El nexo (Parte I)
Paso el resto de la noche en vela. No habría habido ninguna manera en que pudiera conciliar el sueño después de lo que acabo de experimentar. Pese a que me siento agotada física y mentalmente, la adrenalina posterior a la inesperada visita de la criatura me mantiene despierta. Cada una de sus características se grabó a fuego en mi cerebro. Incluso si no fuera capaz de dibujarla, podría describirla con lujo de detalles sin problema alguno. Una imperiosa necesidad de plasmar su imagen se apodera de mí y no me suelta hasta que tengo el retrato listo.
Al terminarlo, me permito observarlo con suma atención. Se me escapa un jadeo de sorpresa. El nivel de exactitud con la que la entidad fue representada es impactante. Además de eso, aunque fui yo quien sostuvo el lápiz para hacer este dibujo, la habilidad y el conocimiento para elaborarlo no provienen de mí. Observar esta pequeña obra de arte es tan trágico como hermoso. Mientras la contemplo, una mezcla entre admiración y culpa se cuelan en mi mente por centésima vez.
—¿Qué fue lo que realmente pasó con Olivia Duncan? Kylian asegura que su plan nos salvó la vida a ambas. Pero, si eso es cierto, ¿en dónde está ella? —Me pongo de pie para caminar por la habitación mientras hablo conmigo misma—. Él nunca mencionó nada acerca de su condición actual. Si su consciencia sigue viva dentro de este cuerpo, ¿por qué tengo yo el control? ¿No debería ser a la inversa? Todo de ella está intacto y pertenece a esta dimensión. Entonces, debería ser ella y no yo quien prevaleciera cuando mi alma fue atraída aquí. ¿Por qué no fue así?
Me restriego la piel de la cara con las manos, como si así pudiera moldear nuevos rasgos a la fuerza. Tengo una abrumadora cantidad de información por procesar. Aún no he podido elegir a cuál parte debo darle prioridad. Kylian me dijo y me mostró tantas cosas que no he tenido tiempo para pensar en todas. Mi capacidad de razonar está embotada. Es hasta este preciso momento, en medio de la soledad y la quietud de este cuarto en horas de la madrugada, cuando por fin logro darles forma a las dudas que todavía me carcomen. Todas esas preguntas que aún siguen sin ser respondidas exigen serlo lo más pronto posible.
—La única vez que hablé con la otra Olivia fue cuando me entregó la memoria del día en que la secuestraron. Fue ella quien decidió ir a buscarme. Pero, si ella está aquí dentro todavía —me acerco al espejo para verme a los ojos mientras me toco la cabeza con dos dedos—, debe ser posible llegar hasta donde está de la misma forma en que ella lo hizo conmigo. ¿¡Por qué eso no se me había ocurrido antes!? ¡Necesito encontrarla!
Con ese nuevo objetivo en mente, regreso al cuarto de baño. Cierro la puerta usando el pestillo y me tumbo sobre el piso bajo la ducha. Tal como lo he hecho cada vez que necesito entrenar, invoco la energía de Gildestrale para crear un campo de fuerza. Una vez que estoy dentro, no espero a escuchar ninguna voz, sino que avanzo a paso rápido de inmediato. Las criaturas de la diosa me miran atentas, pues de seguro esperan que convoque a una o más de ellas para luchar. Sin embargo, hoy no vine para hacer eso. Vine para hablar con Olivia o lo que sea que haya de ella acá dentro.
No sé cuánto tiempo pasa desde que comienzo a andar, pero no me detengo hasta que los colores del cielo y del terreno cambian por completo. La densa neblina me recibe con un húmedo abrazo. Aunque no puedo distinguir más allá del sitio que voy pisando, avanzo sin miedo y con gran expectación. Cuando se me erizan los vellos a causa del frío, sé que estoy en el lugar correcto. Después de unos minutos rodeada de bruma, esta se disipa de golpe. Estoy de pie frente a la laguna negra. No si se lo que tengo en mente vaya a funcionar, pero al menos quiero intentarlo.
—Olivia, ¿me estás escuchando? —Mi voz se escucha fuerte y decidida—. Sé que estás aquí dentro. También sé exactamente qué te ocurrió cuando te secuestraron. Kylian me entregó la otra parte del recuerdo de ese día. Quiero que lo veas por ti misma. Tú también mereces saber la verdad.
