C A P Í T U L O ☠ F I N A L. «QUESTO È UN INICIO»
QUESTO È UN INICIO
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Un año.
El primer año de vida de Nicholas Gabriele Lombardi White dentro de la mafia italiana de Nueva York.
Hace menos de dos meses ni siquiera sabía de su existencia, y ahora estoy disfrutando el sabor agridulce que me produce celebrar el día de su nacimiento en víspera de Navidad.
—Todavía no sé por qué Angelo decidió invitar a los Montiglio —pronuncia Fiorella sobre mi oído, mirando con recelo al chico de ojos bonitos y sonrisa perversa que, al otro lado de la mesa, comparte con nosotros una cena a la que me he visto obligada a asistir con lentillas.
Yo también lo miro, y las palabras que dijo Angelo aquella noche en Euforia comienzan a tomar más fuerza que nunca en mi interior. Un mal presentimiento se asienta en mi estómago como piedras.
—No lo sé —decido mentir a pensar de tener una idea bastante clara de lo que Angelo está planeando hacer con su hermana.
Fiorella le dedica una última mirada asesina a Alexei antes de regresar a su plato, refunfuñando un «No lo soporto» por lo bajo.
—Figlioccio mio —pronuncia Massimo captando la atención del que ahora sé que es su ahijado—. ¿Por qué el underboss no nos ha honrado con su presencia esta noche?
—Tenía asuntos que resolver —le responde Angelo con una seriedad que no lo ha abandonado desde que tuvimos aquella conversación en la fuente del ángel, un par de días atrás.
Días en los que ni siquiera hemos hablado. Días en los que me ha jodido saber que pese a toda la historia que le conté, es posible que siga sin creerme.
Que haya preferido confiar en la palabra de su esposa y no en la mía.
—¿En víspera de navidad? —inquiere el hombre, cubriéndose los labios antes de toser.
Esa enfermedad parece estar acabando con él.
—Nuestros negocios nunca descansan, padrino —le responde Angelo, tomando mi mano para dirigirla a sus labios.
El beso que deja sobre mi dorso envía una corriente de electricidad por todo mi cuerpo, pero intento disimularlo mejor de lo que Beatriz disimula su incomodidad, removiéndose en su silla.
Sin embargo, sé que no lo ha hace porque le resulte bizarro ver a su hijo adorando a una mujer que no es con la que contrajo matrimonio tantos años atrás, sino porque al igual que yo, sabe que la ausencia de Matteo se debe a que no soporta compartir mesa con un integrante de la familia rusa que hizo picadillo a su madre.
Alta, estilizada, y con una cabellera dorada que parece la de una reina, Alexandra Petrova podría definirse como un epítome de la belleza. Pero sus ojos... esos parecen un par de esmeraldas frías y crueles.
Aparto la mirada cuando ella se vuelve en mi dirección y el resto de la cena transcurre en una enervante tranquilidad.
Siento que esta noche las cosas podrían terminar muy mal si no me esfuerzo en fingir que soy la letal y perfecta «Dama de la Mafia», lo cual resulta bastante difícil cuando no digo más de dos palabras seguidas durante todo el rato.
Por suerte, Lia entra al comedor con el pastel de cumpleaños cuando las preguntas de Massimo me están azotando como un vendaval. Y mientras le cantamos «Happy Birthday» a Nicholas, me olvido de todo lo que me rodea.
Me olvido de lo mucho que me ha afectado la distancia de Angelo, la ausencia de Matt, y mi temor por el destino de Fior.
Pero no puedo hacer demasiado por lo último, ya que es el mismo Massimo quien trae el tema a colación cuando nos ubicamos en el salón de la estancia para comenzar a abrir los regalos.
—Alexei —llama a su hijo, que parece de lo más aburrido con esta reunión—. Ponte de pie. —El chico frunce las cejas, pero su insolencia no consigue hacerlo menos atractivo—. Ponte de pie —repite su padre.
Alexei suspira, pero termina obedeciendo.
—¿Qué deseas que haga ahora, padre?
—Acércate a la bella flor que está allí sentada. —Señala a Fiorella, quien ocupa uno de los sofás individuales.
