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Capítulo 46

Zil no habló con su padre sobre su cena con Andrés, aunque la curiosidad le picaba, lo soportó. Había decidido dos cosas, la primera que era buscar un trabajo y la segunda un centro donde su hija pudiera ir a terapia, pues, aunque no fuera autista, tenía Asperger y era necesaria la terapia para su desarrollo cognitivo.

Había buscado en el teléfono que tenía la familia los centros más cercanos al lugar en donde vivían, pero también había una cosa que le rondaba la cabeza, irse a vivir con su hija aparte. Desde que se tuvo que ocultar y aunque extrañaba a los suyos, el vivir sola con su hija fue algo que le cruzó por la mente, y ahora que su familia ha estado buscando departamentos o casas para salirse de la de Andrés, ese pensamiento ha tomado mayor fuerza.

Estaría atenta a su tita y sus padres en caso de que la necesitaran, en dado caso de que, si se mudara sola, y además sabe que está Fer con ellos lo que le da calma. Sin embargo, ella ignora los planes de Fer y por supuesto los de su familia.

Dejando a Itzia con Tita, sale antes que los demás para recorrer la ciudad, solo trae cien pesos mexicanos para los pasajes y espera que eso sea suficiente para los pasajes. Mientras va preguntando a las personas sobre que ruta tomar y dónde bajarse es que llega a su primer destino, no muy lejos de dónde viven actualmente.

El centro de terapia se nota muy ostentoso, pero aguarda la esperanza de que haya un tipo de financiamiento o bien que en realidad los costos no sean muy elevados. El lugar con unas amplias puertas de cristal, tiene un amplio recibidor con algunas mesitas infantiles donde yacen algunos niños con sus madres. Al fonde de la habitación yace un escritorio donde una mujer atareada con algunos papeles se nota que busca algo.

—Hola, buenos días —saluda sorprendido a la mujer en cuestión que viste un traje quirúrgico con figuras de gatitos—. Perdón por asustarte.

—Hola, no, no te preocupes ¿también tienes cita? —pregunta la mujer de mediana edad mientras busca algo alrededor de Zil, ella piensa que quizás a un infante.

—No, solo venía a pedir informes —aclara a lo que la mujer responde con una sensación de alivio.

—Menos mal, no sé qué haría si alguien más viene diciendo que tienen terapia y sin que tengamos espacio —dice mientras sigue buscando algo en el escritorio que yace lleno de papelería—. Ya tenemos dos días así, la anterior asistente se marchó y dejó un lío con las citas. Ya pusimos un anuncio buscando una nueva asistente y aun nadie llama.

Es como si el cielo se iluminara con una señal divina.

—¿Asistente? Yo... yo soy nueva en la ciudad y también recién he comenzado a buscar trabajo... —menciona por casualidad a ver si le interesa a la mujer, la cual al oírla se le ilumina el rostro.

—¿Has trabajado anteriormente como recepcionista? —inquiere a lo que Zil niega con la cabeza—. Bueno, no es nada de otro mundo, solo es agendar a las personas dependiendo el día que corresponda el tipo de terapia y confirmar citas. Atenderlas en cuando llegan mientras los terapeutas salen a mencionarles. ¿Aceptas?

Zil que duda un segundo puesto que no le ha hablado ni de la paga ni de los días de trabajo u horario, teme preguntar y perderse esa oportunidad.

—Descanso es sábado en la tarde y domingo, la paga son 4,500 semanales, horario de 8 a 3, y sábados de 8 a 1 ¿Está bien? —responde rápido la mujer que yace desesperada por el caos frente a ella.

—Acepto —responde Zil emocionada—. Solo dígame por dónde empiezo.

—¿Hoy? ¿Estas dispuesta a quedarte? —pregunta la mujer sorprendida y Zil asiente con la cabeza—. Vale, genial entonces, deja le habló a una de las terapeutas para que te explique un poco sobre este caos, ah y si encuentras una agenda rosa me lo haces saber, que tengo rato buscándola.

Zil sonríe emocionada, ojalá así de fácil fuera encontrar trabajo de dónde viene y tan bien pagado. La mujer comienza a retirarse, pero en eso se regresa.

—Soy Martha, por cierto —saluda extendiendo su mano—. ¿Tú nombre es?

—Mucho gusto, soy Zil —responde con una amplia sonrisa mientras también saluda con la mano a la mujer en cuestión

—Bienvenida a la Casita Azul, Zil —dice esta y se marcha dejando a la joven con el caos sobre la mesa.

Zil que es muy buena limpiando, comienza a acomodar la papelería. Al cabo de unos minutos sale una mujer en sus treintas llamada Chayito, se presenta con ella y luego de un poco de charla informal le comienza a explicar más explícitamente sus funciones.

—¿Crees que pueda usar el teléfono para hacer una llamada a casa? —pregunta con timidez a la Chayito.

—Por supuesto, todas las que quieras —dice sinceramente—. Te darás cuenta que no te vamos a molestar mucho excepto para saber la agenda de cada uno. Por ejemplo, hoy al finalizar cada quien sus terapias se acerca contigo solo para confirmar las del día siguiente y cuantas son, a qué hora llegaremos o si no tenemos.

—De acuerdo, espero no defraudarlos —remarca en voz alta lo que en su pensamiento resuena.

Chayito le regala una sonrisa afable y se nota que es una mujer muy simpática, con sus ojos grandes y nariz respingada que solo hacen que estos resalten más.

—Me dijo Martha que venías a pedir información ¿Es para alguien en particular? —pregunta con curiosidad.

—Sí, sobre eso, es para mi hija, ella tiene cuatro debería entrar este agosto a preescolar, pero quiero traerla a terapias.

—¿Qué diagnóstico tiene?

—Tiene Síndrome de Asperger —responde con pena, aunque ha luchado por darle una vida digna a su hija le duele que no pueda vivir su niñez como cualquier niño.

—Vale, mañana trae todo los papeles que tengas al respecto, estudios, diagnósticos, todo y ya vemos que hacemos ¿de acuerdo? —pregunta Chayito con un sincero anhelo de poder ayudar a la joven que se nota es de bajas condiciones económicas.

Pues, aunque viene presentable, su vestimenta no refleja al tipo de personas que están acostumbrados a ver en esa parte de la ciudad, más al ser la zona metropolitana.

—Imposible —dice Zil cuando se le quiebra la voz. Chayito frunce el ceño y ladea un poco la cabeza con curiosidad. La pregunta yace en el aire, un «¿Por qué?» inaudible—. Somos de la sierra, nuestra casa se quemó, perdimos todo y bueno, recién hemos comenzado de nuevo aquí.

Oír aquella verdad en voz alta no hace que duela menos, recordar que dejó atrás su pedazo de bosque, de hogar de hermosas vivencias y sí también de las trágicas pero que al final de cuentas conformaban un todo. Un pedazo de ella.

—No te preocupes, ahora tengo que entrar, pero más tarde hablamos ¿Sí? —Zil asiente con la cabeza—. Cualquier cosa solo entra y me llamas.

—De acuerdo —dice para volver su atención a la agenda frente a ella.

Chayito entra la puerta de madera junto a recepción dejando a la joven en su nuevo trabajo. Al cabo de un par de horas, cuando la recepción está sola, ella aprovecha y llama al teléfono que tienen en la casa, Tita responde.

—¿Bueno? —pregunta Tita sin saber quién le estará llamando.

—Abuela, soy Zil —avisa a través del auricular.

—Ay niña, que bueno que llamas ¿qué tal todo? —pregunta como si tuviera mucho sin hablar con ella.

—Bien abuela, encontré trabajo y solo hablo para avisarte que salgo a las tres —informa emocionada—. ¿Cómo está la niña?

—Bien, ahorita está dibujando.... —se calla y se escucha que algo pasa detrás del teléfono—. No, niña, no.

—¿Ahora que hace? —pregunta Zil con una risita al reconocer esa forma de hablar de su abuela.

—Quería decorar la pared de la sala también —se ríe junto a su nieta—. Estamos bien, no te preocupes hija, ya que vengas me cuentas todo. Te dejo que se le acabaron las hojas a la niña y quiere decorar todo.

—Está bien, nos vemos en la tarde, besos a las dos —Tita le responde un hasta luego para colgar también.

El resto del día transcurre sin mayores presiones, Zil pone en orden las citas, reagenda algunas y confirma otras para el día siguiente. Como dijo su nueva jefa, Martha, a las tres en punto salen todos. Uno a uno va pasando donde Zil y confirman las citas, hora de llegada, cantidad de terapias y si tienen alguna hora libre. Luego de eso, salen Martha, Chayito y ella a lo último.

—Así es todos los días —advierte Chayito—. Hay momentos en los que quizás te llegues aburrir, puedes traerte un libro o si estudias pues puedes estudiar o traer tu tarea acá.

—No, no estoy estudiando, quiero, pero veré si más adelante —aclara, esperando a que Martha eche llave a la puerta.

—¿Podrías traer a tu niña mañana? —pregunta Martha y Zil dice que sí—. Vamos a hacer una revaloración y en base a eso ya vemos el tipo de terapia que necesita ¿está bien?

—De acuerdo, pero si tengo que estar en recepción ¿puede alguien venir para que la lleve a casa después de la valoración? —pregunta al recordar que tiene que trabajar.

—Claro, trae a quien quieras, no hay problema —sonríe con empatía a Zil.

