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Capítulo 8

—Lamento no tener un lugar adecuado para disponer al joven —confiesa apenado Don Memo.

—No se preocupe —Javier se acerca dándole una palmada en la espalda— ustedes están a cargo de él y mejor ayuda no pudo haber encontrado pese a las circunstancias.

—Pero pudo haber sido mejor —se lamenta el hombre mayor por las condiciones económicas en las que se encuentran.

—Don Memo, yo estaré viniendo al menos una vez al día para cualquier cosa. Ya dejé anotadas las instrucciones a seguir para el cuidado del paciente. Son fáciles, él no tardará en despertar, así que los cuidados serán mínimos —asegura Margarita al tiempo que verifica los vendajes y la sonda—. De cualquier forma, hoy le enseñé a Zil como hacer algunas cosas y dada su experiencia no creo que le resulte difícil.

—Está bien, Maggie —afirma el patriarca con tristeza al recordar la experiencia a la que se refiere su futura nuera—. Estaremos en contacto, entonces.

—Oye, mi niña —llama Tita a la joven—, y ¿cómo cuánto tardará en despertar el hombre? Su familia debe estar preocupada.

—No lo sé de forma exacta, pero según el Doctor Vega, la inflamación no es mucha, así que despertará de hoy a mañana a lo mucho. —Ella gira y se dirige a Fer—. ¿Has podido saber algo de su familia?

—No y tampoco lo he vuelto a intentar, el teléfono terminó destruido y no tiene tarjeta sim, mañana iré a la ciudad a buscar información —señala el clima de afuera donde el agua no ha dejado de caer a cántaros—. Hoy ya no podemos salir, y es mejor que ustedes se marchen antes que el arroyo crezca.

—Tiene razón, Maggie. Debemos irnos —Javier observa a los García ahí presentes y se despide con un asentamiento de cabeza— con permiso, estaremos pendientes si algo sucede.

—Vayan con Dios, mis niños —les bendice Tita cuando comienzan a prepararse para salir a la lluvia—. Cuídense mucho, aquí el joven estará bien, no tengan cuidado.

—Gracias, Tita —Maggie la besa en la mejilla al igual que a Lucía y Don Memo, sin embargo, cuando llega con Fer ese brillo en los ojos le delata y el beso que le otorga es más lento, más nervioso—. Nos vemos mañana, con favor de Dios.

—Hasta pronto —dicen todos al verla salir corriendo debajo de la lluvia.

—Niño tonto, acompáñala con el paraguas —le apura la abuela a Fer—. Córrele.

Fer toma el paraguas de la entrada de aquella vieja habitación y sale corriendo tal como le mandó la abuela para acompañar a su amada al auto. Todos en ese lugar observan con alegría el cortejo de los jóvenes, pues les traen recuerdos de su ya pasada juventud.

—Abuela, ¿tiene hambre? —pregunta Lucía a su suegra.

—Sí, mija, vamos a comer y así Memo nos cuenta el accidente de hoy —Tita comienza a caminar esperando que la sigan—. Dos accidentes en dos días, todo esto está muy raro.

La anciana toma el paraguas y sale a la lluvia para dirigirse a la pequeña cabaña que tienen por hogar, hijo y esposa la siguen hasta ahí. Al cabo de unos minutos Fer se les une y juntos toman los alimentos. Todos cansados, desvelados y con hambre se olvidan de Zil y de que deben ir por ella.

A ocho kilómetros de la casa de los García, Zil se encuentra trabajando. Ha pasado más de una hora y ni su padre o hermano han aparecido para recogerla. Desesperada le pide a su jefa la bicicleta prestada y se marcha a pesar de las súplicas de su compañera de trabajo para que se quede y no salga, sin embargo, en un arranque de desespero por llegar a casa y ver cómo está su niña, ella sale en medio del aguacero rumbo a su hogar. Desea pasar lo que resta de la Navidad con su familia.

Subiendo el camino de terracería por lo que es más o menos mil metros, llega hasta la carretera, el agua le pega completamente de frente, pues no hay vegetación que la cubra del todo. El viento no es tan fuerte, pero en las condiciones climáticas cada gota parece ser un alfiler que le atraviesa todo el cuerpo. No ha avanzado ni tres kilómetros cuando una camioneta negra se interpone en su camino. Al reconocerla, ella intenta esquivarla y pedalea aún más fuerte, pero a pesar de su intento, el asfalto mojado y un poco de mala suerte hacen que ella caiga.

