C A P Í T U L O 34. «QUESTO È UN GIURAMENTO DI PAROLA»
Música: Gangsta de Kahlani
QUESTO È UN GIURAMENTO DI PAROLA
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Desteto tener que poner de nuevo en Pandemónium, pero tengo un maldito trabajo que hacer aquí, y es eso lo único que me obliga a esconder toda la ira y el rencor que le profiero al clan Della Morte y a los putos negocios que los siguen manteniendo como uno de los clanes más fuertes dentro de la organización.
Si antes los odiaba, ahora mismo sería capaz de matarlos con mis malditas manos, pero no todos los juegos en el submundo se ganan con sangre, por muy placentera que esta sea cuando se derrama entre mis manos.
El sitio que los Conti utilizan como tapadera sigue luciendo como el mismo antro de mala muerte que era antes, a pesar de todas las remodelaciones que tuvieron que realizar después de que le prendiéramos fuego a todo el maldito lugar.
Hay destellos de luces azules brillando sobre la capa de humo que se toma la atmosfera, una pista de baile atestada de drogadictos y borrachos que se mueven al ritmo de la música electrónica, una tarima ocupada por un DJ y un grupo de pubertas dispuesta a mostrar las tetas tras un par de pastillas de éxtasis, y una barra que cuenta con una variedad bastante decente de licores justo a un lado del pasillo por el que yo debo pasar.
No me sorprende que Fabrizzio se gastara miles de dólares reconstruyendo el lugar y sobornando a las putas autoridades para que no se lo clausuraran después de la matanza. Está claro que no le hacen falta clientes, y a fin de cuentas esto es todo lo que le queda después de que Angelo destruyera su matrimonio enviándole las pruebas de la infidelidad de Corina y el viejo Filippo terminara escogiendo un bando que no era el de su primogénito.
Sin embargo, prefiero no darle demasiada vuelta a esa clase de mierdas porque, primero, me importan poco o nada sus malditos problemas familiares, y segundo, porque tengo los míos propios.
Unos que me están consumiendo por adentro día tras día.
—Underboss —me saluda el hombre encargado de custodiar una puerta de metal al final del pasillo, abriéndola para mí—. El señor lo está esperando.
—Procúrate por el día en el que no lo haga, soldato —le advierto pasando por su lado antes de comenzar a bajar las escaleras, unas que están siendo iluminadas con bombillas de un tenue color rojo.
Piero viene detrás de mí junto a un par más de mis mejores hombres. Aunque sinceramente, la seguridad no me preocupa. Fabrizzio sabe que tocarme equivale a lo mismo que pegarse un tiro en la cabeza.
Un puto suicidio. Y dudo que el heredero del clan quiera morir antes de hacer pagar a su hermanito.
Al llegar abajo, un largo túnel se cierne frente a nosotros, y al final de esta se vislumbran las luces estroboscópicas nadando sobre una densa capa de humo.
—Esto será rápido —le informo a Piero al salir al rellano y mirar la enorme y ostentosa cueva subterránea que se esconde bajo la fachada de Pandemónium.
Lo primero que detallo al detenerme frente a la barandilla con uno de mis hombres a cada lado, al espectáculo sexual que se llevan a cabo en la tarima central, hecho con el fin de brindarle placer y entretenimiento a la perversa élite neoyorquina.
Pero, sobre todo, participación.
Agradezco que la música aquí abajo sea mucho menos estruendosa, pero mientras bajo por las escaleras curvas de la derecha, desearía que estuviera sonando algo que no fuera tan malditamente acorde con la atmosfera que nos envuelve.
Algo que no me afectara en los niveles que Gangsta de Kahlani lo hace.
Es como una puta maldición. Como si esta mierda me persiguiera a donde quiera que vaya. Como si fuera el recordatorio de un pasado que me atormenta cada que miro hacia atrás.
Uno que consiguió jodernos a los dos.
Lia tenía razón.
Y cada palabra que se reproduce en mi oído me lo confirma.
«Necesito un gánster que me quiera mejor de lo que lo hacen todos los demás. Que siempre me perdone, que corra o muera conmigo, eso es lo que hacen los gánster»
Pero no fue eso lo que yo hice por ella, ¿verdad? No fui capaz de darlo todo. No podía.
Lia sabía que no podía estar con ella.
