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Capítulo 42

Zil ya se había desecho del teléfono que los Rivera le habían dado. En cuanto la dejaron en casa de los Di Rosa, las personas encargadas de su traslado, ella les entregó el aparato por orden de uno de ellos. No sabía para que podría servirles si apenas agarraba señal, pero se los entregó.

Esa noche, le relató a su familia todo lo vivido. Cada una de las cosas y sentimientos que pasó mientras estaba en casa de los Rivera. Toda su familia notaba lo delgado de su apariencia, pero lo añadían a la angustia vivida.

Tita, se puso como meta darle el suficiente alimento para que volviera a su peso. Lo más triste de todo fue cuando les contó cómo es que su hija lloraba por ellos y le pedía que la llevara a ver a sus abuelos y a su «tío apo», como ella les llama.

Todos estaban conmovidos y a su vez aliviados de que por fin estuvieran con ellos. Esa noche Itzia durmió junto a su Tita y su mamá, suspirando de vez en cuando.

Los Rivera por su lado, estaban en operaciones encubiertas y dejaron la extradición de Rogelio Gutiérrez y sus cómplices a Estados Unidos a cargo de Luca Davenport, el primo de los Di Rosa.

Jasiel sabía que no había ninguna oportunidad con Zil, desde un inicio se supo que le era indiferente y él cuando supo que estaban de viaje con la persona que estaba reconstruyendo su hogar, solo terminó de comprender que lo único que habría era una bonita amistad. Sin embargo, el necesitaba hacer el bien, sin importarle el tipo de relación que mantuviera con ellos.

Zil lamentaba no poder comunicarse con ellos directamente, pero Karla Rivera le había pasado su número y así de esa manera se mantendría en contacto con esa familia. Les agradecía de corazón que hubieran cuidado de su hija y de ella en esos momentos de necesidad.

El día había llegado por fin, todo rastro de temor por su porvenir poco a poco se iba desvaneciendo. Los García habían pensado en un plan a largo plazo, venderían sus tierras y con eso pagarían algún tipo de departamento en Guadalajara. Sabían que había más oportunidades de trabajo, así como de lugares donde pudieran atender a la menor de la familia.

Habían decidido no aferrarse a lo que habían perdido, tenían una nueva oportunidad de rehacer sus vidas y el destino los había llevado hasta una ciudad grande que, aunque desconocida, lo poco que habían visto les enamoró.

—Me gustaría buscar un terreno en las afueras, quizás en la zona boscosa —anhela en voz alta Fer—. Digo, para no extrañar mucho nuestras raíces.

—Eso sería imposible, hijo —dice Tita—. El clima es muy parecido, lo único que, si no me gusta para nada, es el ruido. Aquí uno no puede tener paz, ni poner una hornilla para el café.

Una llamada al único celular de la familia interrumpe sus cavilaciones, Don Memo responde de inmediato imaginándose una urgencia, pero no, era Andrés quien los invitaba a comer a casa de su madre. Como era sábado, decidieron que así sería. Una vez salieran de sus labores irían a casa de los Di Rosa. Aunque el novio de su hija dijo que pasar por toda la familia, ellos no quisieron y avisaron que llegarían ahí en punto de las dos de la tarde.

Andrés no tuvo otra más que aceptar y preparar a manera de empresario todo que planeaba decirles. Lucía, Memo y su hijo se marcharon a sus labores, dejando a Zil con Tita, Maggie e Itzia en casa. Memo y Fer habían conseguido trabajo en una carnicería cercana al lugar, dada su experiencia al dueño le fue muy beneficioso contratarlos ya que los empleados que tenía (sus hijos), no servían para mucho por su corta edad, además de que estudiaban.

Por su lado Lucía consiguió empleo limpiando una casa tres veces a la semana. Su empleadora quedó tan satisfecha con el resultado que la recomendó con una vecina, así que los otros tres días ella iba a la casa de esta. El beneficio que tenía es que ambas mujeres le pagaban diario y le daban comida hasta para llevar, además de que a la una de la tarde ya se retiraba a su casa.

Lucía llegaba cansadísima, pero bien valía la pena porque así pasaba la tarde con su suegra, a quien quiere como una madre y vela por ella y su bienestar.

Como quedaron, los García se marcharon a casa de los Di Rosa para llegar allá a las dos como acordaron. Todos creían que el motivo era pasar tiempo con Zil y su hija, algún tipo de bienvenida. Nunca se imaginaron lo que Andrés tenía planeado.

Por su parte, la joven no había abandonado la esperanza de pasar un rato a solas con su novio. Lo había extrañado mucho y aun no tenían oportunidad de aclarar ciertas cosas que eran necesarias, además del hecho de que quería besarlo un poco más.

Andrés había decidido hacer una comida más formal, solo involucrando a los implicados. Matteo, su madre, Dante y él. Dejando de lado a las familias y a su hermano mayor Ángelo que desde que pasó lo de Cancún se había mantenido al margen por obvias razones.

Todos comieron y degustaron lo que se había preparado, Pechugas rellenas, con crepas y ensalada. Los García que no estaban acostumbrados a ese tipo de alimentos lo degustaron como un auténtico manjar, aunque preferían las fajitas de pollo a la cerveza que preparaba Lucía y Tita.

Andrés sentado junto a Itzia, sonreía a su novia que yacía del otro lado de ella. Durante la comida, la niña estuvo particularmente conversadora con él, lo que le gustaba pues eso le auguraba una buena relación con ella.

—¿Te gusta mi mami? —pregunta la pequeña justo cuando está por dar un bocado. Casi escupe ante la inocencia de la pequeña.

—Sí, mucho —dice sin titubeos—. ¿Está bien que me guste? —pregunta haciendo que la niña de casi cinco años se ría.

La niña sube los hombros con pena y se ríe con vergüenza, después de eso ella lo jala del suéter para murmurarle algo al oído. Andrés se agacha y la pequeña pone sus manitas junto a su boca para que los demás no escuchen.

—¿Tú eres mi papi? —pregunta inocentemente en una nota muy baja para los presentes haciendo que todos queden pasmados.

Zil, que yace roja de la vergüenza, se pone de pie.

—Listo, vamos a lavarte las manos que ya has terminado —la toma de la mano y la lleva al baño.

Andrés se queda anonadado y parece ser que algo grave ha pasado pues el silencio en el comedor es incómodo. Fer y Matteo quienes han hecho buenas migas siguen la conversación en donde la habían dejado y entonces todos retoman la plática, casi todos, Andrés sigue sin decir nada.

Al cabo de unos minutos, Zil regresa con la niña y Lucía que ya ha terminado de comer se retira con esta a la sala para que juegue. Ninguno de los novios dice nada, con respecto a ese tema no hay mucho que decir, apenas se están conociendo y la niña solo esta confundida, al menos eso cree ella.

Cuando terminan de comer, María los invita a la sala para que así Andrés pueda hacerles la propuesta. Una que cambiará sus vidas, si aceptan.


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