguda de lo que es. Soné como una niñita avergonzada. Tengo ganas de abofetearme. ¿¡Qué me ocurre!? No entiendo por qué tengo reacciones tan ridículas. Esto no me pasaba antes, pues jamás he sido así. Pero es probable que la otra Olivia, quien es parte de mí o, más bien, yo de ella, sí lo sea.

—Soy yo quien debería preguntarte eso, ¿no lo crees? —responde él.

Extiende una mano y me la acerca, como invitándome a tomarla. Los latidos en mi pecho se disparan y se me afloja la quijada. Mi cara de estupefacción debe parecerse a la de una chiquilla enamorada, pero no es así. Lo que me ocurre no se debe a la atracción que supuestamente siento por él. Estoy nerviosa y emocionada a la vez por la oportunidad que se acaba de abrir ante mí. Sin dudarlo ni un segundo, me quito el mitón de la mano derecha. Sosteniéndole la mirada en todo momento, pongo mi palma sobre la de Kylian, entrelazando mis dedos con los suyos.

Una cascada de memorias comienza a fluir a través de mi cerebro. La cantidad de imágenes, sonidos y otras experiencias sensoriales que recibo de él es gigantesca. Aprieto su mano con mucha fuerza, lo cual provoca que más y más recuerdos broten con total nitidez. Siento como si estuviera reviviendo cada instante que la otra Olivia tuvo con él a la velocidad de la luz. La última escena que presencio me arranca un jadeo de asombro. Dejo de respirar y se me erizan los vellos. El cosquilleo en mis mejillas me anuncia que acabo de derramar lágrimas.

—Olivia, ¿qué te sucede? —El semblante afligido que me muestra me quiebra aún más—. ¿Qué tienes?

—No lo sé, lo siento. —Agacho la cabeza mientras retiro mi mano lentamente. Vuelvo a colocarme el guante y me levanto—. Voy al baño.

Llegar a la puerta del salón se me hace una tarea difícil. De nuevo estoy al borde de un ataque de nervios. Avanzo despacio para no caerme. Cuando consigo salir, Julie me llama. Está a unos pocos metros de mí junto a otras chicas. Le digo que voy a ir al baño y le indico con un ademán manual que no me acompañe. Ella asiente con la cabeza, pero lo hace a regañadientes. Se nota en la seriedad de su semblante. Aunque quisiera correr a abrazarla y dejar que me consuele, en este momento necesito estar sola.

Al llegar a los baños, me encierro en un cubículo. Bajo la tapa del inodoro y me siento encima. Abrazo mis rodillas. Ni siquiera sé por dónde empezar a procesar todo lo que acabo de experimentar. Apoyo la cabeza sobre mis piernas y cierro los ojos. Quiero desgañitarme y romper cosas. Sé que este terrible dolor no es mío, pero al mismo tiempo sí lo es. Hoy por fin comprendo por qué Annette nunca menciona nada acerca del padre de su hija. «El señor Duncan murió en brazos de Kylian», musito. Aunque me destroce la mente y el corazón, me concentro en traer de vuelta los vívidos recuerdos recién recibidos.

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