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C A P Í T U L O 25. «SEI IMPAZZITO, ÁNGELO?»

SEI IMPAZZITO, ÁNGELO?

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Esto es una verdadera mierda.

Nada peor que comenzar la mañana escuchando a tu hermana pequeña chillar como una maldita histérica mientras sientes que la puta cabeza se te va a reventar.

—¡Cállate, joder! —Me giro para encararla. Me contengo de poner los ojos en blanco cuando noto que los suyos están rojos de tanto llorar—. Por el amor de Dios, madura de una maldita vez, Fiorella. ¡Ya esta clase de berrinches no te lucen!

—¡Y una mierda! ¡¿Cómo quieres que esté después de enterarme que la dejaste tirada en la cueva como si fuera un trozo de carne para los carroñeros?!

—¡Ella está en donde tiene que estar! ¡Y si tú no te callas vas a terminar haciéndole compañía!

Mi hermana retrocede, claramente sorprendida con mi amenaza. Pero voy muy en serio esta vez. Y la determinación que se refleja en mis ojos parece estar haciendo un buen trabajo para reafirmárselo.

—No serías capaz —emite en voz baja, incrédula—. No lo serías, ¿verdad?

Me acerco lo suficiente para tomar su rostro entre mis manos.

—Te advertí que te mantuvieras lejos de ella, Fiorella —siseo—. Te dije que no era alguien en quien pudiéramos confiar. Y anoche pude comprobarlo de primera mano cuando casi me vuelan los sesos por culpa suya.

Mi hermana niega con la cabeza, y en el proceso, unos mechones rubios se les pegan a las mejillas empapadas.

—Tiene que ser un error, Angelo... ella no...

—Ella sí, Fiorella. —La suelto y doy un paso hacia atrás—. Entiende que Angelina no es más que una traidora, y sabes que en esta casa no hay cabida para la traición.

—Yo confío en ella, Angelo —rebate, cruzándose de brazos—. No creo que sea una jodida soplona, ¿vale? Tiene que haber otra explicación.

Imito su posición, resoplando.

Me jode tener que repetirle lo mismo que le dije cinco minutos atrás en la cocina, cuando al bajar en pijamas a desayunar, notó la ausencia de la gemela de mi mujer en la mesa y no tardó ni medio segundo en preguntar por ella.

El drama vino después. Y Lia y Stefano también están siendo testigos de él.

—A ver, hermanita, ilumíname. ¿Cuál podría ser esa otra explicación? ¿Qué podría explicar el hecho de que el maldito federal que tiene por novio se apareciera justo anoche en uno de nuestros clubs?

«Cuando nunca antes habíamos tenido actividad policiaca ahí dentro.»

Ella separa los labios, temblorosos, luego de unos segundos los vuelve a cerrar. Y así un par de veces hasta que finalmente termina perdiendo los papeles, batiéndose como cuando tenía cinco.

—¡No lo sé, joder! Pero algo ha de haber. —Se revuelve el cabello—. ¡Si tan solo le permitieras explicarse en lugar de comportarte como un maldito ogro!

—¡Le di una oportunidad cuando llegamos a casa! ¡Maldita sea!

—¿Y qué te dijo?

—¡Nada! Eso fue lo que me dijo, absolutamente nada. Y el que calla otorga, Fiorella.

Ella pone los ojos en blanco, exasperándome.

—De seguro estaba asustada. Con esa actitud de mierda que te cargas quien no lo estaría.

—Cuida tus palabras conmigo, ragazza. —La señalo—. Te recuerdo que a quien le debes respeto y lealtad es a mí, no a ella.

Mi hermana lleva sus ojos hacia lo alto del techo y deja escapar un suspiro. Luego me vuelve a mirar.

—Lo siento, ¿vale? —Da un paso en mi dirección y me toma por el brazo. La mano le tiembla—. Pero es que... esto me parece tan injusto. En serio. Quizás todo haya sido una desgraciada casualidad. Piénsalo, por favor.

—No tengo nada qué pensar.

Fiorella deja escapar una amarga carcajada.

—Por supuesto que lo tienes —repone, mirándome con el verde de sus iris rodeados por hilillos que parecen ríos de sangre—. Angelina no podría haberle avisado a ese hombre que ustedes estarían ahí ni aunque hubiese querido.

—Y es que precisamente eso es lo único que ella ha querido hacer desde que llegó —digo, sintiendo algo caliente recorrerme las venas—. Se pasó la semana entera pegada a las noticias esperando que el maldito apareciera.

—¿Y qué? No es como si por la tele pudiera comunicarse con él. —Resopla.

—Pero al final sí que pudo encontrar la manera, Fiorella. De lo contrario tú y yo no estaríamos teniendo esta conversación. —Me quito su mano de encima.

Hablar sobre esto solo ha conseguido que toda la ira que sentí la noche anterior regrese a mi cuerpo de forma renovada.

—Angelo...

—Basta. Necesito que me dejes en paz para que pueda largarme a cumplir con mi trabajo.

«Uno que consiste en mantenerte con vida.»

—Pero...

—Joder. ¿Dónde está el maldito botón para apagarte, Fiorella?

—¡Pero es que ella ni siquiera llevaba teléfono! ¿No lo ves? —continúa con su pataleta, mirando a Stefano esta vez—. Díselo, por favor. ¡Dile que le está haciendo pagar por algo que no hizo! Quizás a ti sí te escuche.

—Señorita, Fiorella, yo... —Pongo los ojos en blanco esta vez, perdiendo la paciencia.

Le hago una seña a Lia, quien había permanecido al margen del espectáculo, para que se haga cargo de ella antes de darle la espalda. No pienso perder ni un minuto más en esto cuando tengo asuntos más importantes que atender.

—Vámonos —le ordeno a mi hombre, aunque en realidad lo que desee sea meterle un puñetazo por la debilidad que aparece en sus ojos mientras observa a mi hermana.

Es una putada lo ridículamente fácil que las mujeres consiguen manipularnos.

Stefano se demora más de la cuenta, pero termina obedeciéndome, adelantándose para abrirme la puerta que da salida al estacionamiento.

—Angelo, por favor, no la dejes ahí. —Fiorella nos sigue.

—Señorita, venga conmigo, la acompaño a su habitación.

—¡Suéltame, Lia! —le grita, y no necesito mirar para saber que se está sacudiendo—. ¡Por Dios, Angelo! ¡La cueva es horrible!

Se equivoca. La cueva no es horrible, horribles son las cosas que se hacen ahí.

Stefano abre la puerta del auto para mí, pero Fiorella la sujeta antes de que consiga cerrarla después de subirme. Los otros soldados comienzan a acercarse, esperando órdenes.

—Señorita —intenta hacerla entrar en razón Stefano, pero...

—¡Tú te callas! No te quiero escuchar si no vas a decir nada para que el ogro que tengo por hermano saque a Angelina de ese maldito agujero.

Mi soldado aprieta la mandíbula, pero no le responde. Ella se inclina sobre mí. Sus ojos están bañados en lágrimas otra vez. Lágrimas de frustración.

Esas también las conozco.

—Te lo ruego, hermanito. —Fiorella se arrodilla, apoyando su frente sobre mis piernas.

Algo en mi interior se remueve. Algo que solo pocas personas en este maldito mundo son capaces de despertar: mis sentimientos.

Uno de pena esta vez.

«Mierda. ¿Por qué cada una de mis decisiones tienen que ser tan malditamente difíciles de afrontar?»

—Nadie la está torturando, si es eso lo que te preocupa. —Ella levanta la mirada. De sus ojos siguen brotando las lágrimas sin ningún tipo de control.

—¿Me lo juras? —Le tiembla la voz al preguntarlo.

Pero sé que me está orillando a sabiendas de la importancia que tienen para nosotros los juramentos.

Suspiro, apretando los dientes.

—Te lo juro. Solo necesita meditar sobre lo que hizo por una semana.

—¡¿Una semana?! —Se levanta de un salto—. Sei impazzito, Angelo?

«Loca está ella si piensa que puede jugar conmigo después de...?»

—Fiorella, basta. Ya deja en paz a tu hermano. —La voz de mi madre termina haciendo eco entre las paredes del parking.

Levanto la mirada y me la encuentro en el umbral de la puerta, con Nicholas en los brazos.

—¿Tú estás de acuerdo con esto, mamá? —Fiorella la mira con indignación. Pero esta, tal como le enseñó mi padre, se mantiene serena e imperturbable—. ¡Di algo! ¡Ordénale que la saque de ahí!

—Tú hermano es el hombre de esta casa, Fiorella. Sus decisiones se respetan te gusten o no.

—¡¿Entonces ahora también jodemos a los inocentes?! —Nadie le responde, y ella deja escapar una risa que se me antoja decepcionante—. Bravo hermanito, te luciste esta vez. Cuando creía que ya no podías ser más despreciable, tú vienes y te superas. Ahora entiendo por qué Evelyn prefirió suicidarse antes que seguir viviendo a tu lado.

Y es justo ahí donde consigue fragmentar mi puta coraza.

—¡Fiorella Valentina! —la regaña mi madre, palideciendo—. ¡Te vas ahora mismo a tu habitación!

Mi hermana me sonríe, pero es una sonrisa llena de odio y desprecio.