Pero eso no alivia lo mucho que consiguieron joderme las palabras que me dijo esta mañana ni lo malditamente culpable que me sentí por ello.
Porque eso es algo que solo el alcohol... y algo mucho más fuerte, es capaz de aliviar.
«Estoy jodida, estoy en negro y azul. Estoy hecha para esto. Todo el abuso... Tengo secretos que nadie, nadie, nadie sabe. Soy buena en esto, en esta mierda. No quiero lo que puedo conseguir. Quiero a alguien con secretos que nadie, nadie, nadie conoce.»
Sonrío con amargura, deteniéndome al pie de las escaleras y detallando el buen trabajo que hicieron para reconstruir este lugar.
Las paredes de piedra pulida y sinuosa que nos encierran en esta pequeña fracción del submundo lucen intactas, los cuerpos desnudos y encadenados a mitad del salón son la muestra de que la dinámica del lugar se mantiene, el humo de los cigarrillos mezclado con el olor del alcohol solo consigue que de nuevo me entren ganas de tomar, y las máscaras de las que los presentes se desprenden mientras están aquí dentro solo sirven para recordarme la que yo mismo llevo puesta.
Sin embargo, lo que más llama mi atención es que el cielo y el infierno siguen siendo representadas por una réplica gigantesca y restaurada de «La caída de los condenados», un cuadro originalmente pintado en el siglo XVII por un hombre parecía conocer de sobre la oscuridad que se esconde en el alma de las personas que están reunidas en el interior de una cueva cargada de poder, dinero, y perversión.
Un hombre que dibujó en óleo el destino de la gente como yo. Que dibujó el descenso al infierno para los ángeles caídos.
Convirtiéndolos en los ángeles de la noche.
—Matteo Lombardi —pronuncia la voz de un hombre que se asoma entre la capa de humo frente a mí, acompañado por dos de sus soldados—. Cuanto tiempo sin honrarnos con tu presencia en las profundidades del submundo, sottocapo.
—No ha sido mucho, Fabrizzio. Estuve aquí mientras mis hombres le prendían fuego a tu cueva, viendo la cara de tu querido tío derretirse entre las llamas. —Su sonrisa desaparece, pero la mía solo se hace más grande.
Sobre todo, al fijarme en la mala pinta que trae esta noche el segundo al mando del clan Della Morte. Su barba ahora parece la de un musulmán, sus ojos están enrojecidos por el abuso de las drogas, y su vestimenta impoluta ha sido reemplazada por una camisa negra arremangada hasta los codos y unos vaqueros oscuro.
Con eso debo asumir que sigue estando de luto por la mujer que él mismo asesinó.
—Si estás aquí es porque el boss está dispuesto a negociar, ¿o me equivoco?
—Eso depende del concepto que tengas tú de negociación, collega.
El mayor de los hermanos Conti asiente antes de hacerme una seña con la mano para que lo siga mientras atravesamos el lugar.
De camino me fijo en la barra de cristal que ocupa la pared de fondo. El muy maldito consiguió hacer que luciera tan hermosa como lo era antes, pero no más que la mujer de ojos oscuros y vestido muy corto que me guiña un ojo mientras se lleva un coctel a los labios.
Le devuelvo el gesto solo porque esta buenísima. Pero no es la búsqueda de un polvo con una puta lo que me ha traído hasta aquí la noche de hoy.
Un par de sumisas vistiendo los típicos trajes de cuero sintético con tirantes que apenas les cubren los pezones y el sexo nos reciben en un reservado con un sofá ovalado de cuero oscuro y una mesa de cristal en el centro.
Es evidente que este ha sido especialmente creado para el jefe, ya que cuenta con las mejores vistas del espectáculo lujurioso que se desarrolla en la tarima, pero al mismo tiempo está lo suficientemente alejado de las demás mesas para crear un ambiente confidencial entre los ocupantes.
Nos ofrecen algo para tomar, además de su sumisión. Lo segundo lo rechazo, pero lo primero se me hace imposible mientras se siga reproduciendo esa puta canción. Pido la botella completa de whisky al tiempo que coloco mi pistola sobre la mesa con el cañón apuntando en dirección a Fabrizzio.
—¿Y bien? —inquiero, apoyándome contra el respaldo una vez que las mujeres se retiran.
—Quiero la cabeza del traidor de mi hermano —responde él sin mucha ceremonia—. Tengo suficiente para pagar por ella.
