C A P Í T U L O 32. «COSÌ BELLA, COSÌ LETALE»
Música: Sacrifice de Black Atlass feat. Jessie Reyez.
COSÌ BELLA, COSÌ LETALE
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Me he pasado el día entero encerrada en la habitación rosa. Absolutamente sola con mis pensamientos.
Al salir de la sala del piano, subí a darme una ducha. El primero en venir a ver cómo me encontraba fue Matt —después de haber perdido su tiempo en la enfermería—, pero en ese momento todavía estaba procesando la conversación que había escuchado tras esa bonita puerta, así que me deshice de él con la excusa de que estaba cansada.
La cual también me sirvió a mí para no admitir que, ahora que la bestia había regresado al castillo, no me sentía tan cómoda recibiendo a Matteo en mi recámara.
Sé que me prometí no doblegarme ante los mandatos de ese animal, pero la verdad es que no tengo ganas de volver a dormir en esa maldita cueva. Y estoy segura que mis acercamientos con Matt solo pueden asegurarme un ticket de no retorno hacia ese lugar.
La siguiente en venir fue Lia, avisándome que el almuerzo ya estaba servido. Con la misma excusa, le pedí que me lo trajera a la habitación. Ella aceptó con tanta amabilidad que en sus ojos miel no pude conseguir un atisbo de todo el desprecio que se oía en su voz mientras discutía con Matt.
Al parecer, el entrenamiento que la familia Lombardi imparte a todos sus empleados, no es solamente físico. También les enseñan a fingir bastante bien sus emociones.
Stefano es la prueba fehaciente de ello. Cada que me encuentro con el chico vampiro y Fiorella en la misma habitación, me esfuerzo demasiado para poder notar que ambos están perdidamente enamorados. Quizás, si no hubiera visto al chico clavando sus dientes en el cuello de la princesa de la mafia, no podría ni imaginármelo.
Aun así, no son ellos dos los que han ocupado gran parte de mis pensamientos durante el día, sino la incertidumbre por no saber si mi mensaje fue recibido, sumado a la incomodidad que me da el hecho de que Angelo no sea mi único enemigo en esta casa.
Conozco de celos, y sé lo que una mujer es capaz de hacer cuando se deja dominar por ellos.
Hasta ahora creía que Lia era una muchacha dulce, obediente y callada. Ahora sé que esa es solo la máscara con la que decide mostrarse. La verdadera Lia es una chica a la que el underboss de la mafia le ha dejado el corazón roto.
Ahora solo me queda averiguar por qué.
Cuando llega la hora de la cena, pongo la misma excusa que al medio día. Lia me trae tres trozos de pizza casera y una lata de Coca-Cola. No es que me guste ser atendida como si fuese de la realeza, pero no me apetece nada ver a la bestia de mi cuñado y mucho menos compartir mesa con él y Matteo.
Además, después de saber que Lia me odia, no me da tanto remordimiento aprovecharme de sus servicios.
Por Nick no me preocupo, porque, aunque me ha hecho mucha falta durante todo el día, con mi mano dolorida no podré atenderlo bien, y ya que Beatrice se ha pasado fuera casi toda la semana, este es un buen momento para que esté con su abuela.
Desde que estoy viviendo en esta casa, el niño ha estado demasiado apegado a mí, y aunque no me pesa en lo absoluto que me vea como a su madre, sé que a Angelo sí.
Ese hombre no es mi persona favorita en el mundo, pero no soy una maldita desalmada. He visto el dolor reflejándose en sus ojos cada que Nick me llama mamá, y por alguna razón, ese dolor parece ser contagioso.
«Lo estás arruinando todo, Angelina»
Me recrimino, sacudiendo la cabeza antes de llevarme el primer triángulo de pizza a la boca. Se ha enfriado un poco desde que Lia me la trajo, pero igual sabe deliciosa, y disfruto de cada bocado viendo un capítulo de Peaky Blinders que están pasando en la televisión. Una serie que se desarrolla en Inglaterra durante los años 20's y que, casualmente, trata sobre unas de las organizaciones delictivas más famosas del Reino Unido.
Es increíble la manera en la que se teje una red criminal, pero aún más, la rapidez con la que crece.
