C A P Í T U L O 3. «LA FAMIGLIA È LA PRIMA»
LA FAMIGLIA È LA PRIMA
__________________
No tengo la menor idea de qué hacer cuando el bebé comienza a llamarme «Mamá» entre balbuceos, solo sé que al igual que a la chica adolescente que lo está sosteniendo, me entran unas ganas enormes de echarme a llorar.
Nicholas sin duda lleva la sangre Lombardi en las venas, pero sus ojos..., esos que tanto le brillan, son idénticos a los de mi hermana.
—No, bebé. Yo soy tu tía. Angie. —Le sujeto la manita y el pequeño de inmediato hace el amago de lanzarse a mis brazos. Lo recibo porque sinceramente no estoy segura de que la rubia esté en condiciones de sostenerlo por más tiempo. Está temblando horrores. Aunque creo que yo también—. Hola, Nicholas. Eres un precioso bebé. —Beso su mejilla regordeta y él me responde con un montón de balbuceos salivosos que me hacen sonreír—. ¿Cuántos meses tiene?
—Diez y medio —me responde la chica con voz ausente. Como si aún se encontrara en una nube—. Entonces... ¿eres la hermana de Evie? Su gemela. —Asiento.
—¿Y tú eres...?
—Me llamo Fiorella. Yo soy...
—Mi hermana menor —completa Angelo detrás de mí—. Y ahora que finalmente has conocido a tu sobrino y has podido comprobar que sus condiciones y cuidados son más que aceptables, te puedes ir.
Me vuelvo para mirarlo, incrédula de lo extremadamente cabrón que está siendo. Está claro que la belleza que porta no es capaz de esconder lo bestia que es.
Todavía no entiendo cómo es que Evelyn pudo casarse con él. Cómo pudo preferirlo a él. Me causa tanta repulsión.
—Angelo —la voz de su hermana suena a reproche, aunque se mantiene baja.
—No te metas en esto, Fiorella —le advierte él, acercándose a mí y quitándome el niño de los brazos. Este comienza a llorar, pero él, ignorándolo, agrega—: Angelina no tiene nada más que hacer en esta casa.
—Pero si...
—¡No me discutas y sube a tu habitación! —La chica no se mueve, pero en su lugar, me mira preocupada.
Nicholas llora más fuerte. Y yo siento unas ganas casi salvajes de darle un maldito puñetazo en la cara a ese imbécil para que me devuelva al bebé.
—No he visto al niño por más de dos minutos —le hago notar, intentando conservar la calma—. Ese no es tiempo suficiente para decir que propiamente lo he conocido.
—Ella tiene razón —me apoya Fiorella.
Angelo le dedica una mirada afilada. Sus ojos, de un color verde grisáceo, se tornan repentinamente oscuros.
—¿Qué más necesitas para conocerlo? —inquiere entre dientes—. Ya lo has visto. Es solo un bebé.
—No es solo un bebé. Es mi sobrino. Nacido de la mujer con la que compartí vientre por nueve meses. Tengo derechos.
—No. No los tienes. No eres su madre. —Coloca a Nicholas contra su hombro, comenzando a mecerlo para que deje de llorar.
Y el contraste de la inocencia que transmite el bebé con su pañal asomándose por los costados del body blanco que lleva puesto, contra los brazos tatuados de su padre, rodeándolo, asusta tanto o más de lo que cautiva.
—Está claro que no lo soy. Pero sigo siendo su familia —replico, intentando salir de ese trance—. Tengo derecho a formar parte de su vida.
«Y así buscar la forma de sacarlo del mundo de mierda en el que lo piensas criar»
—Hermano, por favor —le ruega la chica, tomándose el atrevimiento de sujetarme del brazo—. La famiglia è la prima.
«La familia está de primero»
Alcanzo a traducir en mi mente. Y parece que la mención de esa frase, consigue hacerlo recapacitar, porque tras apretar con fuerza su mandíbula marcada, pronuncia en mi dirección:
—Dos horas —dice—. Una vez a la semana. Eso es todo lo que te daré con él. Así que dime que día estás libre y enviaré un auto a recogerte. Vendrás con los ojos vendados y de la misma forma te irás, ¿te queda claro?
«Que maldito»
—¿Acaso tengo otra opción?
—No. —Me dedica una sonrisa falsa que me hace cerrar los ojos con hastió.
Cosa que no parece gustarle demasiado porque enseguida me exige con un gruñido que los abra.
—¿Qué? ¿También pretendes darme ordenes respecto a cada uno de mis movimientos? ¿Se me permite respirar siquiera?
—No vuelvas a cerrar los ojos en mi presencia, Angelina —me advierte ignorando mi sarcasmo antes de dirigirse a su hermana—: Busca a Matteo. Dile que lo necesito aquí.
—Matt no ha querido salir de su cueva en todo el día, Angelo. —Fiorella pone una mueca.
—Pues va a tener que hacerlo ahora. Es una orden. —La chica asiente y se va atravesando el umbral por el que se fue el chico vampiro que me trajo consigo en el auto.
—¿Puedo cargarlo de nuevo? Por favor. —Me trago el orgullo una vez que nos quedamos solos.