Sonrío, sintiendo pena por él y asco por mí.
—¿De verdad crees que será tan fácil, Fabrizzio? —inquiero con un bufido—. No nos interesan ni tu dinero ni tus negocios. Si los quisiéramos, ya los habríamos tomado. Lo sabes.
—¿A qué has venido entonces? —me devuelve él con los dientes apretados. Sus ojos oscuros reflejando su desesperación.
—He venido por la verdad —digo, consiguiendo que suelta una carcajada que se me antoja amarga.
—La verdad es un puto puñal clavado en tu pecho por la mano de tu hermano. La verdad acaba con una familia, destruye la mente y envenena la sangre.
—Vaffanculo, Fabrizzio. No vine aquí para hablar de las folladas que le dio Francesco a Corina antes de que la degollaras —le suelto, sintiendo que este tema solo consigue joderme más. Por suerte el alcohol demora en llegar lo mismo que yo en vaciar la primera copa que la sumisa me sirve, dejando caer el vaso de cristal con más fuerza de la necesaria sobre la superficie de cristal—. Entonces, ¿tienes algo mejor que para ofrecer o me tendré que cobrar también la noche que me has hecho perder?
Le hago una seña a Piero para que me pase el cigarrillo que me ayuda a encender mientras espero a que el imbécil de Della Morte se digne a abrir la boca.
—¿Sabes qué, Matteo? —Apoya los codos sobre la mesa, acercándose a mí con la mirada inyectada en veneno—. Mi familia ha sido muy benevolente con nuestros líderes después del ataque que injustamente hemos recibido en este mismo lugar, pero no somos idiotas.
—Ah, ¿no? Porque después de haber tenido las pelotas para intentar joder a los líderes de la organización yo no estaría tan seguro, amico.
—Tú sabes tan bien como yo que todo esto se remonta a la guerra sangrienta de la que fuimos partícipes en el pasado. —El hombre se lleva el vaso de whisky a los labios, dejando escapar el aire en el proceso—. Así como también sabes que la puta de Lauren Rinaldi solo consiguió camuflarse con mi familia porque mi padre así se lo permitió.
—Pero ya tú no le guardas ningún respeto a tu padre, ¿no es así? No después de que este hubiera pedido negociar con nosotros para recuperar a su hijo favorito. —Le sonrío, consiguiendo que apriete los labios.
—Mi padre ha demostrado que no sabe respetar los putos códigos de la mafia, Matteo —se revela—. Lo hizo siete años atrás cuando le prestó nuestras fuerzas a Valentino, volvió a hacerlo hace seis meses cuando Lauren se le abrió de piernas, y lo está repitiendo ahora que Francesco me ha traicionado. Es un bastardo débil de mente y blando de corazón. Él no tiene la sangre fría.
—¿Cómo tú? —Levanto las cejas.
—No todo el mundo es capaz de cortar con sus propias manos la garganta de su mujer y estar dispuesto a hacer lo mismo con la de su hermano como pago por su traición —asegura con una frialdad admirable—. Filippo no tiene las malditas pelotas que se necesitan en este negocio, y es por eso que yo...
—Que tú quieres arrebatarle el poder haciéndote con el liderazgo de Della Morte —lo corto con un tono monótono y aburrido, dándole una calada a mi cigarrillo—. Eso ya lo tengo claro, Fabrizzio. Por eso es que he venido. Sin embargo, de nada vale si no me das lo que quiero.
—No entiendes nada, ¿verdad? —Fabrizzio sonríe. Una sonrisa perversa y astuta—. Destruyes mi negocio, secuestras a mi hermano, me orillas a matar a mi propia esposa, y vienes aquí buscando una verdad que a estas alturas ya deberías saber que ninguno de nosotros tenemos.
Dejo escapar una carcajada.
—Sino las tienen ustedes, ¿entonces quién, Fabrizzio? —replico, inclinándome hacia adelante—. Una donna per l'altra. Solo tu padre sería capaz de dejar un mensaje como ese. Aun cuando no le haya funcionado al final —suelto eso último sintiendo que se quema la garganta, pero de ninguna manera podríamos dejar que se enterasen de que sí le funcionó.
Nadie puede saber que Angelina White no es la Dama de la Mafia que se mostró en Euforia una semana atrás.