Sin embargo, lo que me mantiene clavada son los recuerdos. La ambientación en Birmingham, y los personajes, consiguen hacer que me sienta en casa de nuevo, durante los años en los que Ana y yo debíamos estudiar juntas para algún ensayo de historia y terminábamos viendo documentales solo porque yo era demasiado perezosa para leer.
«Deberías ser más aplicada en los estudios, Angelina. Eso es lo que se espera de una dama»
Estoy a punto de terminarme el último trozo de pizza cuando le dan dos toques a la puerta de la habitación. Dejo caerlo de nuevo en el plato que reposa entre mis piernas.
—Adelante —digo de mala gana.
Me enerva que Lia venga a preguntarme cada noche si deseo tomar un baño de agua caliente y yo tenga que repetirle cada noche que puedo preparármelo perfectamente yo sola si me apetece.
Aunque quizás ...
—¿Ahora esta habitación se ha convertido en un restaurante? —Sus ojos me detallan desde el umbral con una intensidad que me eriza la piel.
—¿Qué haces aquí, Angelo? —Me apoyo contra el respaldo de la cama.
—Vine a comprobar si estabas tan indispuesta como decías. —Pongo los ojos en blanco.
—Pudo haber venido Matteo en tu lugar —le suelto, incapaz de entender esa necesidad de molestarlo aun cuando sé que eso me puede perjudicar.
Su mandíbula tensándose me lo confirma.
—¿Extrañas a tu juguetito, ragazza? —«No más de lo que te extraño a ti».
Aprieto los labios para no decir el maldito primer pensamiento que se me viene a la cabeza.
—Quizás —digo en cambio—. Con Matt por lo menos consigo reír. Aunque... tu cara de culo también puede servirme para esos fines, ahora que lo pienso.
Angelo sonríe. De forma fugaz y casi imperceptible. Pero aún bajo la oscuridad, he conseguido verla, y, en consecuencia, yo lo hago también.
—Lamento informarte entonces que esta noche no va a ser tan divertida para ti, angelito. Matteo tiene trabajo que hacer.
—En Pandemónium, ¿no es así? —Su silencio es mi confirmación—. Te escuché diciendo algo sobre su reinauguración mientras salía del gimnasio. ¿Qué está pasando?
—Deberías dejar de escuchar mierdas que no te importan, Angelina.
—Sí que me importa —le devuelvo—. No fue ese el club que destruiste después de la muerte de mi hermana, ¿no es peligroso para él entrar ahí?
—¿Tanto te preocupa?
—Mucho —respondo—. ¿Algún problema con eso?
El silencio que se extiende entre nosotros solo es suplantado por el sonido de los disparos que salen del televisor.
—¿Cómo te sigue la muñeca? —dice finalmente, cerrando la puerta a su espalda.
Algo en el estómago se me remueve.
—¿Qué te importa? —Me inclino hacia la mesita para coger mi refresco, sintiéndome repentinamente muy acalorada.
Lo observo acercarse a mí mientras sorbo por la pajilla, intentando no evidenciar lo mucho que su presencia consigue alterarme.
Pero es que el muy maldito solo necesita mostrarse así, tan rudo, tan seguro de sí mismo, vistiendo camiseta y vaqueros como un ser humano cualquiera, pero sin parecerse en absoluto a uno, para ponerme a temblar.
Angelo se detiene a los pies de la cama, se inclina para tomar el control, y luego apaga la televisión, importándole poco que yo estuviese viéndola.
Entonces, la habitación queda iluminada únicamente por la luz de la luna que se cuela a través de la ventana. Su reflejo solo consigue alcanzar una parte de su rostro, haciendo que su aura se torne más oscura y peligrosa.
—Yo solo pregunto por las cosas que me importan, angelito. —Muerdo la pajilla con fuerza al ver cómo se cruza de brazos.
—Te diría que no lo parece, pero entonces recuerdo la forma en la que sueles tratar las cosas que te importan, y me queda claro que tienes una retorcida manera de demostrarlo.
Mi sonrisa lo hace tensar la mandíbula.
—No tienes idea de nada, ragazza.
—Pero podría tenerla si te diera la gana de hablar conmigo en lugar de gruñirme todo el tiempo como un animal, ¿no crees?
