C A P Í T U L O 4. «¿QUALI PRINCIPI, RAGAZZA?»
¿QUALI PRINCIPI, RAGAZZA?
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No me habría imaginado que el último día del año iba a vivirlo en el paraíso, pero la luz matutina que se cuela por los cristales del balcón y la característica brisa marina que mueve las palmeras al otro lado me lo confirman.
Por instinto miro hacia la cuna de Nick solo para comprobar que sigue estando dormido, y por masoquismo, miro hacia el lado derecho de la cama para comprobar que Angelo ya no se encuentra a mi lado.
Las arrugas en las sábanas que evidencian su presencia a mi lado durante la noche, pero la realidad es que después de nuestro encuentro en la piscina no volví a verle la cara. Y anoche, cuando cerré el libro que he estado intentando leer toda la semana antes de apagar la luz de la lámpara sobre la mesita, él aún no había regresado de donde sea que estuviese.
Está claro que en Ibiza también hay un lugar para los Angeli della Notte y sus negocios ilícitos.
Me deshago de las sábanas blancas, me pongo de pie, y me interno en el cuarto baño. Después de lavarme los dientes y la cara me visto con unos vaqueros y una blusa blanca de tirantes. Me aplico la cantidad suficiente de maquillaje para cubrir los rastros que aun evidencian todos esos días que estuve llorando, y tras darle una última mirada a Nick en su cuna, salgo de la habitación en dirección a la cocina para prepararle su biberón.
Hasta ahora no me había dado cuenta de lo difícil que resulta atender a un niño pequeño sin ayuda. Cuando estábamos en Nueva York la mayor parte del trabajo lo realizaba Lia. Casi siempre era ella quien le preparaba el baño, la ropa y el biberón después de cada comida.
Aquí somos solo Nick y yo.
Bueno, la bestia también está, pero él resulta totalmente insustancial ya que no se ocupa ni de cambiarle un pañal.
—Nicholas acaba de cargarse —me dijo un par de días atrás, abriendo la puerta del baño sin pedir permiso—. Hay mierda por todas partes, Angelina.
Puse los ojos en blanco. Me estaba lavando el cabello en ese momento.
—Ajá. ¿Qué estás esperando para cambiarlo?
—Soy un maldito millonario, ragazza. Si no lo has notado, pago para que los demás haga el trabajo sucio por mí.
—¡Es tu hijo, estúpida bestia! —le grité por encima del ruido del agua.
—Y tú eres a quien le pago para que lo limpie.
—¿Perdón? —Asomé mi cabeza a través de la puerta corrediza de la ducha, sin poderme creer su descaro—. Tú a mí no me has dado ni un solo maldito centavo.
—Me debes la vida, Angelina. Así que apresúrate para que limpies la mierda de tu sobrino. —El muy maldito cerró la puerta del baño antes de que pudiera gritarle que ahora era él quien me debía su libertad.
Aun así, me apresuré a salir de la ducha por el bienestar de la colita de Nick, temiendo que se le irritara debido a la incompetencia de la bestia que tiene por padre.
Sacudo la cabeza ante el recuerdo mientras me muevo de un lado a otro por la cocina en busca del biberón, el agua, la leche y el cereal. Vierto todo en la licuadora y la pongo a batir.
Creo que lo que más me gusta de toda la propiedad es esta cocina. Es enorme y moderna. Con una isla blanca de granito, frutas frescas acomodadas en una cesta sobre ella, y unas vistas preciosas de la terraza adornada por palmeras y un cielo azul completamente despejado a lo lejos.
Fuera de lo armónicamente relajante que me resulte el panorama, este es un lugar espacioso en el que puedo cocinar cómodamente y sin limitaciones. He podido recrear casi cada una de las recetas que se me han ocurrido durante la semana, en un intento de conseguir algo con lo qué mantener ocupada mi mente. Y lo he hecho sin que me faltara ni uno solo de los ingredientes.
Una semana atrás, cuando llegamos a la isla, en esta cocina solo había alimentos no perecederos. Un par de horas más tarde casi no quedaba espacio para guardar nada. Angelo se encargó de que un par de sus hombres nos trajeran todo lo necesario y abastecieran también la casa que está a unos doscientos metros colina abajo. Es ahí donde sus soldados descansan.
«Un puñado de hombres que al menos son capaces de cocinarse su propia comida.»
Preparo un par de sándwiches para mí. Los cuales se quedan haciéndole compañía al biberón de Nick sobre la encimera mientras regreso a la habitación para buscarlo.
—Buenos días, amore mio. —Acaricio su mejilla con ternura. Desde que llegamos he estado mimándolo con algunas palabras en italiano porque me consta que todos en su familia lo hacía con bastante frecuencia y a él eso parece gustarle—. Ya es hora de levantarse, bebé.