Todas las mujeres se despiden, Martha y Chayito se sube cada una a su respectivo auto y Zil camina hasta donde el camión le dejó más temprano. Cuando llega a la parada pregunta a una de las personas que yacen ahí que ruta es la que la puede dejar cerca de su casa, una señora le dice que ruta y cuando esta pasa ella se sube confiada.

Media hora más tarde, Zil no reconoce el lugar. Ha entrado a una zona céntrica y comienza a ponerse nerviosa. Cuando la mayor cantidad de personas bajan del camión ella se acerca al chofer y le pregunta si esta la deja en la zona dónde vive. El chofer se ríe y le dice que sí, pero que primero debe ir a otra zona de la ciudad, que debía haber tomado la misma ruta, pero en la parada del frente, en la que ya iba de regreso.

—No, amiga —dice en un tono particular de los jalisqueños—, aun me falta como dos horas para pasar por donde te subiste.

—¿Qué?

El chofer al darse cuenta que no es de la ciudad se apiada de ella.

—Puedes hablarle a alguien para que te recoja aquí o camina dos calles arriba y luego das vuelta a la izquierda y avanzas dos calles más hasta que mires una parada como esta. Ahí esperas que pase uno que ya vaya de regreso —explica acelerado ya que tiene que salir de la parada.

Zil al darse cuenta de que el chofer tiene urgencia por seguir su camino se baja, recorre el camino que este le dice, pero en vez de dar vuelta a la izquierda, da vuelta a la derecha. Camina entre las calles hasta que se da cuenta que se ha perdido por completo. Cuando se da cuenta de que, si está perdida, decide llamar a casa, han pasado casi hora y media desde que salió de su trabajo y está un poco asustada pues no conoce la ciudad.

Se acerca un par de chicas que están platicando mientras comen una nieve y les pregunta si le hacen el favor de llamar a su casa. Las jóvenes temerosas de que esta las fuera asaltar se niegan rotundamente. Luego camina un par de calles más, preguntando preferentemente a las mujeres, pero dado el índice de asaltos todas se niegan, es hasta que encuentra otra chica y cuando le pregunta esta accede sin problema.

La chica marca y cuando contestan les pide que esperen, Zil les dice que está perdida.

—¿Tienes alguna idea de dónde estás? —pregunta Fer.

—No sé, espera —dice para alejarse el teléfono de la oreja—. ¿Sabes dónde estoy? —pregunta a la chica dueña del teléfono.

La chica le responde un poco despreocupada.

—Dice que es la veintiocho de junio esquina con Gómez Farías —repite a Fer. Este le dice que espera que va por ella y cuelga.

—¿Estas perdida? —pregunta la joven ante lo obvio.

—Sí, un poco. Muchas gracias, en serio —dice Zil a la chica.

La joven la mira sospechosamente de arriba abajo, pero solo asiente con la cabeza.

—No deberías estar aquí —comenta quitada de la pena—. Te pueden confundir con una mujer de la vida galante...

—¿Qué? —pregunta Zil sorprendida.

La chica señala la esquina más cercana a ellas.

—Ahí, al llegar la noche, salimos a trabajar —explica dejando sorprendida a Zil—. Es claro que no eres de aquí, y si un día quieres trabajar en esto, pues ya sabes dónde encontrarme, esta es mi casa.

Ella señala la puerta casi caída detrás de ella, una casa un poco vieja y con la pintura roja despegándose. Zil la observa y se da cuenta que no ha de ser mucho mayor a los dieciséis años.

—Ah, gracias, ya tengo trabajo, gracias —responde nerviosa como intentando alejarse.

—No te vayas, sé lo que te digo, aquí estarás segura hasta que pasen por ti —señala con su rostro un auto que se acerca orillándose en la esquina—. Cómo puedes ver algunos clientes esperan, mejor aquí quédate. No vaya a ser la de malas y te digan algo que te enoje. Además, mientras oscurece, se ve muy oscuro aquí.

Zil que no se había percatado de la hora se da cuenta de que, en efecto, a pesar de que son pasadas las cinco de la tarde está oscureciendo. Mientras esperan, la chica le cuenta que ella, su madre y su abuela se dedican a la vida galante.

Una punzada de tristeza le recorre cuando se da cuenta que ese destino no es nada bueno. La joven descansa en el día y trabaja de noche, que en realidad tiene veinte años y decidió trabajar en ello porque es más fácil ganar dinero. Zil, que en su vida había conocido a una mujer que se dedicara a eso está anonadada.

Mientras escucha la historia de vida de ella se da cuenta de que un carro con las ventanas abajo se acerca hasta donde ellas, Zil lo reconoce nada más en cuanto dobló la esquina. También reconocía al conductor, por supuesto que lo hacía. Era el amor de su vida, Andrés.



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