C A P Í T U L O 33. «LA BESTIA: DUE. LA DANNATA RAGAZZA: ZERO»
LA BESTIA: DUE. LA DANNATA RAGAZZA: ZERO
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Esto es una maldita guerra entre el cielo y el infierno.
O al menos es así como se sienten cada una de las embestidas que le doy a la mujer que ha llegado a mi vida para joderme.
Una ragazza mentirosa, caprichosa y malditamente peligrosa para mi salud mental.
Angelina White es todo lo que nunca fue mi dama, es todo lo que no necesito en mi vida, y al mismo tiempo es todo lo que mi cuerpo y mi mente no se cansan de desear.
Intenté convencerme de que toda esta mierda que ella consigue remover en mi interior solo se debe a su parecido con la mujer que hice mi esposa nueve años atrás, la mujer por la que fui capaz de entregarlo todo, la única a la que amaré jamás, pero ya no pude seguir engañándome.
No después de ese maldito beso que nos dimos en Euforia.
No cuando amargamente descubrí que, aunque su sabor era diferente, me gustaba como el puto infierno.
Y no cuanto después de ese día, perdí la maldita cuenta de las veces que me toqué pensando en ella después de eso.
—Yo no soy tuya, Angelo —repite en un jadeo mientras mi miembro palpita en su interior.
—Lo eres —le digo, deslizando mi lengua por el borde sus labios—. Así que procura no intentar hacer nada estúpido, angelito.
Sus ojos me miran con una mezcla de furia y excitación. Pero no me importa.
Que estemos ahora mismo en esta posición no se debe solo a las malditas ganas que le tengo ni a lo mucho que me embriague su olor. Ella está intentando jugar un juego peligroso, y yo haré lo que sea necesario para proteger a mi familia.
Aunque de momentos, me pueda el sentimiento de culpa.
—Eres una.... maldita bestia. —A sus palabras las acompaña un gemido, y yo desearía que sus insultos no me pusieran la polla tan malditamente dura.
Pero lo hacen.
Y con cada jadeo suyo voy sintiendo mi erección apretándose más contra sus paredes, deslizándose con ese néctar dulce y viscoso que su sistema comenzó a producir bajo el roce de mi lengua, llenándome así de un deseo casi tan salvaje como el odio que le tengo.
—¿Te gusta, ragazza? —inquiero, buscando sus ojos, lo único de ella que me mantiene cuerdo, que no me deja olvidar a quién estoy haciendo mía. Sus labios se separan, pero de ellos solo salen quejidos placenteros que me invitan a atraparlos con los míos. Pero antes de hacerlo necesito escucharla. —. Dime, nena, ¿te gusta la forma que tiene esta bestia de follarte?
Una embestida. Un gemido.
—Te odio —me responde a cambio la muy maldita, ganándose que la penetre con más ahínco—. Me das... asco.
Sus talones se entierran en mis nalgas, contradiciendo sus palabras.
—¿No era esto lo que tú querías, maldita caprichosa? —La tomo por el mentón con una mano mientras la otra se encarga de sostener el peso de mi cuerpo—. Querías que yo cayera en tu maldito juego, Angelina.
—¿Y no es eso lo que acabas de hacer, ángel? —inquiere con los ojos brillando bajo la luz de la luna. Algo dentro de mi estómago se remueve, algo que produce una mezcla de rabia y excitación.
Una, dos, tres estocadas más que la hacen retorcerse bajo mi cuerpo. Presa del placer.
Presa de mí.
—No sé, angelito, dímelo tú. —Hundo mi rostro en su cuello, repartiendo besos y mordiscos que la hacen jadear sobre mi oído mientras mis movimientos se van haciendo más rápidos, la humedad más espesa, y el sonido de nuestras pieles chocando más excitantes—. Dime si soy el cazador o la presa, maldita ragazza.
Ella me obliga a mirarla. Una expresión delirante y desesperada dibujándose en un rostro que es idéntico al que veía todas las noches antes de irme a dormir, pero que al mismo tiempo luce tan diferente que consigue llenarme las venas de un terror que hace años no era capaz de sentir.
—Si crees que por esto has ganado, tienes que saber que... ¡Ah, Dios! —gime con una nueva arremetida.
