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Capítulo 37

Decir que la desesperación corría por todo el ser de Andrés era abismal, es reducir lo que realmente pasaba. A pesar de que intenta comportarse sereno, le es imposible, pues sus manos tiemblan. Mientras firma la alta voluntaria del hospital, su madre y Matteo hacen los arreglos para volar de una sola vez hasta Durango y de ahí hasta donde estuvieran los García.

Mientras tanto estos tenían que lidiar con los restos de lo que por un momento fue la casa de sus sueños. Ese día, temprano viajaron hasta dónde una vez estuvo su hogar solo para comprobar que todo yacía envuelto en cenizas. Ahí quedaban los vestigios de la felicidad y los restos de un sueño que nunca se logró alcanzar.

La vida ha sido demasiado injusta con ellos, dándoles algo que nunca habían imaginado tener. Un hogar en donde creían que podían vivir tranquilos el restos de sus vidas. Sin embargo, veinticuatro horas después todo ese anhelo solo tuvo una única cualidad, fue efímero.

Tita había llorado gran parte de la noche. Se preguntaba si el haber huido de casa tan joven es la consecuencia de tantas desgracias.

«Quizás fue mi madre con la bruja del otro pueblo y me maldijo» pensaba mientras indagaba en sus memorias sobre algo que hubiera hecho mal.

Lo cierto es que no era así, la vida simplemente ofrece cartas, a unos les tocan las mejores y a otros, bueno siempre tienen que demostrar que no son los rivales débiles.

—Familia, Andrés, su hermano y madre vienen directo acá. Llegan en la tarde —informa con pesadez.

—Te dije que no les dijeras —recalca Lucía con preocupación—. El muchacho no está bien y debe descansar... además, me da mucha pena que ellos hayan invertido en esto y que nosotros no lo supiéramos cuidar.

—No mujer, no —comienza diciendo Memo—. Ni siquiera tuvimos esa oportunidad. Esto no fue nuestra culpa, ni de Zil. El culpable sigue libre y espero que pronto lo puedan encontrar.

Todos piensan lo mismo, pero eso no los detiene en sentirse culpables de forma indirecta.

—Yo lo único que quiero es que mis niñas estén bien —asegura Tita mientras regresa al auto de Maggie—. Los espero arriba, ya no puedo soportar esto...

Un nudo se forma en su garganta y camina lo más rápido que puede. Maggie se acerca a ella y la acompaña, ambas suben al coche y conversan sobre como la anciana se siente. La joven enfermera es una mujer sabia, de excelente humo y muy prudente. Todos la aman por su forma de ser y también por cómo es con los demás.

—¿Tú crees que vaya a buscar a Zil? —pregunta Lucia a su marido.

—Sí, mujer ¿por qué otra cosa vendría? —suelta Don Memo mientras toma la mano de su esposa y caminan fuera de lo que una vez estuvo delimitado por una cerca.

—Vienen a por nosotros —responde Fer confesando las verdaderas intenciones—. Le dije a Matteo que no sabemos la ubicación de Zil. Están conscientes de eso, pero su última llamada me dijo que las intenciones de Doña Rosa y su hermano son que nosotros vayamos a donde ellos, allá en Jalisco.

—¡Por supuesto que no! —suelta Lucía enojada—. Esa gente cree que por que tiene dinero puede decidir por nosotros, pero está muy equivocada. Saldremos delante de esta situación, así como hemo salido de otras.

La resolución y determinación en la voz de la mujer estaban cargadas de seguridad, pero se olvidaba que esta vez sus vidas corren un riesgo que antes no.

—Primero oigamos lo que tengan que decir y luego decidiremos que hacer —sugiere Memo—. En otras ocasiones teníamos un fondito y estábamos todos juntos. Ahora no tenemos a dos de los nuestros porque tanto su seguridad como la nuestra corre peligro y ese, mujer es un factor determinante en lo que vayamos hacer.

Memo no había podido decir más que verdades. Lucía siente de mala gana y Fer se alegra de que al menos su padre este abierto a la posibilidad de un cambio de aires.

—.—.—.—.—.

A casi ciento cincuenta kilómetros de ahí Zil yacía con su hija en brazos debajo de un árbol de Huanacaxtle en casa de los hermanos Patricio y Emiliano.

—Mija, vamos a desayunar —informa la madre de estos—. Ven con tu niña para que coman algo, anoche sé que no cenaron nada por que llegaron muy tarde.

La señora suele ser muy parlanchina al igual que sus hijas Karina y Karla Rivera. Por el contrario, su esposo Pancho e hijos suelen ser más reservados en su manera de ser.

—No tengo hambre, muchas gracias señora —informa Zil lo más educada que puede—. La niña está dormitando, si puede apárteme un platito y ahorita que despierte la llevo para que coma.

—Como gustes, mija —dice la señora Alicia—. No te preocupes por nada, aquí nadie te conoce y estas segura. A quien pregunte diremos que eres una sobrina de pancho. Él no tiene familia y es tan reservado que nadie se molesta en averiguar porque saben que no le sacarán una palabra.