El silencio se alarga como las sombras al atardecer. Nada aquí se mueve ni emite el más diminuto sonido. Solo puedo escuchar mi propia respiración. Aun así, no pierdo la esperanza.
—Si no puedes venir hacia mí, yo voy a ir hacia ti —afirmo.
Sin más tiempo que perder, doy un salto que me impulsa hacia delante. La fuerza de la gravedad tira de mí al instante. Me hundo igual que una piedra pesada, pero esta vez no me invade el pánico de ahogarme. Tampoco intento contener la respiración, pues sé que ese extraño fluido oscuro no me hará daño. Inhalar el aire de este sitio elimina todo rastro de agotamiento. Cuando la luz azul por fin brota desde mi pecho, sonrío. Ya falta poco para llegar adonde deseo.
Siento un cosquilleo eléctrico apenas mis pies tocan el suelo rugoso y rosado. Me agacho de inmediato y coloco mis palmas sobre dicha superficie. La enorme cantidad de energía que me envuelve nubla mi vista por un momento. Ahora estoy preparada para entregar el control de mi cuerpo. Si esta es la única vía para comunicarme con la otra Olivia, nada me disuadirá de intentarlo.
En cuanto la luz se desvanece, permanezco inmóvil. Asumo que, de aquí en adelante, ni siquiera podré parpadear. Pero, para mi sorpresa, no solo puedo hacer eso, sino que todavía tengo total dominio motor. No hay voces ajenas que acaparen la atención, sino que sigo siendo dueña de mis pensamientos. Me encuentro flotando en el punto de convergencia de un montón de pasadizos. Luce como gran una telaraña que se extiende hacia todos lados. Desde aquí, ninguna de sus hileras parece un final visible. No tengo idea de hacia dónde debo ir. Aun así, no permito que eso me desaliente.
—Sé que es posible encontrarte —digo.
Llenarme de más dudas o pesimismo es lo último que necesito ahora. Cierro los ojos e invoco la ayuda de la diosa. No creo que los sentidos humanos normales funcionen aquí. Por lo tanto, utilizar la agudeza sensorial de Gildestrale es la única forma de orientarme. Tras un largo rato de ausencia de estímulos, la boca en mi mano izquierda se abre de golpe y comienza a hablar. Aunque sus palabras son incomprensibles para mí, me estremezco al oírlas. De un pronto a otro, la boca cesa de hablar y emite un rugido potente. Desde la abertura brota una llamarada azul que apunta hacia el camino que desciende.
—Voy hacia ti —susurro.
Golpeo mis palmas la una contra la otra. Luego, estiro los brazos hasta formar una línea recta y aguardo un momento. Cuando mis venas crecen y el calor fluye por todo mi cuerpo, un par de alas hechas de energía se despliegan. Las agito con fuerza varias veces para así comprobar que puedo manejarlas bien. Tan pronto como me siento segura de ello, comienzo el vuelo en picada.
—Puedo con esto —murmuro.
El pasadizo por el que viajo está vacío. No hay criaturas de ningún tipo habitándolo. Tampoco hay señales de que existan otros elementos de la naturaleza. Es un interminable túnel oscuro que conduce hacia las profundidades de... ¿mi mente? No sé qué pensar al respecto. Si el interior de este campo de fuerza se crea a partir de mis necesidades y preferencias, entonces solo puede representar lo que hay en mi cerebro. Siendo así, debo estar viajando hacia mi subconsciente en este preciso momento. No sé si ese hecho me emociona o me aterroriza.
El descenso se prolonga durante lo que a mí me parece una eternidad. Es imposible saber cuánto tiempo ha transcurrido. Presiento que ha sido mucho más del que esperaba. Pese a que avanzo con rapidez, sigo sin llegar al destino que busco. ¿Qué haré si nunca lo encuentro? ¿Qué ocurrirá si me pierdo entre los intersticios de mi cerebro y eso me impide regresar? El miedo de haber tomado la decisión equivocada siempre está presente, acechándome. Pero ya no caeré en su trampa. No permitiré que la incertidumbre me detenga.
Cierro los ojos y me enfoco en escuchar. Aquí no hay corrientes de aire y mis alas, al ser intangibles, tampoco generan ruido alguno. Estoy inmersa en un mundo silencioso. Vuelo durante un buen rato en esta misma posición sin percibir sonidos. De pronto, siento una caricia helada en la mejilla izquierda. Abro los ojos de par en par y me detengo en seco. Reviso todo a mi alrededor con suma atención, pero no detecto nada extraño. Pero puede que mis sentidos humanos no funcionen aquí. Así que no dudo en invocar el ojo de la diosa. En cuanto este despierta, el panorama en derredor cambia por completo.
Lo que parecía solo un túnel sin rastros de vida es una imparable cascada de vívidas imágenes. En ellas veo personas, animales, objetos y lugares de gran variedad de colores, formas, y tamaños. Las secuencias fluyen a una velocidad vertiginosa. Distinguir algo así sería imposible con la limitada vista de los humanos, pero no lo es para la de Gildestrale. Gracias a su habilidad, puedo comprender lo que estoy presenciando. Aquí están almacenados los recuerdos de toda una vida. Cientos de miles de vivencias desfilan sin pausa frente a mí. En cada una de estas, Olivia Duncan es la protagonista.
—Sé qué estás aquí, Olivia. Guíame, por favor —imploro.
La boca en mi mano vuelve a abrirse sin necesidad de pedírselo. Desde el interior de la cavidad oscura, una mano diminuta extendida se asoma. Mueve los dedos para invitarme a tomarla. A juzgar por el aspecto de esta, es Etterlys quien me está llamando. Niego con la cabeza, perpleja. La marca en mi mano izquierda absorbe almas errantes y manifiesta energía para luchar en las batallas. Pero ¿cómo se supone que entre a un lugar que está en mi propio cuerpo? Pese a no comprender lo que va a ocurrir, elijo creer en mi amiga.
—Confío en ti —digo en voz baja.
Con los dedos de mi mano derecha, sostengo las pequeñas falanges de Etterlys. En cuanto entramos en contacto, todo se sume en oscuridad. Tanto mis sentidos humanos como los de la diosa se nublan. Esos instantes en que no puedo percibir nada por poco me destrozan la cordura. No obstante, me aferro a la esperanza de que estoy haciendo lo correcto. Ni Gildestrale ni mi amiga me harían daño. Sin importar cuán descabellado parezca lo que me piden, siempre lo hacen por mi bien.
—Has llegado. Sabía que tarde o temprano vendrías.
La voz de Etterlys llega a mí antes que la imagen de su cara. Cuando la negrura por fin se disipa, veo unos enormes muros llenos de letras ilegibles. Mi amiga está en medio de ellos, flotando dentro de una pequeña esfera cristalina. A su lado, hay otra esfera de tamaño mucho mayor. Mi quijada comienza a temblar al mirar a su ocupante inmóvil. Es Olivia Duncan, la chica pelirroja de tez pálida y pecas. En otras palabras, soy yo, pero, al mismo tiempo, estoy afuera observándome dormir. Es una paradoja de lo más extraña e imposible de explicar.
—¿Qué está pasando, Etterlys? —pregunto, preocupada.
—No tengas miedo. Este es el momento que has estado esperando —responde con dulzura—. Acércate a ella, es decir, a ti.
Con un nudo en la garganta, comienzo a dar pasos lentos hacia la esfera. Siento un fuerte impulso de alejarme de aquí y, a la vez, la necesidad de seguir adelante es ineludible. Cuando estoy a pocos centímetros del cristal, levanto las palmas a la altura de mi cara para luego colocarlas sobre la superficie transparente en sincronía. La barrera que nos separa desaparece de inmediato.
Olivia abre los ojos y enseguida adopta la misma posición que yo. Sus manos tocan las mías. Desde el mismísimo instante en que se produce nuestro contacto, siento que ya no soy la misma. La culpa, los desvelos y la incertidumbre que tanto me han torturado lentamente van disipándose. Una inmensa avalancha de recuerdos golpea mi mente con fuerza, pero estoy preparada para recibirla. Las respuestas que tanto he esperado por fin empiezan a llegar a mí.
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