El ruso parece confuso. Stefano tenso. Alexandra horrorizada. Y Angelo, complacido.
—Cariño, ¿qué intentas hacer? —le pregunta su esposa en un tono que intenta parecer divertido, pero que tiene un efecto contrario.
—Ya lo verás amada mía. —Massimo mira de nuevo a su hijo—. Anda. No me hagas esperar.
Fior se remueve en su asiento cuando Alexei se le acerca con una lentitud exasperante. Esta noche está especialmente preciosa. El verde le luce de maravilla, y el maquillaje la hace ver mayor de lo que realmente es.
—Ya estoy aquí, padre —anuncia el ruso con un acento que evidencia aún más su descendencia.
—Ahora arrodíllate.
—¡¿Qué?!
—No me hagas repetirme, mio figlio —le advierte el líder de la Stella Infernale, comenzando de nuevo a toser. Consigue apaciguar el ataque con un trago de whisky.
—¿Por qué quieres que me arrodille?
—Eso lo sabrás en cuanto me obedezcas como es debido, Alexei. —Ya no se percibe paciencia en el tono de Massimo.
Mis ojos se mueven a los de Beatrice, para comprobar si ella está tan indignada como yo con todo esto, pero la mujer se encuentra observando la escena con una tranquilidad que me revuelve el estómago.
Alexei y Fiorella se sumergen en un duelo de miradas antes de que el chico finalmente ceda, apoyando una rodilla en el suelo frente a ella.
Massimo se pone de pie, y apoyándose con un bastón, se acerca a los chicos. Luego se saca una pequeña y aterciopelada cajita del saco y se la pone a su hijo en la mano.
—Ábrela —le ordena, y siento que el corazón se me va a salir por la garganta cuando este lo hace y un bonito diamante sale a relucir incrustado sobre la argolla de oro.
Las luces del árbol lo hacen brillar en todos los colores. Un brillo que parece desaparecer del aura que siempre envuelve a Fiorella al entender de qué se trata todo esto.
—Padre... —pronuncia Alexei en un susurro.
—Este es el mejor regalo de navidad que nuestras familias pueden llegar a dar y recibir —pronuncia el hombre, hablando en un tono más elevado—. Una alianza que va más allá de la palabra y el honor. Una alianza de sangre entre los Montiglio y los Lombardi.
—Pero, cariño... —comienza a decir su mujer, pero el hombre la censura con una sola mirada antes de regresar su atención a Alexei.
—Confío en que no deshonrarás mi apellido, haciendo feliz a esta bella donna, mio figlio —le dice, acariciándole un costado de la cabeza en un gesto paternal—. Ahora ponle el anillo, y sella un compromiso que ya está firmado por los líderes de cada familia.
Alexei mira a su padre con una mezcla de odio y horror, pero Fiorella no tiene ojos para alguien que no sea Stefano, quien agacha la cabeza y abandona la sala con pasos tan silenciosos como los de un vampiro.
Massimo parece complacido. Y eso hace que se me revuelva la bilis al recordar su historia con los Bonano.
Los ojos verdes de Fiorella se cristalizan, pero no deja salir ni una sola de sus lágrimas, ni siquiera cuando descubre que su madre no piensa hacer nada para interponerse ante las decisiones de su primogénito.
Así que, en su lugar, extiende la mano y espera, temblando, a que sea Alexei quien dé el siguiente paso.
—Adelante —le dice, alzando las cejas.
El ruso saca el anillo de la cajita y se lo coloca en el dedo con una delicadeza que no combina con el odio que exuda su aura.
—Será un honor para mí hacerte mi esposa, Fiorella Lombardi —pronuncia con una sonrisa tan falsa como sus palabras.
—Y para mí honrar el honor de mi hermano. —Mira en dirección a Angelo con el mismo dolor que una vez vi en los ojos de Evelyn. El dolor de la traición—. Ahora, si se me permite, deseo retirarme a mi habitación.
Massimo suspira.
—Entendemos que ambos necesiten procesarlo, queridos míos —dice—. Ya tendrán tiempo luego para conocerse mejor y dejar entrar el amor en sus vidas.
Fiorella parece estar a punto de vomitarse con esas últimas palabras.
—Seguro que sí, suocero —pronuncia antes de ponerse de pie, obligando a Alexei a que haga lo mismo. Quedan uno frente al otro, respirando con pesadez—. Feliz navidad, prometido —agrega antes de abandonar el salón.
Siento el enorme impulso de levantarme y seguirla, pero seguramente eso no es lo que se espera que haga la Dama de la Mafia.
Angelo se pone de pie y ofrece un brindis por la unión. Yo solo quiero ponerme a llorar de la impotencia.
Alexei podrá ser un chico joven, atractivo y próximamente poderoso, pero nada de eso importa si no es él la persona a la que Fiorella quiere.
Y definitivamente, no es la hermana de su enemigo con quien él se pretendía casar. Porque ahora, todos los planes de querer revelarse contra el líder, acaban de ser sepultados.
Angelo es un maldito.
Pero un maldito inteligente.
«Mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos, aún más».
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No puedo estar en esa maldita casa sin sentir que me asfixio.
No puedo mirar a la cara a mi primo y controlar las malditas ganas que me invaden de asentarle un puñetazo, no puedo mirar a Angelina sabiendo que terminará tan jodida como su hermana, y definitivamente, no puedo cenar en la misma mesa que una Petrova.
Me importa una mierda que sea víspera de navidad, y que me esté perdiendo el cumpleaños de mi sobrino, no puedo estar ahí.
Me llevo la copa de nuevo a los labios, observando la orgía que se está desarrollando frente a mi cara, sin lograr sentir absolutamente nada en la polla.
Las luces de Paradigma me molestan en los ojos, pero es normal después de toda la coca que he estado inhalando.
Hastiado de este lugar, de las putas, y de los políticos corruptos que vienen a montársela aquí, cumpliendo con sus fantasías más oscuras y sus depravaciones más obscenas, bajo para hacerme cargo de la entrega de un cargamento de armas que nos han encargado los polacos.
—Joder, Matteo, te ves como la mierda —me suelta Blake cuando me encuentro con él en el almacén.
—Jódete, B. Y déjame en paz —le devuelvo, tomando un fusil M-16 para comprobar su calidad de fabricación en la cabina de tiros.
Necesito soltar esta mierda de alguna manera.
Blake me sigue, tomando otro par de cascos para los oídos y apoyándose contra la pared de fondo mientras yo vacío un cartucho tras otro en el blanco, abriéndole un agujero tan grande al papel que la cabeza del tipo desaparece.
—¿Listo? ¿Ya estás mejor? —me pregunta el rubio cuando termino, cruzándose de brazos.
—No —le digo, tirando el fusil sobre la mesa de metal—. Y no creo que vaya a poder estarlo pronto.
—¿Quieres hablarlo?
—No podría ni aunque quisiera, B. —Esa es la verdad.
Por muy cercanos que seamos Blake y yo, no puedo decirle nada de lo que me está pasando. No puedo contarle de las dudas sobre el boss que llevan quince malditos días carcomiéndome la cabeza. Y mucho menos puedo hablarle de lo que siento por ella.
—Vale. Si no puedes hablar al menos podrás coger —dice—. Arriba hay un buen material para escoger.
—Si tan buen material hay, ¿qué haces tú aquí? —Blake pone los ojos en blanco.
—Tú sabes que lo que quiero no voy a encontrarlo ahí arriba. —Le dedico una sonrisa que en secreto le revela que estamos en igualdad de condiciones.
Pero...
—¿Sabes qué, B? Tienes razón. —Me saco el móvil del bolsillo, con un par de ojos oscuros bailando entre mis recuerdos—. Ya sé lo que necesito.
Busco el nombre de la persona que tengo en mente entre los contactos, pero antes de que consiga marcarle, aparece una llamada entrante brillando en la pantalla.
Miro a Blake, que sigue donde mismo, observándome.
—Déjame solo —le ordeno. Su ceño se frunce, pero es lo suficientemente inteligente para obedecer sin refutar. Cuando me aseguro de que haya abandonado la cabina de tiros, contesto—. ¿Tienes algo para mí?
Escucho una risita del otro lado.
—Hola para ti también, sottocapo.
