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Capítulo 44

Durante el trayecto a casa de Andrés que por el momento habita Zil y su familia, este la interroga sobre su estado de salud. Ha estado preocupado por la lenta mejoría que lleva, y aunque sabe que son las circunstancias que ha pasado no deja de quitarle importancia.

—¿Segura que te has sentido bien? —pregunta de nuevo cuando nota que duda.

—Sí, solo es que no he dormido lo suficiente y casi no me da hambre —confiesa tranquilamente—. Pero ya estoy aquí, espero poder descansar unos días antes de salir a buscar trabajo.

—¿Trabajo? —pregunta confundido—. No creo que después de todo lo que has pasado tengas qué, en todo caso yo puedo apoyarte económicamente si lo necesitas.

Zil suelta un suspiro de resignación.

—Después de que mi padre y madre dijeran que todo lo que haces es porque somos pareja, no creo que sea conveniente —responde ella con tristeza ya que hay una cosa que le ha estado rondando por la cabeza desde hace tiempo—. ¿Realmente quieres ayudarnos a emprender con ese negocio?

La pregunta que hace no le es indiferente a él, sabe que es suscitada por las recientes circunstancias.

—Por supuesto, tú sabes que pensé en ello mucho antes de que anduviésemos y aunque te lo conté nada más ponernos de novios, no fue esa mi principal motivación —vuelve a explicar con paciencia.

Para él le parece tan extraño que no le crean que realmente quiere ayudar.

—Lo sé, solo que... —Zil decide guardar silencio mejor y dirige su vista a la calle mientras él conduce.

La ciudad yace bajo una llovizna ligera que no hace más que decaer más el ánimo en ella. Recuerda los árboles y pinos rodeando su casa, que, aunque oculta entre ellos, era algo muy preciado para toda su familia y ella.

—Dime... si no me dices lo que sientes no puedo hacer nada al respecto —dice él intentando que ella exponga sus emociones.

—No tuve oportunidad de extrañar mi casa, de ver si quedó algo de ella o si quiera tiempo de recuperarme completamente de todo —expresa sofocada por todas las circunstancias—. A penas había salido de un ataque cuando llegaba otro, luego, uno más y la destrucción de lo que creí un nuevo inicio... He perdido todo, mi dignidad, mi autoestima, mis pocas pertenencias, mi salud... todo, excepto a mi hija. Si no fuera porque aún la tengo, no sé qué sería de mí.

Algunas lágrimas corren por sus mejillas y él se percata. Extiende su mano para tomar la de ella en solidaridad y esta se la da, pero no con el cariño que él pensaba que tendría.

—También me tienes a mí —asegura él con confianza—. Estoy para apoyarte, Zil.

Ella escucha esas palabras, pero lejos de reconfortarla, le dan tristeza. Dicen entre las personas un dicho popular que en los último día ha rondado con más ahínco la mente de la joven. Aunque dicha frase es usada con total libertad ella teme mencionarla siquiera, pero es lo más cercano que se asemeja a su realidad.

Durante el resto del trayecto, ninguno dice nada, pero los pensamientos fluyen en sus mentes como aguas turbias. La niña se ha dormido, pues tal como Zil lo mencionó, ella está también cansada. Cuando llegan al departamento y aunque Andrés se ofrece, es la madre de la pequeña quien la carga en brazos y la lleva hasta la cama para que esta duerma placenteramente.

Andrés espera a Zil en la sala mientras tanto, internamente tiene un dialogo que ha preparado para ella. Al momento que ella sale, él se da cuenta que está llorando y se levanta para intentar abrazarla, pero lo detiene y se aleja de él para sentarse en el sillón más alejado de todos.

—Dime que hice —pide él preocupado, nunca han tenido una pelea como novios, y aun así sabe que esto no es normal y tampoco una pelea, ella está distante—. Se acerca a ella, pero una vez más ella lo detiene.

—Espera, por favor —Zil se limpia las lágrimas y lo encara—. He estado pensando esto desde hace un tiempo, y digo que es inútil postergar lo inevitable.

—¿Qué? ¿a qué te refieres? —pregunta él con una punzada en su alma y estómago.

Ella toma aire como quien intenta beber valor de este.