—¿Qué decías, angelito? —Le sonrío con una arrogancia que la hace rabiar de deseo.
Y me lo demuestra tirando de mí hasta que nuestras bocas se encuentran en un beso lleno de todo el desprecio y las ganas que nos tenemos.
Un beso con el que me encargo de probar cada especio en el interior de su boca y de comerme sus labios en mordidas pequeñas y cargadas de lujuria.
Nuestras respiraciones se van volviendo más rápidas y pesadas, y mis embates más profundos y certeras.
Uno de sus dedos se introduce en mi boca, lubricándose con mi saliva antes de bajar a su entrepierna, donde comienza a tocarse al ritmo que marca mi polla en su interior.
Siento como mi glande se hincha más y más a medida que aumentan los soniditos guturales que abandonan su garganta.
—No pares... Angelo, no pares... —me ruega mientras su sexo palpita alrededor del mío. Y entonces, cuando siento que ya está punto de venirse, me detengo, provocando que un gemido de pura frustración se escape de sus labios—. ¿Pero, qué...?
—No te daré el placer de tener un segundo orgasmo hasta que no me respondas, angelito. —Mis ojos se centran en los suyos porque necesito recordarme a mí mismo quien es el ángel al que haré caer esta vez—. ¿Te gusta la forma que tiene esta maldita bestia de follarte? ¿Quieres más?
Sus labios se aprietan, pero su sexo se contrae contra mi erección en un ruego silencioso, en una búsqueda desesperada de más.
Sin embargo, el maldito orgullo parece ganarle.
—No pienso darte el gusto, Angelo —pronuncia entre dientes, removiéndose.
—Muy bien. —Abandono su interior, irguiéndome sobre mis rodillas y cerrando una mano alrededor de mi verga endurecida por esa maldita mujer.
—¿Qué... haces? —pregunta, incorporándose sobre los codos mientras sus ojos siguen con atención los movimientos de mi mano, deslizándose con facilidad sobre mi erección gracias a sus propios jugos.
Me la ha dejado tan empapada que tengo que hacerme de todo mi autocontrol para no volver a enterrarla en su interior.
—Que no acabes tú no significa que yo no vaya a hacerlo —le digo, aumentando mis movimientos—. Voy a correrme encima de ti, Angelina, para que puedas ver todo lo que te estás perdiendo. —Su mandíbula se aprieta, pero sus ojos se dilatan.
—Eres un bastardo, una maldita bestia, Angelo.
—Esta bestia puede darte el puto orgasmo de tu vida si tan solo admitieras lo mucho que lo deseas. —Ella se mantiene en silencio—. Bien. Tú te lo pierdes, angelito.
Mi mano se cierra sobre su rodilla al tiempo que voy sintiendo los hilillos de semen ascendiendo por mi tronco.
—Joder... ahí viene, ragazza... ya casi... —Mis ojos no se despegan de los suyos, pero antes de que termine bañándole el abdomen con todas las ganas que le tengo, ella cierra una mano sobre la mía, y...
—Para, maldita sea —me dice con los dientes apretados.
Sonrío al ver como deja escapar el suspiro que se lleva su orgullo de mierda.
—¿Tienes algo que decir, angelito? —Me inclino sobre ella, quedando a centímetros de boca.
Su aliento caliente solo es la prueba de lo cabreada y excitada que está.
—Sí..., me gusta. Me gusta mucho, ¿estás feliz ahora?
—¿Qué te gusta, ragazza? —Ella ahoga un gruñido que me hace sonreír.
Luego..., luego me mira. Y en esa mirada veo reflejada mi perdición, pero también mi victoria.
—Me gusta cómo me follas, Angelo Maldita Bestia Lombardi.
—¿Mejor que en tus sueños, angelito? —inquiero, recreándome con el rojo vivo que se le torna en las mejillas. Me acerco más a su boca, rozándole los labios al hablar—. ¿Mejor que todas las veces que te estuviste tocando pensando en mí?
—¡¿Tienes cámaras en la maldita habitación?!
Mi sonrisa se hace más grande, igual que mi puta erección.
—No —le confieso, relamiéndome los labios—. Pero tú acabas de confirmarme lo que hacías en mi ausencia, maldita pervertida.