Esta se ríe y hace sonreír a Zil. Pero, así como llega la sonrisa se va.

—¿Aquí no hay señal verdad? —inquiere con la intención de sacarle información—. He querido avisar a mis padres que estoy bien con el teléfono que me dieron los chicos, pero se cortó la llamada.

—No, mija —dice con pena—. Sé que estas preocupada y tu familia también, pero para poder hacer llamadas tienes que ir hasta el pueblo. Es más segura la señal allá. Lo que si puedes hacer es mandar mensajes, como la señal va y viene, es más seguro que estos se vayan y vengan.

La forma en que Doña Alicia explicaba las cosas les recordaba a las personas de su pueblo.

—Está bien, muchas gracias —dice Zil mientras sigue acariciando el cabello de su nena—. Ahorita que se duerma mi hija les enviaré un mensaje.

—De nada, mija —responde la señora de la casa—. Cuando estes lista para poder pasar bocado me lo haces saber.

Zil no dice nada más y solo asiente, la señora se marcha para luego desayunar con los miembros de su familia. La joven, extraña a su familia, a su Tita, hermano enfadoso, padres y a Andrés. Sin embargo, hace de tripas corazón y se aguanta las ganas de llorar. Sabe qué hace lo mejor que puede al alejarse de ellos, pues eso es equivalente a que quitarlos de la mira del peligro.

—.—.—.

Andrés llega vendado y medicado hasta la casa de Maggie. Matteo y su madre le acompañan al igual que Luca, su primo que es Federal. Nunca imaginaron con lo que se iban a encontrar, esperaban que la familia fuera más comunicativa con respecto al paradero de Zil, pero no fue así.

—¿Cómo es que no van a saber en dónde se encuentran? —inquiere molesto—. Es su hija, su nieta. ¿No les preocupa?

El tono de su voz iba en aumento, a María Vitale le preocupa que su hijo se salga de control y haga algún tipo de barbaridad.

—Por supuesto que nos preocupamos, muchacho —afirma con severidad Don Memo—. Piensa por un momento, ha sufrido tres ataques en menos de un mes. Su seguridad es primero y si eso significa que no debemos saber en dónde está con tal de que esté segura pues que así sea.

Las palabras del patriarca de los García le resuenan «Tres ataques» y uno de esos por su causa. La culpabilidad le carcome y le retuerce las entrañas. Si no la hubiera expuesto de esa manera, quizás estuviera mejor. Tal vez su acercamiento a la familia es lo que ha provocado que el atacante la tenga contra ella.

Si tan solo pudiera mantenerse alejado, pero no es así. Él siente un gran sentimiento por ella y su familia, una devoción por lo que hicieron que no podría pasar algo que haga que se aleje. Les ha tomado un cariño especial y hará lo que considere apropiado para que estén seguros. Aun cuando eso signifique no volver a ver a la mujer que le ha hecho replantearse un futuro a su lado.

—Tiene razón, Don Memo —asegura María—. Uno vela por la seguridad de sus hijos aun cuando eso signifique ver que se alejen. Pero esta situación es distinta, Zil está susceptible, está sola con su hija y creo que necesita del respaldo de todos nosotros, así como ustedes.

Tita que oye sin decir nada, piensa y concuerda con Rosa. Ella no quería que Zil se fuera, sabe que su hija necesita recuperación y ayuda. Se hace la fuerte, pero tener apoyo no te hace débil, te hace amada.

—Es cierto, pero aun así ninguno de nosotros sabe de su paradero —respalda la información de su hijo—. Debemos esperar a que ella nos llame, ese fue el cuerdo.

—¿El acuerdo con ella? —pregunta Matteo.

—Con los jóvenes que... —dice Lucía callándose abruptamente ante la mirada de advertencia de Fer.

—¿Qué jóvenes? —pregunta Andrés desesperado—. Ya comenzó a hablar, ahora explíquese.

La resolución en su voz no le pasa inadvertida a nadie, ha dejado ver su lado más dominante ante su petición.

Los García se ven unos a otros sin saber si decir algo o no. Se nota que dudan y no es para menos, ellos acordaron que no dirían nada a nadie para salvaguardar a Zil y su nieta.

—Por favor, hablen ya que nos tienen con el Jesús en la boca —pide Doña María.

—Está bien —dice Memo cuando nota la desesperación de los Di Rosa—. Pero deberían sentarse para que les expliquemos, solo deben prometer una cosa.

—Sí, sí, lo que sea —responde Andrés con angustia en su voz.

—Solo prometan que no van a hacer nada que entorpezcan los planes que están en camino —pide Memo.

—Lo prometemos —contestan los tres Di Rosa.

Entonces los García comienzan a relatarles más detalladamente todo lo que ha acontecido y los planes que hay. Andrés obviamente es el más afligido de todos. Se nota en sus gestos, como van del enojo, a la ira y luego a la preocupación. Ahora entiende que realmente la vida de Zil está en un peligro aún peor del que imaginaba y debe hacer lo necesario para mantenerla a salvo.


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