—Y solo alguien que conozca de cerca nuestra historia sabría que eso podría funcionar perfectamente para desatar una nueva guerra entre los clanes —replica Fabrizzio—. ¿Es que no te das cuenta?
Me cruzo de brazos.
—¿Me estás diciendo que alguien ha intentado incriminar a tu familia?
—Y que ustedes han caído directo en la trampa, fingiendo la muerte de Evelyn solo para tener una excusa con la que atacar —repone, abriendo las mano.
Se me tensa la mandíbula.
—¿Quién te ha dado el derecho de llamarla por su nombre?
—No seas tan arcaico, hombre —Pone los ojos en blanco—. Solo quiero hacerte entender que, aunque mi padre no sea mi persona favorita en el mundo, puedes tener mi palabra de que él en ningún momento ha intentado nada en contra de nostra signora.
—Quieres destronar a tu padre, pero al mismo tiempo metes las manos al fuego por él. No comprendo lo que realmente quieres, Fabrizzio.
La sumisa me sirve otra copa de whisky que no tardo en llevarme a los labios.
—Quiero el liderazgo de Della Morte y quiero que me entreguen a Francesco con vida, eso quiero.
—Lo primero solo lo conseguirás con el retiro voluntario de Filippo o con su muerte. Así que es tu puto problema si acabas con la vida de tu padre o no —le dejo ver—. Y lo segundo, has demostrado no tener ningún medio para conseguirlo, así que... —Agarro mi pistola, dispuesto a largarme cuando...
—Espera —me dice, poniéndose de pie e inclinándose sobre mí con ambas manos apoyadas en el cristal—. Espera, maldición.
Mis soldados se ponen alerta, pero les hago una seña para que retrocedan mientras le doy la última calada a mi cigarrillo.
—Piensa muy bien en las siguientes palabras que me van a salir de tu boca —le advierto—. Porque tengo cosas mucho más importantes que hacer que quedarme aquí y verte hacer un berrinche por el papi que no te quiere y la mujer que prefirió la polla de tu hermanito.
Su mandíbula se tensa y sus ojos se oscurecen de ira, como un agujero negro e infinito, pero no dice nada hasta después de haber respirado profundo un par de veces.
—Puedo averiguar quién está detrás de todo esto, Matteo —dice—. Puedo averiguar quién o quiénes son las personas que están intentando fomentar una nueva guerra entre nuestras familias.
Le dedico una sonrisa, sacudiendo leventemente la cabeza.
—Sigues manteniéndote firme en eso de que ustedes no tuvieron nada que ver, ¿no es así? —inquiero—. ¿En que esta no ha sido la maldita forma que ha ingeniado tu papi para cobrarse que le hayamos arrebatado a la última de los Rinaldi?
Fabrizzio asiente con la cabeza.
—Lo mantengo —pronuncia—. Quizás Lauren fuera la puta con la que mi padre se estaba divirtiendo antes de que nuestra señora la dejara al descubierto y ustedes se la llevaran para cobrarse su sangre, pero él tiene demasiado que perder. No sería capaz de arriesgarlo todo vengándose por una desquiciada que ni siquiera lo quería.
—Quizás él estaba enamorado. —Fabrizzio se ríe.
—Padre solo tuvo un amor en el mundo, y ese lleva siete años enterrado —pronuncia, y veo un destello de dolor confundiéndose con las luces que se reflejan en sus ojos—. Sabes que tengo la razón, Matteo. Hay miles de millones en juego, ¿crees que los pondría todos en riesgo por la puta que se follaba?
Aprieto los labios, dándole vueltas al asunto en mi cabeza, pero tengo que aceptar que el maldito lleva algo de razón.
Lauren sabía que el líder de Della Morte había sido un gran amigo de su padre, Alfonso Rinaldi, y que, si había alguien en el submundo de Nueva York que podría recibirla de nuevo, ese era él.
Aquella noche, durante la fiesta de máscaras que se celebró aquí mismo en Pandemónium por el quinto aniversario de bodas de Fabrizzio, cuando Evelyn se enteró que Lauren Rinaldi —a quien creíamos muerta— era la acompañante de Filippo, y, además, una de las fundadoras de La Cobra —organización con la que llevábamos un tiempo haciendo negocios para movilizar la mercancía por el sureste de la costa—, también supimos que la mujer mantenía una relación sentimental con sus dos socios.