—No estoy de humor, Fabrizzio. ¿Tienes algo o no?
—No sé si sea algo —responde—. Pero questo è un inicio.
«Esto es un inicio»
—Habla.
—¿Recuerdas lo que me dijiste sobre el mensaje que habían dejado en el departamento de Brooklyn Heights?
—Por supuesto, ¿qué hay con eso?
—Conseguí las grabaciones de seguridad del edificio que está frente a él.
Mi cuerpo entra en tensión.
—Joder, maldito stronzo. No me hagas preguntártelo.
—Ven a verlo por ti mismo, Matteo. Estoy estacionado afuera. —Separo los labios para preguntarle cómo mierda sabía que me encontraba aquí, pero...—. No te alarmes, jefe. Sé que Paradigma es tu lugar predilecto para cuando tu cabeza está hecha mierda.
—Daré la orden para que te dejen entrar. —Corto la llamada maldiciéndome por ser tan predecible.
Salgo al estacionamiento subterráneo del local y una vez que mis hombres le abren paso a la camioneta negra en la que está llegando el underboss de Della Morte profiero la orden de silencio que les impedirá hablar del encuentro que tendrá lugar aquí.
Los soldados realizan el juramento y tanto los suyos como los míos se despliegan hacia las esquinas para darnos privacidad.
—Entonces, ¿qué es lo que tengo que ver?
—¿Ansioso, amigo? —Me sonríe con diversión, produciéndome unas ganas casi incontrolables de reventarle los dientes—. Yo también lo estaría si fuera tú.
Fabrizzio despliega la cubierta de una Tablet que acomoda sobre el capó del auto antes de poner a reproducir un video en el momento justo en el que una figura alta, delgada y vestida completamente de negro se abre paso en el interior del edificio de Angelina.
No logro verle la cara con claridad, pero sí distingo que su piel es marfileña, y el mechón de cabello que se le asoma por la capucha, aún más.
—Una hora más tarde... —pronuncia Fabrizzio, adelantando la grabación.
En una esquina de la pantalla se leen las «11:26 AM» justo cuando alcanzo a reconocer el auto que se estaciona a un costado de la calzada, frente al edificio.
—Angelo... —su nombre se me escapa recordando que aquel día fue él quien se encargó de llevar a Angelina después de que nos encontrara juntos en la fuente del ángel—. ¿Qué es lo que se supone que tengo que ver?
—Paciencia —me pide, y un par de minutos después, la puerta del edificio se vuelve a abrir.
Esta vez, al estar de frente, el rostro del encapuchado se logra apreciar en su totalidad. Y aunque solo haya sido por una pequeña fracción de segundo, me ha bastado para reconocerlo.
—Imposible —digo—. No se atrevería...
—Las pruebas no mienten, amico. —Fabrizzio señala la pantalla justo cuando Angelina y Angelo están bajando del auto y entrando al edificio, después que el encapuchado ha dejado la zona.
Fabrizzio lo adelanta hasta que salen de nuevo cargando con sus maletas y lanzándola en el interior del vehículo.
El momento en el que el cazador captura a su presa.
—Ya sabemos quién está detrás de todo esto —pronuncia Fabrizzio—. Ahora la pregunta es por qué.
No. La pregunta correcta es para quién.
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Cuando finalmente los Montiglio se van de la propiedad lo primero que hago es sacarme las malditas lentillas, lo segundo intentar subir a la habitación de Fiorella, pero me detengo cuando noto que Matteo atraviesa la puerta del estacionamiento echando humo por las orejas.
—Tú... —Señala a su primo—. Tú hiciste todo esto.
Angelo se pone de pie mientras Beatrice intenta contenerlo.
—¿Qué pasa, Matteo?
—Pasa que tu hijo es un maldito bastardo —le suelta, mirándolo con ojos envenenados—. Vamos, ¿por qué no nos dices a quien le pagaste para que vigilara a Angelina? Para que te consiguiera las fotos. Para que destrozara su departamento.
El cuerpo se me tensa y meso a Nick entre mis brazos cuando este comienza inquietarse con todos los gritos.
—Estás drogado, Matteo. No sabes de lo que hablas —le dice Angelo sin inmutarse.