Él no me responde de inmediato, y yo, sintiéndome incapaz de soportar el peso de su mirada, me distraigo colocando el plato con el resto de la pizza y la lata de refresco de nuevo sobre la mesita de noche.
—Dime, Angelina, ¿de qué valdría? —Su pregunta consigue que me vuelva para mirarlo con el ceño fruncido.
—¿Eh?
—¿De qué valdría que hablara contigo? Sea lo que sea que yo tenga para decir, está claro que tú siempre me verás cómo lo que soy. Un maldito mafioso, un asesino despiadado, una bestia.
Trago saliva.
—Eres todas esas cosas, Angelo Lombardi... —concedo, sintiendo unas ganas casi irrefrenables de acercarme a él, pero me contengo—, y nada de eso me importa.
—¿No te importa? —Él me sonríe, irónico. Cruel.
—Este es tu mundo, Angelo. Tu vida. No es algo que yo vaya a cambiar con solo desearlo. Pero no me pidas que no te vea como el asesino de mi hermana cuando no tengo nada más sólido en lo qué creer.
—Puedes creer en mi palabra. —La sonrisa que yo le muestro, luce triste en comparación a la suya.
—Sí, puedo creer en ella de la misma forma en la que puedo creer en los hechos —le digo—. La marca de tus dedos sobre su cuello lo eran.
Su manzana de adán sube y vuelve a bajar con el paso de la saliva.
Me odio a mí misma por encontrar sensual ese movimiento tan simple, pero aún más por sentirme así de nerviosa cuando él decide eliminar la distancia, rodeando la cama y sentándose a mi lado. Uno frente al otro.
—Todas esas marcas que tú viste, solo fueron un daño colateral de las mías.
—¿Qué quieres decir con daño colateral? —Él me mira, y una media sonrisa aparece en su rostro.
Por alguna razón, me causa dolor.
—Las heridas físicas sanan mucho más rápido que las mentales, angelito —pronuncia como respuesta—. Ella sabía que yo... que yo jamás iba a ser capaz de lastimarla. No a propósito.
—Sé que te torturaron mientras estuviste secuestrado. —Lo digo sin pensarlo. Y la forma en la que me mira solo augura problemas para Fiorella—. Ella me lo dijo. Evelyn. La única vez que nos vimos —agrego eso como una mentira desesperada.
Su mirada se ensombrece.
—¿Algo más que te haya dicho mi esposa sobre mí?
«Que te amaba»
—Nada —respondo—. Pero el punto es que lo sé, Angelo. Sé que te torturaron mientras estuviste secuestrado. ¿Esas son las heridas mentales de las que hablas? ¿Por eso golpeabas a mi hermana?
—Ya lo tenía controlado —repite lo mismo que me dijo aquella noche en Euforia—. Cinco años atrás, no tanto. Pero con el tiempo, cuando las pesadillas... —Suspira, incapaz de terminar esa frase—. Aprendí a controlarlo, Angelina. Cuando Evelyn murió las cosas ya eran diferentes.
—Entonces por qué lo hizo.
—Ya te dije que no lo hizo ella —repone, y puedo ver lo mucho que le cabrea tener que repetírmelo—. Filippo Conti está detrás de todo esto.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque cinco meses antes de que consiguiera a Evelyn sin vida sobre nuestra cama, ella le había arrebatado algo a ese hombre. Algo que el muy maldito apreciaba.
—¿Qué cosa?
—Una mujer.
Ahogo un grito de pura sorpresa.
—¿Evelyn mató a la esposa de Filippo Conti?
—Técnicamente no era su esposa. La mujer de Filippo murió siete años atrás —me recuerda lo que ya había leído en mis investigaciones. Es cierto—. Se trataba de una antigua enemiga de nuestra familia, una que él tenía bajo su protección al tiempo que se la follaba. La última portadora del apellido Rinaldi.
—Pensé que toda la familia estaba muerta.
—Nosotros también. Pero resulta que Lauren seguía viva. Ella era la hija mayor de Alfonso Rinaldi, pero estaba desquiciada. Y sus locuras la llevaron a terminar recluida en un hospital psiquiátrico desde los diecisiete años. Yo era un niño de tres años en ese entonces. Y para cuando hubo la guerra entre su familia y la mía, ella seguía estando ahí encerrada. Nunca pareció ser una amenaza.