Un par de dañados que había conocido mientras se encontraba recluida en un hospital psiquiátrico de esos donde puedes hacer desaparecer a alguien a cambio de un maletín lleno de billetes.
Y eso era precisamente lo que Alfonso pretendía hacer con ella después de que hubiese deshonrado su apellido, quedándose embarazada del novio de su mejor amiga, la hija de Andrei Petrova, el líder de la mafia rusa de la ciudad.
Sin embargo, Lauren con dieciséis años ya era una puta adicta a la heroína, y cuando el bebé nació, lo hizo tan muerto como ella misma había dejado al padre de la criatura.
En el psiquiátrico terminó formando esa mierda de relación poliamorosa que la llevó a hacer destrozos con un candidato a la alcaldía de La Florida antes de terminar escudándose bajo los brazos de Filippo para evitar a las autoridades y al grupo de niñatos que finalmente fueron quienes terminaron encontrándola y jugándoselo todo al infiltrarse en la fiesta para capturarla.
No sé cómo mierda lo hicieron, pero una de esas chicas consiguió hacer un pacto de sangre con Evelyn. Ellos nos señalarían a Lauren entre los invitados y los Angeli della Notte les daríamos una hora antes de hacernos con ella. Tiempo que ellos utilizarían para sacarle la información que habían venido a buscar desde Miami.
Aquella noche terminó convirtiéndose en un matadero cuando la amada de Lauren se presentó con su hijo y algunos integrantes de la organización. Conseguimos acabar con ellos antes de que los federales nos apresaran y logramos salir de aquí con Lauren Rinaldi como prisionera.
Nueve años atrás habíamos jurado acabar con todo aquel que portara el apellido, y esa es una promesa que se mantendrá por siempre.
—Suponiendo que tienes razón —le digo finalmente—. Eso significaría entonces que no fueron ustedes quienes intentaron manipular a Evelyn para que se quitara la vida, que no fue gracias a ustedes que la mercancía que debía ser recibida por mis hombres en Paradigma dos semanas atrás desapareció, y que no fueron ustedes quienes destrozaron el departamento donde ella se estaba quedando después del entierro. ¿Es eso lo que me estás intentando decir?
Él arruga la frente, ladeando la cabeza apenas un poco.
—¿Departamento? —repite, sentándose de nuevo.
—Per l'amor di Dio, no te hagas el scemo, Fabrizzio —le espeto—. Estoy hablando del departamento donde dejaron el mismo mensaje sobre la pared de su habitación: «Una donna per l'altra».
—¿Pero mierdas dices, Matteo? —Se ríe, echándose para atrás en el asiento—. Yo no tenía idea de que el boss le permitiera a su mujer quedarse fuera de la fortaleza que tienen en quién sabe dónde.
Entrelazo mis dedos alrededor de la copa, inclinándome hacia él para mirarlo a los putos ojos y comprobar que me está diciendo la verdad.
—Júralo por tus hijos —le exijo, consciente de la importancia que tienen esa clase de juramentos para nosotros—. Jura por tus hijos que estás diciéndome la verdad. Jura que ni tu ni tú clan han tenido que ver en ninguno de esos sucesos.
Fabrizzio me mira a los ojos. Unos ojos negros inyectados en sangre que reafirma su fiera determinación.
—Te lo juro por mis hijos. —Dejo escapar el aire tras escucharlo, y necesitando despejar mi mente de todas esas mierdas que ahora mismo se me están pasando por la cabeza, me apresuro a servirme una nueva copa de whisky, negándome a que una de las sumisas lo haga por mí.
Me trago la mitad del contenido antes de volver a mirarlo, sintiendo como el alcohol me corre por las venas.
—¿Cuál es tu propuesta, Fabrizzio? —La sonrisa que me dedica me despierta unas ganas casi salvajes de asentarle un puñetazo, pero me controlo a la espera de que abra la boca.
—Te entregaré pruebas de quien o quienes son los verdaderos culpables de toda esta mierda, Matteo. Y estaré de su lado en la lucha si se requiere —promete—. Pero a cambio de eso, los Angeli della Notte me entregarán a Francesco vivo y me darán el apoyo que necesito para hacerme con el liderazgo de Della Morte. Créeme que seré un mejor aliado para ustedes de lo que lo ha sido mi padre durante décadas.
Ahogo una carcajada.
—¡Cazzo, Fabrizzio! Una propuesta perfecta —exclamo con un ademán—. Ahora dime, ¿dónde está la trampa?
Él se ríe, rascándose la barba.
—No hay ninguna trampa, fratello.
—No soy tu hermano —le devuelvo con los dientes apretados.
—Muy bien, sottocapo —acepta, rozándose la nariz con el dorso de sus dedos—. El punto es que yo solo quiero mi venganza. De la misma forma que tu clan peleó por la suya en las vías del tren que están tras estas paredes. —Señala—. Y si lo que te preocupa es que mi plan sea cobrarme la vida de mi tío, ten mi palabra de que asumiré su muerte como el pago por la del tuyo. Giovanni murió en manos de mis hombres, aunque hubiesen estado liderados por Valentino, y esa era una deuda por la que tarde o temprano tendríamos que pagar, ¿no crees?
Por un momento solo me dedico a mirarlo, buscando algún atisbo de engaño en toda esa palabrería, pero si lo hay, supongo que sabe esconderlo bastante bien.
Y eso... eso solo consigue joderme más.
—Muy bien —termino aceptando—. Consígueme pruebas de quién está detrás de todo esto, sus razones, motivos y secretos más oscuros, Fabrizzio. Solo así obtendrás lo que quieres.
—Tienes mi palabra de que no descansaré hasta conseguirlo, pero ahora quiero que lo hagamos oficial, Matteo —pronuncia con una sonrisa ávida que se pierde tras la humareda del antro—. Sellemos esto con un pacto. —Sonríe.
Un pacto de sangre puede resultar ser tu salvación o tu maldita perdición.
Pero en esta ocasión no soy yo quien debería temer. Estoy dispuesto a respaldarlo y a entregarle al hermano para que lo mate. Solo será un estorbo menos en nuestro camino, y que Fabrizzio se haga con el poder de Della Morte en cierta forma nos beneficiaría también.
Filippo nunca ha sido un aliado, solo ha sido ese enemigo que hemos mantenido cerca.
Visto así, todo parece perfecto. Pero no lo es. En este mundo nunca nada lo es. Y la única forma que tengo para averiguar que puede salir mal en toda esta mierda, es arriesgándome.
—Lo haremos —le digo. Fabrizzio puede ser mis ojos aquí afuera, mientras los míos comenzarán a mirarlo todo de forma diferente en el interior de la casa—. Pero si yo consigo al causante de todo esto sin tu ayuda, te olvidas de tu hermano y de nuestro apoyo.
«Y ruega para que no termine descubriendo que después de todo, tu familia y tú sí están implicados en esta mierda, stronzo»
A Fabrizzio no parece gustarle mucho mi idea, pero sin tener más opciones...
—Trato —acepta finalmente.
Sin decir nada más, me saco la navaja que traigo siempre en la parte trasera del pantalón, enseñándosela.
Él me sonríe como solo lo haría alguien que está a un paso de cobrarse la mayor de las traiciones, imitándome con la suya propia.
El filo de las navajas nos pone a sangrar la palma antes de mirarnos a los ojos y unir nuestras manos en un apretón.
—Questo è un giuramento di parola. Il tuo sangue e il mio uniti in un voto d'onore. —Fabrizzio pronuncia las palabras del juramento en nuestro idioma natal, y yo procuro repetirlas en mi cabeza para grabarme a fuego la decisión que estoy tomando ahora mismo.
«Esto es un juramento de palabra. Tu sangre y la mía unidas en un voto de honor»
Mi palabra le pertenece, y ahora no hay forma de que le pueda faltar a ella sin enfrentarme a la muerte.
Lo mismo para él.
—Muy bien, Frabrizzio. Ya ha sido suficiente por esta noche —le digo, retirando mi mano y recibiendo al segundo un pañuelo que Piero me entrega para que envuelva la herida.
Fabrizzio sonríe mientras su sumisa hace el trabajo por él. Una sonrisa en la que parece estar leyendo todos los miedos que sus declaraciones han despertado dentro de mí.
—No es necesario que te largues tan pronto, amico. —Se pone de pie—. Esta noche la casa invita. Ponte cómodo y escoge la compañía que más te apetezca. —Señala todas las mujeres dispuestas alrededor de los tubos, exhibiendo su desnudez y sensualidad—. Te contactaré cuando sepa algo. Mientras tanto, diviértete.
Deja un frasco minúsculo sobre la mesa. Es de vidrio y en su interior hay un polvo blanco. Tengo intenciones de decirle que no estoy interesado en quedarme, pero cuando soy consciente, él ya se encuentra alejándose con sus sumisas y los soldados a su espalda.
Agarro el frasquito y lo hago girar entre mis dedos, llevándome el último trago que queda en mi copa a mis labios mientras comienzo a sentir que los movimientos de las luces me marean, o quizás solo sean las ideas de mierda que se me están viviendo a la cabeza relacionadas a la muerte de Evelyn.
A su puto suicidio.
A la nota que Angelo encontró junto a ella sobre la cama.
Como se suponía que sería. Como ella había querido, ¿o no?
—Hola, Thor. —Una voz femenina me trae de vuelta, pero es su cuerpo el que consigue captar mi atención.
Tetas grandes, cintura pequeña y caderas anchas.
—¿Thor? —Enarco una ceja, obligándome a llevar los ojos hasta su rostro.
—El más fuerte de los Dioses nórdicos, ¿no eres tú? —Se me escapa una carcajada—. Qué vergüenza, no me digas que acabo de cometer un error.
—El error ha sido creer que él se parece a mí, bonita.
—Tienes razón, papi chulo, no hay punto de comparación. —Acompaña su sonrisa coqueta con un guiño de ojo que me hace reconocerla como la chica que vi sentada frente a la barra al llegar.
—Tienes buena técnica para flirtear, lo admito. —Me llevo el vaso de whisky a los labios después de servirme de nuevo.
Ella se encoje de hombros, inocente. Aunque ese vestido azul, corto, y ceñido a su cuerpo, demuestre que ella es todo lo opuesto a esa palabra.
—Puedo acompañarte un rato si quieres. —Se mordisquea el labio inferior.
Los tiene gruesos y carnosos. Esa clase de labios que harían un buen trabajo proporcionando placer, pero...
—La verdad es que ya me iba —le digo, porque en este momento no me apetece absolutamente nadie que no sea ella. Aunque me siga jodiendo lo de esta mañana.
La chica hace un puchero que —lo admito— luce malditamente sensual en esa cara de Diosa caribeña que tiene, pese a llevar el cabello corto y de un color acaramelado que no me gusta para nada.
—Es una lástima, sabes... —Se sienta a mi lado, inclinándose lo suficiente para ofrecerme una buena vista del par de tetas que sobresalen de su escote. Joder. Son enormes— porque yo estaba dispuesta a hacerte olvidar todo eso que te está atormentando
—¿Qué te hace creer que estoy atormentado? —Le dedico una sonrisa amargamente irónica.
—Tengo un buen ojo para las personas que están igual de jodidas que yo. —Se lleva a los labios la copa que trajo consigo, luego la deja sobre la mesa.
—No hay un alma en este lugar que no esté jodida. Así que sinceramente no me impresiona en nada tu percepción, pequeña ramera. —Ella me sonríe, como si mi insulto fuera un halago.
—Tienes razón —dice, acercándose más—. Pero pertenecemos a este lugar. Estar jodidos no es un problema hasta que son otros los que nos joden. Hasta que lo hacen las personas que nos importan. Y tú ahora mismo formas parte de ese grupo. Lo veo en tus ojos.
Su mano se alza con intenciones de acariciar mi hombro, pero antes de que lo consiga, unos dedos enormes se cierran alrededor de su muñeca.
—Al señor no se le toca sin su permiso —le advierte Piero.
Y ahora, ante su incredulidad, el que sonríe soy yo.
—Suéltala —le ordeno a mi hombre. Este obedece y la chica de inmediato comienza a sobarse la zona—. A ver, bonita, dime, ¿cómo te llamas?
—Lorraine —responde, mirándome a los ojos.
—Buen seudónimo para una puta.
—No soy una puta —se defiende—. Pero puedo portarme como una en la cama si así lo deseas.
Le rozo la mejilla con la punta de mi dedo hasta llegar a sus labios, unos que no demoran en abrirse para recibirlo con un lametón, antes de chupárselo como si fuera mi verga, sin despegar sus ojos de los míos.
Siento el primer tirón en mi miembro, aunque de forma débil.
—Eres buena, Lorraine —acepto, retirando mi dedo de su boca—. Pero no tienes lo que estoy necesitando en este momento.