—Intenté por semanas respetar que no me respondieras, intenté creer que era por que estabas mal de salud, que quizás habías decidido que lo que sentías por mí no era suficiente —explica inicialmente y aunque él intenta interrumpirla ella le pide que guarde silencio y la deje terminar—. Pero ayer que volví, que te ví sano, fuerte, y que, aunque emocionado por verme o eso creo, no fue suficiente. Una vez más te dije te amo, y créeme, no estoy presionando para que me lo digas. No quiero un te amo lleno de falsedad. Pero lo dije, y tú dijiste que me quieres en tu vida... pero no quiero ser tu "peor es nada", no quiero ser tu paño de lágrimas, ni tu clavo que saca otro clavo. No quiero ser el plato de segunda mesa y tampoco quiero "te quieros forzados" porque en realidad lo que sientes es agradecimiento. De lo contrario, hubieras respondido cada maldita llamada que te hice, porque mientras yo perdí mi hogar, a mi familia y mi salud, esperaba hablar contigo, pero ahora me doy cuenta que no soy, y nunca seré suficiente. Y si quieres ayudar a mi familia, hazlo, pero a mí no me metas en la ecuación.

—¿Estás terminando esto? —señala Andrés a ambos, con un nudo en la garganta.

—Yo no, tú lo hiciste, cuando decidiste que yo no era digna de tu tiempo —explica poniéndose de pie—. Gracias por todo, Andrés.

Zil, casi que corre a la habitación en donde alguna vez dormía este y se encierra en ella. No quiere verlo, siente el corazón que se le resquebraja, pero si después de haber puesto su vida en riesgo por él y este no se ha dignado en coger una llamada, para ella es una prueba suficiente que lo que él siente por ella nunca será trascendente. Y eso es lo que ella quiere y necesita, un hombre que la vea como la primera luz de la mañana y la primer estrella de la noche, tal como ella lo ve a él. Pero ahora entiende que será imposible, o al menos eso es lo que ella cree.

—.—.—.—.

Es llegado el atardecer cuando los García llegan a casa de Zil, pero es Tita quien se da cuenta de que algo ha pasado cuando la encuentra toda hinchada del rostro de tanto llorar.

—¿Qué pasó? —pregunta asustada y Zil la abraza con fuerza desahogándose con su abuela.

Tita no dice nada, sabe que decirle que se tranquilice solo empeorará las cosas. Cuando esté lista ella hablará. Y así es, al cabo de unos minutos toma aire y le cuenta a su Tita lo sucedido.

—Ay mi niña, como lamento que pasara esto... —dice abrazándola.

Zil yace recargada en el hombro de su abuela mientras esta acaricia su cabello.

—No tenía opción, Tita. Sé que él no me quiere, incluso siento que soy algún tipo de caridad a la que él piensa que debe ayudar solo por qué se siente comprometido —dice suspirando con lágrimas en los ojos—. Al inicio no lo noté, estaba ilusionada, estaba tonta... me cegué por la ilusión del primer amor. Pero cuando me fui su indiferencia fue clara y no ha hecho más que comprobármelo cuando mi padre habló con él sobre lo nuestro.

—Pero si no ha dicho nada malo —aclara la abuela a su nieta—. No pensé que algo de lo que dijo te molestara.

Zil traga ya con la boca seca y aprieta los labios.

—¿O fue lo que no dijo? —pregunta Tita.

—No me juzgues —dice Zil a la defensiva poniéndose de pie—. Nunca te he pedido que estes de mi lado, Tita. Pero es claro que le das la razón a él.

—Yo no he dicho tal cosa, creo que el muchacho te quiere a su manera y que ha sido un pendejo por alejare... pero de eso a que terminaran... Creo que necesitas descansar y tiempo para ti. Eso creo.

Tita que nota como su nieta está claramente dolida mejor decide marcharse.

—Le he dicho que lo amo —expresa y la anciana se detiene—. Se lo dije hace tiempo y él solo dijo que no estaba disponible para amar a alguien y que no me mentiría al respecto. Respeté eso, porque no ha sido la primera vez que lo dice, cuando volví se lo dije y no respondió. Luego de cómo me trató, y de lo que dijo hoy que para ustedes no fue malo, y en realidad no lo es. Es claro que nos estima, que nos tiene respeto y nos aprecia, pero de eso, a mantener una relación conmigo porque se vea forzado a hacerlo es una milla de distancia.