—Pero lo era —asumo.
Angelo aprieta la mandíbula.
—Hace cuatro años nos informaron que Lauren Rinaldi se había quitado la vida en su habitación del psiquiátrico. Pero esa maldita se las había ingeniado para engañarnos a todos —pronuncia entre dientes—. Llevábamos un tiempo haciendo negocios con una organización criminal que ella, en colaboración con otros dos, había fundado en La Florida.
—La Cobra —deduzco al recordar todo mi trabajo investigativo.
—Eres una estudiante muy aplicada, Angelina White —dice él, e intento pasar por alto su tono divertido porque siento que las jodidas piernas se me están debilitando.
—Continúa.
—El punto es que alguien le reveló toda la verdad a Evelyn durante una fiesta de máscaras que Fabrizzio dio en Pandemónium por su aniversario de bodas. —«Con la mujer que apareció muerta en la galería abandonada de Long Island City, claro»—. Lauren estaba ahí, mezclada entre nosotros como si nada, de la mano de Filippo, y entonces...
—Evelyn la atacó —completo, consciente de lo letal que todos aseguran que era mi hermana. Angelo asiente—. ¿Eso desató de nuevo la guerra con los Conti?
—No. El muy maldito se valió de nuestros códigos y agachó la cabeza. Nuestro acuerdo tácito de paz se mantuvo, pero está claro que solo lo hizo para buscar una manera más efectiva de vengarse.
—Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos, aún más —repito una de sus frases.
Él asiente como un maestro ante una alumna que ha memorizado correctamente la lección, conforme.
—Estoy seguro que Filippo consiguió alguna forma de acercarse a Evelyn. De manipularla para que se quitara la vida sin tener que ensuciarse las manos directamente.
—Pero, ¿qué pudo haber tenido Filippo en su poder para que mi hermana hiciera una cosa como esa sin poner resistencia?
Si eso es cierto. Si la muerte de mi gemela no se debió a los maltratos de su marido, si era tan tenaz como cuentan en lo que a su trabajo se refería, y tan feliz al lado de su familia, ¿qué pudo haber sido tan grave para llevarla a tomar esa decisión?
—Eso es lo que he estado intentando averiguar. —Angelo me mira, y en sus ojos veo una determinación que me asusta—. No voy a descansar hasta descubrir de qué se valió ese maldito para llevarla a la tumba.
—Pero si ni siquiera tienes idea de qué pudo haber sido, cómo es que estás tan seguro de que fue él.
—Porque había una única frase escrita en su nota de suicidio.
—¿Evelyn dejó una nota? —inquiero, molesta y sorprendida por no haberlo sabido antes. Angelo asiente—. ¿Qué decía?
—Una donna per l'altra, Angelina.
«Una dama por la otra»
—Lo mismo que estaba en la pared de mi habitación —pronuncio bajito, sintiéndome horrorizada y aliviada en partes iguales.
—¿Necesitas más pruebas ahora, ragazza? —Alzo la vista hacia él, y por primera vez consigo ver en su mirada una emoción que no está llena de oscuridad.
La esperanza.
Reflejándose entre la tormenta de sus ojos, aunque escondida tras esa forma tan irónicamente despectiva que tiene para referirse a mí.
Porque a su lado, lo menos que me siento es como una niña. A su lado, al contrario, no podría sentirme más mujer. Casi como si él tuviera la capacidad de despertar cada una de las células de mi cuerpo que lo confirman. La capacidad de alterar mi sistema y desencadenar mi lívido con tan solo respirar cerca de mí.
Como ahora.
Pero este no es más que un juego, lo sé. Un juego de seducción en el que estoy perdiendo la ventaja. Si es que alguna vez llegué a tener una.
Y lo que más me sorprende, es que en este momento no me importa.
—¿Te hicieron mucho daño, Angelo? —No sé ni por qué lo pregunto. Quizás sea porque no quiero admitir ni conmigo misma que su historia consiguió convencerme. Que él lo hizo. Que estoy comenzando a confiar. O quizás porque conocer esa respuesta sea algo que en realidad me importe. Porque siento que, si logro colarme por una de sus grietas, tal vez pueda llegar a conocerlo de verdad, a entenderlo, a...—. Las personas que te torturaron, ¿te hicieron mucho daño?
