Una presencia
Después del encuentro con el cuervo, no pude volver a estar en calma. El resto del trayecto se me hizo eterno. Solo quería llegar a casa de nuevo y encerrarme para examinar las plumas. Me resultó muy difícil ocultar el caos en mi mente. No podía dejar de apretar los labios y de morderme las uñas. Tuve que volver a utilizar el regreso a clases como excusa para justificar mi ansiedad. Annette pareció creerme, pero creo que sospecha que hay algo más, algo que no le estoy contando. En su mirada noté una leve chispa desconfiada. Y tiene toda la razón del mundo para desconfiar, pero el tiempo para que sepa la verdad aún no ha llegado.
En cuanto entramos de nuevo a la casa, la señora recibió una llamada telefónica. Tras intercambiar unas pocas palabras con la otra persona, me anunció que debía ir al pueblo. Una amiga suya necesitaba que fuera a recoger un paquete en su lugar. Me aseguró que no tardaría más de una hora en completar el trámite. Antes de marcharse, me hizo prometerle que no saldría de la casa a menos que hubiera un incendio o terremoto. Al principio quise reír por lo exagerada que me pareció su petición, pero casi al instante recordé el secuestro y le di la razón. Pronuncié la promesa que esperaba escuchar para luego abrazarla.
Y heme aquí ahora, mirando por la ventana para asegurarme de que Annette de verdad se está alejando. Una vez que pierdo de vista su automóvil, corro hacia el baño y me encierro allí. El lugar más seguro en el que puedo estar es el campo de fuerza de Gildestrale. Tras ingresar en él, me coloco los guantes para sacar las plumas de mi abrigo. Las coloco sobre la arena azulada sin quitarles los ojos de encima. Incluso acá en donde no hay luz solar, el plumaje brilla como si fuera una piedra preciosa. Respiro profundo mientras me quito la tela de las manos. Pese a los esfuerzos por serenarme, no puedo frenar el temblor en mi cuerpo.
—No puedo acobardarme justo cuando podría estar a punto de descubrir algo importante —susurro.
Me pongo en cuclillas despacio. Miro hacia el frente por un largo rato. Es difícil, por no decir imposible, decidir cuál mano debería utilizar primero para hacer contacto con las plumas. Según las experiencias que he tenido hasta este momento, la derecha me da memorias y la izquierda me da energía. Pero eso solo ocurre si una persona toca mis manos con las suyas. No tengo idea de lo que vaya a ocurrir en este caso. Lo que tengo frente a mí no es humano, ni siquiera le pertenece a uno. Tampoco tiene consciencia o vida. No emana ninguna clase de fuerza o sonido. Por lo tanto, es probable que no pase nada. Aun así, mi estómago está hecho un nudo.
—Aquí vamos —digo en voz baja.
Me humedezco los labios con la lengua y extiendo el brazo derecho. En vista de la confusa situación en que estoy, conseguir memorias me parece mucho más útil. Tras unos segundos de duda en que permanezco inmóvil, con las yemas de los dedos por fin toco una de las plumas. Todos mis músculos se contraen y me encojo de forma automática, como si una bomba fuera a estallar a mi alrededor. Sin embargo, los latidos acelerados en mi pecho son el único movimiento que percibo. Nada cambia en los alrededores ni dentro de mí. Niego con la cabeza, confundida.
—No es posible que esta sea una simple pluma —musito.
Sin bajar la guardia, levanto la pieza con dos dedos y la coloco directamente sobre la palma. El ojo de Gildestrale permanece dormido. Acerco la otra mano y repito el procedimiento. La boca tampoco se abre. Ninguna de las marcas de la diosa reacciona ante el roce de la pluma, lo cual indica que no hay amenazas provenientes de esta. Tampoco hay energía ni memoria alguna en su interior. ¿En serio es solo queratina sin nada especial? ¡No puede ser! El cuervo que vi no es normal, de eso no me cabe duda. Tiene que haber algo en su cuerpo, aunque sea ínfimo, que me permita entender qué clase de criatura es y, más importante aún, por qué me busca.
—¿Y si no basta con tocar una sola pluma? —Abro los ojos al máximo y jadeo, sorprendida—. ¡Eso es! Si ese cuervo dejó todas estas plumas juntas, tiene que ser por algo.
Sin tiempo que perder, acomodo las piezas hasta dejarlas juntas en la misma posición. Junto las palmas y las levanto como si fueran un ramo. Percibo una onda de viento que se expande a mi alrededor. Un débil murmullo se escucha a lo lejos, pero reverbera muchas veces. Va escuchándose más y más cerca hasta que llega a convertirse en una voz. La escucho muy cerca de mis oídos. Al principio no logro distinguir las palabras que dice. Parecen un montón de sílabas desordenadas, pero cuanto más estrujo las plumas, mayor claridad adquiere la voz.