Sus labios forman un puchero mientras se remueve con las manitas apretadas. He hecho esto mismo un montón de veces a, y aun me dan ganas de comérmelo cuando pone esas caritas.
Lo tomo en brazos y le beso la mejilla antes de ir con él hasta la cama y cambiarle el pijama por una franelilla. Para cuando termino, ya se encuentra mucho más despierto. Sus ojos oscuros me miran con un brillo que me comprime el corazón mientras balbucea una y otra vez la palabra «mamá».
—Sé que deseas que sea yo tu mamá, cariño —le susurro bajito, acercándome a su carita—. Pero yo solo soy tu tía, bebé. Tu tía Angie.
Nick sacude la cabecita como rechazando mis palabras. Un segundo después vuelve a llamarme mamá. Suspiro y le doy otro un beso en la mejilla antes de salir de la recámara con él en los brazos.
Paso por la cocina a coger el biberón y mis sándwiches, y luego nos acomodamos juntos en el sofá de la estancia. Yo tomo mi desayuno con una taza de café mientras él succiona por la mamila con los ojos puestos en un programa de bebés que están pasando en Discovery Kids.
Últimamente esto es lo único que veo. E irónicamente me gusta.
Los pequeños demonios de la televisión hacen algo ridículo que me causa gracia. Y cuando me hago consciente de que me estoy riendo a carcajadas, compruebo con toda certeza que estoy volviendo a ser yo.
El resto de la mañana la pasamos así. Solo Nick y yo. Viendo caricaturas y jugando. Todos los días intento enseñarle algo nuevo.
Comienzo a preparar el almuerzo cuando la hora del medio día se acerca mientras él se queda a mitad de la estancia entretenido con unos legos. Cuando termino me aseguro de dejar suficiente comida en la olla para la bestia.
Todavía no hay señales de él, pero si se digna a aparecer, deberá servirse con sus malditas manos.
«Esas manos que no han vuelto a tocarme la piel»
Intento olvidarme de lo mucho que eso me jode, y me dedico a acostar Nick después de la comida para que tome su siesta. Ya se me ha hecho costumbre aprovechar este momento del día para tomar una ducha y dedicarme a mí misma.
Salgo al área de la piscina con el monitor de bebés en una mano y el libro que he estado intentando leer durante toda la semana en la otra.
«El retrato de Dorian Gray»
Recorro con una mano la portada del ejemplar de Oscar Wilde después de acomodarme sobre una tumbona bajo la sombra de una palmera, preguntándome si en algún lugar del mundo, Angelo esconde una pintura hecha a su semejanza, una que, con el pasar de los años se haya ido destorciendo hasta convertirse en un retrato ruin, casi demoniaco, un reflejo de sus pecados más atroces mientras que su cuerpo sigue manteniéndose joven y hermoso.
Como el de un ángel.
Quizás eso pueda explicar por qué, pese a conocer su naturaleza ruin y perversa, no puedo evitar sentirme de esta forma por él.
Sin embargo, esa es una teoría que descarto con rapidez puesto que, en el libro, Dorian Gray solo parece tener amor para sí mismo, y —pese a todos los pañales de Nick que no se ha negado a cambiar—, no puedo fingir que no veo todo el amor que él le profesa a Nicholas.
Eso puede notarse con claridad en sus ojos cada que se posan sobre su hijo. Al igual que en la forma que tiene de mirar el retrato de su mujer sobre la mesita de noche.
Suspiro profundo antes de abrir el libro para retomar la lectura desde donde la dejé anoche.
No sé si han pasan minutos u horas cuando me encuentro con un párrafo que llama bastante mi atención: ¡Siempre! Terrible palabra. Hace que me estremezca cuando la oigo. Las mujeres son tan aficionadas a usarla. Echan a perder todas las historias de amor intentando que duren para siempre. Es, además, una palabra sin sentido. La única diferencia entre un capricho y una pasión para toda la vida es que el capricho dura un poco más.
No tengo idea por qué, pero termino releyéndolo una y otra vez.
Esta la primera vez que me he podido concentrar por entero a la lectura desde que puse un pie en esta casa, pero hay algo en esas últimas líneas que por alguna razón me incitan a analizarlas con mayor profundidad.
Como si debiera encontrar el mensaje oculto entre líneas. Un mensaje íntimo y personal. Algo que no ha sido escrito precisamente para mí, pero que de cierta forma siento que me pertenece.
«El capricho dura un poco más»
Esa frase me persigue lo suficiente para conseguir que pierda el hilo de la historia una vez que intento retomarla. Y para cuando escucho la puerta corrediza abrirse y cerrarse detrás de mí, ya me he resignado a abandonar la lectura por el resto de la tarde.
Escucho sus pasos, y poco después siento su presencia justo a mi espalda, estremeciéndome.
Sin poder evitarlo, me giro hacia él como si el muy bestia tuviera un imán, odiándome a mí misma por hacerlo, y odiándolo a él por lucir tan malditamente bien en ropa casual.
Malditos vaqueros ajustados. Maldita camiseta gris. Malditas gafas de sol. Y maldito mi coño que se humedece con solo mirarlo.
—Saldremos de casa esta noche —dice sin siquiera saludarme—. Así que ponte un vestido bonito y colócate las lentillas negras. Esta noche tendrás que interpretar tu papel, ragazza.
Mi ceño se frunce.
—¿El calor de la isla te afectó la memoria o es que de pronto has decidido olvidar que tenem... que tienes un hijo al que debemos cuidar?
—No he olvidado que tengo un hijo —dice como si intentara recalcar que es solo suyo, avanzando hasta colocarse a mi lado—. Habrá alguien en casa para cuidar de él.
Lo miro con una ceja enarcada desde mi posición.
—No pienso dejar que ninguno de tus gorilas se haga cargo de mi sobrino —le dejo en claro—. Aunque apostaría a que cualquiera de ellos podría hacer un mejor trabajo que tú cambiando pañales.
Un fantasma de sonrisa aparece en sus labios.
—No será ninguno de ellos. Así que deja el drama.
Coloco el marcapáginas en el libro antes de dejarlo junto al monitor de bebés en la mesita. Me pongo de pie, quedando frente a él.
—¿Con quién pretendes entonces que lo dejemos?
—No te preocupes por eso, ragazza. Es alguien de mi entera confianza.
Resoplo, negando con la cabeza.
—No.
—¿No? —repite con los brazos cruzados.
—No pienso dejar a Nicholas con alguien que no conozco —le digo—. No pienso correr el riesgo de que algo malo le suceda solo porque tú quienes salir a celebrar fin de año por ahí.
—Mi intención de salir no es precisamente para celebrar fin de año. Si lo fuera, no serías precisamente tú la persona con quien me agradaría hacerlo. —Recibo su estocada con dignidad, alzando la barbilla.
—Me importa una mierda para qué sea necesaria la salida. Me quedaré con Nick y recibiré el año a su lado así nos encontremos profundamente dormidos cuando el reloj marque las doce. Me da igual.
Angelo da un paso hasta eliminar por completo el espacio entre los dos. Agacha la cabeza y me mira con ojos oscurecidos de rabia.
—¿Puedes dejar de tocarme las pelotas y hacer por una maldita vez lo que te ordeno sin refutar?
—Ya hice lo que querías una vez, ¿lo recuerdas? Fue la semana pasada. Cuando sacrifiqué mis propios principios para poder cuidar de Nicholas sin tener que alejarlo de ti.
Angelo suelta una carcajada que me resulta sumamente irónica y cruel.
—¿Tus principios? —replica, tomándome de la cara con una mano—. Quali principi, ragazza? Desde que te conozco no te he visto hacer nada que no sea tratar de embaucar a mi familia con tus malditas mentiras. Intentas hacerle creer a todo el mundo que eres un puto ángel, pero te acuestas con el marido de tu gemela muerta y además intentas ensuciar su memoria para no tener que aceptar que fuiste culpable de su destino. No eres más que una farsante, Angelina White.
Me lo quito de encima con un empujón, y el sonido de mi mano estrellándose contra su mejilla es el único que se queda flotando en el aire después de sus palabras.
—La próxima vez que se te ocurra llamarme farsante, recuerda que no soy yo quien todavía lleva puesto un anillo de matrimonio en el dedo anular —le devuelvo en un siseo—. Si yo follé con el marido de mi difunta hermana, tu rompiste tus votos acostándote con su gemela sin dejar escapar ni una sola vez su maldito nombre mientras te corrías. Así que piénsalo, Angelo Lombardi, quizás la única farsa aquí haya sido tu supuesto amor hacia ella.
Me doy media vuelta y avanzo hacia el interior de la casa dejándolo de pie frente a la piscina con una mano sobre su mejilla y el peso de la verdad sobre sus hombros.
Las lágrimas nublándome la visión mientras intento llegar a la habitación son las culpables de que no alcance a ver a la persona que sale al pasillo a través de la puerta del baño de visitantes.
Para cuando lo hago, ya nuestros cuerpos han colisionado con torpeza.
—Oh, Dios, lo siento. ¿Estás bien?
Doy un paso atrás sin dar crédito a la voz que creo haber reconocido. Parpadeo un par de veces para alejar la humedad de mis ojos y tras aclarar mi visión, descubro que no estoy equivocada.
—Tú... —pronuncio con la voz temblorosa—. ¿Pero qué mierda estás haciendo aquí?
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Hasta aquí los capítulos gratuitos, pecadoras.
Un besote y gracias por la oportunidad ♥
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