No sé cuál de los dos se ha movido primero, pero ahora estamos mucho más cerca que antes.
—No más daño de lo que me hace esto, Angelina. —Sus ojos se oscurecen aún más sobre los míos, y sin bajar la mirada, deja que una de sus manos se pose sobre la piel desnuda de mi muslo. El roce de sus dedos me eriza la piel mientras la recorre con un deseo latente. Ahogo un suspiro y espero... espero a que él me diga todas esas cosas en las que está pensando ahora mismo—. Tenerte cerca es la mayor de las torturas.
—¿Por eso te fuiste, Angelo? Para alejarte de mí.
—¿Por qué te importa tanto?
—Porque me parece un acto muy cobarde de tu parte. —Él me sonríe como si yo no tuviera idea de nada.
—Cuando me voy no lo hago para huir, Angelina. Lo hago para encontrar.
—¿Y qué buscabas?
—Paz. —Una sola palabra llenando un montón de vacíos.
—¿Y la encontraste? —Él niega con la cabeza.
—Ahora ya no puedo encontrarla en ninguna parte, ragazza. Mucho menos cuando estoy contigo.
Trago saliva.
—Porque cuando me miras solo la ves a ella —asumo en un hilo de voz, pero sin bajar la mirada. Quiero recibir el golpe con dignidad.
Lo veo negar con la cabeza, apenas un poco.
—Peor que eso, ángel... —Su rostro acercándose al mío cada vez más, se va robando mi aliento—, es porque ya no puedo hacerlo.
—¿Y eso es malo? —le pregunto sintiendo que su tacto quema todo dentro de mí, aunque su mano solo se está aferrando a mi cintura—. Que solo me veas a mí, ¿es algo malo?
—Lo es —responde—. Lo es cuando lo único que quiero hacer cada que te miro, es hundirme dentro de ti, maldita ragazza.
La sangre en mis venas se calienta al instante, y mis pezones, bajo la seda del pijama blanco que llevo puesto, se endurecen como respuesta a la imagen que se me forma en la cabeza.
—Y eso te jode porque me odias, ¿verdad? —Me inclino hacia él, casi rozándole los labios, incitándolo.
—Y porque tú me odias a mí.
—Porque eres un maldito.
—Y tú una caprichosa.
—Y tú un bestia.
—Y tú un arma peligrosa, Angelina White.
Separo los labios para replicar, pero lo siguiente que siento es el roce de su lengua, apoderándose de mi boca.
Un gemido se me atora en la garganta cuando siento el peso de su cuerpo contra el mío, llevándome hasta el respaldo de la cama mientras me besa, provocando un vacío en la boca de mi estómago por esa forma tan hambrienta que tiene para tomarme. Por los gruñidos roncos y masculinos que emite cuando lo muerdo.
—Te odio, Angelo Lombardi —pronuncio entre cada beso.
—No más de lo que yo te odio a ti. —Se separa para mirarme, pero solo por un segundo.
Al siguiente ya me tiene tumbada sobre la cama, cubriéndome con el peso de su cuerpo. Mis piernas se abren para recibirlo mientras él se encarga de repartir besos por mi mandíbula y cuello, hasta llegar a mi hombro y detenerse sobre la luna que llevo tatuada en la piel desde que nací.
Él me mira a los ojos antes de inclinarse para besar el lunar. Su lengua sobre mi piel envía corrientes placenteras a mi entre pierna, humedeciéndome.
—Angelo... —su nombre se me escapa cuando lo siento tirar de mi franelilla hasta sacármela por la cabeza, dejando mis senos expuestos para su deleite.
Sus manos se apoderan de ambos, masajeando, apretando, haciéndome gemir con los pellizcos que ejerce sobre cada pezón.
—Sì ragazza. Gemi così per me. —«Gime así para mí» interpreto las palabras que él emite en un susurro, obedeciéndolo mientras ocupa sus labios con una de mis tetas.
Su lengua lame, sus dientes mordisquean, sus labios succionan. Una y otra vez. Primero en una, luego en la otra, provocando espasmos en mi cuerpo que me hacen llevar la cabeza hacia atrás y revolverle el cabello, desesperándome a tal punto de tomarlo por los hombros y tirar de él hacia mí.
Ahogo el gemido que me provoca el tirón que me da la muñeca, porque él se apresura a cubrírmela de besos como si sus labios fueran un bálsamo sanador.
—Eres un maldito, Angelo —«Por tenerme así de mojada»—. Te odio... te odio tanto —consigo decir entre cada beso cuando regresa a mis labios.
Su saliva y la mía convirtiéndose en una, cada vez más dulce, más espesa, más nuestra.
—¿Esto también lo odias, ragazza? —inquiere pegando sus caderas contra las mías.
La dureza que siento chocando contra la cara interna de mi muslo me roba un jadeo.
—Sí, también lo... odio. —Me aferro a su espalda, apuñando entre mi mano buena la tela de su camiseta—. Lo odio porque no esté ahora mismo dentro de mí.
Él deja escapar el aire en lo que parece un gruñido antes de bajar por mi cuerpo y arrancarme la parte baja del pijama. Por un momento se queda contemplando todo mi cuerpo, apenas cubierto por mi ropa interior blanca. Una tanga pequeña, casi transparente.
—Così bella, così letale —murmura, relamiéndose los labios, volviéndome malditamente loca.
Mi respiración se acelera. Mi cuerpo tiembla. Y mi mente se torna totalmente inexperta, como si esta fuera mi primera vez.
Aunque de cierta forma lo es.
Con él lo es.
Y eso me asusta muchísimo.
Sin embargo, todo ese miedo comienza a disiparse cuando Angelo se arranca la camiseta y me deja contemplar su cuerpo bajo la luz de la luna. Su pecho es un mural precioso de tatuajes, pero sobre su corazón, hay uno que resalta entre los demás.
Uno que anhelo tocar de la misma forma que deseo tocar la erección que él deja salir del interior de su vaquero y comienza a masajear frente a mí.
—¿Es esto lo que tanto odias, maldita ragazza? —inquiere con la voz ronca. La saliva en mi boca parece multiplicarse en milésimas de segundos—. ¿O es esto lo que más deseas?
Me incorporo, apoyándome sobre los codos para tener un mejor panorama de toda su excitación.
No sé cuántas de esas he visto en mi vida. Solo sé que la erección de Angelo Lombardi consigue hacerme temblar con su tamaño y grosor. Con todas esas venas que se le marcan por encima, duras como herramientas de placer. Y con el líquido traslúcido que emana de su punta, invitándome a lamerlo y chuparlo hasta que el siguiente que salga, sea del color de la leche.
Levanto la mirada, saliendo del trance. Y odiándolo por la sonrisa divertida y sensual con la que me recibe.
—Te irás al infierno por hacerme esto, maldita bestia —pronuncio con una voz que desestima mi insulto por completo, convirtiéndolo en una invitación... para que me folle.
—Y tú vendrás conmigo, angelito —dice, y lo siguiente pasa tan rápido que apenas soy consciente del tiempo que le toma quitarse el resto de la ropa, arrancarme la tanga, y hundir su cabeza entre mis piernas.
—Por el ángel —emito en un jadeo cuando siento su lengua abriéndome los pliegues y resbalando entre ellos.
Enredo mis dedos en su cabello, desordenándolo, tirando de él.
—Joder, estás tan húmeda —dice, alzando la mirada. Una mirada que mezcla odio y deseo—. Y todo gracias a esta bestia.
Dos dedos se cuelan en mi canal, haciéndome cerrar los párpados y gemir. Sus ojos siguen estando fijos en los míos cuando los abro de nuevo, como si necesitara del contacto visual antes de comenzar a moverlos en mi interior.
La luz de la luna, bañando la mitad de su cara consigue un efecto en sus ojos que me asusta y me excita en partes iguales. Uno claro y el otro oscuro. El cielo y el infierno batallando en su interior.
«¿A cuál de los dos perteneces tú, Angelo Lombardi?»
—Dios... —jadeo cuando sus movimientos comienzan a volverse más rápidos, más rudos.