—Se etter stien i skogen... —dice.
Cuando por fin entiendo su mensaje, el sonido desaparece de golpe y el viento cesa. Me quedo observando las plumas, embobada. La frase que acabo de escuchar se oye en bucle dentro de mi cabeza. «Busca el camino en el bosque». No es el idioma que utilizo en estas tierras, sino mi lengua natal, la de Mánesvart. ¿Cómo es posible que el cuervo supiera que yo iba a entender eso?
—¿El camino en el bosque? ¿Cuál bosque y cuál camino? —pregunto casi a gritos.
Estrujo las plumas con exceso de fuerza. ¡Esto es desesperante! ¡Estoy harta de recibir solo migajas! No importa cuánto lucho por conseguir respuestas. Todo confabula en mi contra para dejarme igual o peor que antes. ¡Ya no sé qué hacer! Lo más triste es que no tengo a quién recurrir por ayuda. Quisiera arrojar las plumas al suelo y marcharme sin mirar atrás. Pese a esos sentimientos, las guardo con cuidado en mi abrigo otra vez.
Poco después, busco el ojo dorado que me permite regresar a casa. Cuando el campo de fuerza desaparece, me levanto del piso en el baño y corro a abrir la puerta. Miro de un lado a otro. Empiezo a caminar por cada una de las habitaciones. Una vez que las he revisado todas, suelto un suspiro, aliviada. Annette todavía no ha regresado. Encontrar la casa vacía habría sido muy angustioso para ella. Me dejo caer sobre un sofá de la sala para relajarme un poco.
Luego de un rato, siento la garganta seca, así que voy la cocina para conseguir agua. Lleno un vaso y doy un par de sorbos. De reojo noto un punto de luz que enseguida me distrae. Dejo el agua cerca del grifo. Con sumo cuidado, me giro hacia el refrigerador. No hay nada ahí. Frunzo el ceño y me paso las manos por el rostro. «Otra vez estoy imaginando cosas», pienso. Me volteo para tomar el vaso, pero otra vez aparece el puntito de luz. Vuelvo a girarme, ahora con rapidez, pero no tengo éxito con la búsqueda. No hay nada reflejado en el metal de la nevera.
—Un día de estos, la paranoia va a matarme —expreso entre dientes.
Cuando cambio de posición, el brillo aparece de nuevo. «No te vas a escapar más», me digo. Opto por mover solo la cabeza en lugar de todo el cuerpo. Para mi buena suerte, la luz sigue ahí cuando lo hago. Por el sitio en que está, parece un reflejo que sale de mí. Bajo la vista hacia mi ropa y entonces lo noto. El resplandor mana desde el bolsillo en donde están las plumas. Meto mi mano derecha allí y saco las piezas lentamente. Mi quijada se afloja al verlas. Lo que tengo ante mis ojos dista mucho del brillo natural de las plumas de ave. La luz que irradian se parece a la de las medusas. No emiten calor ni sonido, solo resplandecen.
—¿Por qué brillan así? ¿Qué está pasando? —Inhalo hondo y libero el aire despacio—. Lo único que sé con certeza es que al cuervo solo pude verlo con el ojo de la diosa. Eso podría significar que... ¡tengo que hacer lo mismo justo ahora!
Pongo las plumas en mi mano izquierda y las sujeto con firmeza. Invoco la energía de Gildestrale para que me permita abrir su ojo. En cuanto lo activo, la pupila de este de inmediato se desvía hacia el plumaje. Lo que veo a través de mi palma me roba el aliento. Se me acelera el pulso y se humedecen mis ojos.
—Etterlys, ¿en verdad eres tú? —susurro, conmovida.
Hay una criatura diminuta de rasgos humanoides que duerme sobre mi mano. La conozco desde hace muchos años. Está abrazada a las plumas como si de eso dependiera su vida. Jamás pensé que podría verla en estas tierras. No he hallado nada que sugiera que los Kuresan existan o hayan existido en este lugar. Pero está aquí. No sé cómo ni por qué, pero su presencia me consuela. Tanto ella como todos los de su raza son aliados de la diosa. Pese a que no son seres combativos, siempre han apoyado a los guerreros de otras maneras. Su canto tiene propiedades curativas. En más de una ocasión logré sanar bastante rápido gracias a ellos.
—¿Puedes oírme? —pregunto, acercándola a mi rostro.
