Capítulo 7
Zil nunca pensó que su Navidad terminaría recostada en una camilla junto a un hombre que jamás había visto en su vida. Tendida de lado observa el perfil de Andrés, que yace aún en coma, pasea la vista por su mentón, seguido de sus labios ligeramente carnosos, subiendo por el perfilado recto de su nariz hasta llegar a su frente amplia. Le mira imaginando de donde viene y a que se dedica, mentalmente se formula un par de historias sobre la posible identidad del hombre.
Entre todas esas preguntas hay una que le sobresalta y es ¿cómo es que pudo accidentarse? Es normal hasta cierto punto que pasen unos cuantos accidentes al año por la carretera Sinaloa—Durango. Pero en su mayoría eran personas que manejaban por la parte donde más curvas hay, no en la zona donde su hermano dijo que lo encontraron, las curvas ahí no suelen ser prominentes y no hay un alto riesgo como para volcarse.
—Buen día, Zil —saluda Maggie al entrar a la habitación con el archivo del paciente—. Que temprano despertaste. ¿Cómo pasaron la noche?
—Yo, no pude dormir muy bien que digamos, pero él —señala con el mentón al hombre frente a ella— ha estado como estatua, solo escuchaba su respiración.
—Es por los sedantes, es normal que no despierte aún —La enfermera cambia la bolsa de solución fisiológica por una nueva para luego ajustar el gotero—. ¿Y qué tal el trabajo?
—Pues, está bien —baja de la camilla para ayudarle a su muy posible futura cuñada—. Te puedo ayudar a cambiar las sábanas si quieres.
—Sí, por favor, solo déjame cambiar la bolsa de la sonda y lo movemos. —Maggie retira con sumo cuidado la bolsa intercambiándola por una nueva—. Deja tiro esto, ya vuelvo.
Zil se acerca al hombre y mira con sumo cuidado todas las lesiones que tiene, los raspones en la cara, los yesos envolviendo su brazo, pierna y las vendas en las costillas a causa de una fisura en una de ellas, estando prácticamente inmovilizado. Por un momento se lamenta lo que él ha tenido que pasar, pero también recuerda con pesar y gran dolor en su corazón cuando ella también estuvo inmovilizada por al menos dos meses.
Las imágenes de lo que ella pasó, poco a poco van tomando paso en su memoria haciéndola rememorar todo lo vivido, incluso vuelve a sentir la frustración, la angustia, el dolor en el cuerpo y principalmente en el alma llegan a ella como torrentes en medio de la tormenta.
—Listo, deja acomodo la sonda y la solución —la enfermera le explica brevemente la maniobra para hacer el cambio sin necesidad de mover del todo al paciente.
—¡Buenos días! —saluda el Dr. Vega al entrar a uno de los dos cuartos que tiene la clínica— ¿Qué tal pasaron la noche? ¿Novedades sobre el paciente?
—¡Buenos días! —responden al unísono ambas mujeres.
—El paciente presenta signos vitales estables, pero aún no presenta signos de despertar —informa Maggie pasando la tabla con los datos que recién acababa de tomar.
—Bien... —el doctor revisa cuidadosamente lo escrito por su enfermera de cabecera y luego pasa a comprobar el estado de las heridas— Veo que ya has limpiado la herida de la costilla y has cambiado las vendas.
—No lo hice sola, doctor. —La enfermera señala orgullosa a su ayudante—. Recibí ayuda de Yatzil y de una vez le mostré como cambiarlas en caso de que ella ocupe hacerlo.
—Perfecto —Eduardo Vega se acerca a su ahijada y le da una palmadita en el hombro—. Bien hecho, Zil. Esperemos que no sea necesario, pero más vale estar preparados.
—Así es, padrino. —Zil le regala una sonrisa cargada de autosatisfacción por haber podido ayudar en algo más que en vigilar a un paciente.
—Bien, pueden ir a descansar. Javier y Romina no han de tardar en llegar, yo les informo todos los acontecimientos de la noche —se ríe un poco, pues sabe que esa clínica casi siempre está sola— No es que hubiera muchos pacientes y prefiero que sea así, eso significa que no hay tantos accidentes.
—Yo sí le tomó la palabra, doctor. Estoy muy trasnochada y aún debo manejar —Maggie se acerca a la puerta del cuarto y se detiene a ver a Zil— Si gustas te acerco a tu casa.
—No, no... prefiero que me dejes en mi trabajo. —La chica de ojos verdes y piel canela sonríe tímida, pues no acostumbra a pedir ayuda para llegar a su trabajo, siempre camina cuando Fer o su papá no pueden llevarla en la camioneta, sin embargo, hoy se siente muy cansada para ello.