»Para mí es claro que no lo hace, no me quiere como yo lo amo y bien podrían balearme de nuevo, eso no le hará cambiar de opinión. ¿Sabes por qué? —cuando Tita niega con la cabeza ella toma aire para responder—. Por qué nunca seré suficiente, nunca seré alguien a quién él pueda amar, y no pienso quedarme en una relación donde sea amada. Jamás.

Tita reconoce el dolor en las palabras de su nieta y le duelen también, sabía que un día llegaría el momento en que la clara diferencia de clases sociales le afectaría de una manera. Rogaba al cielo que no fuera así, pero no lo es. Además, claro de que Andrés fue un cabezota e inmaduro al tomarse licencia para alejarse de la relación que tenía con ella en un claro momento en el que Zil lo necesitaba.

—Déjame sola, Tita —pide Zil con cariño—. Por favor, no le digas a nadie. Por hoy, no quiero llorar más.

Tita asiente con la cabeza y sale cabizbaja.

—Me hablas cuando la niña despierte para darle cena, no le diré a nadie.

La abuela sale de la habitación con un dolor en su alma. Su nieta es uno de sus más grandes tesoros y verla sufrir no hace más que preocuparse por ella. Y aunque quisiera hablar con Andrés y decirle que fue un pendejo y que vuelva para que hable con ella, sabe que no debe hacerlo y respetar la decisión de Zil.

Y ahora que lo ve desde la perspectiva de su nieta comienza a pensar lo mismo que ella, aunque una cosa es indebatible. La mirada que él tiene cuando ella llega o se va, cuando está a su lado, habla más que mil palabras.

—Chamaco, pendejo —murmura volviendo a la sala.

—¿Qué dice Tita? —pregunta Fer que ve a su abuela con cara de molestia y hablando para sí.

—Que eres un pendejo, vete por cena, ándale —dice bromeando.

Fer se sorprende de que ella hable así, pero es sabido que cuando está molesta por algo dice groserías. Aunque la forma en que lo dice no hace más que causarles gracia.

Llegada la noche con la cena servida en la mesa, todos procuran a Zil, quien cansada de tanto llorar se queda dormida. Lucía les informa que la niña está despierta jugando junto a su madre y la sacan para que cene, dejando que su hija descanse.

Andrés no llega a casa de su madre, en cambio se marcha a casa de Matteo para hablar con él y su primo Luca.

—¿Estás seguro que eso fue lo que quiso decir? —pregunta su hermano cuando escucha lo narrado.

—Sí, le pregunté que si estaba terminando lo nuestro y luego respondió que yo lo hice cuando decidí que ella no era suficiente... —explica con un nudo en la garganta—. Yo no... yo no quería que esto pasara. Realmente la quiero, la quiero mucho, pero para ella eso no es suficiente.

—Te dije que respondieras las putas llamadas, Andrés —recrimina su hermano—. Te dije, eso es inmaduro de tu parte. Y es lógico que para ella no sea suficiente, dime, ¿qué mujer se conformaría con menos? Ninguna. Todas esperan ser amadas, valoradas, apreciadas y en especial ella. Luego de todo lo que ha pasado... No es para menos que se sienta así.

Andrés escucha atento lo que dice su hermano y siente una punzada de celos, no porque crea que él se interesa por ella, sino por qué Matteo ha podido ver algo que él no pudo, o no quiso ver.

—Pero si le mandé a construir su casa... ¿eso no es acaso una demostración de que me importa? —pregunta decepcionado.

Luca que se había mantenido callado sin decir nada decide hablar al ver que, aunque Andrés ha hecho muchos cambios en su vida, no ha hecho el más importante. Siempre ha tenido todo lo que necesita, nunca ha luchado por nada en su vida que no haya sido su fallido matrimonio. Iniciar un negocio no ha sido tan difícil para él como para miles de mexicanos y no se ha dado cuenta.

—Lamento que Zil terminara contigo, primo —declara con autentico sentimiento—. Sin embargo, concuerdo con Matteo.

Andrés se sorprende al oír aquello pues al igual que él, su pareja y ahora casi esposa es una mujer que ha demostrado que puede salir adelante y que no es de familia acomodada, como Zil.

—Lo que me faltaba... —dice molesto.

