C A P Í T U L O 12. «ARCANGELO GABRIELE»
ARCANGELO GABRIELE
________________
Lia nos observa mientras Matteo y yo atravesamos el mismo salón donde estuve sentada la primera vez que pisé esta casa, pero rápidamente aparta la mirada y continúa con la tarea de quitarle el polvo a las pinturas que están colgadas en la pared
Me fijo en la chimenea encendida y en el mini bar de la esquina, con todas las botellas reluciendo contra la luz del sol. A través del ventanal puedo ver la piscina reluciendo en aguas cristalinas y a una serie de hombres vestidos con trajes negros que parecen de combate caminando por ahí, pero los pierdo de vista cuando atravesamos el umbral que lleva hasta las escaleras de madera.
El rellano en la planta de arriba se divide en dos pasillos que forman una «L», y Matteo me conduce por el de la derecha, deteniéndose en la penúltima puerta de la izquierda.
La última ocupa la pared frontal al final del pasillo, y supongo que esa es la de Angelo. Lo he supuesto desde la primera vez que subí.
—Aquí —señala abriendo la puerta, y aunque ya conocía el lugar, me sigo asombrando con lo hermosa que es la habitación de mi sobrino.
Está decorada con un tema de marinero en azul y blanco, con dibujos de anclas y barcos adornando la alfombra y la pared, una mecedora en la esquina, una cuna preciosa en el centro contra la pared, y miles de peluches y juguetes perfectamente ordenados en los estantes.
—Está rendido —digo al ver que ni se queja cuando lo acuesto de ladito en el interior de la cuna. Le toco el pañal para comprobar que no necesite un cambio antes de cubrirlo con la manta hasta las costillas y ver como comienza a mamarse el dedo de una manito mientras aprieta el puño en la otra—. Te quiero, bebé —susurro besando su frente antes de separarme de él.
Me doy media vuelta y miro a Matteo, que parece haber estado estudiando todos mis movimientos apoyando en el marco de la puerta.
Se ve tan guapo, y sus ojos azules me recuerdan tanto a los de Noah, que de pronto la ira comienza a apoderarse de todo mi cuerpo. Ningún mafioso podría compararse con él.
—Te queda bien el roll de mamá, Angelina, ¿lo sabías? —Pongo los ojos en blanco.
—¿Qué hacemos ahora? —inquiero, ignorando su comentario.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, Nick se ha dormido, y para cuando despierte ya serán más de las once, ¿no? —Él parece caer en cuenta y se saca el móvil del bolsillo para comprobar la hora.
—Diez y media —dice mirando la pantalla—. Técnicamente te queda media hora en esta casa. ¿Te apetece, no sé, dar un paseo por la propiedad?
Matteo se muestra nervioso, y por alguna razón siento que su propuesta esconde algo más. Pero, ¿cómo decirle que no?
Esta es una oportunidad que no puedo desaprovechar. Necesito estudiar la casa y encontrar algo que me ayude a ubicarla en un plano geográfico tanto o más de lo que necesito indagar sobre la muerte de Corina Conti.
—¿Por qué no? —digo encogiendo los hombros para no mostrarme tan desesperada.
—Vale, toma el monitor de bebés, así sabremos si se despierta. —Señala la mesita detrás de mí.
Me acerco, tomo el aparato y lo enciendo comprobando que muestre la imagen en tiempo real de su cuna y proyecte los sonidos. Cerramos la puerta procurando no hacer ningún ruido y sigo a Matteo hasta las afueras de la propiedad.
El frío otoñal consigue que me estremezca y maldigo el haber dejado mi abrigo dentro de la casa. Sin embargo, cuando el hombre que camina conmigo a través de las áreas verdes de la casa, me ofrece su chaqueta, me niego a recibírsela.
—Gracias, estoy bien —le digo. Él se detiene a medio camino de quitársela, pero finalmente lo hace y me la coloca sobre los hombros—. ¿También te pagan por hacer de niñera conmigo? —Resoplo, acomodándome la prenda para que no se me caiga.
—No seas tan obstinada, ¿quieres? Y agradece. Estás tiritando del frío, joder. —Se ríe, consiguiendo que lo mire mal, pero al hacerlo puedo fijarme también en todos los tatuajes que la camiseta de mangas cortas deja a la vista sobre la piel de sus brazos.
El dibujo de una serpiente enrollándose alrededor de una daga consigue llamar mi atención.
—¿Y tú? ¿No tienes frío?
—Puedo soportarlo. —Encoje los hombros—. Además, me gusta. ¿A ti no?
—Haberme criado en Londres me hizo odiarlo un poco. Disfruto mucho más la primavera y el verano, si te soy sincera.
—Tienes un punto. Londres parece tan húmedo todo el maldito tiempo.
—¿Has ido?
—No, pero así lo muestran en las películas —dice con simpleza, haciéndome reír.
—Yo también tenía un concepto muy peliculero de Nueva York antes de venirme a vivir para acá —le cuento mientras vamos dejando atrás el árbol de manzanas en el que estuve con Fiorella y Nicholas la última vez y nos internamos en una arboleda un poco más espesa.
Sin embargo, me pude fijar como en cinco tipos cuidando la zona y unas torres que están a cada lado, como a cien metros de distancia, en las que supongo debe haber centinelas custodiando la zona.
Este lugar parece ser una maldita fortaleza.
—¿Y qué dices? ¿Nueva York cumplió con tus expectativas?
—Al menos la biblioteca pública luce igual que en «El día después de mañana». —Fue esa en una de las primeras cosas que me fijé cuando pisé la ciudad.
—Eso es porque la peli en realidad sí se grabó ahí. Yo tenía dieciséis cuando eso. Recuerdo haber pasado por el lugar durante las grabaciones.
—¿En serio? Que envidia.
—Nah, no fue la gran cosa. Todo muy normal, en la pantalla es donde te llegas a creer todo el cuento de la helada y esas mierdas.
Llegamos a una pequeña zona despejada de árboles donde se encuentra una enorme fuente con la estatua del Arcángel Gabriel en el centro, cargando la espada en una mano y la balanza en la otra. De esta última, recuerdo haber leído una vez que representa las acciones buenas y malas, equilibradas por el amor y la bondad que redimen el alma humana.
Lo que me hace pensar que en esta casa esa balanza debería estar inclinada con todo el peso de la maldad que habita en el alma de mi cuñado, pero la forma tan hermosa en la que está tallado el rostro del ángel inevitablemente me hace pensar en...
Sacudo la cabeza.
—¿Eso estaba aquí cuando compraron la propiedad? —le pregunto, intentando dejar de pensar en su cara.
Matteo niega.
—La fuente estaba, pero la estatua del Arcangelo Gabriele fue idea de Angelo, la mandó a construir no más mudarnos. Aunque no lo parezca, somos una familia muy religiosa.
Casi me echo a reír con la doble moral de esta gente.
—Ya lo veo. ¿Por eso es que tú también llevas un nombre bíblico? —Él encoje los hombros como respuesta
—Supongo que sí. Ven. —Tira de mi mano y me guía hasta la orilla de piedra de la fuente, donde tomamos asiento.
Coloco el monitor de bebés a mi lado, después de comprobar que Nicholas sigue estando profundamente dormido, junto a mi pequeño bolso.
—¿Y tú? ¿Eres religiosa, Angelina? —su pregunta se escucha por encima del sonido que hace el agua de la fuente al caer.
—No. Yo solo creo en el karma. Si haces el bien, te va bien, si haces el mal... —No hace falta que complete la frase.
Matteo me sonríe.
—¿Tú te dedicas entonces a hacer el bien?
—A diferencia de ustedes, creo que sí. —Esta vez él se ríe con ganas.
—No somos tan malos, Angelina. Créeme.
—Ah, ¿no? ¿Entonces por qué Angelo estaba ordenando que le cortaran todos los malditos dedos a un pobre hombre el domingo pasado? —No puedo desaprovechar la oportunidad de preguntarle. Necesito respuestas.
—De pobre nada. Pero hay cosas que no entenderías, bellezza.
Lo miro a los ojos. A esos ojos que a diferencia de los de su primo, no me miran con odio, pero tampoco con indiferencia.
—Si tú me explicas..., quizás podría entenderlo, Matteo.
—Matt —dice en voz baja—. Puedes llamarme Matt.
—Explícamelo, Matt —le pido entonces, con una pequeña sonrisa—. Quiero entender por qué ustedes son así, por qué hacen lo que hacen, y por qué parece que todos en esta casa están aislados de ese mundo ruin y sangriento en el que están metidos. Como si vivieran dentro de una burbuja.
—Porque así tiene que ser, Angelina. Negocios son negocios y familia es familia. Mientras más separados estén el uno del otro, mejor.
—He visto las noticias —digo entonces—. Sé que se ha desatado una guerra entre los clanes de la mafia italoamericana. Esta mañana vi que anunciaban la muerte de Corina Conti. ¿Tienen ustedes que ver en eso?
Matteo aprieta la mandíbula.
—Ese no es asunto tuyo, Angelina. —Me da una mirada de advertencia, pero no lo niega.
Y eso me basta para llenarme de valor.
—¿Qué es la cueva y a quien tienen ahí, Matteo? —inquiero—. Tengo derecho a saber si corro algún peligro en esta casa.
—No corres ninguno —dice sin un atisbo de duda—. Y aunque lo hicieras, fuiste tú quien aceptó venir cada domingo. Angelo te lo dejó muy claro. En este mundo no hay cabida para los juegos.
—Lo sé... —emito en voz baja, acercándome más a él—, pero sabes cuánto desprecio a tu primo. Yo jamás sería capaz de admitir ante él que una parte de mí se llena de miedo cuando está en este lugar. Tú, en cambio, podrías ser capaz de entenderme. Eres diferente a él. Puedo notarlo.
Matteo suspira y su aliento cálido rozándome la piel, consigue disipar el frío por un momento.
—La semana pasada no pensabas lo mismo, Angelina. —Sonríe, pero es una sonrisa triste e irónica—. ¿Cuál es la diferencia entre un mafioso y el otro? Al final del día son tan iguales que es imposible poder distinguirlos —repite las palabras que usé en su contra aquella mañana, consiguiendo que me muerda el labio, arrepentida.
O al menos eso es lo que pretendo parecer.
—Lo siento, ¿vale? Tu primo había conseguido cabrearme, y yo...
—Y tú la pagaste conmigo. No pasa nada.
—Pero también la pagué con él, que conste, eh. —Matteo deja escapar una única carcajada, corta y divertida.
—Ya lo creo, Angelina.
—Puedes llamarme Angie, si quieres.
—Me gusta más Angelina —dice entonces, tomándose el atrevimiento de levantar una mano y echarme el cabello hacia atrás—. Se ajusta más a lo que pareces.
—¿Y qué parezco, Matteo? —inquiero bajito, pese a ser capaz de predecir la respuesta que me dará.
Siempre es la misma.
—Pareces un ángel —pronuncia, y como si el universo quisiera afirmar su respuesta, los pájaros comienzan a cantar en las copas de los árboles.
Matteo sonríe como si hubiera pensado lo mismo que yo, provocando con eso que se le formen un par de hoyuelos capaces de llevar a cualquier mujer a la locura.
—Pero no todos los ángeles son buenos —digo en un tono de voz apenas audible—. Quizás yo sea una de los que se han caído.
—De ser así, podrías arder conmigo en las llamas del infierno, Angelina —insinúa, acercándose tanto que mi instinto me pide retroceder.
Pero entonces recuerdo las palabras que Angelo me dijo la semana pasada cuando le pregunté...
«—¿Y quién soy? Según tú.
—Un arma de seducción, Angelina White. Eso es lo que eres. Pero te advierto, conmigo no te va a funcionar.»
Y quizás tenga razón respecto a él. Pero con Matteo, en cambio...
Me quedo tan quieta como puedo. No me muevo hacia él, pero tampoco huyo de sus intenciones cuando la distancia que queda entre nosotros se va eliminando centímetro a centímetro.
—Eres tan hermosa, joder —dice con sus labios a un suspiro de los míos, pero no soy capaz de responderle nada.
Siento el corazón latiéndome desbocado en el pecho, y lo único que soy capaz de hacer para que le sirva de permiso es cerrar los ojos. Algo dentro de mí sabe que esto es lo que debo hacer para lograr mi objetivo, y otra parte... una tan pequeña que aún no estoy segura que sea real, lo quiere. Quiere probar sus labios. Porque... bueno, Matteo está buenísimo. No lo puedo negar.
Lo escucho soltar una especie de gruñido bajito, deseoso, como si mi gesto hubiera sido justo lo que estaba esperando para enredar sus dedos en mi cabello, acercarme hacia él, y... detenerse cuando el crujido de unas hojas siendo aplastadas bajo la tierra nos obliga a regresar a la realidad.
Nos separamos como si acabasen de echarnos un balde de agua fría, pero no lo hacemos lo suficientemente rápido para disuadir a Angelo de lo que estaba a punto de pasar de no haber aparecido él entre los árboles.
Sus labios se separan cuando se detiene a tan solo unos metros de donde estamos, y sus ojos comienzan a viajar entre uno y el otro de forma alternativa, hasta que finalmente se quedan clavados en mí, llenos con el más puro de los desprecios.
—Tú. —Me señala con la mandíbula apretada—. No vuelves a pisar esta casa en tu maldita vida.
__________________
Hola, pecadoras.
Leo sus reacciones aquí.
Besitos ♥
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro