C A P Í T U L O 1. «LA TUA FAMIGLIA E LA MIA»
LA TUA FAMIGLIA E LA MIA
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En algún lugar del mediterráneo...
Nunca había visto un cielo tan azul como este.
Quizás porque crecí bajo el tormentoso cielo de Londres. O porque en Nueva York, estando siempre en constante movimiento, nunca me detuve el tiempo suficiente para mirar hacia arriba por simple placer.
Sea como sea, siento que esta es la primera vez que en realidad soy capaz de admirar lo maravilloso que es. La libertad que se debe respirar desde sus alturas.
Suspiro, sintiendo que una parte de mí se arrepiente por no haberlo hecho antes. Después de todo, ya han pasado seis días desde que pisé este lugar. Pero la verdad es que no me apetecía en lo absoluto. No quería hacer algo que pudiera generarme un mínimo de paz.
Sé que no me la merezco.
Y aun así aquí estoy, llenándome de ella a través del sonido de las olas que revientan en lo bajo del acantilado. De la brisa salada que hace volar mi cabello por los aires. Del falso aroma a libertad estoy respirando.
—¿En qué piensas, ragazza?
Cierro los ojos al escuchar su voz detrás de mí. Odio sentirme así cada que la escucho. Odio todo lo que he sido capaz de hacer por no dejar de hacerlo.
—En nada —le respondo, centrándome nuevamente en el mar.
Él se detiene a mi lado. Me estremezco aun cuando no me está tocando.
—Últimamente piensas mucho en la nada.
«Gracias a ti, eso parece ser en lo que me he convertido. En nada»
—¿Dónde has dejado a Nicholas? —le pregunto intentando huir de mis pensamientos.
Lo escucho suspirar.
—En su cuna. Dormido.
—Eso es bueno. —Sonrío. El cambio de horario y de ambiente no parecían haberle caído muy bien—. Estaba comenzando a preocuparme de que no pudiera acostumbrarse de nuevo a sus siestas.
—No hay nada a lo que no podamos a acostumbrarnos en la vida, Angelina. —Lo miro de reojo.
—¿Te refieres a algo en específico? —El me devuelve la mirada. Se me acelera el corazón.
—No —dice antes de volver sus ojos de nuevo hacia el mar. Asiento con un nudo en la garganta, imitando su posición.
Ninguno de los dos parece tener intenciones de pronunciar palabra de nuevo. Y me atrevo a decir que, en los últimos días, esta ha sido una de las conversaciones más largas que Angelo y yo hemos mantenido.
—Ahora que Nick está dormido, voy aprovechar para darme una ducha —informo, sintiendo que el maldito silencio entre nosotros se torna cada vez más insoportable.
Me doy media vuelta sin esperar una respuesta de su parte. Estoy segura de que no habrá ninguna, como de costumbre.
Y creo que es la falta de expectativa la que me hace sorprenderme más de lo normal cuando siento su mano tomándome por la muñeca. Deteniéndome. Acelerándome el corazón. Y lo odio. Odio que su tacto sea todo lo que se necesite para conseguir que me venga abajo.
«Esta no soy yo, maldita sea. Quiero volver a ser yo»
Me giro fingiendo una calma que no poseo.
—¿Qué sucede, Angelo? —inquiero, mirando la mano con la que me sujeta en lugar de su rostro.
—¿Hay algo que quieras decirme? —Reprimo la sonrisa irónica que se pelea por aparecer en mis labios.
—¿Crees que debería decirte algo?
—No lo sé. —Encoje los hombros—. Quizás la razón por la que últimamente eres incapaz de mirarme a los ojos.
Respiro profundo, y haciéndome de toda mi fuerza de voluntad, lo hago. Lo miro. Pero haberme pasado toda la semana evitándolo, no consigue que el impacto que sus ojos tienen dentro de mí disminuya.
Al contrario.
—Por supuesto que soy capaz de hacerlo, angelito. —Enarco una ceja—. ¿Era eso lo que necesitabas comprobar?
Su respuesta tarda más de lo necesario en llegar.
—Hay muchas cosas que necesito comprobar de ti, Angelina. —Sus palabras se sienten como una puñalada.
No necesito que diga más para saber que se está refiriendo a la veracidad de mi confesión. A todo lo que le dije aquella noche en la fuente del ángel.
Una nueva oleada de rabia e indignación me atraviesa la sangre.
—Es una suerte entonces que yo ya haya podido comprobar todo lo que necesitaba de ti, cuñado.
Angelo me sostiene la mirada durante un rato que se me antoja tortuoso. Csi como si se estuviera debatiendo en preguntarme a qué me estoy refiriendo o ignorarme. Al final escoge la segunda opción.
Asiente con lentitud antes de liberar mi muñeca. Se da media vuelta y se apoya de nuevo contra la barandilla de cristal como si los cinco minutos anteriores no hubiesen existido nunca.
Como si yo no existiera.
Hago lo mismo, pero en dirección contraria. Camino sobre el parquet de la terraza dejando atrás la piscina y las tumbonas dispuestas a su alrededor para dirigirme hacia la puerta acristalada de la propiedad, odiándome a mí misma por el hecho de que me duela tanto, pese a no querer estar cerca de él, que no hubiera insistido un poco más para retenerme.
Para negar lo que yo ya me he obligado a aceptar.
La fotografía que está sobre la mesita de noche, del lado de la cama que él suele ocupar, se ha encargado de confirmármelo cada día. Una donde Evelyn y él aparecen posando para la cámara con el mar como fondo. Sonrientes. Felices. Enamorados.
Aparto la mirada de esa estampa sintiéndome asquerosamente mal conmigo misma por la sensación tan visceral que se acentúa en la boca de mi estómago.
Es increíble que hayan tenido que pasar veintisiete años para que yo finalmente pudiese conocer al terrible monstruo de los celos. Uno que se encarga de recordarme que todo aquello que alguna vez creí que se le asemejaba, no era más que un simple y banal reflejo de mi egocentrismo.
Los celos no son un ardor en el estómago que te produce nauseas al sentirte opacada, intimidada o desplazada por alguien más, los celos son la herida que se produce en el pecho cuando te haces consciente que tú jamás podrás igualar a esa persona en el corazón de quien la ama.
Ni siquiera después de su muerte.
Aparto la mirada de la fotografía y me acerco a la cuna de Nick para comprobar que siga estando profundamente dormido. Una vez que lo hago me interno en el cuarto de baño de la habitación con mi ropa en la mano.
Habría preferido no tener que pasar todas las noches aquí junto a él. Pero después del ataque que recibió la familia Lombardi por parte del FBI durante la navidad, Angelo decidió que lo más seguro para todos es permanecer juntos.
No me molesté ni siquiera en discutirle sobre eso. ¿Qué sentido tendría cuando después de todo, nada lo tiene? Porque de ser así, ahora mismo no me encontraría aquí, en medio del mar mediterráneo con el hombre más poderoso y letal de todo el submundo.
Si las cosas tuvieran un mínimo de sentido, no estaría llorando de nuevo bajo el agua de la ducha, amortiguando mis sollozos con una mano, tocándome el corazón con la otra, y arrepintiéndome profundamente de la cosa más estúpida que he hecho en toda mi vida.
Porque si había estado preguntándome por qué tomé la decisión de permanecer a su lado esa noche en lugar de tomar la mano de Noah y escapar de sus garras, ahora lo sé.
Y duele como el maldito infierno.
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ANGELO
—Me importa una mierda que se haya metido debajo de las piedras, maldita sea. Tienes que encontrarla.
Lo escucho exhalar una bocanada de aire del otro lado de la línea. Al otro maldito lado del Atlántico.
—No es tan sencillo cuando tenemos a los federales pisándonos los talones, jefe —dice—. Mis intentos de búsqueda no han llevado a ninguna parte. Y la última ubicación que mostró su dispositivo móvil la posicionaban en el centro de Times Square a las tres de la madrugada, pero de eso ya hacen seis días y sus tarjetas no muestran ni una sola transacción desde entonces.
—Tuvo que haberse llevado suficiente efectivo consigo —asumo—. Mi hermanita es malditamente lista, joder.
—Al parecer aprendió del mejor, boss. —Resoplo, frotándome la frente.
La verdad es que ahora mismo estoy comenzando a dudar de mis malditas capacidades. Haber recibido un ataque del que no pude prever en lo más mínimo no es digno de alguien en mi posición.
Últimamente he estado haciendo demasiadas cosas que no lo son. He perdido la maldita cabeza. Y detesto tener que ponerle un nombre a la razón de que esto sucediera.
Ahora no solo tengo que lidiar con los federales y el hecho de encontrarme nuevamente en el radar de la ley, sino con la posibilidad de que mi alianza con la Stella infernale se encuentre pendiendo de un hilo. La unión entre los Lombardi y los Montiglio es clave en este momento.
«Maldita sea»
—Un hombre siempre debe saber en dónde se encuentra su dama, figlioccio —dijo Massimo cuando logró comunicarse conmigo.
En Nueva York no eran más de las tres de la tarde, aunque aquí ya se había hecho de noche. Para entonces la noticia de que el FBI había allanado mi casa ya era del dominio de todos los clanes. Y dado que recién habíamos estado celebrando la futura unión de nuestras familias, lo primero que quiso hacer Massimo fue asegurarse de que su futura nuera se encontrara a salvo.
Alexei, por el contrario, no pareció muy preocupado por saber de ella.
—Fiorella está bien. Está conmigo, padrino —le mentí—. Por motivos de seguridad sabes que no puedo decirte donde.
—No pasa nada. —Lo escuché toser del otro lado de la línea. Con cada día su estado parece volverse más decadente—. Lo que importa es que la bella flor está fuera de peligro. Alexei estará feliz de saberlo —agregó después de lo que me pareció fue un sorbo de whisky.
Contuve el impulso de poner los ojos en blanco.
—Seguro que sí.
Él carraspeó.
—Y bien, ¿tienes idea de quién pudo haber revelado tu ubicación con los federales? Estoy seguro de que solo pocos sabíamos de tu fortaleza en Hudson Hill.
«Sí. Tu maldita esposa entre ellos»
—No tengo idea —pronuncié entre dientes—. Pero créeme que no tardaré mucho tiempo en averiguarlo.
—Claro. Así como tampoco puedes demorarte demasiado en regresar, figlioccio. Ya sabes lo que pasó la última vez que desapareciste.
—No necesitas recordármelo, padrino. —«Fuiste tú uno de los que más sangre derramó»—. No pretendo dejar que el caos vuelva a reinar entre los clanes, te lo aseguro.
—Puedes decir lo que quieras, pero sin un líder en la ciudad...
—Nueva York sigue teniendo un líder —lo corté con una amargura que no había experimentado jamás—. Matteo sigue siendo el underboss de la mafia. Él se hará cargo de todo mientras yo no me encuentre allí para dominar al submundo.
Y esa es la maldita verdad, por mucho que me joda.
Mi discusión con Matteo poco antes del ataque de los federales para este momento ya no significa nada. No sin haber hecho oficial ante los demás miembros de la organización que el cargo de sottocapo ya no le pertenece.
A ojos de la mafia, Matteo Lombardi sigue siendo el segundo al mando. Y ahora mismo no me encuentro en posición de destituirlo. Por mucho que quiera.
No puedo darme el lujo de sentarme a pensar en las malditas palabras que salieron de su boca esa noche. En sus acusaciones. En su traición. De cualquier forma, eso es algo personal. Algo que solo podrá resolverse con mi regreso.
Por ahora solo puedo aferrarme a la familiar preocupación que escuché en su voz cuando recibí su llamada poco después de que el jet aterrizara en la isla. La misma preocupación con la que me habló aquella noche, nueve años atrás, cuando por primera vez necesité de él como el maldito hermano que siempre creí que era.
Ahora ni siquiera sé quién es esa persona.
Solo sé que mi madre sigue estando en Nueva York, refugiada en otro de nuestros escondites, y que la única persona capaz de cuidarla mientras se encarga de organizar todo para mi regreso, es esa a quien ella misma crio como uno más de sus hijos.
Mi deber, en cambio, es encontrar a la menor de ellos. Por el bien de todos.
—¿Qué hay de Izzy? —inquiero con un deje de frustración.
El teléfono está a nada de partirse en mi mano.
—La chica asegura que no la ve desde que el colegio les dio vacaciones por la temporada.
—Eres consciente de que miente, ¿no es así?
—No lo tengo claro, jefe —contesta Alfredo—. Blake asegura que la niña parecía sincera cuando la interrogaron.
—Es una maldita adolescente, imbécil. Todas tienen la habilidad de parecer sinceras cuando les conviene. ¿De qué otra forma crees que consiguió escaparse mi hermana?
—¿Qué sugiere que hagamos, boss?
—Que la sigan. Instala dispositivos de rastreo en su auto. Intervén su línea telefónica. Haz todo lo que sea malditamente necesario —le ordeno—. Esa mocosa en algún momento tendrá que llevarnos con Fiorella.
Escucho al hombre suspirar del otro lado de la línea.
—Muy bien. Se lo comunicaré a Matteo. Aunque dadas las circunstancias con los federales, él ha comentado que es incluso más seguro para la señorita Fiorella que siga estand...
—¡Me importa una mierda lo que diga Matteo! —exclamo en un siseo—. Por encima de mis órdenes, ninguna. Y te estoy ordenando que encuentres a mi hermana, ¿capisci?
—Entendido, boss —repone con la voz temblorosa—. Cumpliremos con todas sus órdenes al pie de la letra.
—Será mejor que la encuentres antes de que Massimo Montiglio se convierta en comida para los zamuros, Alfredo —le advierto—. De lo contrario, tú serás el siguiente en alimentarlos.
Corto la llamada sin darle oportunidad de replicar. Toda esta mierda me tiene al borde de un maldito colapso.
Sé que no puedo pasar mucho más tiempo en este lugar, escondiéndome como una rata, pero también tengo claro que no puedo exponerme y poner en riesgo a Nicholas. No cuando todas las sombras que cubrían mi anonimato se han esfumado tras una ráfaga de gélido viento.
Lo irónico es que ahora mismo no podría estar haciendo más calor.
Me acerco a una de las tumbonas que hay alrededor de la piscina, dejo mi móvil sobre la mesita protegida por la sombra de una sombrilla, y comienzo a quitarme toda la maldita ropa hasta quedarme únicamente con el bóxer puesto.
Miro el agua sintiendo que podría ponerla a hervir con el mero hecho de tocarla. Pero la realidad es que cuando me sumerjo dentro de ella, descubro que está lo suficientemente templada para mermar al mínimo todo el calor que me recorre las venas.
No se trata solo del desastre que dejé en Nueva York. Se trata del maldito infierno que estoy viviendo aquí. En medio de este paraíso mediterráneo.
Se trata de lo jodidamente difícil que me resulta creer que quizás los últimos nueve años de mi vida se basaron en una mentira. Que todo lo que viví en este mismo lugar junto a ella, no fue del todo real. ¿Cómo podría haberlo sido cuando una semana atrás había estado enamorada de su maldito tío?
Joder. No puede ser verdad. Ni siquiera sé por qué mierda me molesto en dudarlo. Nadie aparte de mí conoce cuan real fue lo que vivimos Evelyn y yo en esta isla. Nadie aparte de mí conoce con exactitud cómo me miraban sus ojos cuando me estaba hundiendo en su interior.
«¿Por qué debería creer entonces en las palabras de esa maldita ragazza?»
Angelina White no ha hecho más que mentir desde que se metió en mi vida como un jodido virus para destruirlo todo. Incluso mis mejores recuerdos.
Y, aun así, cada que la miro aparecen fragmentos en mi cabeza de todas esas noches en las que conseguí dejar mis marcas sobre su piel, del eco de sus gemidos sobre mi oído, de mi nombre siendo susurrado en medio de un orgasmo provocado por mis embestidas.
Porque, aunque ella no sea más que una vil mentirosa, no puedo evitar que mi polla reaccione a su cuerpo y a esos malditos ojos. Tan hipnóticos y azules como el cielo que está sobre mi cabeza.
Suspiro antes de hundirme por completo bajo el agua. Necesito dejar de pensar en ella antes de que mi bóxer estalle bajo mi erección.
Solo lo consigo contando las brazadas que doy en la piscina mientras nado de un extremo al otro. No sé cuánto tiempo pasa. Solo sé que no paro hasta sentir los músculos de mis brazos completamente agotados.
Me acerco al borde acristalado de la piscina para descansar con las vistas. No me caben dudas de que Ibiza sigue siendo uno de los mejores destinos del mundo. Sin embargo, el sonido de mi móvil me priva de seguir admirando el paisaje.
Me salgo de la piscina destilando agua por el granito. Cojo una toalla, y después de secarme las manos y el rostro compruebo de quién se trata.
—Howland —gruño su apellido al atender—. Espero que tengas una buena razón para no haberme llamado antes.
Escucho una risotada del otro lado de la línea.
—Sabes, todavía recuerdo aquellos tiempos en los que los jóvenes guardaban un mínimo de respeto por sus mayores.
Ruedo los ojos.
—No estoy de humor para tus mierdas de anciano, Thomas. Solo dime que tienes la información que necesito sobre ese hijo de puta traidor.
El senador suspira.
—Veras, niño, al parecer Loren es toda una caja de secretos. Lo irónico es que él es el recipiente principal de todos los del submundo.
—Déjame adivinar —pronuncio entre dientes—. Nadie quiere abrir la boca por miedo a que sus secretos salgan a la luz, ¿no es así?
—No podría ser de otra forma, angelito. Hasta yo lo tengo. Mis secretos están en sus manos al igual que los tuyos. Al igual que los de todos.
—Me importa una mierda lo que él sepa de mí. Lo único que quiero es todo lo que yo no sé de él.
—Me ayudaría mucho saber qué fue eso tan grave que te hizo, Angelo. No puedo seguir ayudándote a ciegas. Recuerda que yo también me estoy jugando el pellejo con esto.
—Lo que me hizo no es tu maldito problema, Howland, pero lo será si decides que este es un buen momento para ponerte en mi contra.
—Maldita sea, ¿sabes qué me pasará si ese niñato sospecha que tengo a mis hombres asechándolo? Mi maldita carrera se acabaría si él abriera la boca.
Dejo escapar una carcajada.
—Créeme que nada de lo que Loren tenga sobre ti puede tener más peso de lo que tengo yo —le devuelvo—. Sabes bien que solo requiero de treinta segundos para destruirte. La pregunta es, ¿a cuál enemigo prefieres enfrentarte?
Lo escucho resoplar.
—Vale —lo escucho decir entre dientes—. Seguiré haciendo esto por ti. Pero me tienes que garantizar que cuando al fin obtengas lo que estás buscando de él, mi nombre no aparecerá por ninguna parte.
—Los muertos no pueden hablar, Howland.
—Eres igual de testarudo que tu padre, joder.
—Lo soy. ¿Vas a decirme que me tienes o esperarás a que pierda la paciencia?
—Muy bien. —Suspira—. Pero te advierto que no es demasiado. El niñato tiene poder en el submundo a pesar de no tener un título que lo respalde. Está más que protegido, créeme.
—¿Por quién exactamente?
—Por todos, Angelo. Por cada una de las personas que tienen algún trapo sucio que ocultar —dice—. Quizás por eso haya tenido las bolas de jugársela contigo.
—Quizás. Pero yo tengo una ventaja. —Loren aún no tiene idea de que estoy al tanto de su traición—. Así que de momento solo necesito conocer un motivo. Algo que pueda haberlo puesto en mi contra. Personal o no. Tal vez solo esté trabajando para alguien más y sea lo suficientemente estúpido para intentar engañarme.
«Puede que después de todo sí trabaje para Della Morte»
—Hay algo —dice el senador—. No estoy seguro de que sea un motivo, pero sí que puede ser una conexión.
—¿De qué se trata?
—Más bien de quien —me corrige—. Hay una persona con quien Loren parece estar pasando mucho tiempo últimamente. Aunque de forma discreta. Casi furtiva.
—¿Necesitas que te pregunte quién es?
Thomas suelta una risotada.
—Tranquilo, niño, te lo diré. Aunque estoy seguro de que ya conoces su nombre —dice, y seguido, pronuncia dos palabras que me hacen levantar la cabeza de golpe.
—Espera, ¿existe alguna posibilidad de que te estés equivocando con esto?
—¿Por quién me tomas, angelito? Claro que no. Lo comprobé yo mismo. ¿Por qué? ¿Acaso tú crees que...? —Corto la llamada antes de que termine la frase.
Después de eso ni siquiera soy consciente del tiempo que me toma colocarme de nuevo la ropa sobre el cuerpo mojado, solo sé que en menos de nada estoy rodeando la propiedad con un grupo de mis hombres y descendiendo entre la vegetación y las palmeras hacia la pequeña cabaña que mi padre mandó a construir hace muchos años en este lugar.
Esa que esconde la entrada del bunker subterráneo que está destinado para guardar la basura que todavía no estoy seguro de querer desechar.
Atravieso todos los sistemas de seguridad y bajo por el ascensor hacia un pasillo casi idéntico al de la cueva que está bajo la colina de mi casa en Nueva York, tenuemente iluminado por unas bombillas rojas que parecen estar defectuosas.
Avanzo hasta detenerme frente a una puerta metálica que los años no ha dejado pasar sin algún deterioro. Sus bordes están teñidos con el color del óxido, pero a través de la ventanilla ennegrecida tengo una perfecta vista de su cuerpo hecho un ovillo contra una esquina de la habitación.
La puerta se abre una vez que el sistema reconoce mis huellas dactilares, y ni siquiera el sonido chirriante del metal arrastrándose contra el hormigón es suficiente para que decida abandonar su posición.
Mis pasos hacen eco en la habitación mientras me acerco. No parece tener intenciones de honrarme con un saludo decente, como si la muerte hubiera venido primero que yo. Pero el movimiento liviano de su cuerpo me comprueba que sigue respirando.
Una parte de mí se compadece por la imagen tan asquerosamente lamentable que proyecta. Incluso, mientras el jet sobre volaba por el atlántico, llegué a considerar que su existencia ya no era necesaria. Consideré acabar finalmente con su vida.
Es una suerte que no lo haya hecho.
La luz que viene del pasillo consigue que mi cuerpo proyecto una sombra sobre el suyo cuando me detengo a centímetros de él. Sacudo sus piernas con la punta de mi zapato. Sus quejas llegan a mis oídos en forma de un susurro, pero aun así no es capaz de sacar la cabeza de su escondite.
Me agacho para coger un puñado de su cabello entre mis manos y hacer que me vea a la cara. Sus ojos grises parecen haber perdido todo su brillo cuando finalmente me miran.
—¿Qué más quieres de mí, maldito bastardo? —inquiere con un gruñido.
Su voz suena áspera por el poco uso que le ha estado dando desde su captura. Una sonrisa aparece en mi rostro.
—Solo quiero hablar contigo, Lauren Clarissa Rinaldi —le digo con calma—. Como los buenos amigos que alguna vez fueron la tua famiglia e la mia.
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