—Claro, tú me indicas en donde es y yo te llevo, no hay problema.
Ambas chicas salen de la habitación dejando atrás a un hombre que intenta salvar a un paciente y a un hombre que mentalmente está a su suerte el despertar o quedar infinitamente dormido.
Del otro lado de los cerros, entre la espesura de los pinos, Tita se encuentra atizando en su hornilla para preparar los alimentos de la familia García, mientras que Don Memo y su hijo Fer acomodan el resto de los productos caseros de cerdo que venden en las rancherías y pueblos cercanos. Al mismo tiempo, Lucía acarrea agua del pozo para llenar la pileta y lavar las prendas de la familia. Todos sumergidos en sus labores diarias sin imaginar todo lo que el futuro trae para ellos.
—Zil, no te preocupes, no debes darme para la gasolina —la joven enfermera de veintitantos años rechaza amablemente el dinero que le ofrece la joven—. Yo me ofrecí a traerte con gusto.
—Por favor, no...
—Nada, toma ese dinero y compra mejor algo para que desayunes —Maggie toma la mano de Zil y lo cierra delicadamente en un puño—. No me debes nada.
—Gracias —la timidez en la voz de la chica es palpable y sin saber más qué decir se baja del auto—. Nos vemos, Maggie. Ten cuidado de regreso.
—Lo tendré, cuídate.
La enfermera se re acomoda en su asiento ajustándose el cinturón de seguridad para luego emprender su camino de vuelta a casa.
—Buenos días, Sra. Mary, ya llegué —anuncia Zil a una de sus compañeras de trabajo y también su jefa directa—. Qué bueno mi niña, llegaste a tiempo, la Señora ya preguntó por ti.
—¿Pero si aún faltan veinte minutos para mi entrada? Cada día que pasa se pone más y más exigente.
—Lo sé, niña. Ella también tiene días difíciles, debemos comprenderla un poco.
—Está bien, Doña Mary —afirma Zil para calmar a la mujer que logró conseguirle el empleo—. Ahora, voy donde la Señora y veo que ocupa. Ya vuelvo. —de repente se regresa y le da un abrazo cariñoso por la espalda a la anciana—. Gracias por todo.
—De nada, niña. —La mujer de cabello cano le da una palmadita cariñosa en la espalda y la aleja para que se apresure—. Anda con la Señora, ha de estar desesperada.
—¡Voy! —anuncia Zil mientras toma la bata y la maleta que ocupara para hacer lo que su trabajo requiere.
A varios kilómetros, un derrumbe de uno de los tantos cerros de la sierra de Durango provoca el accidente de una van y un auto. Todos los heridos son trasladados a la clínica cercana, que es donde yace también el cuerpo sin conocimiento de Andrés.
—¡Doctor Vega! —exclama el doctor Javier Ruiz al entrar a la consulta del jefe de la clínica— Ha habido un grave accidente, al menos cinco de los nueve accidentados son trasladados acá para emergencias, los demás serán trasladados a la otra clínica.
—¿Qué? ¿No les dijiste que no tenemos espacio? —inquiere preocupado.
—Sí, pero realmente ocupan que los estabilicemos, no lograran llegar a la ciudad.
—De acuerdo, habla a Maggie para que regrese y prepara la sala de cirugía y la otra habitación. Hablaré con Memo para que vengan por el joven, no hay otra alternativa, necesitamos estarlo revisando.
—Señor, ¿y si lo envían a Mazatlán? —sugiere Javier.
—No lo creo conveniente, capaz lo buscan para matarlo o algo, ya sabes que el asunto en Sinaloa ahorita está muy caliente. Prefiero que se recupere en casa de mi compadre a entregarlo a los lobos. —su compañero lo mira extrañado, pues sabe que no es el procedimiento normal a seguir—. No lo sé, Javier, tengo esta corazonada y por el momento considero que es lo mejor. Ya veremos que prosigue en las próximas horas o días.
—Está bien doctor, he aprendido con los años a no desconfiar de sus corazonadas, siempre nos sacan bien librados. Espero no sea la excepción.
Javier Ruiz sale de la consulta con la misma energía con la que entró, un hombre en sus cuarenta con dos hijos y una esposa psicóloga. Llegó a ese lugar cargando una maleta de ideales que poco a poco ha ido puliendo o bien deshaciéndose de ellos, pues nada es más cruel que menos tienen.
—¿Fer? —pregunta el Eduardo al teléfono al escuchar la interferencia— ¿Memo? ¿Fer? ¿Me escuchan?
—Sí... —los sonidos de interferencia cortan las voces de los interlocutores— diga...
—¡Vengan a la clínica, es urgente! —el doctor repetía en voz alta una y otra vez la misma frase con la esperanza de que la oyeran sus amigos— ¡Bueno, bueno!
Al no recibir respuesta colgó la llamada, volvió a intentar que esta entrara, pero fue imposible. Algo muy normal partiendo del hecho que Don Memo y su familia viven en un lugar donde era imposible recibir señal telefónica. Está por volver a marcar cuando Javier entra informándole que los heridos han llegado.
Es cuando sale a la sala de recepción que se da cuenta de que una vez más su amigo y el hijo de este se encuentran ayudando a los desconocidos.
—Memo, Fer, ¡qué bueno están aquí! —los intercepta con premura—. Necesitamos trasladar a Andrés a casa de ustedes, no hay espacio para todos aquí. ¿Será posible?
—¿Estás seguro? —inquiere Don Memo, algo preocupado por la estabilidad del joven.
—Por supuesto, lo único que necesita es estar canalizado y con la sonda. Sé que ustedes le cuidarán bien. —al ver la duda en los ojos de ambos intenta convencerles—. Ustedes saben que no se los pediría de no ser necesario. Nunca pensamos que algo así —señala el caos de personas entrando y saliendo de aquel pequeño lugar— sucedería de nuevo y tan, pronto.
» Maggie ya viene en camino, ella les ayudará en el traslado y en la instalación del joven. Sé que estará en buenas manos y nosotros estaremos pendientes de él hasta que se encuentre a sus parientes. ¿Está bien?
—De acuerdo, Eduardo. Ya nos habías advertido, pero no pensamos que llegará a ser necesario. Tú nos qué hacer y con gusto te ayudamos.
—Pasen por acá, esperen a que llegue Maggie y ella les dará instrucciones, yo tengo que pasar con los nuevos pacientes —dándoles un apretón de manos a cada uno y con una actitud seria se despide del par de hombres.
Fuera la mañana comienza a aclarar, no son ni las ocho de la mañana y la acostumbrada quietud de la clínica ha desaparecido por completo. Una vez más Memo y Fer se han encontrado la caravana del accidente, decididos a ayudar, se acercaron e hicieron lo que un día antes ya habían hecho: salvar, junto a otros dos conductores que también se detuvieron, a la mayor cantidad de personas en aquella parte remota de la sierra.
—¿Papá, no le parece que ya son muchos accidentes en tan poco tiempo? —pregunta el curioso hijo mayor.
—Sí, hijo. Solo podemos esperar que todo salga bien y que se salven los que trajimos. —Memo se frota la mente con severa frustración en sus pensamientos— Pobres niños, no merecían morir, qué pena no poder haber llegado antes para salvarlos.
—No es nuestra culpa, apá. —Fer abraza a su padre contra su pecho, pues sabe que en los últimos años la sensibilidad de él ha crecido y no es para menos, luego de lo que pasó con su hermana hasta él se encuentra así en algunos momentos—. Hicimos lo que pudimos, ellos ya descansan en la presencia de Dios. Solo podemos pedir para que sus familias encuentren pronta resignación y que Dios apacigüe su dolor.
—Así es hijo...
El silencio se instaló en aquel rincón de la fría recepción. Las paredes pintadas de gris por el gobierno y los ausentes cuadros o plantas que podrían darle color a aquel lugar aún siguen sin aparecer.
Javier y Romina, los dos conductores y un par de extraños más entran y salen con los heridos y unas cuantas pertenencias, mientras que Guillermo García e hijo intentan asimilar todo lo sucedido en tan poco tiempo.
Al cabo de unos minutos la enfermera Margarita llega presurosa informando a todos sobre la tormenta de agua nieve que se acerca, lo que provocará que no puedan avanzar por ciertos caminos debido al lodo chicloso que se forma. Padre e hijo siguen todas las instrucciones de la profesional y le ayudan en todo lo que se necesita. Javier acude ayudarles también cuando mueven el cuerpo de Andrés a la vieja furgoneta que funciona como ambulancia.
Para cuando llegan a casa de los García, tanto Javier como Maggie instalan al paciente en el cuarto de madera adyacente a la pequeña cabaña de la familia. Normalmente, esa recámara es usada por las miembros de la familia, pero en esta ocasión será usada por él. Mejores condiciones no pueden encontrar en tan poco tiempo.
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