—Eres de los que se hacen de rogar, ¿o es así?
—No. —Me pongo de pie—. Soy de los que cuando dicen que no, es no.
Ella se levanta un segundo después.
—Quizás esta noche no, pero, ¿otra? —inquiere, mordiéndose el labio inferior. No le respondo de inmediato, porque el alcohol está consiguiendo que vea en los ojos oscuros de esta puta cosas que no debería—. Puedo darte mi número —insiste—. Te prometo que estaré disponible para cuando ese «no» desee convertirse en un «sí».
Suspiro.
—¿Si tomo nota de tu número, te apartarás de mi camino? —No quiero tener que pedirles a mis hombres que lo hagan.
—Solo hasta que usted decida dejarme entrar de nuevo en él, señor —pronuncia con divertida sensualidad, haciéndome sonreír.
Me saco el móvil del bolsillo y después de desbloquearlo registro los dígitos que ella me comienza a dictar.
—Sabes con quién te estás metiendo, ¿verdad? —inquiero, guardándome el móvil de nuevo en el bolsillo.
—Con el demonio más sexy de todo Pandemónium —responde cogiendo de nuevo su copa—. Ya te dije que tengo buen ojo.
Doy un paso en su dirección, pero ella no se mueve ni siquiera cuando me inclino sobre su oído y aspiro el aroma frutal que desprende su piel.
—¿Sabías que los demonios solo son ángeles caídos, pequeña ramera?
Puedo sentir su sonrisa creciendo contra mi mejilla.
—Un ángel de la noche es justo lo que estaba necesitando. Pero no pasa nada, lo bueno se hace esperar —me devuelve, separándose para dejar un beso en la comisura de mi boca antes de dar un paso hacia atrás.
Sonrío, porque hay algo en esa mujer que consigue despertar una chispa dentro de mí, pero esta no es lo suficientemente poderosa para que decida perder la cabeza, abriéndola de piernas sobre mi regazo y follándomela aquí y ahora. Delante de todo el maldito submundo.
Después de todo, no sería la primera vez que lo hago. Ese ha sido mi escape durante años. Mi manera de huirle a todo cada que me siento superado.
Y esa es una opción que, aunque no quiera tomar en este momento, no creo poder descartar de mi vida... todavía.
—Ten por seguro que, si llego a necesitar de una bonita ramera, te llamaré —le prometo antes de rodearla para largarme de esta maldita cueva.
—Le rogaré a todos los demonios del inframundo para que sea pronto. —La escucho gritar mientras me alejo, e inevitablemente sonrío.
Una sonrisa hilarante y vacía.
Porque en este momento yo estoy deseando todo lo contrario. Estoy cansado de vivir ahogándome, pero Angelina White, por primera vez en mucho tiempo me está dando la oportunidad de salir a flote.
Y es ese pensamiento el que me acompaña en todo el camino de regreso a Hudson Hill, mientras bajo del auto, entro a la casa, subo las escaleras y me planto frente a la puerta de su habitación.
Un pensamiento que se va a la mierda cuando el susurro de sus voces y el eco de sus gemidos llega a mis oídos con la brutalidad de una ola, envolviéndome en una marea turbia y asfixiante.
Mis puños están a nada de estrellarse contra la madera, pero me obligo a controlarme.
No sé cuál de los dos está más jodido. Solo sé que este es un juego que no parece tener un único ganador. Y que al final, todos terminamos perdiendo algo.
Evelyn perdió la vida, y por primera vez estoy dudando que Angelo no haya tenido nada que ver en su decisión. Después de todo, fue él quien encontró el trozo de papel con el supuesto mensaje de Della Morte junto a su cuerpo, y fue él quien lo vio de nuevo en el departamento de la mujer que ahora se está follando.
Me doy media vuelta y me encamino a mi habitación, convencido de una sola cosa.
«No permitiré que Angelo la destruya a ella también».
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Palabras italianas y sus significado:
Fratello = Hermano.
Sottocapo = Underboss / Segundo al mando.
Cazzo = Mierda / Carajo / Coño
Scemo = Idiota / Estúpido
Nostra signora = Nuestra señora.
Vaffanculo = A tomar por culo.
Collega = Colega.
Soldato = Soldado.
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Hola, pecadoras ♥
¿Qué les ha parecido entrar en la cabecita de Matt?
Las leo.
Besitos ♥
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