—Tal vez lo que te diga, no te va a gustar —advierte recargándose en su silla y poniéndose cómodo—. Pero estas muy equivocado, estás juzgando la situación desde tu privilegio. Crees que con darle o proveerle algo económico hará que sea suficiente para ella, pero no, al contrario. Ella nunca te ha pedido algo ¿o sí?

Andrés que cruza los brazos sobre su pecho, frunce el ceño y niega con la cabeza.

—Entonces deberías valorar eso, para ella el dinero no ha sido motivo para tener una relación contigo, todo lo contrario... a lo que veo les está causando un problema y mientras sigas presionando eso seguirá siempre. Además, está el hecho de que ella te dijo que te ama y tú te niegas a aceptar que también lo haces...

Cansado de que le han repetido eso se levanta y camina de un lado a otro.

—Para comenzar, el dinero no me importa, sé que a ella le puede la diferencia de clases sociales, pero a mí me vale un reverendo comino —remarca enojado—. Quizás es cierto, supuse que por tener el ingreso ellos aceptarían fácilmente lo del negocio, y tiene razón, pero no es cómo piensan. Tú lo sabes Matteo. No me importa si tengo que darles todo cuanto pueda con tal de ayudarlos. Pero ellos no ven eso, y por lo visto tú tampoco, Luca.

—No es lo que trato de decir, Andrés... digo que el hecho de que a Zil no le importe que hayas construido una casa para ellos dice mucho. No le importa cuánto dinero tengas, porque ella te ama con él o sin él y fue así que te lo dijo mucho antes que supiera que remodelabas su hogar —recuerda a su primo, que ciego por el dolor intenta encontrar palabras

Matteo se levanta y le pasa un vaso de agua. Nota la angustia de su hermano, al igual que Luca. Este bebe un poco y deja el recipiente en la mesa.

—Y sobre amarla... no sé qué es esto que siento, me sentí muy culpable cuando Carlota nos hirió, y luego que ella perdiera su hogar y una vez más que la hirieran. Desde que llegué a su vida, todo ha sido de mal en peor... y ella no nota eso porque me quiere —dice mientras una lágrima cae de su rostro—. Fue estúpido que me alejara, lo sé. Ahora lo sé.

—Y te duele ¿no es así? —pregunta Luca bebiendo su ultimo trago de cerveza para luego ponerse de pie. Cuando Andrés confirma con un ademan, su primo sonríe con tristeza, como si sus labios apenas se pudieran juntar—. Dice Madre Teresa de Calcuta, ama hasta que te duela, y si te duele es una buena señal...

El reconocimiento llega como un golpe bajo a Andrés, «Ama hasta que te duela, si te duele es buena señal» repite para sí una y otra vez. Matteo y Luca lo dejan solo en el jardín y se alejan para despedirse. Luca debe volver donde Kim y las gemelas.

Cuando su primo se va, Matteo se acerca donde Andrés y se sienta a su lado.

—¿Qué harás? —pregunta este a su hermano menor.

—Darle su espacio —responde seguro.

—Eso mismo fue lo que provocó esto —asegura dudando de que ese método sea efectivo.

—No me entiendes, seguiremos con el proceso de la compañía. Hablaré con Don Memo Mañana y tú irás conmigo. Ya que todo se formalice, la buscaré de nuevo. No quiero que piense que todo esto que hago es por ella, bueno sí, pero también porque lo que siento es genuino —explica emocionado. Matteo no sabe de dónde diablos es que le ha cambiado el humor, pero le gusta verlo sereno—. Después cuándo sea momento la buscaré, pero para eso necesito tu ayuda.

—¿En qué o qué?

—Es sencillo, tú serás el hada madrina, el cupido, la estrella que concede deseos, el genio de la lampara...

—Para, para... —pide Matteo riéndose—. ¿Qué jodidos es lo que intentas?

—Necesito que me ayudes a conquistar a Zil —aclara.

—Hombre... pero si ella ya te ama.

—Lo sé, pero la lastimé y quiero su perdón, quiero conquistar no solo su corazón, sino también su razón, su alma y sus emociones. Quiero ganarme su respeto, quiero que tenga esa relación que necesita, quiero ser lo que necesite.

—Yo digo que estás loco —se ríe Matteo—. Ya te dije que ella te ama...

—Lo sé, pero ella necesita entender cómo, cuándo y de qué manera la amo yo. 

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