—¡Maldita zorra! Así te quería encontrar, sola y desesperada. —el hombre alto y robusto la jala del cabello arrastrándola para alejarla de la vieja bicicleta roja—. Ahora sí, ¡me la vas a pagar!

—¡No, por favor, no! —el terror se instala en su pecho y sale a borbotones en forma de palabras— Déjame ir, por favor. Otra vez no...

Zil comienza a llorar e intenta zafarse de su arre, pero este le jala más fuerte.

—¿Dejarte ir? Ni lo creas, perra estúpida —el hombre se agacha y la abofetea—. Por tu culpa perdí mi trabajo, mi familia y a mi esposa. Es hora de pagar las que debes.

Zil aterrorizada, intenta levantarse y huir de la presencia del hombre que cuatro años atrás la había lastimado de todas las formas posibles. Él se da cuenta de las intenciones de la joven y la alcanza justo cuando se ponía de pie y la sostiene de la cintura.

—¡Suéltame! —el llanto cubierto de gritos ahogados se escucha y es casi palpable, la lluvia resbalando por su cuerpo en combinación con el asco que le da el toque de aquel hombre hacen que los temblores sacudan su cuerpo enmollecido—. Por favor... suéltame.

Él, en un acto de violencia, pega su cuerpo al de Zil para que ella pueda sentir su miembro erecto debajo de la ropa.

—Ni lo pienses zorrita, volverás a disfrutar de lo que te dé —suelta una carcajada que a ella le resulta repugnante—. ¡Súbete a la camioneta!

La tira de ella, pero esta cae al piso, en su frustración comienza a patear como si de basura inmunda se tratase. Ella se dobla del dolor e intenta protegerse llevándose las manos a la cabeza.

—¡Qué te levantes maldita perra! —vuelve a patearla sin piedad ni clemencia a pesar de los ruegos de la joven. El odio que le tiene a ella es tan fuerte que no logra contenerse—. Deja de llorar, anda, súbete. Ya verás lo que te tengo preparado.

Una vez más la jalonea intentando levantarla para subirla, pero Zil con un último intento y fuerza de voluntad logra zafarse y corre alejándose de él. El hombre de tez morena y ojos inyectados de sangre corre tras ella cuando una Pick—up todoterreno sale de la curva y se encuentra con ellos.

Zil les hace señas para que se paren y estos por temor disminuyen la velocidad solo para pasarlos y en cuanto lo hacen aceleran.

—¿Lo ves? Estás sola —le grita furibundo—. Ven acá, perrita, vamos a jugar. Justo cuando está por alcanzarla, el auto que segundos atrás los había pasado se regresa a toda velocidad en reversa.

—¡Eh, tú, aléjate de la chica! —le grita un joven de unos veinticinco años bajándose del coche, al ver que el hombre no tenía intención de alejarse, se baja del coche apuntándole con un arma— ¡Te dije que te alejaras de la chica!

—Tú no te metas, esa perra me la tiene que pagar —señala el hombre a Zil quien yace temblando bajo la lluvia tratando de agarrar aire.

Otros tres hombres se bajan de la ox con armas en las manos y se unen a su compañero. El hombre de unos cuarenta y tantos años levanta las manos en señal de rendición, pues sabe que ante tantos no puede hacer nada.

—¡Está bien, está bien! —camina hacia atrás sin darle la espalda a los jóvenes desconocidos por temor a que estos le disparen—. Hoy tú ganas, pequeña, pero no olvides que algún día me vengaré, cueste lo que cueste.

Y con un portazo cerrando la camioneta para ponerla en marcha avanza muy rápidamente bajo la lluvia, alejándose lo más que puede de aquel fracaso, sintiendo que estuvo a nada de obtener la justicia que él creía merecer por su propia mano.

Por su lado, Zil al hallarse de nuevo sola con desconocidos armados, siente el temor avanzar por su columna espinal. Su corazón le dice que corra, que se ponga a salvo, pero, su razón le advierte que no hay nada que pueda hacer. Es en ese momento de furor, cuando los cuatro chicos guardan sus armas.

—Tranquila, no te haremos daño —dice el conductor levantando las manos junto con sus amigos—. Soy Jasiel, ellos son mis primos. Solo queremos ayudarte, ¿está bien?

Al darse cuenta de que las fuerzas le fallan y que se siente débil, solo asiente sin decir más. La lluvia hace que el frío cale hasta los huesos y un fuerte temblor le sacude. Uno de los chicos se da cuenta y saca una de sus cazadoras y corre hasta donde ella para ponérsela. Zil se asusta al tenerlo cerca, pero se percata de que no le harán daño, en verdad quieren ayudarla.

—Soy Patricio, ven con nosotros, ¿quieres que te llevemos a tu casa? ¿Estás bien? —ella solo asiente, sigue en shock por lo sucedido.

Jasiel corre hasta donde se encuentra la bicicleta y un pequeño bolso tirado y lo recoge, entre él y los chicos la acomodan en el soporte que casualmente traen en el todoterreno.

—¡Oigan, ayúdenme! —pide Patricio cuando Zil se desvanece junto a él y la alcanza a atrapar para que esta no caiga de bruces contra el asfalto.

Sus primos y hermano ayudan a sostenerla y la llevan hasta la parte trasera de la Pick—up, en medio de la lluvia se acomodan todos dentro y Jasiel conduce hasta llegar a un lugar seguro a unos cuantos metros de donde estaban, pero donde no puedan verlos en caso de que el hombre quiera volver a por ella.

—Pobre chica, ¿qué fue todo eso? —pregunta Emiliano, el hermano de Patricio.

—No lo sé Bro, pero ha de ser algo fuerte para que el hombre hable de venganzas —menciona Gustavo, el menor de todos.

—Tiene razón, ¿ahora que hacemos? No podemos llevarla a la policía, eso sería un riesgo para nosotros —aclara Jasiel.

—Esperemos a que reaccione y nos ofrecemos a llevarla a su casa, de ahí nos vamos y desaparecemos tal como era nuestro plan —les notifica Patricio, el mayor de los cuatro, a los demás.

—Está bien. —todos concuerdan y hablan sobre lo que los llevó a aquel lugar

Al cabo de unos quince minutos Zil comienza a despertar, al darse cuenta de donde está y de los brazos que la sostienen se asusta.

—¡Por favor, no, no me hagan daño! —grita desesperada tratando de bajarse y alejarse lo antes posible de ellos.

—¡No, espera! —le calma Patricio, poniendo las manos en alto— Tranquila, solo intentamos ayudarte. Mira, seguimos en el mismo lugar, solo queremos llevarte a un lugar seguro, donde tú nos digas.

El joven señala la ventana trasera para que por ahí ella pueda comprobar que no a unos cuantos metros está el lugar de donde ellos la encontraron.

—¿Está bien? No te haremos daño, dinos a donde quieres que te llevemos y lo haremos —afirma Jasiel mirándola por el retrovisor.

—¿Sí, estás de acuerdo? —vuelve a preguntar Patricio al ver que ella no responde y se les queda mirando cuál siervo asustado.

Zil ensimismada por todo lo ocurrido, solo puede responder que sí con la cabeza.

—Genial, dinos a donde dirigirnos. No te preocupes, estás a salvo con nosotros —declara Gustavo, el más callado de todos, pero que al ver a la chica demasiado asustada él mismo tuvo una oleada de ansiedad por asegurarse que ella estuviera a salvo.

—Es en aquella dirección —señala el camino detrás de ellos— por la carretera unos cinco kilómetros.

—Vale, en marcha, entonces —añade Jasiel al encender el auto y poner reversa.

—¿Gustas un chocolate? —le ofrece Emiliano un Snicker a la chica que desconfiada y aún asustada le niega que un ligero movimiento de cabeza.

Todos guardan un silencio sepulcral durante el trayecto el cual se vuelve más incómodo conforme avanzan al menos para ellos, Zil agradece el silencio porque de esa manera podrá ir pensando que hacer para que sus padres no se den cuenta; sin dejar de sentir dolor en el cuerpo y el escozor en el cuero cabelludo una lágrima se derrama por su mejilla al pensar que pudo haber pasado si los cuatro jóvenes desconocidos no hubieran aparecido, seguro estaría muerta piensa.

Cuando habían avanzado un par de kilómetros es Patricio sentado a la derecha de ella quien se atreve a preguntarle.

—¿Ocupas ayuda con algo? ¿Quieres... hablar sobre lo que pasó? —la timidez en su voz se nota, pues no se siente bien ser imprudente, sin embargo, le puede el poder ofrecer un poco o mucha de ayuda a la desconocida.

Una vez más ella niega con un ademán sin querer hablar de ello. Justo cuando están por llegar a la curva que ella toma para entrar al sendero que le lleva a su casa les pide que paren.

—Aquí me bajo, yo puedo seguir desde este lugar.

—Por supuesto que no —avisa Jasiel mientras abandona la carretera para seguir avanzando por aquel pequeño camino a su derecha siguiendo su instinto, sin saber a ciencia cierta si era por donde debía avanzar—, te llevaremos hasta el lugar que sea, pero donde estés segura.