—¡Y una mierda! —rebate el rubio.
—¿De qué está hablando Angelo? —Mis ojos se posan en él.
—No tengo idea.
—Pues yo sí —pronuncia Matt, encendiendo una Tablet que traía bajo su chaqueta y poniendo a reproducir un video un segundo después—. Acércate, cugino.
Angelo lo hace al mismo tiempo que lo hago yo. Se trata de un video de seguridad... un video de seguridad que muestra imágenes de mi departamento en Brooklyn Heights.
—¿Pero qué...? —Me quedo muda cuando el video se comienza a reproducir y veo la silueta de una figura que se me antoja familiar entrando en mi edificio.
Pero no es hasta que Matt lo adelanta, y el hombre aparece saliendo de ahí poco después de que la bestia y yo estacionáramos al frente, que consigo reconocerlo. Que consigo descubrir quien fue la persona que me condenó a este mundo.
Pero es Angelo quien dice su nombre.
—Loren —pronuncia—. Fue él... el muy maldito.
Matteo deja escapar una carcajada. Yo siento que todo se tambalea bajo mis pies.
—No intentes fingir que no lo sabías, Angelo —le rebate su primo—. Es la misma persona a la que siempre le pagas para que haga el trabajo sucio por ti.
El hombre a mi lado niega con la cabeza, dando un paso hacia atrás.
—Yo no le pagué para que hiciera eso —asegura con los dientes apretados, señalando la Tablet—. Tiene que estar trabajando para ellos...
—Claro que no —replica Matt—. Trabaja para ti. Porque en la puta vida ese maldito se arriesgaría a hacer algo en contra del boss de la mafia.
—¡Te digo que no!
—¡Pues yo te digo que no te creo!
Y yo no digo absolutamente nada. No sé qué pensar. Ni qué creer. No sé por qué el chico que Antonella me dijo que me podría ayudar a contactar con Evelyn cinco años atrás, después de todo lo que tuve que hacer, es el mismo que ahora destroza mi piso y deja mensajes de sangre sobre mi pared.
—Sabes qué, Matteo, cree lo que te dé la jodida gana —le suelta su primo—. Pero si tú no piensas averiguar por qué el maldito de Loren está detrás de todo esto, entonces ya no podrás seguir siendo el underboss de la mafia.
—¿De verdad crees que me vas a manipular con esa mierda? —le devuelve Matteo—. Te entrego el puto cargo, Angelo, pero no mi respeto. Estoy cansado de tus malditos juegos.
—Matteo, por favor, cálmate —le pide su tía. Pero los ojos enrojecidos de Matt no auguran una «Noche buena» cuando se posan en mí.
—Esto es lo que él siempre ha querido, Angelina —pronuncia—. Si no tiene a tu hermana entonces te tendrá a ti. Lo dejó claro desde el primer momento en el que me ordenó alejarme de ti.
—No seas ridículo, Matteo. —Angelo da un paso al frente, con la vena de su cuello palpitando bajo sus tatuajes—. Te lo ordené para protegerte a ti, maldito mal agradecido.
Matt se echa a reír con amargura.
—¿Protegerme de qué?
—¡De que una mujer te volviera a dejar echo mierda! ¿O es que ya se te olvida lo que ocurrió la última vez?
Los iris de Matteo se oscurecen. Y hasta yo siento el dolor en sus siguientes palabras:
—Lo único que ocurrió la última vez fue que tú regresaste de la muerte, Angelo Lombardi —dice—. Y con eso condenaste el amor que he sentido siempre por Evelyn.
Su primo retrocede como si acabaran de darle un puñetazo.
—Dio mio, Matteo —pronuncia Beatrice, negando con la cabeza—. ¿Qué acabas de hacer?
Él, en lugar de responderle, me mira a mí.
—Lo siento, Angelina. Siento no haberla podido salvar a ella y no ser capaz de salvarte a ti.
Se da media vuelta y comienza a caminar en dirección a la salida, sacándose el móvil del bolsillo. Y lo último que escucho es el nombre de una mujer saliendo de su boca antes de que la puerta se cierre a su espalda.