—No hace falta que me lo ordenes, madre. No me apetece verle las caras a ninguno de ustedes hasta... no lo sé, ¿nunca más? Tal vez. —Encoje ligeramente los hombros antes de darse vuelta y regresar a la casa atropellando a Lia en el camino, quien se va corriendo tras ella gritando su nombre.

Respiro profundo, y sólo me tomo un segundo para frotarme la cara antes de ordenarle a mis hombres que aborden los autos para largarnos de una maldita vez de esta casa.

Mi madre se queda mirando mi auto mientras me alejo, preocupada. Puedo ver su reflejo a través del retrovisor. Alcanzo a darle una última mirada al niño que sostiene en los brazos antes de que la compuerta del estacionamiento se cierre detrás de nosotros.

Natural de Imagine Dragons comienza a sonar durante el camino hasta Brooklyn, haciendo mella en todas esas mierdas que tengo que recordarme día tras día para seguir adelante.

Mejor ser el cazador que la presa.

Y tú estás parado en el borde del abismo,

plantando cara,

porque tienes talento innato.

Un corazón de piedra que late,

tienes que ser así de frío

para triunfar en este mundo♪

Llegar a Carroll Garden se convierte en una agonía si tomamos en cuenta que Stefano ha estado conduciendo como la mierda desde que abandonamos la casa. Unos cuarenta minutos atrás.

Pero cuando el auto al fin se detiene frente a una de esas viviendas adoquinadas con paredes de piedra arenisca y jardines frontales marchitos por el invierno inminente de la temporada, me reacomodo los guantes a la espera de que mi puerta se abra.

Los Montiglio viven en un barrio acomodado de Brooklyn, muy cerca de ese dónde Angelina tiene su departamento. Me demoraría menos de diez minutos en llegar allí. Por lo que es de esperarse que la arquitectura sea similar: aceras enlosadas, colmadas de árboles en los bordes, y un montón de propiedades contiguas con fachadas en todas las tonalidades de rojos y marrones existentes.

Sin embargo, no es un lugar demasiado ostentoso. Lo que me hace suponer que Massimo se ha empeñado en quedarse viviendo aquí porque este es uno de esos barrios de Nueva York donde las raíces italoamericanas se han arraigado más. Cafés, restaurantes y tiendas italianas tradicionales están prácticamente a la vuelta de la esquina. Además de que Carroll Garden está estratégicamente cerca del puerto donde habitualmente se realizan los intercambios.

Alexei nos está esperando con las puertas abiertas bajo el umbral de su casa, cinco escalones por encima de mí. Me consta que al muy maldito le encanta estar en lo alto, de lo contrario no habría adquirido un penthouse en el centro de Upper East Side con una de las mejores vistas nocturnas de Manhattan.

Stefano y dos de mis soltados me escoltan hasta el interior mientras se comunican con los demás a través de un dispositivo que llevan en las muñecas.

Capo —me saluda Alexei en italiano cuando me planto frente a él, haciendo una ridícula reverencia.

—¿Están los mayores en casa? —inquiero mordaz, consiguiendo que apriete la mandíbula.

—Mi padre está en su despacho, si es a lo que se refiere, señor.

—Gracias. —Le planto mi gabardina en el pecho cuando me deshago de ella—. Procura que no se arrugue, per favore.

—Lo que sea para servirle, jefe —me devuelve entre dientes.

Sonrío. Puede que al niñato no le haga ni pizca de gracia que lo trate como a la mujer del servicio, pero resulta que su cara de culo es como un soplo de aire fresco para mí.

Signore, Lombardi —aparece una de las empleadas—. Lo acompaño. Mi señor lo está esperando. —Asiento y permito que me guíe junto con mis hombres, aun cuando ya conozco el camino.

Subimos por unas escaleras de caoba al estilo caracol que están iluminadas por la tenue luz que entra a través de la claraboya, unos dos pisos por encima de donde nos detenemos.

La mujer nos acompaña hasta las puertas dobles y me ahorra el trabajo de tocar, abriéndolas para nosotros. Le ordeno a mis soldados que esperen a fuera y me interno en la oficina con Stefano a mi lado.

Massimo Montiglio se termina su vaso de whisky antes de dejarlo con un golpe sobre la madera oscura de su escritorio para luego regalarme una de sus sonrisas chuecas y desahuciadas.

—Angelo Gabriele Lombardi, que alegría volver a verte.

—Lo mismo digo, padrino. —Le devuelvo la sonrisa.

«Y ahora, que comience nuestra negociación».

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Traducciones:

Sei impazzito, Ángelo? = ¿Estás loco, Ángelo?

Ragazzo = Niño/Pequeño.

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Hola, pecadoras.

Leo sus reacciones aquí.

Hoy hay actualización doble porque ayer no pude publicar. 

No olviden dejar una estrellita.

Besitos ♥


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