Angelo me da una mirada que no consigo interpretar antes de entregármelo. Respiro hondo, llenándome de su olor.
«¿Cómo es posible que en menos de cinco minutos ya pueda sentir un amor tan profundo por este bebé?»
No tengo idea si la sangre tiene algo que ver. Solo sé que él es todo lo cerca que voy a poder estar de mi hermana jamás. Y no pienso permitir que me alejen de él como lo hicieron con ella. Sin importarme a lo que me tenga que enfrentar. Pienso luchar.
Angelo me da la espalda y se aleja por un pasillo que no tengo idea a donde conduce, pero poco después se pierde de mi vista.
Por un momento pienso que me está brindando la oportunidad perfecta para salir huyendo de este lugar con el niño, pero luego recuerdo que por muy joven que parezca, Angelo Lombardi es el líder de la mafia italoamericana de Nueva York. Un ser inteligente que ha sabido aparentar ante el mundo un declive totalmente falso, porque justo ahora es cuando la mafia italiana tiene más poder que nunca. Habiéndose hecho con aliados como La Cobra, en La Florida, y otros carteles mexicanos que no han hecho más que fortalecer su imperio desde las sombras.
Su aura es fría. Su puño, letal. Y su tesoro más preciado, intocable.
Él es un maldito ángel de la muerte. Y sé que no me estaría dejando sola con Nicholas si no tuviera la completa certeza de que no existe manera de que yo pueda salir de aquí sin su autorización. Al menos no estando con vida.
Al cabo de un rato en el que me dedico a jugar con mi sobrino sentada sobre el sofá, sintiéndome intimidada con el silencio tan sepulcral que se percibe en esta inmensa propiedad, él aparece con un lápiz y un papel en la mano.
Se detiene frente a mí y me lo entrega antes de tomar de nuevo a Nicholas en sus brazos.
—Escribe tu dirección, y el día y la hora que mejor te convenga para venir a verlo. Un auto con uno de mis hombres te estará esperando afuera para traerte.
Aprieto los labios, conteniendo las ganas de gritarle en la cara todas las malditas cosas que pienso de él, porque sé que esta es la mejor oportunidad que tengo para estar cerca de mi sobrino mientras ingenio algún plan para sacarlo de aquí.
Me inclino sobre la mesa, escribo en el papel y luego se lo entrego de mala gana.
—Brooklyn Heights —repite, leyendo—. Es una buena zona.
—Tengo un buen trabajo. Puedo permitírmelo.
«Y no necesito ser una criminal para eso» Pienso agregar, pero prefiero tragármelo.
—Ah, ¿sí? ¿En dónde trabajas? —se interesa, pero yo no tengo intenciones de darle parte de toda mi vida.
Tengo derecho a ser tan reservada como él, ¿no?
—Boss —escucho que lo llaman, y Angelo asume que mi omisión se debe a la presencia del hombre rubio, fornido, y con un par de ojos claros que, cuando se fijan en mí, lo hacen como si me tratara de una aparición paranormal. Se echa hacia atrás—. Es imposible... ¿Evelyn?
—No, Matteo. No es Evelyn, es su hermana —le responde Angelo entre dientes, con una dureza que se me hace innecesaria.
—¿Recuerdas que Evie siempre hablaba de su gemela? Bueno, es ella, Matt —agrega Fiorella, sujetándolo por el brazo.
El hombre sacude la cabeza, desconcertado.
—Sí, lo recuerdo. Pero no...
—No esperabas verla aquí. Pues ya somos dos —agrega el padre de mi sobrino, mordaz—. Te mandé a llamar porque necesito que la lleves a su casa. —Le extiende el trozo de papel. El rubio se acerca para tomarlo sin dejar de mirarme—. Cada domingo, antes de las nueve de la mañana irás por ella y a las once la regresarás. Siempre con los ojos vendados.
—No soy un puto chofer, Angelo.
—Soy el boss para ti —le corrige con una mirada amenazadora. El otro asiente, despacio—. Lo harás tú porque nadie más puede conocer su dirección. —Me mira—. Sin embargo, no es necesario que te recuerde los riesgos que estás tomando al venir acá cada semana, ¿o sí?
—Yo solo quiero ver crecer a mi sobrino —le digo—. No me importan los riesgos.
—Muy bien. —Acepta mi palabra con un movimiento de cabeza—. Llévatela ahora. No estoy de ánimos para visitas prolongadas el día de hoy.
No me quejo porque después de todo, solo faltan tres días para que sea domingo. Puedo esperar.
—¿Me dejas despedirme del niño por lo menos? —A él no parece gustarle la idea, pero accede, permitiendo que me acerque. El olor a loción para bebés mezclándose con el aroma fuerte y masculino de su perfume consigue embriagarme por una fracción de segundo. Consigo recomponerme para susurrarle a Nicholas—: Hasta pronto, cariño. No te olvides de tu tía, Angie, ¿sí? Te quiero. —Le doy un besito en la mejilla y cuando finalmente me alejo, Angelo deja escapar una exhalación.
Cómo si hubiera estado conteniendo la respiración todo este tiempo.
—Bueno. Ahora largo. —Le da una mirada a Matteo—. Su auto está en el aparcamiento. Llévatela en él.
—Como ordene, boss. —El hombre, obedeciendo a su jefe, me indica el camino hasta la salida.
—Espera, por favor. —Fiorella me detiene tomándome del brazo y arrastrándome con ella a un costado para conseguir un poco de privacidad. Hace caso omiso a las quejas de su hermano, y en voz baja me dice—: Sé que recién nos estamos conociendo. Pero quiero que sepas que yo la quería muchísimo. A Evelyn. Todavía no puedo creer que nos haya dejado, no paro de llorar. Aun así, es importante que sepas que de mi parte serás bienvenida. Ella me contó cosas muy bonitas de ti... Te amaba —dice, provocando que los ojos me comiencen a escocer—. Oh, mio Dio. No era mi intención hacerte llorar. Solo quería que lo supieras. Estaré feliz de verte al menos una vez a la semana por aquí, será casi como si...
—Yo no soy ella. —Niego con la cabeza, anticipándome a sus pensamientos—. No te confundas.
—Lo sé. —La sonrisa que me da es tan triste que me hace preguntarme cuán apreciada era mi hermana en este lugar. Y de haberlo sido de una manera tan grande y generosa, por qué tuvo que terminar así con su vida—. En fin, Angelina, nos vemos pronto.
El abrazo que me da me toma de sorpresa, sin embargo, no la rechazo, porque en este punto no sé quién de las dos lo necesita más.
—Nos vemos pronto —repito al separarnos—. Y gracias.
Nos dedicamos una última sonrisa antes de que me disponga a seguir a Matteo, tomando mi abrigo y saliendo de la casa con el corazón apretado. Evito mirar por última vez a mi sobrino porque hacerlo implicaría mirarlo también a él, y no quiero que Angelo Lombardi pueda encontrar en mis ojos el reflejo del dolor.
El camino de regreso a mi edificio, en la calle Cranberry de Brooklyn Heights, me lo paso acostada en el asiento trasero de mi propio auto con los ojos vendados y las manos atadas tras la espalda. Como una víctima más de secuestro. Como...
Evito pensar en la imagen que mi cerebro está proyectando ahora mismo porque con eso solo conseguiría ponerme a llorar de pura impotencia y desesperación.
Llevo años intentando comprender cómo es que mi hermana pudo aceptar una vida rodeada de personas como éstas. Enfermas. Dañinas. Peligrosas. Pero de nada me ha servido, nunca le he podido encontrar una explicación lógica y racional a esa decisión suya, y ahora que ella no está, tampoco voy a encontrar una respuesta de su parte.
—Llegamos —anuncia el hombre apagando el motor. Me levanto como puedo y luego siento sus manos quitándome la venda de los ojos. Teniéndolo tan cerca, me toca admitir al menos conmigo misma, que el maldito es atractivo a rabiar—. Es aquí, ¿no? —Señala mi edificio.
Asiento.
—¿Podrías hacerme el gran favor de desatarme? —Y mi voz no se escucha tan amable como mis palabras.
—Claro, date vuelta. —Me giro un poco sobre el asiento y el tacto frío de sus manos logra erizarme la piel mientras hace lo propio para desatar el nudo—. Listo.
Sin siquiera mirarlo me bajo del auto y me detengo en la acera a esperar que él también lo haga y me devuelva las llaves.
—Te daría las gracias, pero no soy tan hipócrita. —Matteo sonríe, y un hoyuelo aparece en el lado izquierdo de su mejilla.
Malditos mafiosos. ¿No se supone que todos son feos y gordos?
Al parecer yo me quedé atrapada en las películas de «El Padrino». Y nada que ver eso con la actualidad. Los delincuentes del siglo XXI son todo músculos, belleza, tatuajes y frialdad. O al menos los italianos lo son.
—Te pareces tanto a ella —pronuncia con un suspiro, mirándome—. Es asombroso.
—Pues está claro que no lo soy —le suelto—. Y si sigo con vida es porque no corrí la misma desgracia que mi hermana al toparme con tu jefe nueve años atrás.
Matteo traga saliva, pero en lugar de intentar contradecirme, alegando que Angelo solo la salvó de una desgracia peor, se limita a decir:
—Vengo por ti el domingo a las ocho treinta. Espero que estés lista. No me gusta esperar.
Sus ojos azules se mezclan con los míos por un par de segundos antes de que se dé media vuelta y comience a alejarse con las manos dentro de su chaqueta negra por una calle colindada de árboles que ya comienzan a perder sus hojas, confundiéndose con la oscuridad de la noche.
No es hasta que él cruza en la esquina, y lo pierdo de vista, que decido buscar en mi abrigo las llaves de mi edificio. No demoro nada en conseguirlas. Pero al hacerlo, me percato de algo que sí me está haciendo falta. Algo sumamente importante y personal: mi teléfono celular.
«Maldición. Se lo ha quedado la bestia.»
__________________
Hola, pecadoras.
Leo sus reacciones aquí.
Besitos ♥
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro