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Capítulo 6

Eran las seis de la tarde para cuando ellos llegaron a casa, pues el camino de regreso había sido más tardado de lo normal a causa de la lluvia que caía muy fuerte, lo que provocaba algunos deslaves o bien no faltaba estar de más manejar con cuidado para no tener un accidente.

—¡Hijo mío, pero ¿qué ha pasado?! —aborda en él tejaban de la entrada la abuela de los García a su único hijo cuando lo ve bajarse de la camioneta a tan altas horas del día—. Porque están cubiertos de tierra... y sangre.

Angustiada, Tita los revisa para ver que estén bien.

—Estamos bien, madre... —comienza Memo a dar una explicación cuando la voz de su esposa, Lucía, lo interrumpe.

—¡Dios mío! —expresa preocupada al ver el pantalón de Fer cubierto de sangre y luego también el de su marido—. ¿Qué pasó?

—Tranquilas, tranquilas. Entremos que hace mucho frío y más con esta lluvia —intenta calmarlas, pues es claro que han estado preocupadas por ellos.

El sexagenario va y se sienta en una de las sillas de madera desgastada y pide un vaso de agua a su mujer. Mientras, Tita se acomoda en el sillón cubierto con una sábana vieja para ocultar lo desgastado que está.

—Cuando íbamos camino a casa de Ramón para entregarle la carne para su fiesta nos encontramos con un auto volcado a la orilla de la carretera —la expresión de sorpresa en las mujeres no se hizo esperar—. Dentro de él había un hombre, había perdido mucha sangre y parecía como si fuera morir.

Hace una pausa para tomar más agua y también para que ellas vayan asimilando lo sucedido.

—¿Y, qué pasó? —inquiere una descompuesta viejita de ochenta y cinco años— El hombre... ¿Falleció?

—¡No! —dijo un asustado Fer—. Por Dios, no. Lo llevamos con el doctor y ahí está. Dice el Doc. que no va a despertar hasta que se desinflame el cerebro, pues recibió un fuerte golpe.

—¿Y ya sabe su familia? —inquiere la matriarca—.

—No, su teléfono quedó hecho un asco —saca Memo el cacharro entregándoselo a su mamá— Guárdelo amá, mañana veremos si podemos conseguir quien lo arregle.

—Zil, ¿Dónde está? —pregunta Tita mientras guarda el teléfono de última tecnología en su viejo delantal floreado.

—Lalo pidió que uno de nosotros se quedara a cuidar al muchacho. Ella y yo le tuvimos que donar sangre y como yo aún tenía que ir a dejar la carne, ella decidió quedarse también para que descansáramos.

—¡Ay, mi niña!, seguro ha de estar teniendo hambre...

—No te preocupes Tita —la abraza su nieto mayor—. Zil comió antes de que viniéramos y Maggie me dijo que llevaba pozole para cenar las dos, ella iba a estar de guardia.

—Ah, menos mal. Al menos no se nos va a mal pasar. Esa niña casi no come y trabaja mucho.

—Lo sé, Abu, lo sé. Ya la hemos regañado, pero no hace caso. Ya la conoce como es de preocupona.

—Bueno, me conforta que no estará sola con ese desconocido —dice Lucía, alerta de los peligros a los que puede exponerse su hija.

—No hay de qué preocuparse, mi amor. —asegura Don Memo—. El hombre está completamente en coma, no va a despertar hasta allá dos días más.

Tita y Lucía alternan miradas entre ellas y luego entre los hombres presentes.

—Tan grave fue el asunto entonces... —el comentario de la esposa de Memo suena más a pregunta que a afirmación.

—Así es mamá...

—Gracias al cielo, ustedes estuvieron ahí para rescatarlo —confirma en voz alta la abuela lo que en pensamientos ha llevado desde que le comenzaron a decir lo sucedido—. No me miren así, saben que siempre he creído en que peor parezca la situación, todo tiene un propósito. Quizás Dios le permitió a ese hombre pasar por eso para darle una lección de vida o algo así, el asunto es que ahora nuestro deber es ayudarlo, y eso haremos.

—Sí, mamá. Eso haremos —Don Memo se levanta de la silla para darle un tierno beso en la frente a su madre que aún sigue siendo abrazada por su nieto. Ella le besa también para ver cómo se aleja con su esposa, pues ocupa darse un baño.

—Fer, no te vayas —le detiene antes de que se marche, pues ve sus intenciones—. Zil ¿está bien?, ¿seguro?

—Sí, Abu. No te preocupes por ella —él también la besa en la coronilla y se retira dejando a la anciana sola en aquella parte de la habitación.

«Hay Dios mío, cuida a mi niña, y salva a ese hombre al que ella cuida en su momento. Permite que mi niña sea ese ángel que él necesita para salir de esta y que nosotros podamos ser la luz que él necesita...» la leve plegaria de Tita se ve interrumpida por el llanto de Itzía la cual espera impaciente por los abrazos de su nana. 

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