Zil sin ánimos de discutir, accede a lo que dicen a sabiendas de que no podrá avanzar mucho en la bicicleta debido al dolor en el cuerpo y cabeza.

—A unos trescientos metros hay una desviación, tomas el camino a la derecha, vas a pasar un terraplén, lo cruzas y sigues derecho hasta llegar a un arroyo —índica Zil para luego recargar su cabeza sobre el asiento, pues el dolor es más fuerte cada vez más.

Todo el camino lo transcurren en silencio, los pasajeros ajenos a todo aquel lugar se sorprenden de lo escondido de aquel lugar. Sin decir nada, todos piensan lo mismo ¿Cómo es posible que alguien viva en un lugar tan apartado? Una vez que llegan al arroyo, se detienen.

—Hey —le llama con delicadeza Patricio para no asustarla, ya que parece como si se hubiera quedado en un sueño profundo.

Zil abre los ojos, sobresaltada, trataba de mentalizarse para calmar el dolor, aunque sabía que era imposible.

—Sigue a la izquierda en dirección paralela al arroyo unos quinientos metros, verás un pequeño puente, lo cruzas y sigues el sendero que verás en frente, está lleno de curvas, pero no es peligroso. Al final de este llegarán a mi hogar.

La voz de ella está cargada de quejidos y dolor, se nota a leguas que este último ha ido en aumento y le entorpece el habla.

—Creo que debimos llevarla a un hospital —señala Emiliano, preocupado al verla sudar seguramente por el daño en su cuerpo—. Solo mírenla, ella no está bien.

—Sabes que no pueden vernos en ningún lugar público —le recuerda Jasiel a su primo—. Además, ella a duras penas quiso nuestra ayuda, ¿crees que quiere ir a un hospital? Lo dudo.

—Dejen de hablar de mí —se queja Zil mientras se soba el vientre—. Estoy bien, solo ocupo llegar a mi casa.

Todos los primos se miran y de nuevo se vuelven a quedar solos. Recorren el camino con precaución hasta llegar al final de aquel enredado camino, lo que encuentran sus ojos no es nada comparado con lo que llegaron a imaginar en lo que era la vivienda de la joven.

Ver aquel lugar les remueve la conciencia y sienten pena por la muchacha que saben no ha de tener más de veinticinco años, lo que los lleva a pensar en cuál será la situación que se encuentra para que un hombre la atacará de tal manera.

—Hemos llegado —informa el conductor—. Gus y Emil, bajen la bicicleta.

Sus primos le hacen caso mientras que él sale para ayudarle a Patricio a bajar a la joven.

—No ocupo ayuda, yo puedo sola —ella intenta en vano moverse, pues una punzada de dolor la inmoviliza en el instante.

—Ven, deja que te ayudemos. Es claro que no puedes sola.

Jasiel la toma en sus brazos y ella se abraza a él con las pocas fuerzas que le quedan. Por su parte Pat corre hasta la puerta de madera más cercana y toca con cautela, atrás de ella, Tita y la familia estaban reunidos cada quien haciendo diversas actividades mientras Fer en el cuarto adyacente cuida a Andrés.

—¿Diga? —pregunta Don Memo nada más al abrir la puerta, pero al poner atención se percata de la presencia de los chicos, dentro Tita y Lucia se dan cuenta de que algo raro pasa y acuden a la puerta—. ¡Dios mío, Zil!

El padre de familia corre asustado a encontrarse con el joven que yace cargado a su hija.

—Pero, ¿qué pasó? —inquiere al intentar tomar a su hija en los brazos.

—No se preocupe, yo la llevo —afirma Jasiel sin dejar de caminar hasta la pequeña casa de madera.

—Pase, pase, por aquí —los guía el adulto hasta dentro de aquel lugar que llamaban hogar, el joven obedece y detrás de él camina Patricio con el pequeño bolso de Zil, cuando entran las mujeres de la casa se sorprenden mucho al ver aquella escena —. Pónganla aquí.

—Papá, estoy bien, no se preocupen —intenta convencerlos en vano al mismo tiempo que Jasiel la ayuda a acomodarse en el viejo sofá.

—Alguien, explíqueme qué está pasando —demanda Tita con suma preocupación.

Los dos primos se quedan mirando sin decir nada, pues no es a ellos quien les corresponde decir lo que pasó, sin embargo, no dejan por sentado el panorama del lugar en el que se encuentran. 

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