—Eres un imbécil.
La sujeto por el antebrazo cuando intenta golpearme en el pecho.
—Cuidado, ragazza. Tu muñeca no tiene que pagar por tus oscuros secretos. —Le doy un beso justo donde las venas azules se le marcan bajo la piel. Su cuerpo se estremece con el contacto de mis labios. Pero no aparta sus ojos de los míos—. No cuando yo conozco algunos métodos mucho más placenteros para castigarte por eso.
Ella separa los labios, pero la callo con un beso antes de levantarme con ella y colocarla de rodillas contra el respaldo de la cama, haciendo que se arquee para mí.
Mis dedos se deslizan por la humedad de su sexo, bajando y subiendo para estimular y lubricar toda la zona antes de buscar la posición perfecta para hundirme de nuevo en su interior.
De una sola estocada que la hace chillar de forma dolorosamente placentera.
—¿Qué mierda crees... que haces? —se queja.
—Te dije que te iba a castigar, Angelina —le respondo al oído, moviéndome tan solo un poco dentro de ese canal donde mi polla se siente malditamente apretada—. Solo relájate, ¿vale?
—Pudiste.... haberme avisado, Angelo, maldición. —Los gemiditos de gusto y dolor que emite solo me invitar a moverme con más intensidad.
—Entonces no habría sido un castigo, ragazza. —La sujeto por las caderas y me hundo con fuerza, consiguiendo que su ano se vaya dilatando más y más, adaptándose al tamaño y grosor de mi verga en su interior.
—Te odio. —Eso es todo lo que dice... con un jadeo como fondo.
Paso un brazo por su pecho, pegándome a su espalda y dejando un beso sobre su hombro.
—Por tu bien, será mejor que eso nunca cambie nunca, Angelina White —le susurro antes de bajar por su cuello y dejar mi rastro sobre su piel.
Cualquier queja que estuviera pensando soltar se queda en la nada cuando, sin despegarme de su espalda, comienzo moverme con más rapidez, ayudándola a alcanzar el éxtasis con mis dedos sobre su sexo mojado.
El placer va aumentando con cada estocada, y el sonido de sus gemidos también. Volviéndome tan malditamente loco que lo único que puedo hacer para acallarla es apoderarme de sus labios.
«Maldita sea. La odio tanto»
Odio que sea capaz de tenerme así, tan a su merced pese a intentar mantener el control.
Control que de cualquier forma pierdo cuando el roce de su lengua sobre la mía comienza a producir sensaciones que, combinadas con el placer que me está dando su culo, provocan un orgasmo que ya no consigo contener más.
Ella parece notarlo. Quizás por el aumento de la velocidad, o por los gruñidos roncos que se me escapan sobre sus labios.
Solo sé que cuando la siento retorcerse contra mi cuerpo..., cuando sus gemidos salen acompañados de sonidos y palabras que ya no consigo entender..., cuando mi nombre abandona sus labios en suspiro..., yo también me dejo ir.
Llenándola por dentro mientras siento que el maldito corazón se me va a salir por la garganta.
—Joder... —gruño contra su cuello, ralentizando mis movimientos hasta asegurarme que no quede una sola gota de mí que no le pertenezca ahora—. La bestia: due. La dannata ragazza: zero.
Ella tiene la frente apoyada contra la pared mientras intenta recuperar la respiración, pero al escuchar mis palabras me mira.
—¿Dos? ¿Cuándo se supone que ganaste el primer punto, bestia? —inquiere, con la luz de la luna provocando un brillo oscuro y desafiante sobre sus ojos que me produce gracia.
—En Euforia, ragazza —le respondo, acercándome a su boca—. Cuando casi me rogaste para que te besara.
Ella separa sus labios en un gesto indignado, y yo aprovecho la oportunidad para adueñarme de ellos de la misma forma que pienso hacer con todo su ser.
Porque si hay algo que este mundo me ha enseñado, es a mantener a mis amigos cerca, pero a mis enemigos..., aún más.
«Fin del juego, Angelina White».
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Hola, pecadoras ♥
Aquí las cosas siguen estando muy HOT!!!
Esta es una actualización doble, para compensar que ayer no publiqué y que este ha sido cortito.
¿Les gustó?
Besitos ♥
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