«Lorreine»
Beatrice intenta acercarse a su hijo, pero este retrocede, negando con la cabeza. Y al igual que su primo, no tarda en desaparecer por el pasillo que conduce a su despacho.
El portazo llega un segundo después.
Me acerco a Lia y le entrego al niño, sintiendo que lo puedo dejar caer en cualquier momento. La chica parece estar tan conmocionada como el resto.
Y es que esta maldita noche no parece tener fin. Lo compruebo cuando subo las escaleras y me detengo frente a la habitación de la menor de los Lombardi.
—Fior. —Toco su puerta—. Fior, ¿me dejas entrar?
No responde, y después de varios segundos, decido irrespetar su privacidad abriendo de todas formas.
La habitación está vacía. Completamente en orden, sí. Pero sin ella llorando sobre la cama, como esperaba encontrarla.
Entro para comprobar que no se encuentre en el baño, pero es la ausencia de su cepillo dental lo que me termina de confirmar de qué va todo esto.
Mi pecho se comprime como si estuviera reviviendo la peor de mis pesadillas.
—¿Dónde está? —pregunta alguien detrás de mí. En este punto yo ya me encuentro temblando—. ¿Dónde está Fiorella? —repite Beatrice.
Me vuelvo para mirarla.
—Creo que ha salido huyendo —pronuncio casi sin voz.
—¡¿Cómo que ha salido huyendo?! —La mujer comienza a abrir las gavetas del closet solo para comprobar, horrorizada, que falta gran parte de su ropa—. ¡Dio mio!
—Esto es culpa de tu hijo —le suelto con una mezcla de rabia y preocupación—. Si él no la hubiera vendido como un trozo de carne y tú no lo hubieras respaldado, ella no...
—¡Angelina, basta! —me interrumpe la mujer en un tono de acero—. Están pasando demasiadas cosas a la vez y tus quejas no van a ayudarme a encontrar a mi hija. Tenemos que alertar a los soldados. No debe estar muy lejos.
Beatrice sale de la habitación y yo lo hago detrás suyo, pero después de media hora de búsqueda en la que Angelo se ve obligado a salir de su despacho para dar órdenes de aquí para allá, es la ausencia de Stefano lo que más me preocupa.
—¡Maldita sea! —Angelo estrella los puños contra el cristal de la estancia al mismo tiempo que se encienden las alarmas de la propiedad y un montón de soldados aparecen de la nada—. ¿Qué mierda está pasando ahora?
—Los centinelas avistaron un despliegue enorme de federales subiendo por la colina, señor —le responde—. Tenemos que evacuar de inmediato.
El corazón me da un vuelco. Y por instinto tomo a Nicholas de los brazos de Lia.
Angelo tira de su cabello hacia atrás.
—¡Dannazione! —escupe en su idioma natal, acompañado por un montón de maldiciones más—. Ya sabes lo que tienes que hacer, madre.
—Pero Fiorella...
—¡Ya nos encargaremos de ella después! —grita, la mujer asiente y comienza a moverse dándole ordenes al personal.
Todo el mundo comienza a llenarse de armas y equipamiento. Pero yo lo único que tengo entre mis brazos es a mi sobrino.
Lo único que necesito
—Lia, a la enfermaría —le ordena Beatrice—. Ayuda a Vicenzo. No podemos dejarlos aquí.
La chica asiente y se va corriendo mientras otros llegan con maletas llenas de dinero. Angelo se coloca un par de armas tras la espalda y otra la sostiene en su mano.
—Todo listo en la cueva, señor —informa un soldado un par de segundos después.
—Vamos, joder. Tenemos que salir. —Coloca sobre Nick un abrigo para cubrirlo y me toma del brazo para tirar de mí hacia el jardín.
La nieve no para de caer, y la fuente del Ángel se queda atrás mientras prácticamente comenzamos a correr entre el bosque y la oscuridad, alertados por la explosión y los tiros que comienzan a escucharse desde la propiedad.
Su agarre se hace más fuerte mientras me grita que proteja al Nicholas, que su vida es lo único que importa.
Los centinelas largan disparos en puntos cercarnos al nuestro y los gritos de dolor que emiten aquellos que caen bajo su letal precisión retumban en mis oídos de forma escalofriante.