—Dios no estaría contento contigo en este momento, ragazza —pronuncia con una sonrisa de lado antes de regresar su boca a mi entrepierna, chupando, mordiendo y lamiendo al mismo ritmo que marcan sus dedos en mi canal.
Un montón de corrientes placenteras se toman mi maldito cuerpo con cada embestida. Pero es el verlo ahí, entre mis piernas, comiéndose mi coño como si de la más pura y deliciosa ambrosía se tratara, lo que comienza a detonar un orgasmo que amenaza con destruirme por dentro.
—Angelo... no pares... —le suplico con un hilo de voz, deleitándome con el sonido acuoso que producen mis jugos tras cada embate. Su respuesta es apretarme una teta, lo suficientemente fuerte para causarme dolor y placer al mismo tiempo. Pero no tanto como el que se produce cuando finalmente termino corriéndome en su boca—. Maldita sea... Angelo...
«¿Por qué me haces esto? ¿Por qué ahora solo puedo querer más?»
El movimiento de sus dedos cesa, pero su lengua en mi sexo sigue generando espasmos por todo mi cuerpo.
Él no se detiene hasta no haberlos absorbido todos.
—Acabas de alimentar a la bestia, angelito —dice con una sonrisa tan cretina y sensual que me desarma. Sus labios húmedos invitándome a probarlos de nuevo.
Y lo hago, tirando de él hasta que su boca se encuentra con la mía en un beso sucio y placentero. Un beso que debería generarme repulsión y solo me despierta las ganas de más. Un beso entre dos almas que se desprecian, aunque sus cuerpos se deseen de una forma casi insoportable.
—Y tú acabas de despertar la furia de los ángeles —le devuelvo al separarnos, rozándole la mejilla con la punta de mis dedos.
Él me sonríe antes de separar más mis muslos.
Mis piernas abiertas reciben su glande, grueso e hinchado, deslizándose sobre todos los jugos que mi sexo destila. Elevo las caderas, en busca de un contacto mayor. Necesitando con desespero sentirlo dentro de mí. Y entonces, cuando mis manos comienzan a aferrarse a su espalda, él me las aparta.
—No pasa nada, Angelo —le digo en voz baja—. No me molesta sentirlas.
—Pero a mí sí —dice, y lo siento temblar por encima de mi cuerpo—. No lo hagas. No las toques, Angelina.
Me inclino para besar su mejilla.
—Está bien. No lo haré —acepto, respetando su decisión y preparándome nuevamente para recibirlo, pero...—. El condón —recuerdo, alarmada conmigo misma por estar pasando por alto algo tan indispensable para mí—. Necesitamos uno.
Angelo emite un sonidito gutural de pura irritación.
—Estoy sano —dice, mirándome. El deseo y la desesperación reflejándose en la tormenta de sus ojos—. ¿Lo estás tú?
—Lo estoy. Pero igual me gusta usar siempre protección, Angelo.
—¿La has usado también con mi primo? —inquiere entonces, mordaz.
Pongo los ojos en blanco.
—No me he acostado con Matteo, maldita bestia.
La expresión de su rostro no cambia en lo absoluto ante la noticia, como si estuviera hecho de piedra, pero el brillo oscuro que aparece en su mirada consigue llenarme el cuerpo de calor.
Un brillo que se asemeja al de un cazador cuando ha encontrado su presa.
—Es un buen momento entonces para que te enteres que tampoco lo harás, ragazza. Nunca. ¿Te queda claro? —Me toma con fuerza por la cara, obligándome a mirarlo—. No me gusta compartir lo que es mío. Y no voy a empezar haciéndolo contigo.
—Yo no soy tuya, Angelo.
Él me sonríe. Una sonrisa cruel, posesiva..., y excitante.
—Ahora lo eres, Angelina White —asegura.
Y entonces, de una sola estocada, se hunde dentro de mí.
La réplica se me queda atorada en la garganta, y en mi mente, las palabras son sustituidas por una melodía suave y placentera.
Como el «Claro de Luna» que se cuela en la habitación mientras Angelo Gabriele Lombardi me hace suya.
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Traduccion:
Così bella, così letale = Tan hermosa, tan letal.
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¡Esto se puso hot, pecadoras!
OMG, ¿qué les ha parecido.
Las leo.
Besitos ♥
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