Pese a que le hablo al oído, ella no reacciona. Apenas respira y parece hacerlo con dificultad. Su característico resplandor plateado se ve deslucido, pues es apenas una tenue luz gris. Y su cuerpo, normalmente de tono amarillo vivo, parece blanco. Algo no está bien con Etterlys. El mayor problema es que no conozco ningún método para sanar a una Kuresan. Estaba acostumbrada a que ella lo hiciera conmigo, pero nunca hubo necesidad de que hacerlo a la inversa.
—Quiero ayudarte, pero no sé qué te sucede. Si solo el ojo de la diosa puede verte, quizás solo su boca pueda curarte —digo con la voz quebrada.
Una vez más, pronuncio las palabras necesarias para solicitar la energía de Gildestrale. La boca en mi mano izquierda se abre de inmediato, lista para cumplir con su tarea. ¿Absorberé a Etterlys? Luce enferma, pero no está muerta, por lo que no cuenta como alma errante. Tampoco parece herida, aunque quizás lo esté por dentro. Una lágrima se me escapa al pensar en esa posibilidad. Pese a ello, no siento que haya razones suficientes para terminar con su vida.
—Quisiera que te sintieras mejor —afirmo en tono lastimero.
En ese momento, la abertura en mi palma se mueve. Se abre y se cierra varias veces, como si estirara músculos agarrotados por desuso. Tras aflojarse, se frunce por completo. Tiene la posición de unos labios que van a silbar. «Gildestrale jamás había hecho algo así», pienso. Debo parecer tonta, pues me quedo mirando, boquiabierta, lo que ocurre. No tengo idea qué va a suceder a continuación.
—Salva a Etterlys —suplico.
Entonces, la boca de la diosa empieza a soplar hacia donde está mi amiga. El aire que sale de la abertura es tan frío que mi otra mano duele, pero no la aparto. Poco a poco, la Kuresan va ganando algo de color en la piel y su luz se fortalece. Aun así, no es suficiente para que despierte.
—¿Qué tienes, pequeña?
La boca en mi mano deja de soplar y vuelve a abrirse. Siento la energía de absorción activándose. Sé que no puedo ni debo detener el proceso una vez que inicie. Si Gildestrale considera que llevarse a Etterlys es lo correcto, así será. Para mi absoluta estupefacción, el cuerpo de mi amiga no se desintegra en pequeñas partículas, sino que es atraído tal y como está. La absorbe viva en cuestión de unos pocos segundos.
—Pero ¿¡qué fue eso!?
Tanto el ojo como la boca en mis manos se cierran al mismo tiempo, dejándome descolocada con un puñado de plumas entre las manos. Ni siquiera tengo tiempo de procesar lo que acabo de presenciar cuando una nueva sorpresa llega.
—No tengas miedo. Estoy mucho mejor ahora aquí dentro —dice una vocecita suave que parece salir desde el interior de mi cráneo—. Mi cuerpo no es compatible con la dimensión en la que te encuentras. Por eso estaba tan débil. Pensé que no despertaría. No debí intentar llegar a ti sin saber cómo era el sitio hacia el que ibas.
—Etterlys, ¿qué está pasando? ¡No entiendo nada! ¿Por qué me seguiste?
—Cuando el Dákama te mutiló, no pude soportar que murieras sin hacer nada por ti. Traté de curarte las heridas porque no quería que sufrieras en exceso. Cuando tu alma se desprendió, seguí el rastro de energía y me aferré a ella, pero me perdí en el camino. Un fuerte rayo me quemó y luego dejé de sentirte. Acabé en un sitio desconocido que me enfermaba poco a poco. Creí que moriría sin volver a saber nada de ti, pero no fue así. Me encontraste justo a tiempo, Olivia.
—¡No sabes cuánto me alegra escucharte! Creí que jamás volvería a ver a nadie de Mánesvart. ¡Hay tantas cosas que quiero preguntarte!
—Y hay muchas cosas que yo quiero decirte. Pero necesito recuperarme primero. Aunque ya no tengo tanto dolor como antes, todavía siento espasmos, hambre, sed, sueño y frío.
—Claro, no te preocupes, ya habrá tiempo de sobra para hablar. Por ahora descansa, amiguita.
El mar de sentimientos y dudas que me embarga es inmenso. Tengo la imperiosa necesidad de exigir respuestas a todas las interrogantes que me han estado carcomiendo la cabeza por semanas. Pero tendré que esperar un poco más, pues la salud de Etterlys es más importante que satisfacer mis deseos. Al menos me queda el consuelo de que ya no estoy perdida en un mundo desconocido.
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