El sonido de la sirena de una ambulancia consigue que me martille el pecho con mucha más fuerza mientras los tacones se me entierran en la nieve al correr colina abajo. Así que termino andando descalza, sintiendo que se me clavan agujas en la planta del pie.
Pero nada de eso es tan doloroso como llegar a la cueva y encontrarnos con un montón de soldados sangrando sobre la nieve y a Noah acompañado de Lorena trancándonos el paso.
—Angelina —mi nombre se oye desgarrador en sus labios. Luce como siempre lo ha hecho con ese uniforma negro reluciendo las siglas del FBI en el pecho. Como un justiciero. Un buen hombre—. Vinimos a rescatarte.
Mi pecho se comprime con esa declaración.
—Angelo Lombardi, baje su arma ahora —le ordena Lorena, pero él no hace ningún intento por obedecerle—. Baje el arma y deje libre a la señorita, es una orden.
—Sácanos de aquí, Angelina —pronuncia sobre mi oído—. Por su bien y el de Nicholas, sácanos de aquí.
Su mano se aferra con más fuerza a mi brazo. Pero no es eso lo que me mantiene en el sitio. Es el hecho de saber que no necesita estar amenazándome para que quiera quedarme a su lado por voluntad.
Es el miedo que eso me genera.
—Noah... —digo en un hilo de voz, sintiendo que no tengo idea de quién es la persona en la que me he convertido—. Lo siento, yo...
El llanto de Nick me atraviesa el alma.
—No tienes que sentir nada, cariño —pronuncia Noah, apuntando a Angelo con una mano y tendiendo la otra hacia mí—. Saldrás de aquí pronto, vas a estar bien.
Niego con la cabeza.
—No puedo —emito.
No puedo irme sin tener la certeza de que Fiorella estará bien. No puedo repetir la misma agonía que pasé con mi hermana. No puedo separar a Nicholas de su padre.
Y definitivamente yo ya no puedo estar lejos de él.
Noah niega con la cabeza.
—Claro que puedes, Angelina. Estás a salvo —repite, haciéndolo todo más difícil.
—Déjanos pasar, por favor —le pido, y mis palabras parecen tener un efecto demoledor para él—. Déjanos pasar. Tengo un niño entre los brazos. No pueden dispararme.
—Te dije que ella estaba con ellos —le suelta Lorena, mirándome con sus ojos negros y venenosos.
—Angelina... —Noah repite mi nombre.
En su mirada de nuevo veo reflejado el brillo de la traición. Y esta vez, me lo merezco.
—Déjanos pasar —le pido otra vez. Pero Lorena no hace más que reafirmar el agarre del arma.
—¿Qué se supone que estás haciendo, Angelina? Maldición. ¿Quién eres?
Las lágrimas me empapan los labios, haciéndome probar el sabor amargo de mis decisiones.
—Déjame pasar, por favor. —No soy capaz de decir otra cosa.
Noah deja escapar un suspiro, sin quitarme los ojos de encima. Luego... luego mira a su compañera.
A su amante.
—Baja el arma, Lorena.
—Pero, Noah...
—¡Que bajes el arma! —le grita, apartándose de la entrada, sin quitarle los ojos de encima a Angelo.
La morena aprieta los labios, pero obedece, haciendo lo mismo.
—Lo siento, Noah... lo siento mucho.
Y eso es lo último que alcanzo a decirle antes de que la puerta de la cabaña termine cerrándose por la mano de la bestia, separándome de él, y dándome a la bienvenida oficial a mi nueva vida.
Esa en la que me embarco cuando bajamos al bunker y recorremos por un pasadizo que desemboca a orillas del río donde nos está esperando una embarcación, mientras otra ya se encuentra navegando cientos de metros más a allá.
En el horizonte de un mundo que se ha volteado a mirarme, y ha visto en mí el rostro de la Dama de la Mafia.
Una que, de ahora en adelante, tendré que ser para siempre.
«Porque la seducción, sin duda, es un arma de doble filo».
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Hasta aquí llegamos con esta primera entrega, pecadoras.
Vayan a leer el epílogo y luego me cuentan que tal.
Besitos ♥
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